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La unión que nos dejó la resistencia

Un ensayo para profundizar en la forma de organización de las autoridades indígenas de Totonicapán, en el trabajo y la resistencia liderada por los 48 Cantones durante el Paro Nacional indefinido que inició en octubre del 23 y la unión y esperanza que dejó en la ciudadanía.

“Para el Kame de los círculos infinitos, para el Kame de sonajas en las manos y los pies, para el Kame que me protege y me ha enseñado a Danzar …

“Para el Kame de los círculos infinitos, para el

Kame de sonajas en las manos y los pies, para el

Kame que me protege y me ha enseñado a

Danzar con la muerte la danza de la vida”…

Rosa Chávez

Poeta maya k’iche’ kaqchikel 

En los últimos meses parece que nada cambió en Chuimekena’, Totonicapán. Las personas, casas y caminos lucen igual. Los problemas y las contradicciones también. A simple vista, al menos, parece que nada ha cambiado. La realidad es muy diferente. 

En los últimos meses hubo fuerzas que chocaron, se agitaron y despertaron con toda la energía posible. Las cosas ya no son las mismas. No solo para el pueblo maya k’iche’, sino para todos los pueblos originarios de Ixim Ulew, nuestra tierra de maíz. 

Los más de cien días de resistencia indígena que culminaron el 15 de enero reciente nos ayudaron a redimensionar el gran valor de alzar nuestra voz para vencer el silencio impuesto por el racismo histórico y sistémico de nuestro país. 

Siempre hemos tenido voz y algo importante qué decir, pero muchos se han empeñado en ignorarla y callarla. Por eso ha sido necesario hablar más fuerte, incluso gritar, para que todo mundo nos escuche. 

Estos meses nos demostraron que nuestro papel en la vida política del país no debe ser el de subordinados u observadores, sino de protagonistas y tomadores de decisiones. Y, esto es importante, la coyuntura nos ha invitado a una profunda reflexión sobre la necesidad de preservar nuestro tejido social, heredado de nuestras ancestras y ancestros, y que en nuestro territorio está representado con la organización de los 48 Cantones de Totonicapán.

Para quienes nacimos y vivimos en este pequeño y frío municipio de casi 104 mil habitantes, ubicado a 200 kilómetros de Ciudad de Guatemala, nuestra forma de convivir y organizarnos no nos parece algo diferente o extraordinario. 

Es parte de la cotidianidad y de la forma de percibir el mundo desde nuestra cosmovisión maya k’iche’, transmitida desde la niñez y afianzada a lo largo de la vida. No tenemos registros exactos de cuándo surge la figura de los 48 Cantones de Totonicapán, pero según la historia compilada por la misma organización, después de la Independencia criolla de Guatemala, los nuevos gobernantes, en su afán por mantener el control sobre la población maya que era mayoría, establecieron las municipalidades indígenas y nombraron a alcaldes auxiliares. En realidad, estos alcaldes eran personajes controlados por ellos mismos y no representaban los intereses del pueblo. 

Así fue cómo, pasado el tiempo, la gente de Chuimekena’, «guiada por las enseñanzas y consignas de las abuelas y abuelos, fue generando, desarrollando y fortaleciendo su sistema de autoridades comunales y se fue rescatando y consolidando una forma de organización que es propia del pueblo k’iche’ de Totonicapán», explican las mismas autoridades

El servicio a la comunidad

Para entender nuestra organización debemos mencionar su fundamento filosófico primordial: el servicio a la comunidad, no como obligación o imposición, sino como agradecimiento al espacio que habitamos y la preservación de nuestra cosmovisión.

Aunque los cambios generacionales y la transculturización han ganado terreno, principalmente en las zonas urbanas del municipio, el concepto de servicio a la comunidad se sigue materializando todos los días. 

En la relación con las y los vecinos, especialmente en eventos aciagos como una enfermedad; cuando se apoya a la familia, se hacen visitas y se reúne dinero para los gastos; o en la muerte, cuando no es necesario contratar funerarias pues son los familiares y vecinos quienes realizan los preparativos, preparan comida, donan víveres, atienden a los dolientes y hasta cavan una fosa profunda para el entierro. 

En los cementerios comunitarios los espacios no se venden, pues son un derecho para las y los integrantes de la comunidad. Las personas que a lo largo de su vida han cuidado y contribuido a su mantenimiento, al igual que los demás espacios y bienes comunes. 

