Llamarse Clara parece un juego literario de la vida para alguien que se dedica a la fotografía. Es la magia natural del lenguaje, colocar dos elementos, dos signos, dos imágenes …
Llamarse Clara parece un juego literario de la vida para alguien que se dedica a la fotografía. Es la magia natural del lenguaje, colocar dos elementos, dos signos, dos imágenes una al lado de la otra, y generar una nueva capa de profundidad. Clara es fotógrafa y durante largos años también fue gestora cultural. La Fototeca fue un proyecto esencial en el panorama de la imagen en la región, fue muchas cosas este espacio que recién cerró operaciones, “Le dio Covid”, dice Clara de Tezanos, quien fundó y estuvo al frente tanto de La Fototeca como del festival GuatePhoto. 11 años de entrega a promover la fotografía, y mientras hacía los malabares administrativos de las industrias culturales, Clara fue llevando una búsqueda personal en su propia obra. La fotógrafa trabajaba en tiempo distinto a la gestora, o quizá sea más justo decir, que miraban en direcciones distintas. De la mirada de esta última tratan estas palabras. De la conexión profunda de las raíces, de las preguntas incómodas que están al frente de todos pero solo quien la sabe interpretar las encuentra, y se incomoda o se conmueve.
El trabajo de Clara de Tezanos incluye varias exposiciones, muchas curadurías y, por ahora, dos libros. Padre-Piedra, Universo en 2016, y Por Maniobras de un Terceto en 2019, ambos libros autopublicaciones, y editados por el artista Alejandro Cartagena. Estos libros tuvieron un generoso recogido entre festivales y reseñas, y haber sido finalista en festivales como Photo España o Paris Photo, es una muestra de ello. Ambos trabajos parten de un principio muy similar “Tengo que partir del archivo fotográfico para crear algo nuevo”, dice en más de una ocasión en la conversación que sostuvimos. Y es fácil imaginar que un grupo de fotografías guardadas en el tiempo nos hablen de distinta forma años después. Digo es fácil porque basta abrir un álbum de infancia para tener esa certeza de lo que provoca la mirada sostenida a lo largo del tiempo.
Y bien, para esta fotógrafa, la experiencia parte de esa revisión en el tiempo, con cierta distancia. “Lo interesante es el tiempo, jugar, como lo hace un poeta, volver al cuaderno a buscar las palabras. Qué pasa si lo integrás todo y encontrás ahí una revelación”, y es afortunada su invocación a la poesía.
Los géneros literarios y las disciplinas artísticas son una trampa necesaria para cierta taxonomía del arte, pero en honor a la verdad, tan necesaria es su clasificación, como su búsqueda fuera de ella. Es decir, la poesía y la fotografía están íntimamente conectadas por muchos motivos, pero empecemos por la imagen. Ambos lenguajes tienen como unidad mínima la imagen, y la yuxtaposición, Clara lo ve y lo practica precisamente así: “Va a la inversa, imagen a palabras, palabras a imagen. Y ese espacio de imaginación entre la palabra e imagen y tu propia lectura, es donde la poesía se genera. Me interesa la imaginación que surge al problematizar dos imágenes que quizá para ti tienen mucho sentido pero para el otro no, y ahí es donde se vuelve una conversación interesante”.
Culturalmente tenemos poca práctica de lectura fotográfica, entre la vida cotidiana, la cámara del teléfono, y la lógica de la fotografía como “captura del instante”, solemos imaginar las fotografías en soledad, una foto, un momento, una escena. El registro básico de la intimidad. Pero basta colocar una foto al lado de otra para que empiece ese proceso alquímico del lenguaje, la conexión de símbolos. Y, oh maravilla, tenemos largos siglos de utilizar un dispositivo tecnológico que nos lo permite, el libro. “El foto libro es donde la foto se encuentra contemporánea, logra agregarle otras capas a su trabajo, todo tiene significado, es como una exposición portátil”, dice De Tezanos, y ahí en el cruce de las páginas y los formatos sucede la magia, dos imágenes que se encuentran, y una espera que les conecta.
