La mañana del Día Internacional de la Mujer en Ciudad de Guatemala inicia con una caminata. Convocadas por la Coordinadora del 8 de marzo, miembros de organizaciones, colectivos y sindicatos …
La mañana del Día Internacional de la Mujer en Ciudad de Guatemala inicia con una caminata. Convocadas por la Coordinadora del 8 de marzo, miembros de organizaciones, colectivos y sindicatos de mujeres caminan por la Sexta Avenida, dela Corte Suprema de Justicia hasta la Plaza de la Constitución, renombrada popularmente hace seis años como la Plaza de las Niñas, en memoria de las 56 niñas víctimas del incendio en el Hogar Seguro.
Pasan frente al Congreso de la República para exigir avances en iniciativas de leyes a favor de las mujeres, que hace rato quedaron estancadas. Pegan papeles en la acera con mensajes como «Señora presidenta del Congreso, el 8 de marzo se conmemora las luchas de las mujeres, usted como mujer y funcionaria debería respetar está conmemoración y no apoyar políticas conservadoras y fundamentalistas». El 9 de marzo, el Gobierno de Guatemala celebra el nombramiento del país como Capital Provida y la conmemoricaión del Día de la Vida y la Familia.
A la una de la tarde, el escenario cambia. El Bloque Jóvenas y otros grupos de mujeres jóvenes caminan, gritan, saltan, hacen performance, bailan, empapelan y pintan paredes.
En ambas caminatas hay abrazos de amigas y compañeras que se encuentran, risas de complicidad, pláticas en medio del bullicio, carteles y ventas de pañuelos por el 8M. Entre la muchedumbre, también se encuentran algunas mujeres que madrugaron, viajaron, sacrificaron dinero y tiempo para estar en la capital, ¿por qué lo hicieron?
Por las víctimas de violencia sexual
Sofía, quien prefiere no hacer público su apellido, es laboratorista y estudiante de psicología. Llegó a Ciudad de Guatemala de la mano de su hija de dos años y con un oso de peluche. Viajó desde San Juan Sacatepéquez, a 26 kilómetros, y se unió a la marcha de la tarde con una demanda clara: justicia para las niñas víctimas de violencia sexual.
Su padre abusó sexualmente de ella a los ocho años y de su hermana cuando tenía cuatro. A los 14, Sofía lo denunció. Ahora tiene 21, pero la justicia no ha llegado.
Se separa un rato de la caminata para relatar que su padre está en prisión por el abuso a otra niña, pero el caso de ella se quedó estancado en el sistema de justicia de Guatemala. Su caso no es el único. En este país más de la mitad de las denuncias por violación nunca llegan a una sentencia.
«Si estuvieran en nuestra posición, si escucharan a las niñas y mujeres, sabrían que no estamos aquí por gusto», dice Sofía. «Ellos se cansan de nosotras en un día, pero nosotras vivimos la violencia a diario. Es necesario que se escuchen las voces de las niñas»
Sofía dice que, cuando denunció a su padre, un psicólogo le preguntó si ella lo había provocado. «Los trabajadores de justicia me cuestionaron si era verdad», asegura.
Mientras Sofía camina en la marcha, un grupo de mujeres jóvenes con pasamontañas empapelan las paredes. Una de las hojas dice: «No perdono ni olvido al Estado asesino, a la iglesia inquisidora y al macho violador».
Harta del estigma en su comunidad
Para estar en la marcha, Lidia Patal se trasladó desde Patzún, en Chimaltenango, a 74 kilómetros de Ciudad de Guatemala. Salió a las 9 de la mañana para estar en la manifestación de la tarde Sacrificó un día de trabajo en su emprendimiento de venta de flores y pagó sus gastos de transporte y alimentación.
No llegó sola. Antes de viajar hizo una convocatoria en las redes sociales para ir en grupo. Se anotaron nueve mujeres más de Tecpán y Parramos, comunidades cercanas a la suya. Se movilizaron en un microbús que alquilaron.