El servicio a la comunidad tiene su máxima expresión en el k’axk’ol, un trabajo voluntario y sin paga, que se realiza durante doce meses, por lo menos dos veces en la vida después de cumplir la mayoría de edad. Todos los años se eligen a las personas designadas para el servicio comunitario entre las y los representantes de cada familia del cantón o aldea. Se les designan comisiones y tareas para mantener la comunidad en armonía y paz, previniendo actos de delincuencia, resolviendo conflictos, preservando los bienes comunes y, sobre todo, protegiendo los bosques y el agua como elementos sagrados de nuestra vida. 

El k’axk’ol es fundamental para el cumplimiento de derechos de la población que, de otra forma, quedarían sin respuesta del Estado, como el arreglo de caminos o gestiones para el acceso a servicios básicos como salud, educación y justicia. 

Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, fueron las autoridades comunitarias, en coordinación con los servicios de salud, quienes tuvieron a su cargo la visita a los enfermos, los entierros nocturnos de los fallecidos, la educación y comunicación del tema en idioma k’iche’ y la vigilancia para el estricto cumplimiento de las medidas de prevención. 

Autoridades indígenas de Totonicapán marchan en la capital de Guatemala durante el Paro Nacional indefinido. Fotografía: Christian Gutiérrez.

Las asambleas

La asistencia a las asambleas mensuales o extraordinarias es vital para tener voz y voto en las decisiones que atañen a toda la comunidad. Desde las más pequeñas, como la limpieza de un camino, hasta las de mayor relevancia, como la resolución de conflictos o mediaciones aplicadas de acuerdo con nuestro propio sistema de justicia. 

En estos procesos se busca anteponer la reparación para las personas agredidas de parte de su agresor o de su familia (si desean responder por él), la conciliación y la oportunidad de que la persona que cometió el delito o falta pueda rectificar y corregir su comportamiento. En caso de reincidencia, se opta por una expulsión de la comunidad como última medida de sanción. 

Cabe aclarar que este sistema se aplica en coordinación con el sistema de justicia oficial y que cuando suceden delitos de alto impacto o cuando la persona agresora no es de la comunidad, se suele llamar a la Policía Nacional Civil para que sean ellos quienes resuelvan. No obstante, en algunas ocasiones las mismas personas afectadas prefieren resolver el problema dentro de la comunidad, pues no confían en el sistema oficial de justicia.  

En noviembre de cada año todas las familias deben enviar (por lo menos) a un representante a la Asamblea General de Elección de Autoridades, en la que se nombra a las personas más idóneas para ocupar estos cargos. 

No hay campañas o planillas organizadas. Cualquiera puede proponer un nombre a excepción del propio y someterlo a la votación de la asamblea. 

Las personas designadas para los cargos deben ser reconocidas por su liderazgo positivo, conciencia social y profunda vocación de servicio. A diferencia de las figuras de autoridad en otros ámbitos, ellos no ordenan o imponen sus resoluciones. Sólo son representantes y emisarios de las decisiones tomadas por cada comunidad y deben acatar y defender estas consignas. 

Para mantener la transparencia y confianza en los cargos, no se permiten reelecciones o vínculos con política partidista u otras figuras que representen conflictos de intereses. 

Después de su designación en cada comunidad, las autoridades se reúnen en el Consejo de Alcaldes de 48 Cantones, donde votan para elegir su propia Junta Directiva. El 31 de diciembre y 1 de enero de cada año las autoridades salientes y entrantes participan en diferentes eventos que culminan con la transición de las varas, el símbolo más preciado de su cargo, compañera y consejera que les recuerda constantemente su compromiso de servicio con el pueblo. 

La organización de las comunidades en Totonicapán, con todos sus problemas y carencias, especialmente en la representación de las mujeres, se ha mantenido fuerte en su transitar por el tiempo. Es una demostración de que la cohesión social sí es posible cuando se antepone el bien común sobre el individual, aunque esto requiera esfuerzo y sacrificios.   

No es una lucha perdida si alimenta la esperanza

Un sentimiento de incertidumbre mezclado con determinación nos embargó la noche del 1 de octubre de 2023, unas horas antes de iniciar la primera jornada del Paro Nacional Indefinido, con la toma de las principales carreteras en Totonicapán y Sololá. 

Se había decidido y anunciado varios días antes y todo estaba listo. Habíamos designado turnos en la familia para cubrir toda la semana. Nunca pensamos que la manifestación duraría más que eso, aunque estaba claro que no sería nada fácil. 

