Mapa de otros mundos (fragmento)
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Cicig puede marcar un período de la historia, pero la lectura de la justicia es más bien un continuo, una tradición kafkiana de procesos y de absurdos. Esta novela testimonial de Rodrigo Fuentes nos recuerda la importancia de narrar desde la subjetividad aquello que la historia marca como suyo.


La conferencia de prensa estaba escenificada de manera casi idéntica a las de casos previos de corrupción: Thelma Aldana, la Fiscal General del Ministerio Público, e Iván Velázquez, el Comisionado de la CICIG, aparecían sentados tras una mesa cubierta por un mantel oscuro, con el logo del Ministerio Público reproducido a sus espaldas.

Aldana y Velázquez habían sido los héroes de la lucha contra la corrupción en Guatemala. Al igual que muchos, yo también los tenía en un pedestal. Cuando fue parte de la Corte Suprema, Aldana había creado juzgados dedicados al femicidio, un paso importante para la justicia guatemalteca, y ahora se le conocía como «la Fiscal de hierro». Velásquez era el tercer comisionado en la historia de la CICIG y el público lo había adoptado como héroe nacional, incluso más rápidamente que a Thelma Aldana, en parte por el reto que significa ser una mujer con poder en el país. En las manifestaciones vi más de una pancarta que decía «Iván para presidente», a pesar de que era colombiano. Cuando Kate trabajaba como periodista, escribimos juntos un artícu- lo para Al Jazeera sobre Velásquez que celebraba su tempera- mento comedido, las valientes investigaciones que llevó a cabo contra grupos paramilitares en Colombia, y el entusiasmo que despertaba entre los guatemaltecos.


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El caso por el mal uso de los fondos asignados al Transurbano ya había seguido un proceso legal en el 2010. En ese momento yo no le puse mucha atención: era común que se litigara contra funcionarios de Estado, sobre todo por empresas que competían por fondos públicos y quedaban excluidas. Esa vez el caso llegó hasta la Corte Suprema y esta determinó que no había fundamento para procesar a miembros del gabinete, encargados de las políticas públicas, pero que sí debía investigarse a los empresarios transportistas, ya que habían recibido y ejecutado los fondos. La misma Thelma Aldana, en ese tiempo miembro de la Corte Suprema, respaldó ese fallo desde una sala de apelación, reafirmando que no había elementos para acusar a los ministros. ¿Qué habrían encontrado que cambiaba las cosas? Me sentía lleno de pavor y de esperanza ante lo que se venía.

Me acomodé en el sofá junto a Kate, la computadora sobre mi regazo. En el peor de los casos, me dije, el comisionado colombiano y la fiscal guatemalteca describirán la responsabilidad administrativa que tuvieron papá y el gabinete al firmar el documento que permitió la entrega del subsidio a los empresarios de los autobuses. Tal vez resaltarían un tema de negligencia, pero me era difícil imaginar incluso eso conociendo el rigor y la atención al detalle de papá.

Con voz pausada, Thelma Aldana empezó explicando que hablarían sobre el caso denominado «Transurbano: Etapa 1», que trataba sobre la implementación del sistema prepago en los buses de Guatemala, y dijo lo siguiente:

La investigación reconstruye y examina los mecanismos legales fraudulentos utilizados por empleados públicos y privados para lograr la sustracción de treinta cinco millones de dólares en perjuicio del Estado de Guatemala.

Mi corazón empezó a latir con violencia. Me acerqué más a la pantalla, ahora sobre la mesita baja frente a nosotros. Aldana hablaba con tono mesurado y de forma concisa. Tenía el pelo corto peinado hacia un lado, los labios de un rojo profundo y sus ojos fuertemente delineados. Enumeró las fechas durante el 2009 en que el gobierno había tramitado el Acuerdo Gubernativo —el documento legal con que se aprobaba el subsidio para el sistema prepago, y por cuya firma estaban acusados los ex- ministros. La Fiscal General describió los diferentes pasos que de acuerdo a ella obviaron el presidente y los ministros hasta aprobar el Acuerdo Gubernativo, sugiriendo que el proceso se aceleró deliberadamente para beneficiar a la Asociación de Empresarios de Autobuses Urbanos, la AEAU. Entonces pronunció una frase que me dejó frío:

El mismo 3 de abril de 2009, en 4 folios y utilizando una justificación amplia, el Ministro de Finanzas Públicas, Juan Alberto Fuentes, envió a la Secretaría General el proyecto del Acuerdo Gubernativo que facultaba al Estado a otorgar $35 millones de dólares a favor de la Asociación.