Patal camina por la Sexta Avenida junto al bloque de mujeres jóvenes de pueblos originarios. Se autoconvocaron para rechazar la violencia racista y paternalista, denunciar el robo y saqueo de la naturaleza por empresarios y megaproyectos, y reivindicar su identidad y saberes ancestrales.
Manifiesta en la capital y no en su territorio porque hacerlo en el 2022 le produjo persecuciones y señalamientos. La tacharon de exagerada y la señalaron de no hacer lo correcto.
«Somos malas, podemos ser peores», es la consigna preferida de Patal, quien camina en el mismo grupo que la cantante kaqchikel Sara Curruchich.
Para acuerpar a otras mujeres
Bonifacia García salió de su casa en Jocotán, Chiquimula, antes del amanecer, a las dos de la madrugada. Viajó 211 kilómetros por un poco más de cuatro horas en un autobús para llegar a la capital y unirse a la manifestación. En este viaje se gastó algo menos de Q500, entre transporte y comida.
Tiene 49 años y es maestra. Camina con una mochila en la espalda y un sombrero morado, con un girasol atrás.
Está en Guatemala para acuerpar a la Articulación Nacional de Mujeres Tejiendo Fuerzas para el Buen Vivir, quiere demostrar a la población de Guatemala que las mujeres de los territorios también están organizadas y luchan por sus derechos. Exige que sean tomadas en cuenta en las decisiones municipales, departamentales y nacionales.
García es lideresa en su municipio y desde el año 2000, cada 8 de marzo sale a las calles a protestar, algunas veces en la capital, otras en su comunidad.
[Escucha aquí el episodio de Radio Ocote Podcast: Con ellas empezó todo ]
Este año, camina con un cartel en la mano para demandar la aprobación de la Ley de Desarrollo Económico de las Mujeres, la iniciativa 5452. Un proyecto de ley para el empoderamiento económico de las mujeres, facilitando el acceso a recursos económicos y productivos. Pasó la primera lectura en el 2021 y desde entonces no avanza.
Por las comadronas
En el gentío hay un grupo de comadronas. Con ellas camina Magdalena Cholotio, mujer maya tz´utujil de San Pedro la Laguna, en Sololá, a 131 kilómetros. Tiene 68 años y es fundadora del Movimiento de Comadronas Nim Alaxik. Desde los 26 trabaja como comadrona.
Camina en la marcha con un corte morado y un huipil blanco, se protege del sol con un sombrero.
Cholotio salió de su municipio a las tres de la madrugada, en un microbús, junto a 11 comadronas más. Otro grupo de sus compañeras se quedó en la comunidad para manifestar ahí.
Está en Ciudad de Guatemala porque quiere que en la capital escuchen las demandas de las comadronas: que se institucionalice el incentivo que lograron en 2022 y se entregue cada año; que se tenga una coordinación armónica, horizontal y de respeto mutuo con el personal de salud pública; y que el carné de inscripción de las comadronas no sirva para intimidarlas. «Porque con el personal de salud tenemos el mismo objetivo, salvar vidas», recuerda.
Para que las instituciones del Gobierno la escuchen
Vilma Cuc se movilizó de San Juan Sacatepéquez hacia la capital con sus tres hijas y su hijo. Carga a su bebé con un brazo y la ayuda de un rebozo, (perraje o manto de la indumentaria maya)
Con la otra mano agarra la de su hijo y vigila a sus dos hijas, que caminan con carteles.
Es secretaria de una organización de pueblos indígenas y participa en talleres de violencias contra la mujer y derechos sexuales y reproductivos que brinda la agrupación Tierra Viva.
A las seis de la mañana, Cuc se despidió de su esposo. Salió de su casa y decidió venir a la capital seis de la mañana porque está convencida de que las demandas de las mujeres se pueden visibilizar más si se gritan frente a las instituciones del Gobierno de Guatemala.
Viajó con sus hijas y su hijo para que aprendan que las mujeres tienen derechos y los pueden exigir.
Cuc asegura que pertenecer a grupos de mujeres le ayuda a saber sobre la violencia sexual, aprender dónde denunciarla e informar a otras mujeres. También supo que ellas podían decidir cuántos hijos quieren tener y lo comparte con otras amigas.