Llevábamos meses viendo con impotencia todas las acciones espurias del Ministerio Público y otros actores en el Organismo Judicial y el Congreso, tratando de socavar los resultados de las Elecciones Generales finalizadas en agosto. 

Y aunque los mismos pueblos indígenas siempre hayamos puesto en tela de juicio la idoneidad y representatividad del sistema democrático guatemalteco, sabíamos que los constantes ataques al proceso electoral nos pondrían en un escenario más peligroso e incierto del que ya teníamos. 

Uno donde el Gobierno de Giammattei, representando a poderes fácticos criminales y a las redes corruptas que se fueron tejiendo a lo largo de los años en todos los organismos del Estado, acabarían con los últimos vestigios de un Estado de Derecho en Guatemala. 

Con cada acción nefasta y desvergonzada, era evidente que muchas personas en Totonicapán deseábamos tomar medidas inmediatamente. No obstante, como siempre se ha cumplido antes de ir a una manifestación masiva, se debían agotar todas las instancias de negociación. 

Las autoridades ancestrales de Sololá y Totonicapán ya llevaban semanas realizando acciones conjuntas para solicitar un diálogo y exigir el respeto de los resultados de las Elecciones. Pero ninguna de las peticiones fue escuchada, ningún comunicado fue atendido, ni siquiera cuando se hicieron plantones frente a las sedes del Ministerio Público durante dos días seguidos. 

Autoridades indígenas caminan en la «marcha por la democracia» el 3 de noviembre de 2023. Fotografía: Christian Gutiérrez.

Las manifestaciones ciudadanas que ya se estaban realizando en Ciudad de Guatemala, las acciones de los pueblos indígenas no significaron nada para ellos y los intentos golpistas seguían avanzando sin amedrentarse. Era momento de reunirnos para tomar decisiones.

Así se hizo. A mediados de septiembre cada comunidad de Totonicapán fue convocada a una Asamblea General donde se acordarían las medidas a tomar en los próximos días. 

No sé cómo hayan transcurrido las reuniones en otros lugares, pero en mi comunidad algunas personas reclamaron por la demora de la manifestación en las carreteras. El alcalde narró que incluso había sido detenido en la calle por algunos vecinos que le reclamaron por «estar a favor de los corruptos». 

Después de explicar todo lo acontecido en idioma k’iche’ (como todos los temas en las asambleas), la población votó y se decidió por abrumadora mayoría que participaríamos en el Paro Nacional con reclamos puntuales: garantizar el cumplimiento de los resultados de las Elecciones Generales y la renuncia de Consuelo Porras, fiscal general del MP; Rafael Curruchiche, jefe de la Fiscalía Especial contra la Impunidad, FECI y el juez Fredy Orellana, todos reconocidos por sus resoluciones pro-impunidad y corrupción y por su ataque al proceso electoral. 

En el resto de los cantones de Totonicapán la decisión fue unánime. Si alguna comunidad hubiera votado en contra, como había sucedido antes, se hubiera prescindido de su participación respetando su autonomía. 

Se dieron unos días para la preparación logística, abastecimiento de las familias y organización de actividades para los comercios y oficinas que durante el paro deberían permanecer cerrados. 

Las autoridades comunales informaron a los medios de comunicación para que el país se preparara, pues Totonicapán y Sololá tomarían las carreteras como última medida de presión. 

La tarde del 1 de octubre hubo mucho movimiento en el centro de Totonicapán. Algunas familias celebraban el Día del Niño y algunas personas se trasladaban a otros municipios y departamentos donde trabajan o vivían, previendo que no podrían hacerlo en los días siguientes. 

Durante la madrugada, poco antes de partir hacia Cuatro Caminos, me invadieron las dudas y los malos presagios. Después de tantos años de corrupción cooptando cada organismo del Estado ¿realmente lograríamos nuestro objetivo? ¿Nos habíamos tardado demasiado en accionar? ¿Era acaso una batalla ya perdida? 

Y mi respuesta fue que era muy difícil lograr la renuncia de los funcionarios, pero eso no significaba que no valiera la pena manifestar. De hecho, el peor escenario posible era no ir, bajar los brazos y darnos por vencidos sin siquiera intentarlo. Eso era impensable. 