“Me puse a buscar fantasmas” nos dice para hablar de su investigación. “Es puro sicoanálisis, las imágenes, las palabras, todo esto nos habla y dice cosas de nosotros. Lo interesante es encontrarle la codificación para descifrar el mensaje. Estaba en un periodo donde tenía ya un montón de trabajo y suficiente libertad para decir, hagamos una loquera”, y la hizo. Junto a su editor, el artista Alejandro Cartagena, exploraron en el material que nació, de largos años de registro y luego de pequeños cuadernos donde Clara bocetaba estas conexiones, un laboratorio del tamaño de una libreta que desencadenó una experiencia estética de largos años.
“Es un vaivén entre el asombro, el universo, la ligereza. Estar muy asombrado por el más allá, una expansión hacia el más allá, pero siempre hay algo que nos restringe, historias que nos cuentan de la familia, proyecciones de identidad entre otras cosas. Y sale Piedra-Padre, Universo”, explica Clara la génesis de su primer libro en 2016, y pues, siendo la única guatemalteca de una familia de migrantes uruguayos, también señala ese viaje como una marca para esta especie de díptico fotográfico-poético registrado en los libros.
Dos años después de la publicación de Piedra-Padre, Universo, la sensación de no haber terminado la historia les convoca de nuevo a ella y su editor, “de lo que realmente quería hablar no lo hablamos” en aquel primer libro. “Hay una herida del por qué se fueron, un evento”, un tema familiar natural de las migraciones, la tensión del estar y del dejar. Y el trabajo de Clara de Tezanos dialoga hacia la sugerencia antes que a lo meramente documental, que la subjetividad también necesita su registro, claro está. “Logramos que la historia sea protagonista, pero lo que importa es su metáfora no un suceso específico”, y el pasado y la herida familiar es todo un tema para cualquier humano, sin embargo, “hurgar sobre esta historia para poderla metaforizar porque me parece fascinante”, confiesa el proceso creativo de Por Maniobras de un Terceto, su segundo libro publicado en 2019.
Habla de narrativas personales, habla de melancolía, habla de la infancia y de las relaciones que nos acompañan de aquella época en nuestra vida adulta. La intimidad también es un espacio críptico. Revisar en la memoria no es un ejercicio simple y tratar de trasladarlo a la imagen poética tampoco lo es. “Metaforizar el drama, poder reírse un poco de ello, tomarlo como algo interesante para crecer, para pensarse”, es la solución de Clara planteó en este trabajo.
No es posible en este tiempo hablar con Clara sin preguntar por el final de La Fototeca, el inmenso proyecto de formación, difusión en investigación sobre la imagen, “A la fototeca le dio Covid (ríe). Y sabés qué, es un alivio también. Hay proyectos que tienen su tiempo de vida, y yo sentí un alivio. Yo sé que es triste, pero fueron 11 años hermosos. Tenemos que ser creativos, ver cómo se revoluciona todo, habrán cosas que seguro ya no van a existir pero existieron y eso me tiene a mí muy contenta”. Y son muchas las generaciones de estudiantes, profesores, y público que llegó a este espacio y que sentirán gratitud por aquello. “Si se apagó ahora La Fototeca, creería yo que otros jóvenes con el entusiasmo que uno tiene al principio(…), todo el semillero de artistas, pues ojalá que ahora se pongan a echar punta, y que se hagan festivales y sigan haciendo cosas, yo les doy todo el apoyo moral (risas)”.
Clara vive ahora lejos de la ciudad y muy cerca de la naturaleza, su trabajo sigue explorando aquellas imágenes que se recarga de sentido en el paso del tiempo guardadas en el extraño baúl que son nuestros discos duros. Desde ahí sigue jugando, como bien lo describe ella, a colocar imágenes una al lado de otra para imaginar poéticamente el mundo.
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