Nanci Sinto es mujer maya kaqchikel y activista en Guatemala, criminalizada por participar el protestas 2020.
Nanci Chiriz Sinto hace una pausa. Se escucha. Dedica tiempo a ver una serie. Se enfrenta a sí misma. A veces juega un juego de mesa. Se reencuentra. Es un tiempo nuevo en su vida: tiempo del silencio.
El silencio es consecuente. En 2020 participó en las manifestaciones para denunciar el presupuesto general aprobado por el Congreso y el Gobierno de Alejandro Giammattei.
El Ministerio Público inició un proceso penal en su contra por una pinta que, a criterio de sus denunciantes, «deteriora» las paredes del Congreso de Guatemala. La pinta fue borrada y la pared luce como que nunca hubiera tenido una pinta. Pero la pinta sigue en la vida de Nanci Sinto.
En junio del 2022, una jueza ordenó cerrar su caso por falta de fundamentos, pero el Ministerio Público y el Congreso de la República apelaron esta decisión y el proceso judicial sigue abierto. Esto ha tenido consecuencias en su cotidianidad y en su actuar político.
Consecuencias como darse este tiempo para escucharse a sí misma, para pensarse, para que quienes la ven a lo lejos, quienes la escuchan, también la piensen.
[Lee aquí: “Deteriorar” paredes del Congreso con unas pintas, el caso contra Nanci Sinto]
***
Nanci Sinto es de origen maya kaqchikel. Tiene 31 años. Nació en San Andrés Itzapa, un municipio de Chimaltenango, ubicado a unos 55 kilómetros de la capital. Es estudiante de Ciencias Jurídicas y Sociales y está muy cerca de graduarse en la Universidad Mariano Gálvez.
Desde pequeña vive en la ciudad de Guatemala. A los tres años migró con su mamá y sus hermanos para vivir con su abuela Lichita, como le dicen de cariño.
La mudanza se dio, en parte, por la separación de sus padres. Una ruptura causada por diferencias religiosas y la violencia. Su mamá es católica y su papá es evangélico.
Para Nanci, esta separación implicó oportunidades y la posibilidad de pensar y decidir sin la influencia de lo que ella considera el conservadurismo cristiano-evangélico.
«Creo que el hecho de que mi papá no esté con nosotros nos ha permitido ser libres, hasta cierto punto. Si tuviéramos una persona tan cristiana como él, no hubiera sido quien soy ahora. Fue algo positivo para los tres (ella, su hermano y su hermana) y para mi mamá», dice.
En Guatemala, su mamá, Isabel Sanic, construyó, para ella y sus hermanos, condiciones de vida digna que sostuvo a través de su trabajo. «Mi mamá trabajó en lo que podía: vendía comida, tejía, trabajaba en maquilas. Ella es una persona muy práctica. Sí sabe leer y escribir porque terminó el tercero básico».
Nanci recuerda una infancia «relativamente feliz», pero también fue en esa época en la que se enfrentó a sus primeras luchas como una niña indígena.
Cuando empezó a estudiar, su mamá la impulsó a utilizar su indumentaria kaqchikel en su día a día. Así, ella entendió que «era distinta». Mientras cursaba primaria, no recuerda si segundo o tercero, una compañera la llamaba «india» constantemente, para ofenderla. Sí, ese término que en un país como Guatemala ha marcado las condiciones de vida de una gran parte de la población.
«Mi mamá fue a la escuela y habló con la maestra, habló con los directores y no hicieron nada». La niña no se detuvo y ante la indiferencia de las autoridades educativas, la mujer consideró que había que hacer algo. Algo drástico: «Mi mamá me dijo que la próxima vez que lo hiciera, le pegara en la boca, porque no es ella quién lo dice sino su boca la que pronuncia la palabra, y así lo hice».
No podía permitirse una acción como esta por parte de la niña «india»: Nanci fue suspendida de la escuela por unos días. Ella y su mamá aceptaron el castigo, pero Isabel llegó a exigir que la niña que «había pronunciado la palabra» también fuera suspendida. Lo logró.
Nanci recuerda este hecho, entre risas nerviosas, como el descubrimiento de lo «complejas que son estas dinámicas de racismo en las infancias».
Años después, en básico y diversificado, y siendo más autónoma sobre su cuerpo y sus decisiones, como una forma de protección ante situaciones como la que vivió de pequeña, se despojó de su indumentaria por un tiempo.
Empezó trabajando en una marmolería en la zona 3 de la capital, luego en la Casa del Diabético, en la Defensoría de la Mujer índígena (DEMI) y luego en el Consejo de Organizaciones Mayas de Guatemala.
«Empecé a politizarme a través de un proyecto sobre la socialización del Convenio 169 de la OIT (Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas) con señoritas que participaban en eventos culturales». Nanci se refiere a los eventos de elección de las representativas indígenas, que evita llamar “reinas” por la carga folklórica que implica, pero explica que se eligen bajo una modalidad similar al de algunos eventos de belleza.