No puede ser, pensé, están culpándolo a él.
Aldana cambió de tono y se preguntó:
¿Cómo se configuró el fraude en este caso?
En el caso de esta investigación, se respondió a sí misma,

se estableció que el mecanismo fraudulento para engañar a la administración pública consistía en evitar la injerencia de actores y procedimientos que pudieran entorpecer el propósito criminal: lograr la aprobación del Acuerdo Gubernativo 103-2009 para erogar $35 millones de dólares en perjuicio del estado guatemalteco.

¿Y cómo se engañó a la administración pública?, se preguntaba ahora.

Thelma Aldana miró hacia abajo, sus pestañas ocultaron sus ojos y empezó a leer de las hojas que tenía sobre la mesa:

No existió un estudio sobre el alcance, el costo y la necesidad de implementar el sistema prepago, ni análisis técnico que precisara si la asociación de transportistas tenía la capacidad de implementar el sistema. A pesar de lo anterior, el Ministerio de Finanzas Públicas presentó el Acuerdo Gubernativo para adjudicar el sistema prepago.

No puede ser, pensé, no puede ser.

Aldana levantó la vista y observó al público, a los periodistas, y con cierto cansancio regresó la mirada al papel:

El entonces vicepresidente de la república, Rafael Espada, se negó a firmar el acuerdo gubernativo 103-2009, y por ley constitucional el vicepresidente forma parte del consejo de ministros.

Ojeó sus páginas, cerró el libreto que tenía frente a ella, y volteó hacia Iván Velásquez:

A continuación, el comisionado va a referirse a los otros aspectos de la investigación.


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Iván Velásquez tomó la palabra y empezó explicando la forma en que los transportistas usaron el subsidio, las cuentas don- de ingresaron los fondos, las compras del equipo prepago que hicieron en Brasil y los números que no cuadraban.
Era un señor mayor de pelo cano y ralo en la frente. Sus anteojitos de catedrático coincidían con el gesto didáctico con el que se dirigía al público, y en la articulación cuidadosa de sus palabras, en su suave acento paisa, se percibía un afán por ser preciso con el lenguaje.
Por el análisis financiero, continuó Velásquez, se determinó que parte de los fondos desembolsados para el sistema prepago se movieron en diferentes cuentas, incluyendo una cuenta de Gustavo Alejos, el exsecretario privado de la presidencia de Colom.
¡Gustavo Alejos! Se trataba de un empresario y operador político que ya estaba en la cárcel por acusaciones en otros casos de corrupción. Rendición de cuentas, el libro que papá publicó poco después de renunciar al gobierno, describía el tipo de mecanismos con que empresarios y políticos cooptan y corrompen el Estado. Ahí detalló las presiones que recibió como ministro de finanzas de parte de Alejos y otros con el fin de avalar negocios cuestionables. Había significado un ejercicio de resistencia constante, pues Alejos tenía entonces, y tiene aún, mucho poder económico y político.
Además, dijo Velásquez, en los buses solo se instaló parte del equipo comprado en Brasil. El resto de ese equipo se guardó en bodegas y gran parte continúa en riesgo de quedar obsoleto.
El comisionado señaló la pantalla junto a él, donde se proyectaban fotos de una galera con hileras de maquinaria verde.
Empezó con un listado de las infracciones que se le atribuían al expresidente Colom, y por último dijo:
No evitó que el Ministro de Finanzas bajo su responsabilidad jerárquica gestionara lo necesario para ejecutar los pagos.
Apareció entonces una foto de papá en la pantalla, y ahí se enfocó la cámara. Era una foto de reo. No podía comprender la imagen frente a mí: a papá se le estaba presentando como a un criminal, incluso como a uno de los cabecillas.

El Dr. Fuentes Knight, como rector del ministerio de finanzas, decía ahora Velásquez, era responsable de que la política pública se ejecutara conforme a los intereses del Estado. Preparó y evaluó el acuerdo gubernativo, con una carpeta administrativa —y lo insistimos porque es una muestra elocuente de cómo se trató todo este proceso—, una carpeta de cuatro folios.

El comentario sobre los cuatro folios me golpeó. ¿Cómo era posible que ese dinero se hubiera entregado a partir de cuatro páginas, sin ningún plan? ¿Podía ser cierto? A la vez entendía que el temor y la preocupación distorsionaban mis percepciones por completo. Imposible que el cariño por papá no distorsionara mi mirada.

Realizó los trámites necesarios y gestionó lo indispensable para que se desembolsaran los pagos, continuó Velásquez, firmó el Acuerdo Gubernativo a sabiendas del engaño o el ardid orquestado: evitar sistemáticamente la intervención de actores o instituciones que podrían dar dictámenes u opiniones que frenaran o contradijeran el propósito de entregar los $35 millones a la AEAU.

