Violencia ginecoobstétrica
Abusos, malos tratos e incomodidad en los servicios ginecoobstétricos del norte de Centroamérica
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A inicios de este año, en Agencia Ocote compartimos un cuestionario que buscaba tener más información sobre cómo es la atención ginecológica y obstétrica para las mujeres cisgénero y los hombres trans en el norte de Centroamérica. Los resultados muestran que la mayoría de las personas que respondieron han sufrido algún tipo de violencia ginecoobstétrica en Guatemala, El Salvador y Honduras.


En La Cocina Lab, el proyecto sobre mujeres y géneros de Agencia Ocote, compartimos a inicios de este año, en nuestras redes sociales y a través de organizaciones de mujeres un cuestionario digital sobre violencia ginecoobstétrica. Recogimos 391 respuestas enviadas entre el 20 de enero y el 6 de abril de 2020.

A través de una serie de preguntas, buscábamos tener más datos sobre cómo es la atención ginecológica y obstétrica en el norte de Centroamérica para las mujeres cisgénero y los hombres trans, para luego abordar el tema en otras investigaciones periodísticas. Buscábamos tener más información sobre la situación y las experiencias de personas que asisten a estas consultas y reciben esta atención. El cuestionario fue revisado por Rocío López Cifuentes, psicóloga del Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva (OSAR). Y la exposición de los resultados fue revisada por la psicóloga clínica y comunitaria Dina Elías.

Las preguntas fueron orientadas hacia cuatro temas: el tipo de atención ginecológica que reciben, los métodos anticonceptivos que utilizan, los abusos que podrían haber sufrido —con una línea dirigida específicamente a personas LGBTIQ— y las experiencias de las mujeres durante embarazos y partos. 

El cuestionario se dirigió a Guatemala, El Salvador y Honduras, aunque también fue respondido en otros países. En total, 806 personas comenzaron a responderlo,  aunque únicamente 391 personas lo finalizaron. Estas 391 respuestas son las que tomamos en cuenta para analizar los datos y para lograr tener una perspectiva de la situación. 

De las personas que contestaron el cuestionario, 281 residían en Guatemala, 52 en El Salvador, 46 en Honduras y 12 en otros países de América y Europa. En el norte de Centroamérica, la mayoría indicó que vive en el departamento donde se encuentra la capital de su país: 87.5% en el departamento de Guatemala (Guatemala), 80.4% en el de Francisco Morazán (Honduras) y 59.6 en el de San Salvador (El Salvador).

La psicóloga Dina Elías recuerda que las personas que respondieron el cuestionario son de cierto nivel económico y de un área urbana, “lo que denota que la violencia ginecológica u obstétrica al igual que otras formas de violencia, se mantiene en los distintos estratos económicos o niveles socioeconómicos”.

Aunque esta investigación tiene limitaciones geográficas y no obtiene información, por ejemplo, de personas que no tienen acceso a internet, nos da algunos indicios sobre la situación. Esta no es una encuesta ni un sondeo. Es un cuestionario que nos ayuda a entender la situación de la salud ginecoobstétrica en el norte de Centroamérica y nos da elementos para continuar con otras investigaciones.     

La mayoría de las personas que respondieron se encuentran en un rango de edad entre 19 y 40 años. En los tres países, el porcentaje más alto de respuestas coincidió entre los 26 y los 30 años. 

En Guatemala, de las 281 personas que completaron el cuestionario, 271 fueron mujeres cisgénero – su identidad de género coincide con su fenotipo sexual- y 10 hombres trans. En El Salvador y Honduras únicamente fue respondido por mujeres cisgénero. Tres mujeres se definieron como persona queer en Guatemala y una en El Salvador. 

En cuanto a la orientación sexual, la mayoría de las personas que contestaron el cuestionario se definen como heterosexuales (el 84% en Guatemala, 80.7% en El Salvador y 89% en Honduras). Como bisexuales, el 11.4% en Guatemala, 7.7% en El Salvador y 8.7% en Honduras. En menores porcentajes, las personas se definieron como homosexuales, pansexuales o asexuales. 

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La pregunta de identificación étnico cultural se dejó abierta, para que cada persona respondiera con la palabra que mejor la identificara. 

En Guatemala, un 48% de las personas se definieron como ladinas y un 40.9% como mestizas. Dos personas se identificaron como indígenas (0.71%), cuatro como k’iche’s (1.42%), dos como mayas (0.71%), dos como kaqchikeles (0.71%) y una como poqomam (0.36%). 

