Manolo Vela: «El pasado está aquí»
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Manolo Vela Castañeda, doctor en ciencia social y profesor investigador, conversa en esta entrevista sobre sus más recientes investigaciones y los retrocesos democráticos en Guatemala. Vela Castañeda habla de la violencia durante la guerra, la resistencia y la necesidad de encarar el pasado para no cometer los mismos errores.


Manolo Vela Castañeda nació en Mazatenango, Suchitepéquez. Tiene un doctorado en ciencia social con especialidad en sociología por el Colegio de México. Desde 2012, es profesor investigador en la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México. Fue perito en el proceso judicial por la masacre ocurrida en 1982, en la comunidad Dos Erres, Petén.

Sus investigaciones se centran en la violencia y la resistencia durante la guerra en Guatemala. 

Sus más recientes publicaciones son «Micropolítica del terror y la resistencia» y la investigación colaborativa «Guatemala, la república de los desaparecidos». Vela Castañeda da un panorama del funcionamiento de los centros clandestinos de detención, los escuadrones de la muerte, los repertorios de tortura y las formas de resistencia de los militantes. 

Mientras que en la investigación colaborativa abordan el fenómeno de la desaparición forzada desde diversas perspectivas. También es autor de «Los pelotones de la muerte» y editor de «Guatemala, la infinita historia de las resistencias».

Vela Castañeda opina que en Guatemala se da la espalda al pasado para no enfrentar el infierno que se vivió durante la guerra y que ahora el país se encarrila, de nuevo, hacia el mismo camino. 

«Hemos permitido nuevamente que una coalición mafiosa tome el control de las instituciones. Es lo mismo que pasó en aquel tiempo con la institución militar y esas alianzas con los empresarios que posibilitaron tener el control de todo. Esa impunidad garantizada permitía lo que hemos indagado con estas investigaciones», asegura.

En los últimos siete años, al menos 86 fiscales, jueces, periodistas y ciudadanos han sido amenazados, denunciados y perseguidos penalmente por el Estado de Guatemala.

A pesar de los retrocesos democráticos actuales, Vela Castañeda resalta que aún hay trincheras de resistencia en la política, medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil. 

Manifestación frente a la Torre de Tribunales, en la que periodistas, familiares y miembros de la sociedad civil protestaron por la captura de José Rubén Zamora. Fotografía: Sandra Sebastián.

¿Cómo surge el interés por investigar acerca de desapariciones forzadas, los centros clandestinos de detención, escuadrones de la muerte y la resistencia de los militantes?

Yo he tratado de hacer indagaciones en torno a la violencia política, moverme entre la violencia y la resistencia. Son dos fenómenos que están muy relacionados. En algunos casos la resistencia es frente a la violencia que se está dando y en otros son procesos de resistencia colectivos los que llevan a una intensificación de la violencia. Ahora traté de ver a los perpetradores desde la perspectiva de las víctimas, que ellos nos cuenten, en esos pequeños fragmentos de realidad que pudieron ver y estar conscientes.

Detecté que los centros clandestinos de detención y los escuadrones de la muerte significaban para las ciencias sociales en Guatemala una de sus fronteras. Precisamente porque la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) tuvo muchas restricciones que le impidieron llegar a ese nivel por la nula colaboración del gobierno y el Ejército. 

Ahora que menciona las fronteras de la investigación, en una publicación usted indica que las ciencias sociales no han logrado mostrar las relaciones entre militares y sus aliados en el sector empresarial y en las élites políticas. ¿Por qué no se ha logrado y qué hace falta por investigar?

Se tiene la idea de que no se pueden trabajar esos temas porque no hay fuentes. Pero no es que no hay fuentes, es que no hay investigadores que tengan el hambre de ir por el tema. Trabajando y aproximándose, se encuentran fuentes y formas de meterse por las rendijas. Ningún integrante de los escuadrones quiso hablar conmigo, pero fue posible salvar ese valladar desde la perspectiva de las víctimas. Desde el periodismo se realizó una aproximación a las élites económicas en el contexto de la guerra. Nos falta ver las repercusiones de las operaciones que la guerrilla desarrolló.  

