[Lee aquí la primera entrega de Parto Nacional: El tiempo] pero como los mares urden oscuros canjes y el planeta es poroso, también es verdadero afirmar que todo hombre se …
[Lee aquí la primera entrega de Parto Nacional: El tiempo]
pero como los mares urden oscuros canjes
y el planeta es poroso, también es verdadero
afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges
Jorge Luis Borges
En la cueva de Blombos en Sudáfrica se encontraron piezas que podemos considerar las más antiguas marcas de la humanidad. Un pedazo de hueso con una especie de signo numeral dibujado con un crayón —por decirlo de alguna forma— que tiene 80 mil años de antigüedad.
Desde entonces, hemos venido perfeccionando la técnica. De aquellos dibujos de las cavernas pasamos al iPhone en el bolsillo y a donde vamos nos acompañan los símbolos que nos representan, queramos o no.
Al qadi, significa juez. «El juez» en árabe. De ahí viene «alcalde», de la España árabe que apenitas acababa de transformarse cuando Colón llegó a este continente.
Así de porosa es esta tierra. Los alcaldes ejercían roles de justicia en aquel mundo árabe y para ello utilizaban su vara, como unidad de medida —que se sigue utilizando así en varios contextos guatemaltecos— y como símbolo de justicia.
Así que por lo que toque de africano en el mundo árabe podemos decir que tanto la vara de autoridad de las alcaldías indígenas como la marimba que se ha escuchado con tanto goce y festejo durante el Paro Nacional que inició el 2 de octubre de 2023, son regalos de una memoria africana que aún nos acompañan y significan.
La conexión no es gratuita. Los signos son base esencial de la unidad de los pueblos sí, pero también de su unión creativa, reproductiva si queremos, herencia, legado, injerto, invasión, apropiación, resignificación. Aglutinantes que somos los humanos, cae un signo y nace un árbol.

El Aj es un nahual, y como energía representa la caña de la milpa, y la vara de la autoridad. Ambas.
Como palabra, es un glifo esencial en la escritura maya, un prefjio que funciona como complemento agente, es decir, nos dice por quien, o quien hace. Esto pasa a varios idiomas contemporáneos como un prefijo de lugar de procedencia, de profesión, entre otras propiedades de identidad y agencia.
Como en Aj Mam —el abuelo de la vara, o Maximón—, como en Ajpop —donde «pop» es la misma palabra del Pop Wuj y que es el título que tiene el alcalde comunitario—.
Ajpop, una palabra, un signo, un rol. La autoridad legítimamente electa por su pueblo, en asamblea comunitaria, en procesos a viva voz, es nombrada por un período acordado y es un alto honor y es una gran responsabilidad.
Mujeres y hombres que reciben de su comunidad esta vara que representa la autoridad del pueblo, la voz y el poder de todas esas personas.
Las habrán visto ustedes por ahí, debajo del brazo de una persona que habla por teléfono, en el regazo de una mujer que se ríe hablando con otra, en la mano de un grupo de personas que frente al Ministerio Público en 2023, o en una carretera, levantada por el centro y sobresaliendo de las demás manos con un pomo plateado en la punta o simplemente de madera, y algún textil atado en el borde.

Hagamos un ejercicio de memoria sobre las marchas de 2015. Busquemos un símbolo, elijamos un lugar y en ese lugar detengamos la imagen.
Probablemente, vengan banderas, pancartas, vuvuzelas, hashtags, y sí, a su manera todos estos elementos están todavía ahí, salieron a las calles entonces y volvieron a las calles ahora.
Pero las varas levantadas —que sí estaban—, esas no necesariamente aparecen en la memoria de las manifestaciones de hace ocho años.
«En el campo y la ciudad», empezaban algunas de las arengas de las manifestaciones de la oleada anticorrupción que se trajo al piso —al menos temporalmente— la red de corrupción del gobierno de Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, Alejandro Sinibaldi y, dirigiendo la orquesta en el legislativo, Manuel Baldizón.
La dupla campo-ciudad aludía entonces a la histórica distancia rural-urbana tan particularmente sensible en Guatemala.
La otra dupla simbólica que suele aparecer cerca de esta primera es la de indígena-campesino.
El objetivo de este texto no es detenernos en la complejidad de estas palabras escritas a dupla (ladino-mestizo, me faltaría), sino en si esta misma dupla, la de campociudad, que aparece en este 2023 sobre la mesa.
Términos como «autoridades indígenas», «alcalde indígena», «alcaldías», o ya directamente asociaciones de alcaldías como «48 cantones» o «Alcaldía Indígena de Sololá», se han leído con frecuencia durante este segundo semestre del año.
***
El domingo 1 de octubre, la junta directiva de 48 cantones, que aglutina las alcaldías indígenas de Totonicapán, dio una conferencia de prensa anunciando que vendrían a la capital —desde donde escribo este texto— para iniciar un paro nacional frente a la sede del Ministerio Público.
Esto es casi 200 km atravesando lo que del Cinturón de fuego nos toca en el altiplano guatemalteco. Y el lunes estaban ahí.
Las puertas y rejas del edificio cerradas y, frente a ellas, tres toldos para protegerse del sol y la lluvia, dos camionetas parqueadas, un juego de micrófono y bocinas.
Esa tarde de lunes, el grupo conformado por autoridades de Totonicapán, Chichicastenango y Sololá, era relativamente pequeño.