Totonicapán y Sololá se habían unido y eso nos daba una gran fortaleza, porque no iríamos solos como en otras ocasiones. Partíamos hacia una lucha difícil, la más grande en nuestra historia reciente, y entre todas nuestras dudas brillaba con fuerza una certeza: estábamos haciendo lo correcto.

Nuestros días en la carretera 

A veces tenemos la dicha de vivir eventos únicos, situaciones que no pueden ser descritas fácilmente en primera persona, porque han sido originadas por una energía y fuerza colectiva. Son experiencias compartidas de personas unidas, casi siempre por la adversidad y la esperanza de cambiar estas circunstancias. El Paro Nacional Indefinido está entre estos eventos extraordinarios.

En mi comunidad, ubicada como a tres kilómetros del centro de Totonicapán, la bocina nos llamaba cada día desde las 5 de la mañana. Salíamos a prisa, preparados para la jornada con comida, agua pura, un costal o cartón para sentarnos en la carretera cuando las piernas ya no respondieran, una gorra para resguardarnos del fuerte sol que pegaba casi todo el día o una sombrilla para protegernos de las fuertes lluvias que nos sorprendieron algunas tardes. 

Caminábamos hacia el punto de encuentro, frente al salón comunal, y abordábamos los buses designados para llevarnos hacia Cuatro Caminos. Los mismos buses que en un día normal nos transportan de la comunidad al centro del municipio. 

Los pasajes, que salían de nuestro bolsillo, al igual que todos los gastos de esos días, variaba de acuerdo con la distancia del cantón o aldea hacia el punto de encuentro de la manifestación. Estábamos divididos por comunidades para cubrir todas las entradas del municipio. 

La llegada a Cuatro Caminos solía estar envuelta por la niebla y el frío característicos de estas tierras. Algunas personas habían llegado antes, incluso habían pernoctado en el lugar y ya se encontraban desayunando en la carretera o tomando café y comiendo chuchitos en las diferentes ventas de alimentos instaladas en el lugar. 

A cada tanto llegaban más buses, motos y carros trasladando a más y más manifestantes. Éramos tantos que los vehículos no podían llegar hasta Cuatro Caminos y teníamos que completar el trayecto a pie, un par de kilómetros. 

Éramos como una marea, que se dirigía al escenario destinado a las y los oradores de la jornada, autoridades y personas voluntarias de cada comunidad que tomaban el micrófono para recordarnos el porqué de la lucha, para informarnos sobre las acciones de las autoridades ancestrales en Ciudad de Guatemala o para darnos ánimo en las horas más difíciles, cuando el sol se tornaba más fuerte; después del almuerzo cuando aumentaba el cansancio; o, lo que más nos afectaba anímicamente: las malas noticias desde la capital.

En las tres semanas de manifestación en carreteras y caminos, los diferentes escenarios instalados en puntos estratégicos nunca estuvieron vacíos. Al pasar los días, más y más personas se animaban a tomar el micrófono y expresarse en público. 

Una marcha convocada por los 48 Cantones de Totonicapán camina por el puente el incienso hacia el Centro Histórico, 3 de noviembre de 2023. Fotografía: Christian Gutiérrez

Escuchamos palabras en idioma k’iche’ y en español y compartimos el sentir de estudiantes, amas de casa, líderes religiosos, campesinos, comerciantes, comunicadores, maestros, artistas, personas de la tercera edad y hasta niñas y niños. 

Primero fueron solo discursos reivindicativos, reclamos al gobierno, reflexiones sobre la realidad de los pueblos indígenas, nuestra historia y actualidad. Luego, se fueron sumando otro tipo de expresiones: bailes, canciones, música, hasta convites y mariachis para inyectarnos ánimo y optimismo. 

Llegaron decenas de delegaciones desde los puntos más lejanos del Occidente del país, con comida, agua y autobuses llenos de personas para acompañarnos; algunos solo hacían una breve parada y continuaban su camino para unirse a la resistencia en Ciudad de Guatemala.  

Todas las mañanas y tardes se seguía un ritual muy importante. Se iniciaba la jornada y se finalizaba con una oración. Cientos de personas se hincaban en el asfalto para pedir sabiduría y comprensión para nuestros representantes la capital y fortaleza y esperanza para todas las personas que dejaban su hogar, trabajo y familia para luchar por el bien común. 