Hay un vacío enorme. Hace falta muchísimo, un acervo inmenso de documentos en el Archivo Histórico de la Policía Nacional que todavía se tiene acceso y está allí. Hasta hace algunos años hubo un desarrollo importante de procesos judiciales que producen expedientes con testimonios, documentos oficiales, hojas de vida, hay muchos archivos vinculados que siguen sin ser explotados. Eso se debe en parte a que la cooperación internacional ha dejado de invertir en investigación. También debido a la situación en la que se encuentra la universidad pública (Universidad de San Carlos de Guatemala), prevalece una especie de pacto de mediocridad porque hay investigadores, pero no hay publicaciones. Luego la Universidad Rafael Landívar ha tenido altibajos, pero al menos intenta mantener una revista y algunas publicaciones. 

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Ahora, fiscales, jueces, periodistas y ciudadanos son perseguidos penalmente por el Estado. Los gobiernos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei debilitaron el Archivo Histórico de la Policía Nacional, un importante fondo de consulta para procesos de justicia transicional y espacio de memoria histórica.

¿Qué pasará con los casos de justicia transicional, con los crímenes de la guerra?

Estamos viviendo una contraofensiva. La dinámica que tenemos es un alineamiento de fuerzas políticas, militares y élites económicas. Al haber perdido la autonomía del Ministerio Público en relación con el poder político, hemos perdido capacidad de llevar adelante procesos judiciales independientes, que también nos lleva a la dimensión de la justicia de transición. Es difícil para los familiares de las víctimas, muchos han muerto y otros están en una edad avanzada. 

La gran interrogante es cómo salir de esto, cómo recuperar las instituciones. Hay aún trincheras importantes, una creo que es la política, otra son los medios de comunicación para plantearle cara a esta persecución que se ha desatado, y otra es el activismo en organizaciones sociales, de cooperación o estudiantiles. Es un momento bastante duro para nuestro país. 

Miles de estudiantes y ciudadanos comunes marchan unidos, el 20 de mayo de 2022, en la “Caminata por la dignidad” organizada por los estudiantes de la Universidad San Carlos de Guatemala. Fotografía: Eduardo Say / Plaza Pública

Su reciente investigación colaborativa se titula «Guatemala, la república de los desaparecidos». ¿Qué significa ser una república de personas desaparecidas?

Somos una sociedad que no hemos aceptado el infierno al que llegamos a caer en aquel tiempo. Precisamente es no tomar conciencia de ese infierno lo que nos ha llevado a la situación actual. No nos importa las instituciones de justicia, no nos importa el procurador de derechos humanos, el Tribunal Supremo Electoral. Hemos permitido nuevamente que una coalición mafiosa tome el control de las instituciones. Es lo mismo que pasó en aquel tiempo con la institución militar y esas alianzas con los empresarios que posibilitaron tener el control de todo. Esa impunidad garantizada permitía lo que hemos indagado con estas investigaciones. 

No aceptar o no estar conscientes del infierno en el que nos convertimos, es lo que lleva a que ahora estemos encarrilados en ese mismo camino. El menosprecio de las instituciones de control, de no tener en cuenta lo importante de un sistema de pesos y contrapesos. 

En el libro se entiende la desaparición forzada como arma de guerra y una técnica de tortura. ¿Cuáles fueron sus principales hallazgos?

Logramos extender la frontera de lo que hasta ahora conocíamos acerca del fenómeno de la desaparición forzada, con el trabajo de varios colegas. A mí me ha gustado trabajar con otras colegas y otros colegas. Hacer comunidad, porque es aprovechar el trabajo que llevaron adelante para procesarlo y devolverlo.

Hay varias aproximaciones, una es la de Marc Drouin, que logra presentar un relato sobre cómo la doctrina francesa está presente en los documentos que estudiaban en aquel momento los militares guatemaltecos. La doctrina francesa hace parte del manual de guerra contrasubversiva que usaban para formar a sus oficiales, es un hallazgo extraordinario. Más allá del caso de Guatemala, esta doctrina estuvo presente en Argentina, luego se llevó a muchos países de América Latina en el contexto de la guerra fría. 

