La relación madre-hija tiene que ser uno de los nexos más profundos que la humanidad puede narrar. El registro sensible de esta conexión es parte de un archivo emocional que también habla de cómo se siente en Mesoamérica.


A veces cuento la historia de tu nombre tan solo para que la gente sepa que desde el inicio de tu vida estas rodeada de realismo mágico, o como le llamas tú: del poder de Dios.

Cuenta la historia que te llamarías Blanca Azucena, según se habían acordado. Pero la vida tenía otros planes. Durante horas tuviste que luchar contra la asfixia porque el cordón umbilical de tu madre se quedó atrapado en tu cuello y tras una ardua labor de parto, llegaste al mundo morada y ya muerta. Tu padre que no era creyente,  al recibir tu cuerpo inerte, se arrodillo frente a un cuadro del Jesús Nazareno al que le prometió que te pondría su nombre si te devolvía la vida, mientras tanto trataba de resucitarte. Volviste pues a la vida, y sin más negociación posible te nombraron Milagro de Jesús.

Con un inicio así el resto no podía tocarte fácil, era un comienzo demasiado apasionante. Tal vez por eso el resto del tiempo te tocó seguir luchando. Recuerdo con ternura cuando me hablabas de tu niñez, cuando me contabas que en tu casa no había comida, que comenzaste a trabajar a los 5 años; recuerdo la impresión que me causó el día que mi padre me contó que cuando te conoció no tenías zapatos. Recuerdo con admiración como fuiste una niña trabajadora y tuviste que estudiar por las noches bajo la luz de candelas, empujada solo por tu sueño de ser maestra y un día tener un propio y seguro lugar en el mundo.

Para cuando yo nací, todas esas eran historias de tiempos lejanos, para ese entonces ya eras la catedrática de pedagogía respetada y admirada. Los tiempos del hambre habían pasado, tenías un trabajo decente que pagaba poco pero que disfrutabas, y con eso lograbas que todas pudiéramos vivir.

La historia de tu vida da para mucho, pero resumiré diciendo que te casaste a los 19 con un hombre que no logró nunca quererte ni estar a tu lado como lo necesitabas ni pudo desprenderse de sus sufrimientos y adicciones. Tuviste 3 hijas y lo intentaste por 25 años y después de mucho jalar la carreta sola, decidiste divorciarte, en aquellos tiempos en que casi nadie se divorciaba. Para ese entonces llevabas ya varios años educando sola a 3 mujeres con tu salario de maestra, y como aún tenías fuerzas decidiste regresar a la universidad porque no te bastaba una carrera. Nunca escuchaste mucho las opiniones de las personas, te bastaba tu propia voz y tu propio criterio. Te bastabas a ti misma. Viviste una vida sobria y honesta y nos educaste para hacer lo mismo. Durante 20 años trabajaste en el magisterio nacional y durante 20 más seguiste dando clases en la universidad. Fuiste, como dice mi hermana, una activista social a puerta cerrada.

Uno de mis recuerdos más vívidos de los años en que vivíamos juntas allá por los 90, y que forma parte de tus rasgos más curiosos, era tu gusto por el boxeo, en esa época aún pasaban las peleas famosas por la tele abierta. Te gustaba, pues, sentarte a ver ese deporte raro que básicamente se trata de aguantar golpes. Sobrevivir cuando te llueven los trancazos. Ahora pienso que tal vez te sentías identificada, tal vez veías en aquellos seres fuertes capaces de seguir parados aún con la cara reventada y los ojos sangrantes, un reflejo de tu propio espíritu, de tu ímpetu, de la fuerza que a pesar de todo nunca te ha abandonado.

He sido testiga de una buena parte de tu vida, te he he visto caer una y otra vez y levantarte siempre, sin hacer mucho ruido y sin pedir ayuda. Te he visto transformarte continuamente para estar a la altura de las circunstancias. Te he visto brillar y la he visto llorar. Me llevas casi 30 años de ventaja y aún así, muchas veces yo actúo como si supiera más de la vida que tu.  No te miento, pero te omito gran parte de la información, sin embargo, siempre lo sabes todo, aunque a veces también decidas omitir informármelo.

Ahora que estas en tu década de los 60 quisiera pensar que la vida ha mejorado para ti, pero no estoy segura. Las penas, el dolor y las viejas cargas familiares se aparecen una y otra vez sin darte tregua, y aún así, vas encontrado la manera, tal como lo hiciste al nacer, de darle la vuelta a la muerte y volver a la vida una y otra vez.

Este abril cumples años y yo nuevamente estoy lejos y no podré celebrártelo, por eso te mando estas letras como regalo, estas letras que te celebran y te confirman que soy la mujer que soy porque nací de Milagro.

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Evelyn Recinos Contreras es abogada penalista, se dedica a los derechos humanos, género y justicia penal. Escribe poesía para sobrevivir y documentos legales para vivir.


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