En estas reflexiones no faltaba el recuerdo y ejemplo de nuestros mártires Atanasio Tzul y Lucas Aguilar quienes, en el Levantamiento Indígena de Totonicapán en 1820, ofrendaron su vida por la liberación del pueblo maya k’iche’ de Chuimekena’. El espíritu de ellos, de todas nuestras abuelas y abuelos, siempre estuvo presente para darnos fortaleza y valor. 

El ánimo y la esperanza crecían cada día gracias a las muestras de apoyo y solidaridad, con personas organizándose y sumándose a la protesta en todo el país o donando víveres, alimentación y consultas médicas para quienes ya estaban en resistencia. 

Pero también hubo jornadas extremadamente difíciles, especialmente para las autoridades y voluntarios que decidieron pernoctar en la carretera y permitir que los demás fuéramos a descansar a nuestros hogares. 

Debíamos lidiar con la frustración e impotencia cada vez que la fiscal emitía un comunicado o declaraciones aferrándose al puesto, criminalizando la protesta y ordenando nuestro desalojo. 

Otro de los momentos desgastantes fue la reunión a puerta cerrada de las autoridades ancestrales con Giammattei. Fueron horas de tensión, donde nos mantuvimos expectantes, para que el final resultara en nada. 

Todo el secretismo despertó la suspicacia de algunos y hubo que llamar a la reflexión sobre nuestro papel en las protestas y cómo el Gobierno podría estar utilizando estas estrategias para separarnos, lo que no podíamos permitir. 

Recuerdo una noche, al final de la primera semana de manifestación, cuando al subir al bus de regreso a casa escuché a varias personas hablando sobre el cansancio acumulado y lo que sucedería en los próximos días. 

Creí que expresarían su deseo de finalizar todo, pues después de varios días no parecíamos encontrar una respuesta; pero, para mi alivio, fue todo lo contrario. Las personas decían que «después de tanto sacrificio no podíamos rendirnos» porque enviaríamos el mensaje de que Totonicapán y los pueblos indígenas podíamos ser pisoteados cuando los corruptos quisieran. «Llevamos 500 años de resistencia, de soportar injusticias, violaciones a nuestros derechos y desigualdad, ¿cómo no vamos a poder aguantar unos más días de lucha?», manifestaban algunos mientras otros aseguraban que si «habíamos soportado la pandemia, cuando el gobierno nos encerró sin poder trabajar durante meses, mientras el presidente se robaba el dinero del covid, ¿cómo vamos a desfallecer ahora? Podemos resistir más». Y así fue. 

Ante la provocación, un llamado a la calma

Al principio, llegar a casa era un alivio. Significaba poder descansar, relajarnos un poco y prepararnos para el siguiente día. Pero esto cambió el 4 de octubre, apenas tres días de iniciada la manifestación. 

Como siempre, la noche estaba en silencio y calma, cuando de pronto comenzó un incesante sonido de silbatos y vuvuzelas. Todo era desconcertante, no sabíamos qué pasaba hasta que la bocina de la comunidad nos puso en alerta: tenían información sobre patrullas de antimotines intentando entrar a Totonicapán desde la carretera de Santa Cruz Quiché. 

Nos llamaban a levantarnos, organizarnos y cerrar las vías más cercanas, pues no sabíamos si realmente los policías habían logrado infiltrarse en las comunidades. 

En cuestión de minutos estábamos en las calles y caminos. Mujeres y hombres de diferentes edades, algunos con leñas o palos de escoba en las manos, otros sin nada para defenderse, haciendo fogatas para proteger los caminos. 

Hicimos guardia casi dos horas hasta que nos confirmaron que había sido una «falsa alarma». Nunca supimos cómo o quién la originó, si realmente alguien se confundió e inició el rumor o alguien lo había hecho para desgastarnos y asustarnos. 

Era posible que desde el mismo Totonicapán personas que no estuvieran de acuerdo con las protestas o aliados de los corruptos (que han gobernado durante años) nos quisiera sabotear desde adentro. 

Lo cierto es que desde esa noche estuvimos más alertas y aumentaron los intentos por amedrentarnos. Los helicópteros sobrevolaban constantemente y algunos se acercaban demasiado a los poblados. No sabíamos si llevaban mercadería, personas o algo más. 

Empezó una fuerte campaña de desinformación en las redes sociales contra las autoridades ancestrales y las manifestaciones. Difamaban, se burlaban e insultaban con frases llenas de racismo, ignorancia y perversidad. 

La verdad, eso nos importó poco, ya que (tristemente) estamos acostumbrados a recibir ese tipo de mensajes de odio que, en vez de reprimirnos, nos fortalecen. 