En El Salvador, un 32.7% por ciento se definió como latina, un 28.8% como mestiza y un 21.2% como salvadoreña. En menores porcentajes: ladina, caucásica, criolla, latinoamericana y mulata. Tres personas respondieron que no sabían.

En Honduras, el 67.4% se identificó como mestiza; el 13% como latina y el 6.5% como hondureña. Una persona como lenca, otra como centroamericana y otra como latinoamericana. Una respondió que no sabía, otra que no se definía bajo ninguna.

Sobre la atención en las consultas ginecológicas

En los tres países, las personas que respondieron comenzaron a asistir a consulta ginecológica aproximadamente a las mismas edades: la mayoría entre los 18 y los 23 años, como puede observarse en esta gráfica:

Casi la mitad de las personas que respondieron el cuestionario acuden a consulta una vez al año en Guatemala (48.04%) y en Honduras (45.65%). En El Salvador, un 40.38% indicó que asiste dos veces al año y un 32.69% una vez al año. 

Aunque en los tres países las personas aseguraron sentirse cómodas con la atención ginecológica que reciben actualmente, entre el 70% y el 80% admitieron tener dificultades para encontrar un médico con el que se sientan cómodas y seguras. 

La mayoría de  las personas respondieron que asisten a consulta privada. Los precios que pagan por estas consultas oscilan en Guatemala entre Q100 y Q200 (29.84%), entre Q200 (US$25) y Q300 (US$40) el 28.29%, y un porcentaje aún más elevado asegura que más de Q300, 32.95%.

En El Salvador y Honduras, las respuestas se acercan más al rango entre US$25 y US$40: 50% en El Salvador y 41% en Honduras.

En el cuestionario se preguntó si habían acudido en alguna ocasión a consulta en el sector público. Las respuestas variaron en función del país. En Guatemala, solo un 29.18% respondió que sí. En El Salvador, un 50% y en Honduras un 67.39%.En los tres países, los lugares a los que asistieron las mujeres son similares: hospitales públicos, centros de salud, establecimientos del Seguro Social y clínicas universitarias.

La mayoría de las personas en Guatemala, El Salvador y Honduras, con porcentajes similares, aseguraron que las consultas en el sector público no habían durado lo suficiente, que no se habían sentido cómodas y que no les dieron anticonceptivos gratuitos. 

Sobre los métodos anticonceptivos 

El método más utilizado por las personas que respondieron en los tres países es el condón. En menores porcentajes, pastillas anticonceptivas y dispositivos intrauterinos (DIU). Tanto en Guatemala como en Honduras, aproximadamente una de cada tres personas respondió que no utilizan métodos anticonceptivos (un 37.4% en Guatemala y un 30.4% en Honduras).      

Los resultados de las últimas Encuestas Nacional de Salud Materno Infantil (ENSMI) en Guatemala muestran unas cifras similares. Según la ENSMI 2014-2015, publicada en enero de 2017, de media, un 39.4% de las mujeres casadas o unidas y un 32.5% de las mujeres sexualmente activas que no están en unión, indicaron que no usan ningún método anticonceptivo.    

De media, un 60% eligió estos métodos anticonceptivos porque son los que mejor encajan con su actividad sexual, un 31.2% por recomendación de su ginecólogo y un 8.8% por ser el más barato.

En los tres países la mayoría de las personas aseguró que gastó menos de Q100 al mes en anticonceptivos y que se siente cómoda con el método que eligieron.

En Guatemala y Honduras un 25% de las personas respondieron que les gustaría utilizar otro método anticonceptivo en lugar o además del que utilizan actualmente. En El Salvador, el porcentaje asciende al 36.54%. 

Varias personas explicaron en los comentarios del cuestionario que habían elegido usar uno u otro método por ser el menos invasivo con su cuerpo, por ser el que menos afecta a su organismo o por no tener hormonas. 

En este mismo sentido fueron algunos de los comentarios de las personas a las que les gustaría cambiar de anticonceptivo: “Algunos días los efectos secundarios del implante son muy fuertes”; “quisiera un método no hormonal”; “odio meterme hormonas en el cuerpo”; “quisiera uno menos invasivo, más natural”.