Laura Sala hace una indagación en las tesis de ascenso del Centros de Estudios Militares en el grado de coronel. Nos muestra el pensamiento de los militares, a través de estas tesis en relación con la guerra. También se presentan casos paradigmáticos como las desapariciones forzadas de Alma Lucrecia Osorio Bobadilla y Edgar Fernando García, con los hallazgos que se encontraron en el Archivo Histórico de la Policía Nacional y que la justicia utilizó para dar con los autores. Hay otros temas que tienen que ver con archivos, por ejemplo, el trabajo de Nelly Reyes del acervo del archivo del Estado Mayor Presidencial. Una unidad que brindaba protección al presidente y su familia y que al mismo tiempo era un escuadrón de la muerte. 

Rachel Hatcher realiza una reflexión sobre las caras de los desaparecidos en los empapelados en las calles. Hay otro trabajo de Carlota McAllister sobre las exhumaciones y de Olga Alicia Paz sobre la justicia enfocada desde las mujeres. Cierra el estudio un trabajo de Julieta Rostica sobre la conexión formativa entre los perpetradores de los grandes escuadrones en Argentina y Guatemala. Mucha gente piensa en la Escuela de las Américas y Estados Unidos, pero la clave está en los oficiales argentinos y la cátedra que dieron a los guatemaltecos. 

Portada de la investigación colaborativa que editó Manolo Vela Castañeda. Fotografía: Librería Sophos

Usted aborda el concepto de militancia de alto riesgo. ¿Cómo se explica que los militantes resistieron, pese a la respuesta violenta del Estado?

En el libro Micropolítica del terror y de la resistencia (Ed. Prometeo) trabajé con la trayectoria de cinco militantes: tres hombres y dos mujeres. Guatemala era territorio de alto riesgo, en el cual ser parte de cualquier organización era muy peligroso. Lo que uno se encuentra en la trayectoria de estas mujeres y hombres es que hacer lo que ellos hicieron en ese momento es una locura. 

Encontramos el concepto de militancia de alto riesgo para explicarnos qué pasaba. Veíamos como algunas personas continuaban, pero tomaban decisiones. A veces con el desarrollo de ciertas medidas de seguridad, que pensaban podía proveerles condiciones de seguridad que el Estado estaba poniendo en cuestión, a través de sus aparatos de Inteligencia Militar. En otros casos se repliegan y luego regresan. Otros cambian la militancia mixta, dejan las organizaciones públicas y legales, siguen sólo en las organizaciones clandestinas.

Descubrimos que las personas que continúan con la militancia desarrollan estrategias para poder continuar. Desarrollamos un refinamiento del concepto de militancia de alto riesgo. Creo que es interesante para entender esos momentos cuando el activismo, la movilización social se enfrenta con un alza repentina de las condiciones de riesgo debido a la persecución. 

¿Cuál fue su mayor sorpresa al hacer la investigación para «Micropolítica del terror y de la resistencia»?

En el libro hay una indagación centrada en los centros clandestinos de detención. Las víctimas nos llevan a esos lugares. El «búnker» es el principal hallazgo y cómo ahora el Ministerio de la Defensa tiene su sede en lo que en aquel momento era una instalación empleada para la tortura de ciudadanos disidentes. El gobierno realiza reuniones de gabinete de ministros en estas mismas instalaciones. Los ministros y otros invitados departen en esa esquina donde se encuentra ahora la piscina, en lo que antes era el centro de operaciones de una de las unidades más mortíferas de la historia de la guerra fría en América Latina. 

También como parte de este circuito está la antigua sede del DIT (Departamento de Investigaciones Técnicas) de la Policía Nacional que ahora es una comisaría. En esas mismas instalaciones, en mayo de 1982, esta unidad concentró a un grupo de menores de 18 años con el propósito de trasladarlos a un centro clandestino de detención bajo el control de Inteligencia Militar. 

Son rastros de la memoria, que nosotros como guatemaltecos no hemos sido capaces de procesar, porque pareciera que le seguimos dando la espalda a ese pasado que sigue allí. Esta parte de la investigación se centró en ubicar los centros clandestinos de detención, desentrañar las dinámicas de los escuadrones y su división del trabajo. Todas estas operaciones se engarzaban con operaciones de propaganda que entraban a ser parte del espectáculo de la desaparición forzada y la tortura de ciudadanos.  

