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Soundtrack para pensar la masculinidad
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La música es parte esencial de nuestra identidad, también por aquello que refleja de quiénes somos y qué nos hace pensar y sentir. En este ensayo sobre el rock y la construcción de la masculinidad, Edgar Zamora reflexiona sobre el contraste que la música permite: de la reproducción a la reflexión.


Ella: Si estuviera soltera, si no me hubiera casado, me buscaría un amante.

Él: ¿Ah sí? ¿Y lo hubieras querido?

Ella: No ¿Para qué?… bueno a lo mejor sí, si era un hombre bueno lo hubiera querido.

Él: ¿Lo hubieras esperado desnuda?

Ella: No digas estupideces.

Él: (Ríe) pero si estamos hablado bien, te lo digo en serio ¿Cómo lo hubieras esperado? ¿Desnuda?

Ella: No, me iba a costar con él vestida (ríe).

La escena que acabas de escuchar (leer) es el inicio del videoclip Cadáver Exquisito del cantautor argentino Fito Paéz, una joya de su álbum grabado en vivo, titulado Euforia de 1996.

Después de esta  escena, la música y el video van ganando intensidad, contando la historia de la pareja, mientras que su habitación se va llenando de agua y su relación se va ahogando en odio, asfixiando y quemando. Todo ante los ojos de un niño, quizá el hijo del matrimonio, que como un soldado, no hace más que seguir el ritmo frenético de la pelea conyugal y de la masculinidad herida del protagonista, quien es un claro abusador y golpeador, y ante la frustración trata de ejercer todo este poder en su pareja. Hasta que en un momento que parece más de maldad que de desesperación, ella toma un arma y luego de un magistral solo de piano, le clava cinco balazos, el agresor luego se hunde en el agua, sin vida, pero queriendo vivir.

La escena es una representación clásica de cómo realmente funciona el poder que como hombres desde niños nos programan para ejercer. Ese que dice que nada de ese cuento hubiera sucedido si la mujer no le hubiera dicho eso a su marido, si mejor se hubiera quedado calladita. Ese que justifica en nuestras mentes a un “pobre hombre” que fue víctima de una mujer fácil y puta, que no lo respetó, que no respetó su hombría y por eso se ganó el abuso y la violencia, porque a ellas, por mal les gusta.

Eso sí, al menos en esta ocasión, como una excepción a la regla, la tortilla se le volteó al macho y paró varios metros bajo el agua, pero normalmente quienes se hunden en un mundo de hombres que violentan son las mujeres.

Desde muy joven, la música me sacudió el cerebro y a través de ella fui aprendiendo a cuestionar. En ese sentido, puedo decir que la música es la parte de la cultura que me ayudó a repensar esas áreas de la vida que también son culturales y están ahí, arraigadas en nuestra personalidad.

Y es que la cultura en realidad es todo, nos atraviesa en cada paso que damos en la vida; juega un papel fundamental en cómo nos entendemos en el mundo, en nuestras relaciones sociales, en nuestras relaciones sentimentales y por supuesto, en nuestra relación con nosotros mismos, nuestro cuerpo, el poder que nos han enseñado a ejercer, el rol que se supone tenemos que cumplir.

La cultura también también es como nos han enseñado a ver a otras personas, cómo segregamos de nuestra vida, de nuestras amistades y de nuestro respeto, a aquellos  hombres que tienen una orientación sexual diferente a la heterosexual; es como entendemos a las mujeres y sus roles en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestros trabajos, en nuestras amistades.

Es como nos han construido, fuertes, invencibles, sin debilidades, sin lágrimas, con todas las responsabilidades al hombro, sin derecho a equivocarnos, sin derecho a sentir, pero cuidando ante todas las cosas, nuestra hombría, nuestro honor, nuestra reputación de casanovas efectivos, tal como el personaje del video de Fito Paéz. 

Me tocó ser adolescente en un momento afortunado en el que la música rock era uno de los géneros mainstream, es decir, de los más populares y consumidos por las y los jóvenes. Y digo que fue un momento afortunado porque sin esa estética, sin ese alcance, sin ese vocabulario, sin esa rebeldía, hoy quizá sería una persona muy diferente.

Tuve el privilegio de crecer en un hogar en donde nunca me restringieron nada y más importante aún, no detuvieron mis revoluciones mentales, aunque hay que decir, que también fue un hogar conservador en muchos sentidos.

Estudié en un colegio cristiano al que le tengo cariño, pero que hoy veo a la distancia como un lugar donde la imaginación llegaba a morir, una fábrica de homogeneización de personas, donde cualquier chispa de libre pensamiento era castigada, a veces hasta físicamente. Cualquier forma de arte secular, era terminantemente prohibida. Tan así, que una vez me decomisaron un cómic de X-Men por ser “pornografía diferida”; honestamente nunca se me hubiera ocurrido masturbarme con Wolverine y compañía, pero al parecer era una posibilidad que había que evitar.

Ante esto, por un momento de la vida me subí al tren del mame: conservador, pero a la vez, opinando sobre cosas que no alcanzaba a entender bien; por defecto en contra de los homosexuales y con una visión muy tradicional de roles y de las relaciones con las mujeres. En resumen, la perfecta masculinidad clásica conservadora y tóxica.

Pero la música siempre estuvo ahí y mientras más escuchaba, más iba buscando cosas que me sorprendieran. La música me acompañaba todos los días, leía revistas, miraba canales de videoclips, grababa entrevistas. De adolescente, ya sabía muy bien que la música que me gustaba era el rock, principalmente en español.