Las bocinas y el micrófono también tenían turnos de espera para dirigirse a la población que escucha y a las autoridades. Unas autoridades que, aunque ya habían abandonado el edificio, estaban representadas en sus pasillos.
En esos mismos pasillos, en muchas ocasiones, han ido y venido entre miles de denuncias de todo tipo, unas muy específicas relacionadas con defensa del territorio, proyectos extractivistas, o casos de justicia transicional y memoria histórica.
Y en estas denuncias suelen aparecer nombres como los de ellos, quienes convocaron este paro. Fotos como las de ellos, mapas como los de los lugares de donde llegaron esos buses que ahora están parqueados y funcionan como altura «para la foto» en el escenario donde ha iniciado el paro.
En las rejas se sostienten amarradas pancartas con toponimias de lugares, consignas, fotografías de la fiscal general, del presidente Giammattei, y de los otros dos fiscales y el juez. Y justo en el centro simbólico de la fachada, a nivel de la calle y en parte de la reja: un altar.
Los altares en la cosmovisión maya están al nivel del suelo. Un abuelo en una de las montañas ixiles nos explicó, años atrás, que el humo y el fuego ascienden verticalmente hacia el cielo, pero que las ofrendas de la ceremonia son para la tierra. Madre, abuela, como prefieran.
Así, sobre el asfalto, una mezcla de materiales tradicionales de la ritualidad maya yacen en un círculo: pétalos de flores, resinas aromáticas e inflamables (pom y ocote) dejan una marca de carbón que muestran que ahí se encendió un fuego.
Veladoras aún ardiendo y flores en racimo quedan fijadas para marcar el lugar donde se invoca al fuego y a las 20 energías que rigen el Tzolkin. Y, sentados en gradas y banquetas, jóvenes, mujeres y hombres (la mayoría), sostienen bajo el brazo, en la mano o en el regazo su vara mientras hablan, comen café con pan o miran el teléfono.
En aquel primer día, una imagen circula por las redes a eso de las seis de la tarde. Piden donaciones de alimentación, medicina y artículos de limpieza para las personas que, a partir de esa noche, se quedarán ahí bajo la consigna «hasta que renuncien».
Con la noche, llega la lluvia y con ella la amenaza de la dispersión. Los toldos gotean por los bordes y forman una cortina de lluvia que reúne bajo estos techos a una extraña mezcla de autoridades ancestrales, trabajadores y vecinos, voluntarios de organizaciones, y pequeñas montañas de «cosas» sobre un par de mesas, donde van a colocarse los alimentos que empiezan a llegar.
Aquella primera velada han puesto a sonar una marimba orquesta en la bocina, y se improvisa una pista de baile bajo un bombillo de luz blanca que cuelga de uno de los toldos.
Esa noche del 2 de octubre mostraría el borde de lo que pasaría en decenas de lugares en todo el país. Un salto de una especie de timidez ciudadana ante una experiencia extraña en algunos casos se asoma como a ver, para quedarse. O, todo lo contrario, la emoción organizada, la fuerza de una comunidad de comunidades que hacen turnos y distribuyen tareas porque saben hacerlo, porque saben acompañarse, y saben contagiarlo.
Diez días después, en más de 100 puntos se repite la escena y la consigna «hasta que renuncien».
Y en uno de estos puntos, dos influencers k´iche´s se graban desde una tarima en el medio de una carretera, en primer plano el rostro de uno de ellos respondiendo al presidente, sostiene un micrófono y dice «ese cerote es un mentiroso, sabes qué, Rafa, te voy a decir algo, la gente está cansada de la corrupción, le voy a dar un mensaje a esos cerotes que están allá».
Toma aire y grita: «¿Somos poquitos?». La cámara gira y cientos de personas en medio de una carretera levantan las manos gritando, al fondo una montaña. Parte de lo que nos toca del Cinturón de fuego deja caer una bella neblina, y en primer plano, entre las manos levantadas, varias personas alzan con orgullo su vara de autoridad.
Los ajpop del pueblo.

Fotografía de portada: Christian Gutiérrez.