Portada del libro de Manolo Vela Castañeda. Fotografía: Librería Sophos

Usted también presenta la tesis de que la dualidad bueno-malo se borraba en los centros clandestinos de detención ¿puede explicar más acerca de esto?

Una de las pretensiones era no tener esta visión de héroes –militantes que no habían entregado a ningún compañero pese a las torturas– y traidores procesados por esa maquinaria de terror –entregaban a otros militantes o colaboraban con el Ejército–.

Se trataba de ver claro-oscuros. Algunos cuidadores que habían sido militantes empezaron a trabajar con el escuadrón. Pero tenían pequeños gestos de solidaridad con los detenidos como tener una conversación, dar un cigarro o el cuidador que le desató los lazos que le dificultaban caminar a Álvaro –un detenido–, eso facilitó mucho su huida. Yo intentaba ir más allá de ese relato de héroes y traidores, que nos ha hecho mucho daño. Es el discurso y propósito que estas unidades pretendían: capturar, procesar, torturar, quebrar a sus militantes y devolver para que los culpen de todo.

Yo me preguntaba si sería bueno presentar el capítulo de las formas de tortura, pero creo que sí porque es parte de lo que se vivía en estas instalaciones. Es justo que las nuevas generaciones conozcan las técnicas que se aplicaban a estos militantes.

¿Cuáles fueron los desafíos y las lecciones aprendidas durante estas investigaciones?

Un desafío fueron las fuentes, porque originalmente yo había pensado que como en el libro «Los pelotones de la muerte» iba a poder tener acceso a una perspectiva desde los perpetradores. Al no haber esto, fue necesario hacer el cambio. Tener el trabajo con las víctimas, intentar desde allí ver a los perpetradores. Hay algunos que pasaron vendados todo el tiempo, pero los detenidos y las detenidas que el escuadrón ya había dado por hecho que se habían quebrado y pasaban a colaborar con ellos no usaban venda. El escuadrón relajaba sus medidas. Esto nos ha permitido recuperar o reconstruir una parte de estas dinámicas en los escuadrones y centros clandestinos ilegales. 

Una de las lecciones que me dejó fue seguir trabajando estos temas. Hay distintas recompensas, aproximarse a estas personas y escucharlas. Tener gestos de empatía hacia su sufrimiento. Hacerles ver que esto que pasó fue importante porque marcó toda una época y generaciones. Esa parte micro de la relación con ellos, uno les devuelve algo a esas personas que han sufrido tanto. 

También la interpretación que trasciende ese relato de héroes y traidores, porque puedo ver que una idea de la violencia política era atrapar, torturar, quebrar y devolver o desaparecer. 

Son víctimas, no importa si se quebraron. Pesa todavía esta sombra de la traición sobre su memoria. Esas personas no sólo valen o tienen que ser evaluadas en ese momento. Su memoria vale la pena reestablecerlas o reinterpretarlas porque hasta ahora han sido juzgadas por traición. Eso también ayuda a los familiares, porque no es una carga sobre los que ya no están, para los familiares es como un veneno que se esparce. Al final sólo el perdón libera. Pero para perdonar es necesario saber qué pasó. Este tipo de investigaciones ayuda a saber cómo operaban, su lógica, las formas de tortura, su organización. Busqué desentrañar a los perpetradores, desde la perspectiva de las víctimas para que estos trabajos puedan servir a las víctimas y a sus familiares.   

¿Por qué es importante que se continúe investigando, estudiando y hablando acerca de la guerra en Guatemala?

Es un pasado que sigue estando con nosotros. Es un pasado que está allí y lo tenemos tan cerca como los 13 señores que dirigen la Corte Suprema de Justicia, el procurador de derechos humanos y la señora que es fiscal general. El Ministerio Público se ha convertido en un aparato de represión de ciudadanos. El pasado son esas instituciones que permiten que mañana a cualquier persona le puedan inventar un proceso judicial y llevarlo a la cárcel porque piensa diferente.

Hay otras generaciones que van a poder relacionarse con el pasado de la guerra, que lograrán encarar el pasado de la violencia. Nosotros habremos contribuido y vendrán otras generaciones que tendrán que aproximarse a este abismo. Sacar las lecciones del pasado para no cometer los mismos errores. 

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