Esto claro que me generaba conflicto con mi yo del colegio, donde ni de chiste alguien podía tener el pelo largo, aretes o pantalones rotos, porque se asumía que ese look, era la forma en que estos artistas le decían al mundo que eran homosexuales y, al menos en ese momento en el colegio, ese era el peor de los pecados.

Pero en mi mente trataba de justificarlo. Me convencía que era un tema de identidad rockera, de romper reglas y de ser rebelde, pero por ningún motivo era algo de homosexualidad. Y claro que no necesariamente lo era, pero por otro lado, vivía rodeado de opiniones negativas al respecto y así como todos, yo tampoco quería ser llamado “hueco” solo por la música que escuchaba. Y así me las llevaba, en negación, hasta que un día vi el video de “El Diablo” de Fobia.

El video presenta un mix de imágenes de varios jóvenes con look punk bailando en un concierto de la banda, luego se ve  al grupo en un escenario con fondo plateado donde poco antes del último coro, el cantante Leonardo de Lozanne, vestido con una playera sin mangas, diadema y una boa de plumas en el cuello, le da un beso en la boca al bajista, Javier “Cha!” Ramírez.

Fue un momento que me impresionó, me sacó de mi propia negación y en un segundo, esta banda le había dado la razón a todos los que me decían que era música hecha por y para  homosexuales, me hizo ruido, sacudió esa masculinidad con la que nos crían.

Estaba enojado, asustado, impresionado. No lo comenté con nadie, me quedé callado, no solo porque me daba vergüenza, sino porque como hombres, nos educan para no hablar, para no decir lo que estamos sintiendo. Sentir es para débiles.


[Te puede interesar: YO, MACHO // DE CÓMO SE CONSTRUYE LA MASCULINIDAD Y SE APRENDE LA VIOLENCIA, un podcast de Radio Ocote]


Hoy recordándolo, creo que quizá no fue la gran cosa, porque por otro lado, no puedo evitar pensar en todos los que tienen que callar sentimientos mucho más relevantes que lo que te hace sentir algo que viste en el video de una canción y todo por esos conflictos internos que crea es cultura  de discriminación reinante en la masculinidad tóxica.

Lo que sí es verdad, es que aquel beso me llevó a cuestionarme mucho más. A preguntarme una y otra vez, si ese beso o si la orientación sexual de los artistas determinaba el hecho de si yo podía o no disfrutar de su obra sin “convertirme” en homosexual, y eso, creo, es lo verdaderamente fuerte de una cultura de odio, que siembra miedo y discriminación.

15 años después, el Cha! explicó aquel beso de la forma más sencilla e inocente posible: “En esa época se trataba de chockear abuelitas”.

Pero no toda la música asumía la masculinidad de una forma tan relajada. Mientras yo me preguntaba eso en un contexto rodeado de cristianos, en el ambiente secular dominaba la idea que por su fuerza y por la vida desordenada y llena de mujeres que llevaban los rockstars, el rock era una música de hombres, fuertes, machos.

No es casualidad la famosa portada censurada del debut de los Guns n’ Roses, Appetite for Destruction (1987), que mostraba a una mujer violentada por un robot asesino y acechada por un demonio. ¿Qué tipo de masculinidad llevaba a estos artistas a representar su música con esta escena? Da escalofríos pensar en que hoy, al menos en Guatemala, no son robots los que violentan, son hombres, como vos, como yo. 

También había violencia de género en el rock en español, como en el video de Estrechez de Corazón de Los Prisioneros, donde el cantante golpea a una mujer en la playa; por cierto, en el mismo disco donde venía Corazones, una oda a la masculinidad tóxica y violencia contra las mujeres.

En la casa te queremos ver, lavando ropa, pensando en él

Con las manos sarmentosas y la entrepierna bien jugosa

Ten cuidado de lo que piensas, hay un alguien sobre ti

Seguirá esta historia, seguirá este orden

Porque Dios así lo quiso, porque Dios también es hombre

Pero he de decir que al final esta música también me impactó y me hizo pensar. Quizá porque siempre tuve el espacio para formar mi propio criterio, más que reforzar este tipo de ideas machistas, me hizo cuestionarlas, pero claro, también porque empecé a escuchar música que estaba haciendo cosas completamente contrarias, como Nirvana que en el video In Bloom, por ejemplo,  mostraba a sus tres integrantes vestidos de mujer.

Aprendí también de la sensibilidad de las letras de Eddie Vedder, que hablaban de otras cosas, dándole la espalda a las temáticas clásicas del hard rock: fiestas, alcohol, drogas y mujeres como meros objetos sexuales.

En mi caso la deconstrucción, el proceso de la transformación de la cultura machista, la inició la música, no  porque expresara las cosas que proponen las llamadas nuevas masculinidades, sino porque me sirvió como un detonador mental.

La deconstrucción sigue, las preguntas siguen, es la única forma de seguir buscando una nueva identidad masculina. Es fuerte transformar la cultura, sobre todo en un país tan conservador como el nuestro.

Entonces, ¿cuánto más nos tenemos que cuestionar para encontrar respuestas que permitan cambiar la cultura? ¿Cuántas preguntas me faltan para ser un mejor hombre, pareja, amigo, compañero, ciudadano? ¿Cuánta música más hay que escuchar?


Edgar Zamora, radialista, comunicador social, educador y melómano. Ha gestionado importantes espacios de producción audiovisual y educativa para jóvenes.


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

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