Lo realmente preocupante fue la revelación de datos personales de manifestantes y sus familias y las amenazas de muerte que se cumplieron el 16 de octubre, con el asesinato de Francisco Velásquez Gómez en Malacatán y los múltiples ataques violentos contra los manifestantes en diferentes puntos del país. 

Los constantes reclamos y la presión del MP, el Cacif y hasta la Corte de Constitucionalidad para violar nuestro derecho constitucional a manifestar, sin ni siquiera haber propiciado un diálogo, nos hizo unirnos más para enfrentar lo que viniera. 

Y lo que llegó fue una clase magistral de organización enviada por los vecinos de la Colonia Bethania, en la zona 7 de Guatemala, quienes, utilizando únicamente su ingenio y sus recursos, lograron enfrentar a los antimotines y hacerlos retroceder sin hacer uso de la violencia. Ese fue uno de los momentos más simbólicos y reconfortantes del Paro Nacional, que ha quedado en nuestra memoria colectiva.

Hubo muchas provocaciones e intimidaciones de diferente escala, pero las autoridades ancestrales siempre llamaron a la calma y demostraron constantemente que estábamos en una manifestación pacífica. 

Esta templanza y sabiduría fueron fundamentales para afrontar el momento más álgido de los 20 días en las carreteras, cuando la noche del 16 de octubre apareció un camión del Ejército lleno de soldados en la comunidad de Nimapá, en la carretera que conduce de Totonicapán a Cuatro Caminos. 

Nuevamente volvieron a sonar con fuerza los silbatos y las vuvuzelas, pero a diferencia de la primera vez, las autoridades no hicieron un llamado para reunirnos e ir al lugar. Sabían que entre más personas estuvieran en allí sería más fácil que los ánimos se caldearan o que llegaran infiltrados para incitar a la violencia. 

Solo pudimos seguir la transmisión en las redes sociales preguntándonos cómo había sido posible que este camión apareciera en Totonicapán cuando todos los accesos estaban cerrados. 

Su explicación sobre «haberse perdido por culpa del GPS» no fue nada verosímil y hasta hoy, muchos creemos que fue un acto de intimidación y provocación. Esto, tomando en cuenta la Masacre de Alaska del 4 de octubre de 2012, cuando el ejército asesinó a seis de nuestros vecinos e hirió a 34 más mientras manifestábamos en defensa de la carrera de Magisterio.

Las autoridades de Nimapá y comunidades cercanas dialogaron con la población y recordaron la importancia de mantener las manifestaciones pacíficas, pues el Gobierno solo estaba esperando una oportunidad para justificar el uso de la fuerza. 

Después de horas de tensión, se alcanzaron acuerdos y el camión fue escoltado y cuidado por las mismas autoridades hasta la salida de Totonicapán. Se había logrado una victoria más en medio de la adversidad y la crisis.

Un grupo de manifestantes permanece frente a la sede central del Ministerio Público durante el plantón de octubre de 2023. Fotografía: Christian Gutiérrez.

Nuestra existencia es resistencia

Hay un poema que siempre me conmueve. Es el que abre el libro Quitapenas de la autora Rosa Chávez, poeta maya k’iche’ kaqchiquel y que cité al principio de este escrito. 

El poema menciona al «Kame de los círculos infinitos… el Kame que enseña a danzar con la muerte la danza de la vida». El Kame es el nahual del fin de las cosas, de la muerte y el renacer. El Kame nos habla del tiempo cíclico, como lo concebían nuestras ancestras y ancestros, de la importancia del fin para dar pasos a nuevos principios. 

Nuestra cosmovisión y nuestra historia son la viva prueba de ello. Nuestro pasado es de dolor y está cubierto de sangre, pero también es de gloria, sabiduría y conocimiento. 

Llevan cientos de años intentando desaparecernos, quitándonos la vida, la identidad y nuestro espacio en el mundo. 

Llevan cientos de años y hoy siguen intentándolo, invisibilizándonos, ignorándonos, despojándonos y sumiéndonos en un sistema racista e injusto que nos circunscribe a los índices más bajo del desarrollo humano en el país. Pero, como escribió el gran poeta maya kaqchikel, Luis de Lion, desaparecido durante el genocidio en Guatemala, «nos restan y les resultamos sumas… nos dividen y les resultamos multiplicaciones».