Realizando este trabajo, encontró un espacio en el que se sintió segura y cómoda utilizando su indumentaria, donde no se sintió rechazada o violentada. «Creo que ahí aprendí la responsabilidad política de retomar la indumentaria y reafirmar mi identidad. No solo por vestir, sino creo que también por el entorno de pensamiento que empecé a tener».
***
El camino hacia el espacio público inició cuando tenía 18 años y era parte del Programa de Escuelas Abiertas, en la Escuela No. 823, de la Cuchilla del Carmen, en Guatemala. Este programa funcionó durante el gobierno del expresidente Álvaro Colom. Ella participó en el proyecto durante los últimos dos años del gobierno de Colom y vivió la transición a Escuelas Seguras durante el gobierno de Otto Pérez Molina.
A través de las Escuelas Abiertas, muchos jóvenes y adolescentes tenían acceso a talleres de formación, de manualidades y arte. «Este espacio me permitió entender que sí había formas de recuperar el espacio público en las calles, posibilidades de reintegrar a los jóvenes a la sociedad, jóvenes que vivían las consecuencias del crimen organizado, las pandillas, el menudeo de drogas y los embarazos adolescentes».
Cuando el programa cambió a Escuelas Seguras muchas cosas cambiaron, se redujo el presupuesto y con ello, también la cantidad de talleres y cursos. En 2012, dos años después de este cambio, el programa cerró. Nanci, que ya tenía 20 años, se unió a otras seis compañeras a las mesas de diálogo para que el proyecto no dejara de funcionar en su comunidad.
«Fuimos siete compañeros que estuvimos posicionando por qué eran importantes las Escuelas Seguras. Hicimos incidencia en el Congreso, en Casa Presidencial, creo que ahí fue donde me frustré bastante», recuerda.
Uno de sus compañeros, Kevin López, murió durante el proceso. Tenía una enfermedad que no le diagnosticaron correctamente en el sistema de salud del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) y no le prestaron la atención adecuada.
«Creo que ese es mi primer ejercicio político y emocional». En ese momento empezó a considerar si era necesario participar en un partido político, si al hacerlo podría generar más respuestas y soluciones.
Como producto de estas consideraciones, con 19 años, Nanci Sinto ingresó a la estructura del partido Winaq, primero como observadora y, más adelante, como Secretaria de Juventudes del partido. Era una oportunidad de involucrarse, de generar otras condiciones para atender las necesidades que ella ya conocía de primera mano, y poder hacerlo desde un espacio en el que se sintiera cómoda siendo quién era.
En los seis años que estuvo en Winaq, Nanci afirma que «lo dio todo al partido». El tiempo que antes pasaba con su familia, el tiempo para ella, el tiempo para la universidad.
«Pensé que involucrarme partidariamente iba a poder generar otras condiciones, pero entendí que no es fácil estar en el Congreso y a la vez atender las demandas de la población».
Hoy, 12 años después, al ver en retrospectiva su experiencia partidaria, Nanci cuestiona las «dinámicas que son cooptadas por el adultocentrismo, machismo y clasismo». También identifica los retos: «construir proyectos políticos coherentes, abiertos a diversos pensamientos y cuerpos diversos».
Nanci Sinto valora cómo su paso por Winaq le ayudó a formarse políticamente y emocionalmente para tener claridad de dónde poner fuerzas y dónde no. «Aprendí muchísimo. En Winaq me sentí cómoda en un principio, reforcé mi identidad política y me dio herramientas para gestionar no solo diálogos y cabildeos, también me dio herramientas para no tolerar ciertas conductas solo por querer mantener ciertas relaciones».
***
Nanci Sinto no se nombra activista, pero luego de que iniciara el proceso de criminalización en su contra, en 2020, le ha tocado repensarse, repensar su historia, su vida. Se ha vuelto una persona visible, una voz referente para mujeres y pueblos mayas: «Me ha costado nombrarme y asumir la representatividad de alguien o de un grupo. Al inicio era yo en los espacios políticos y, al final, para algunos, terminás siendo un referente», reflexiona.
Nanci conceptualiza la cotidianidad como un espacio para aprender y para cuestionar: «Nos han robado la cotidianidad política y cómo esta nos permite sobrevivir el sistema». Habla sobre las tantas pequeñas acciones que se pueden hacer cotidianamente. «Siempre pensamos en grandezas, cuando en realidad podemos hacer cosas mínimas, que trascienden en pocas personas, pero que son un aporte pequeño que siempre suma», dice.
***
La criminalización por hacer una pinta en una pared del Congreso durante una manifestación ciudadana marca su presente. «No me da vergüenza, sino valentía. Mi familia ha estado conmigo», dice y explica que ser personas politizadas les permite comprender mejor estas dinámicas del sistema.
Este momento de su vida, que comparte escena con otras personas defensoras de derechos que han sido criminalizadas puede comprender el impacto que tiene afrontar una lucha legal en Guatemala, en estos años, con un sistema que quiere callar las voces incómodas, como la suya.
Su trayectoria le ha traído la claridad para vivir la política mucho más allá de una actividad partidaria, «ahora puedo entender y nombrar que todo es político», sentencia.
Conoce el Ideario de Nanci Sinto en esta recopilación de conceptos y emociones en su voz de mujer maya y activista.