Las niñas protestan con música
Afuera de la Corte Suprema de Justicia de Guatemala hay música. El sonido sale de un grupo de niñas y adolescentes: La Batu de las Niñas. Cantan, gritan que «la voz de las niñas tiene fuerza y verdad, por eso exigimos vida y dignidad».
Al frente del grupo esta Nathaly Hernández.Tiene 10 años, una blusa de Minnie Mouse, una pandereta, un megáfono y una bolsa cruzada con un pachón de agua. Toca la pandereta, grita en el megáfono, se mueve al ritmo de la música y canta «lucha como niña contra la corrupción, no hay educación, mucho menos protección».
Nathaly aún no decide si cuando sea grande será policía o médica, pero lo que tiene claro es que lucha y luchará por los derechos de las mujeres. Le preocupan las niñas, niños y adolescentes desaparecidos y está convencida de que cada vez que ocurre una desaparición, las compañías de teléfono deberían enviar a todos los celulares, de forma gratuita, la alerta Alba keneth con una fotografía y el mensaje «por favor encontrémoslo».
Se unió a La Batucada de las Niñas hace dos años porque admira a su tía, una de las educadoras de la banda. El 8M se levantó a las cinco de la mañana para alistarse junto a su hermana. Viajaron con sus compañeras desde Parramos, Chimaltenango.
Porque “Juntas somos más fuertes”
Hay un grupo de mujeres jóvenes que se distingue por su energía, saltan y gritan «con falda o pantalón respétame cabrón» y «mujer, hermana, si te pega no te ama». En el clan hay una integrante que no es de Ciudad de Guatemala: Vanessa Mejía, de 21 años, estudiante de Antropología en la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Vanessa salió de su casa en Chichicastenango, en Quiché a las seis de la mañana. Viajó sola 136 kilómetros, en transporte público. Quería estar con sus amigas, con quienes ha formado una comunidad que la hace sentirse fuerte. Como las clases son en línea, vive en su municipio, pero ha creado lazos de amistad con mujeres de la capital.
Viajó tres horas para llegar a Guatemala y una más para estar en el punto de inicio de la caminata. Camina con el grupo que le enseñó que «nosotras podemos hacer el cambio».
Por las víctimas de violencias
Hace unos días, María José Noriega encontró en redes sociales la convocatoria para la manifestación del 8M del Bloque de Jóvenas en Guatemala.
Le contó a su novio y él la ofreció a llevarla de San Juan Sacatepéquez a la capital.
María José llegó a la una de la tarde y en pocos minutos encontró aliadas a las que unirse; un grupo de mujeres que caminan juntas. Una de ellas para, se voltea y cuenta que estén todas las del grupo. Si una se atrasa todas se detienen para esperarla.
Noriega camina con un cartel y un girasol. La planta también tiene un pequeño pañuelo morado, porque «las plantas también protestan», sonríe.
Conoce a mujeres de su comunidad que han migrado para escapar de las violencias contra las mujeres. Eso le indigna, pero ver a tantas mujeres que luchan por los derechos de otras la pone eufórica, la conmueve. Siente mucha adrenalina y quiere gritar a todo el mundo que está ahí.
«Me dan ganas de llorar, pero no de tristeza, de felicidad por ver a muchas mujeres que se levantan a luchar por otras mujeres, que gritan por las mujeres que no pueden hacerlo. Grito por las niñas del Hogar Seguro que no se merecían eso», cuenta.
El 8 de marzo de 2017, en un hogar estatal de Guatemala, murieron 41 niñas quemadas y 15 más sobrevivieron con heridas. Seis años después el caso está impune, no hay personas sentenciadas.
En 2023, el inicio del juicio se ha suspendido cuatro veces, por la inasistencia de los abogados defensores, por una falla en el audio del Organismo Judicial y porque uno de los acusados, Luis Armando Pérez Borja, rechazó a la jueza. Actualmente las víctimas esperan la resolución de la Sala Segunda de Apelaciones para que el caso continúe.
[Explora aquí el especial No fue el fuego]