La objetividad periodística es subjetiva
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Nunca falta quien reclame la falta de «objetividad periodística» cuando le disgusta el abordaje o la narrativa de asuntos de impacto público que benefician o perjudican a determinados sectores, en particular aquellos con alguna cuota de poder.


No hace mucho, con bastante frecuencia, lo exigieron los presidentes Donald Trump, Rafael Correa o Jimmy Morales, y en la actual coyuntura electoral guatemalteca ha sido una recriminación de la candidata Sandra Torres Casanova a periodistas. 

Por supuesto, no solo es una crítica de más de alguna fuente (política, gubernamental o empresarial, por mencionar tres) o de parte de quien lee, escucha, ve o «consume» información de medios de diverso signo. También es una especie de discusión bizantina entre periodistas y quienes enseñan periodismo en las universidades.

Me incluyo entre quienes consideran que la objetividad periodística no existe. 

¿Cómo argumento a favor de esa posición? Sostengo, como no pocos colegas, que el periodismo es una actividad ejercida por personas con determinadas ópticas de su entorno, talladas por su origen social o étnico, ideologías políticas, confesiones religiosas, orientaciones sexuales y hasta por aficiones deportivas. 

Por lo tanto, no hay pieza periodística (noticia, crónica, reportaje, entrevista, artículo…) sin carga subjetiva. Eso incluye la selección del tema que nos interesa abordar, las fuentes que consideramos básicas para que interpreten un asunto, el enfoque de lo que contaremos, incluido el espacio o el tiempo de que se dispondrá en el periódico, la radio, la televisión, el hilo de Twitter, el reel de Instagram, el post de Facebook o la hora y el día del live en TikTok

Desde que escogemos fracciones de la realidad (darle cobertura solo a cinco binomios presidenciales y no a los 22, como ocurrió en diversos medios durante la primera ronda electoral en Guatemala) para convertirlos en un género periodístico (una noticia de un accidente de tránsito, el reporte de un partido de futbol, la crónica de una sesión del Congreso, la difusión de la conferencia de prensa de una ministra, el editorial de una protesta en las calles, etc.) ponemos de manifiesto nuestra subjetividad: seleccionamos lo que consideramos un factor de interés y excluimos lo que suponemos que no le llamará la atención a la audiencia. 

Por eso es que no hay periodista que transcriba las ocho horas que puede extenderse una sesión en el Organismo Legislativo ni que incluya fielmente las declaraciones de los 30 diputados y diputadas que toman la palabra durante esa larga y agotadora jornada. 

No: un periodista ha sido formado (o se ha formado en la práctica diaria) para escoger trozos de la «realidad» y buscar opiniones de personajes que le parezcan relevantes (o que le piden su editor o editora) y elabora su reporte de dos minutos y medio para radio o TV, o de cinco párrafos para Facebook o de 200 palabras para un medio impreso o digital. 

En una noticia —«todo aquel hecho novedoso que resulta de interés», según Alex Grijelmo en El estilo del periodista (2001)— hay que tomar distancia al reportear y dejar de lado las opiniones personales y los juicios de valor al divulgarla. En contraposición, en una crónica se pueden interpretar los hechos y en un reportaje, explica Grijelmo, se pueden describir las situaciones con amplitud.

Mantener el equilibrio

La selección y combinación de esas partes de la realidad convierten, de hecho, al periodista o la periodista en un filtro de asuntos que merecen atención para que los conozca o interprete el público. Claro, sin manipulaciones. 

La toma de distancia se puede lograr a través del equilibrio en el tratamiento de la información, para que no prevalezcan unos criterios sobre otros. No obstante, quienes nos dedicamos al periodismo constantemente lidiamos con intereses que nos provocan conflictos o dilemas éticos: caminamos en una línea muy fina que nos exige mucho balance. 

El periodismo es un «oficio de equilibristas», como lo recalcó en 2002 Germán Rey, en su tiempo defensor del lector en el diario colombiano El Tiempo.

En las aulas, en los textos periodísticos o en pláticas con editoras o editores responsables, se nos insiste que no es profesional divulgar chismes, que se debe verificar la información, que debemos buscar personas expertas en determinados temas para explicar mejor los asuntos de impacto social y que no debemos opinar mientras estemos informando. 

Cumplir con esos y otros factores —y ponerlos a disposición de las audiencias por medio de códigos periodísticos o manuales de redacción, como hacen en Guatemala la Agencia Ocote, Ojoconmipisto o Plaza Pública— ayuda a contrarrestar el bla, bla, bla de quienes exigen objetividad periodística.

Cuando los medios y quienes trabajan en ellos son transparentes con fuentes y audiencias ganan en credibilidad, el principal activo de los y las periodistas.

¿Y la neutralidad?

Si la objetividad no existe tampoco la neutralidad. Por lo tanto, por lealtad con la profesión y con las audiencias, insisto, debemos construir relatos en los que prevalezca el balance y se reduzca el sesgo. 

Así demostramos que no somos extensiones ni voceros de determinadas fuentes, de quienes debemos tomar distancia, para no traspasar las líneas que dividen el periodismo y el activismo.

Eso no siempre se logra, pues como ya se dijo detrás de cada medio, de cada periodista, de cada pieza periodística, siempre existen intereses y agendas. De esa cuenta, se señala o exculpa a alguien, se opaca o evidencia determinada situación y también se contribuye a satanizar o sacralizar a un personaje o grupo social. 

Ejemplos abundan en el país, en particular en los programas de opinión en la radio y la televisión, los cuales están a cargo de profesionales de la sociología, las leyes, la economía o la ciencia política, quienes se dicen periodistas, pero desconocen la técnica periodística. 

A veces estas personas avalan sin chistar lo que dicen sus fuentes o las someten a verdaderas emboscadas, lo cual no es difícil de evidenciar.

En fin, como sostenía Javier Darío Restrepo, uno de los gurús de la ética periodística en América Latina: «No es creíble el periodista que hace gala de no creer en nada; en cambio, aporta razones de credibilidad el que manifiesta honestamente en qué cree. Una objetividad mecánica solo produce esa información simplista que reproduce los dos puntos de vista enfrentados, y se lava las manos diciendo que las conclusiones corren por cuenta del lector».

Es decir, como se lee en un meme muy conocido entre periodistas: «Si una persona dice que llueve y otra dice que no, el trabajo del periodismo no es darle voz a ambas, es abrir la ventana y ver si está lloviendo». 

O como escribió para la posteridad el poeta español Ramón de Campoamor: «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira».

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