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Los cuadernos del fin del mundo (iii)
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Estos días dejarán sus propias marcas en la historia y en nuestra memoria. De ahí que la voz de las que cuentan sea esencial para darle sentido a esas marcas. La escritora continúa sus entregas de Los cuadernos del fin del mundo, como una voz que trasciende el tiempo.


X

Durante los últimos años redujimos el uso de las pajillas, empezamos a vedarle el vuelo libre a las bolsas plásticas y las bandejas de duroport, nos obligamos a aprender a reutilizar, a tener mediana conciencia de nuestra producción de basura. Todo esto, quizá, tan solo, para hacerle espacio al nuevo desecho intensivo de las mascarillas, a la nueva presencia en masa de los guantes de hule, a las constantes emisiones profilácticas de los aerosoles, a los veinte segundos de agua corriendo por el grifo abierto mientras intentamos aferrarnos al jabón. Dicen, los más optimistas, que el 2020 dejará, tras la devastación, el espacio limpio para reconstruir el mundo, y, quizá también, para seguir diversificando las maneras de destruirlo en el camino.

XI

Quebrarse. Abrirle la cerca al escepticismo y hacerse a un lado. Rezar en silencio una letanía perpetua. Afirmar. Contradecirse. Esperar. Desesperarse. Perder de vista el futuro. Soñar el mañana y volverlo a perder. Negar al miedo tres veces. Pasarse al bando de la rabia para evadir la tristeza. Empezar a ver lo obvio como si no se hubiera visto nunca. Entender en lo profundo eso que hace que salgan a aullar los perros. Sentirse, en el miedo, parte de un todo. Sentirse solo. Aferrarse a la fe. Sentir que la fe se despeña por el vacío matutino en la boca del estómago. Evadir. Tratar de dormir. Rumiar un mal sueño del que no estamos siendo capaces de despertar. Quebrarse. Repetir. ¿Puede existir una tormenta tan larga, tan lenta? Me he preguntado durante los últimos días, como si no llevara una vida viendo la crisis constante, siempre repetida; esperando la explosión latente, pero siempre lejana, de este lugar que nunca termina de convertirse en país.

XII

Las mascarillas vinieron a darle la palabra a la mirada. Nadie imaginó que los ojos iban a narrar en silencio estos días de miedo, de incertidumbre y carencia.

XIII

La pandemia nos ha obligado a tomar conciencia de la muerte. Esa que solo se llevaba, en la calle, a los que en algo estaban metidos. Esa que solo aguardaba por nosotros, sentada a la orilla de una cama de la vejez. Esa que solo nos tiraba su aliento frío en la nuca, porque nunca hemos sido tan bellos ni tan buenos para que se enamore de nosotros y nos lleve frescos. Desde hace meses, la muerte anda suelta e invisible por el mundo. De este lado todavía están los que la enfrentan, desafiantes, con más rabia que miedo, porque saben que aún peor que morir, es vivir sin tener qué comer mañana. También, los que están convencidos, y siguen yendo por la vida, con la idea de que lo que no se ve de frente, no existe. Otros son los que se pavonean afuera en nombre de la normalidad, con la arrogancia que les ha dado la superioridad material toda la vida, esa que en un mundo donde reina la miseria, los hace creerse invencibles. A todos los observan, con ansiedad, los que han podido optar por el encierro. Esos que a dos metros de distancia, se les percibe el miedo a la embestida. Los que sienten que un día cualquiera, a la hora menos indicada, tocarán a la puerta y no será el amor, un llamado de ayuda ni los Testigos de Jehová. Podría ser ella, podría ser la muerte, de la que hablan en las nuevas noticias, esa que siempre ha estado cerca, pero nunca antes había andado por los días, haciendo la ronda, tan indiscreta.


*Vania Vargas es poeta y narradora guatemalteca, ha publicado varios libros de poesía y narrativa, además de publicar periódicamente ensayos en periódicos y revistas, y trabajar como editora literaria.


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

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