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Sara Curruchich: «No somos un objeto para convocar al turismo»

Sara Curruchich Cúmez es cantante y compositora, también es un referente de las luchas de las mujeres indígenas de Guatemala y Latinoamérica. Su camino, como el de muchas mujeres, también ha sido marcado por el racismo y la discriminación, pero ella encontró en la música la oportunidad de construir espacios dignos para las mujeres indígenas.

Sara Curruchich, cantautora y compositora guatemalteca maya kaqchikel

Sara Curruchich, cantautora guatemalteca maya kaqchikel

«Siento que a través de la música y el arte se puede generar un espacio digno para nosotras como mujeres indígenas y también acceder a la justicia como derecho individual y colectivo», dice Sara Curruchich, al reflexionar sobre su camino y las decisiones que la han llevado a ser una artista referente de la resistencia de las mujeres indígenas en Latinoamérica.

Sara Curruchich Cúmez tiene 29 años, es originaria de San Juan Comalapa, un municipio en el territorio kaqchikel del departamento de Chimaltenango, ubicado a 77 kilómetros de Ciudad de Guatemala. Es la menor de cinco hermanas y un hermano. Una familia numerosa que ha sabido acompañarse y apoyarse «con mucho amor y cariño», dice mientras los ojos se le achinan mientras se le dibuja una sonrisa.

Sara Curruchich en la sexta avenida de ciudad de Guatemala. Foto de Diego León.
Sara Curruchich en la sexta avenida de ciudad de Guatemala. Foto de Diego León.

Don Eladio Curruchich, su papá, era agricultor y carpintero, y, además, fue la primera persona a la que Sara vio ejecutar un instrumento musical: la guitarra. Primero, en un grupo que se dedicaba a dar serenatas en el pueblo y, luego, con mucha más frecuencia, en la sala de su casa.

«Yo siempre fui muy apegada a mi mamá cuando era bebé, y como no la dejaba trabajar, mi papá se puso el perraje de mi mamá para que yo pensara que él era ella. Entonces, ya fui yo con mi papá para que me cargara y me hiciera “tuto”, y a partir de ahí nunca más me separé de él», cuenta. Don Eladio falleció cuando Sara tenía nueve años y con él también se desvaneció temporalmente su ilusión por la música.

Su mamá, María Cúmez, es agricultora, tejedora y “llamadora de espíritu”, una función importante en su comunidad que consiste en ayudar a las personas a recuperar su energía luego de un susto, o cuando niñas y niños padecen de “mal de ojo”. «Ante un sistema de salud que no reconoce estas prácticas de sanación, ella (su mamá) se ha vuelto un referente político para mí», comenta. El trabajo que su mamá realiza ha reafirmado su convicción en la palabra y la importancia que ve en el acompañamiento espiritual y energético.

La infancia de Sara fue feliz, tranquila. Después de la muerte de su papá, ella encontró la posibilidad de conmoverse por la vida, por lo que le rodeaba en Comalapa. La cosecha de elotes es una de las épocas que disfrutaba, «íbamos muchas veces al terreno a cortar elotes y asarlos, ahí jugaba con las florecitas y hacía casitas. Me gustaba mucho ese espacio y, de hecho, es algo que todavía me gusta hacer». 

Después de la escuela, acompañaba a su mamá o alguna de sus hermanas a lavar ropa en otras casas, o a cuidar niños de otras familias, actividad que muchas mujeres indígenas siguen realizando para ganar dinero. Cuando ya era un poco mayor, su familia compró una máquina para pelar naranjas, y «mi aporte económico a la casa era poner mi mesa enfrente de mi casa, en la calle y venderlas», cuenta.

[Escucha el podcast Las Recias // En la Música // Sara Curruchich, Rossana Paz y Rebeca Lane]

La memoria de su papá y el apoyo de su mamá y su familia ha sido fundamental frente a contextos «que suelen ser hostiles para las mujeres indígenas; para encontrar el equilibrio, la sanación y la fuerza para seguir».

Años más tarde, Juan Cux, su profesor de música en tercero básico, traería de nuevo la ilusión por la música a su vida. Él llegaba cada quince días a dar clases. Siempre andaba con una pandereta, o con una flauta y empezaba a cantar. «Cantaba con mucha alegría y ganas, y yo lo miraba y quería ser como él. Yo quería dar clases de música y ya. No tenía mucha claridad de qué tenía que hacer para dedicarme a eso, pero yo quería hacerlo».

Sara Curruchich escogió el camino de la música sin tener certeza de cómo lo haría, pero esto le permitió, más adelante, darse cuenta que aferrarse a la música era una forma en la que «se pueden transformar los caminos, canalizar los dolores, sanar».

Para muchas jóvenes indígenas, acceder a educación implica migrar, moverse, salir de su comunidad y así fue para ella. Esta movilidad le llevó a experimentar las diferencias que la sociedad ha impuesto sobre muchas mujeres solo por el hecho de ser indígenas. Enfrentar el racismo estructural y verse obligada a migrar por la falta de oportunidades, y vivir, muchas veces en soledad, actos racistas en su cotidianidad.

Vivirlos en el ir y venir en transporte público de la ciudad capital a Comalapa, al atender un trabajo que implicaba cantar en una boda y ser obligada a reemplazar su indumentaria kaqchikel, por un vestido para “no incomodar a los invitados”. Sara es clara: «estos actos no deberían ser naturalizados ni normalizados», dice.

«Todo esto me llevó, de alguna manera, a escribir algunas canciones. Ni siquiera sé si puedo llamarle canciones, eran intentos, pero yo lloraba y tocaba mi guitarra, era una forma de afrontar y canalizar un dolor dolores», dice la cantautora.

Para el 2012 Sara ya había escrito algunas canciones inspiradas en todo lo que vivió, pero al inicio se limitaba a cantar covers y hacer coros en el grupo Sobrevivencia.

Sus primeras composiciones eran un intento de denuncia, de desahogo.

No fue hasta el 2015 que compartió sus letras con el mundo en un concierto en una pizzería en la Ciudad de Guatemala. El 25 de noviembre de ese año, Sara se presentaba por primera vez como cantautora y compositora acompañada de su guitarra, lejos de su tierra. «Yo estaba re nerviosa, tenía miedo, porque, además, estaba en un contexto en el que no era mi pueblo y solo recuerdo a una amiga mía [como la única] indígena en ese restaurante».

Dos años después de ese primer concierto, en 2017, se presentó con su banda en San Juan Comalapa, allí finalizó su primera gira comunitaria con un festival que involucró a la comunidad. Muchas personas se involucraron de distintas maneras, aportaron económicamente para toda la producción, desde panaderías, personas que vendían en el mercado y tiendas. Se recuerda allí, acompañada de su familia y varios compañeros del básico. «De hecho hay un registro [en video] de ese concierto, y es algo que valoro, regreso constantemente a ese recuerdo porque es el origen».

Detrás de Sara Curruchich, la cantante y compositora, está “Tejiendo sonidos”, un equipo, compañeros y compañeras, que le ha puesto mucho corazón a este proyecto, que ha sido un satisfactorio camino en compañía. 

A lo largo de estos años, Sara Curruchich ha publicado dos discos y realizado giras en Guatemala y en países como México, Costa Rica, Estados Unidos, Chile y España.


Conoce el Ideario de Sara en esta recopilación de conceptos y emociones en su voz de mujer maya y creadora en «un país que le debe mucho a las artistas».

Ixmucané Us y Diego León

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