En estos más de cien días de resistencia les resultamos multiplicaciones, porque nunca en nuestra historia reciente habíamos visto a los pueblos originarios de Ixim Ulew, ixiles, tz’utujiles, kaqchiqueles, xincas, achíes, q’eqchi’es, poqomanes, k’iche’s… unidos pronunciándose como uno solo y luchando por un objetivo común. 

Un objetivo que no era proteger un candidato o un partido político, sino para defender nuestra autodeterminación, nuestra forma de vida, territorios y también para mantener viva la esperanza de lograr cambios positivos para quienes somos ahora y para quienes vendrán después.

El 20 de octubre por la tarde, después de una jornada de música, baile y mensajes reivindicativos, los 48 Cantones de Totonicapán nos despedimos de las carreteras y caminos para dirigirnos, por turnos, a acompañar la resistencia frente al Ministerio Público en Ciudad de Guatemala, donde las autoridades ancestrales se mantuvieron firmes y acuerpadas hasta la última noche y madrugada, después de la tan anhelada y casi malograda transición de Gobierno. 

Algunas personas han escrito con admiración que los pueblos originarios iniciamos una nueva revolución en Guatemala, pero solo el tiempo nos dará una mejor perspectiva de lo que, junto a las diversas expresiones y acciones tomadas por diferentes actores en defensa del Estado de Derecho en Guatemala, logramos o no en la vida política y social del país. 

Lo que podemos enaltecer, sin temor a equivocarnos, son todas las victorias simbólicas logradas en esta fase de la resistencia. La más importante, como mencioné anteriormente, fue la unión y solidaridad entre pueblos mayas, xincas y mestizos y el haber reivindicado nuestro puesto legítimo como representantes de la población y actores clave en un territorio eminentemente indígena. 

Para las mujeres mayas, la resistencia también nos dejó el liderazgo de mujeres que representaron dignamente a sus comunidades y destacaron como autoridades comunitarias o lideresas al frente de las manifestaciones. 

Y aquí debemos mencionar la inspiración y ejemplo de Luz Emilia Eulalio, alcaldesa de Santa Lucía Utatlán, Sololá, quien desde el primer día fue protagonista de la resistencia pacífica y cuyas declaraciones siempre estuvieron llenas de inteligencia, claridad y dignidad. 

Hoy, varios días después de la toma de posesión del presidente Arévalo, algunos nos han preguntado qué esperamos de este nuevo Gobierno. Mucha gente en Totonicapán le hemos dado el beneficio de la duda al proyecto político de Semilla, pero estamos conscientes de que su experiencia política, más urbana y mestiza, es muy diferente a la nuestra y que el sistema sigue plagado de personas, instituciones y fuerzas oscuras que seguirán rigiendo este país. 

Sabemos muy bien que los ansiados cambios no se lograrán en cuatro años y no deseamos que ellos asuman el papel de nuestros defensores o salvadores. Los fundamentos racistas y excluyentes del Estado tal vez podrán desaparecer algún día, pero será tarea de todas y todos lograrlo. 

Lo que realmente esperamos del nuevo Gobierno es que asuman los compromisos adquiridos con la población y que se respeten nuestros derechos, autonomía, cosmovisión y autodeterminación, que en teoría se protegen a través de tratados internacionales y leyes nacionales, pero que en la práctica siguen siendo altamente vulnerados.

Los pueblos originarios tal vez no iniciamos una revolución, pero logramos algo igual de importante: un ciclo de siembra. En los últimos meses hemos pedido al ajaw para que los tiempos futuros sean buenos, hemos pedido permiso a la tierra para sembrarla y hemos trabajado para hacerla más fértil. 

No es casualidad que el reciente 15 de enero, día que finalizó esta fase de la resistencia indígena, haya estado marcado por la energía Iq’, representación del viento y de la vida, nawal de la lluvia y el día del corazón del cielo y el corazón de la tierra. 

Estamos en un tiempo ideal de germinación, pero ¿cómo serán los frutos?, ¿cuándo los veremos madurar? No podemos saberlo. Es muy probable que no seamos nosotros quienes veamos el fin de este ciclo, pero eso no importará, porque ya vimos los primeros brotes, sabemos que seguirá la vida. 


¿Quieres conocer más sobre la resistencia y la lucha del pueblo de Totonicapán? De dejamos algunas lecturas para que puedas seguir profundizando.


Fotografía de portada: Christian Gutiérrez.

Flor de María Pérez Tzaquitzal

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