Dijo algunas cosas más, pero un silencio espeso volvía a llenarlo todo. En algún momento me puse de pie. Un cansancio profundísimo había entumecido mis piernas y brazos.

¿Con engaño y ardid, papá? ¿Papá, de quién recibí un regaño durísimo a los once años, con un largo discurso, cuando descubrió que yo había plagiado un par de citas e inventado otras convenientes para un ensayo escolar sobre los dioses griegos?

«¡Eso es robo!», repitió una y otra vez, con una mirada de gran decepción, las cejas alzadas: «¡Eso que hiciste fue robar ideas!» Esa vez pasamos las siguientes horas revisando libro tras libro de referencia sobre mitología griega, reescribiendo todo mientras le dábamos vueltas a la pregunta del ensayo, la mis- ma que papá insistía en formularme de diversas maneras y que, a pesar de mis intentos, nunca alcancé a responder adecuadamente: ¿Pero qué representa Zeus?

Las acusaciones en la conferencia de prensa continuaron, ahora contra el resto de los ministros del gabinete, pero yo no entendía qué estaba sintiendo, qué me recorría por dentro como un largo tren de carga. Kate, que seguía atenta a la pantalla, me señaló algunas preguntas de los periodistas al final.

Verónica Orantes, de Noticiero Guatevisión:
¿Han detectado pagos a alguna cuenta de los exministros? Thelma Aldana:
Tenemos en curso el análisis financiero, y cuando este concluya podremos establecer la ruta del dinero para determinar si llegó a cuentas de las personas señaladas en los hechos.

Michelle Mendoza, de CNN:

Dos preguntas: ¿Tienen ustedes conocimiento de qué forma se beneficiaría el gabinete de Colom al otorgar los $35 millones de dólares? Segunda: el exministro de finanzas Fuentes Knight mencionaba en tribunales hace unos momentos que hizo denuncias por movimientos extraños en Guatecompras sobre estos montos. ¿Existía colaboración de él o de otros funcionarios que estuvieran implicados en este caso?

Se refería a las denuncias que papá hizo poco después de que los transportistas recibieron el primer desembolso: dijo que no se haría el segundo desembolso hasta que publicaran en el portal en línea Guatecompras cómo habían gastado el dinero, una obligación para contratistas del Estado.

Aldana: en el caso del exministro de finanzas, vemos cómo viabilizó y agilizó lo necesario el Acuerdo Gubernativo 103- 2009.

La Fiscal General no respondió a ninguna de las dos preguntas, pero nadie dijo ni preguntó nada más. No pude escuchar a los otros periodistas. Le envié un mensaje a mi hermano:

Yo:

Como lo presenta Aldana, no pinta bien, la culpa de todo del lado del gobierno parecería del Ministerio de Finanzas. Suena terrible esto.

Alberto:


Lo están presentando como que todo fue un gran plan

Yo:

Sí, y papá el orquestador

Entró una llamada de Harald, mi padrastro y amigo, un hombre amable y grande y de huesos vikingos. Fue la voz calmada y sensata que siempre ha sido.

Ánimo, dijo, tu papá saldrá bien de esto. Estoy con ustedes, como siempre. Aquí te paso a tu mamá.

Al escucharla al teléfono balbuceé algo, y en algún momento caminé al cuarto y me senté en el borde de la cama y ahí seguí hablando con ella, los dos desarmándonos poco a poco, hasta que rompimos en llanto. Paré de improviso porque la conmoción y el miedo y el recorrido vertiginoso de la especulación era tan fuerte que ninguna emoción se mantenía quieta, cambiaba de dirección con violencia inusitada.

Bueno, ya está, dijo mamá. Suficiente. Ya lloramos, pero de aquí en adelante nos mantenemos fuertes fuertes fuertes, ¿ok? Yo también me fui recogiendo, los pedazos de nuestro presente y de nuestro pasado los iba recogiendo, y finalmente me rearmé.
Sí, mami, ya estuvo.
Mamá nunca se había mordido la lengua. Me acuerdo que al enterarse años antes de que había una investigación en curso sobre el sistema prepago, dijo que de papá se podían decir muchas cosas como esposo —mis padres se habían separado dos décadas antes en circunstancias dolorosas, sobre todo para mamá.

Pero si en algo conozco a tu papá, me dijo esa vez, es que él no se robó un centavo. Eso sí que no.


Rodrigo Fuentes:

Narrador guatemalteco, profesor universitario. Sus relatos han aparecido en importantes medios de Estados Unidos y Latinoamérica. Es autor también de Trucha panza arriba.


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