Otras personas cuestionaron los altos costos de los anticonceptivos: “(Quisiera) uno de más largo plazo para minimizar costos”; “considero que mis pastillas son excesivamente caras en Guatemala, pero después de probar otras marcas más accesibles estas son con las que mejor me siento”.

Y varias mencionaron que les gustaría que sus parejas se realizaran una vasectomía o que existieran más métodos para hombres: “Me gustaría no usar y que mi esposo se opere”; “en realidad quisiera que mi pareja utilice algún método o se opere. Pero no”; “(quisiera) medicamentos para hombres”.

Algunas personas también contemplan la posibilidad de utilizar un método permanente para no tener hijos. Una mujer comentó lo siguiente: “Me gustaría operarme para no tener hijos, tengo miedo que alguna vez sea víctima de violación y pueda quedar embarazada”.

Sobre los abusos en consultas ginecológicas

En los tres países más del 60% de las personas que respondió aseguró haberse sentido incómoda en una consulta ginecológica. En Guatemala, el 42.7% de las personas dijo que había recibido algún comentario molesto, hiriente o humillante por parte de algún médico o médica. En El Salvador, un 55.7% y en Honduras un 28.9%.

En porcentajes menores, las personas indicaron que habían sufrido otros tipos de abuso o agresiones y que le habían recomendado tener hijos para solucionar algún problema de salud.

Varias personas mencionaron haber sufrido agresiones sexuales en las consultas ginecológicas: “El doctor me hizo un ultrasonido endovaginal y en algún momento me dio la impresión que estaba queriéndome masturbar con eso. Fue desagradable”; “estimuló y palpó mi clítoris sin consentimientos, (hizo) supuestos halagos de mis genitales”.

Algunas personas también comentaron un trato agresivo durante las intervenciones: “Me rasgaron al punto de querer gritar en mi primer papanicolau. En realidad no me informaron en qué consistía el proceso y no me consultaron si deseaba realizarme el examen”; “llegué asustada con el ginecólogo porque pensé que estaba embarazada, sentí que me hizo un tacto muy profundo y doloroso y al día siguiente me vino la regla. Me sentí invadida”; “durante una papanicolaou regular, la médica insertó el instrumento de forma abusiva y brusca, me hizo sangrar. No me sentí capaz de denunciar”.

De las personas que se definieron como LGBTIQ, en Guatemala, cinco (el 12.2%) aseguraron que algún ginecólogo se negó a atenderlas por su identidad de género u orientación sexual. 

En Guatemala, 14 personas dijeron haberse sentido incómodas con algún ginecólogo por su orientación o identidad. En El Salvador, tres personas y en Honduras, dos. 

En los comentarios del cuestionario, los hombres trans que respondieron aseguraron que “los médicos no entienden porque estás transitando y son un poco pesados o prefieren no evaluar”; “como hombres trans, la visita al ginecólogo es muy traumatizante, es donde reafirmo mi disforia de género”; “en cada cita que voy hay un doctor diferente y eso me incomoda porque todos tienen diferente forma de tratarme y casi ninguno comprende mi condición como hombre transexual”; “desde que hice mi transición no he ido atención ginecológica”.

Varios hombres también mencionaron que los médicos que les atendieron se referían a ellos en femenino y con expresiones y miradas de reproche. 

“En una ocasión fui al servicio de emergencias por un dolor fuerte en el vientre. Al explicarle al médico que soy hombre trans y me hormono, me dijo que el dolor era causa de eso, que posiblemente tenía un cáncer en desarrollo y podía morir. No me había revisado ni nada, fue lo primero que me dijo al verme”, escribió un hombre.

Otro hombre comentó que en una ocasión le atendió un ginecólogo “que no sabía muy bien cómo tratar a hombres trans o personas no binarias porque el uso de testosterona causa atrofia vaginal (se reduce el tamaño del canal vaginal) y cuando introdujo el espéculo me dolió muchísimo. Ni me dijo nada ni preguntó, solo lo metió. Estuve sangrando como cinco días después de la consulta, creo que eso no es normal pero no estaba dispuesto a ir otra vez ni preguntar”.

En cuanto a malas prácticas médicas, una de cada cuatro personas que respondieron en Guatemala dijeron que un ginecólogo les recetó o las expuso a un tratamiento o cirugía que luego se dictaminó que era incorrecto. En El Salvador este porcentaje fue algo mayor: el 38.46%. En Honduras, el 19.2%.

Además, más de la mitad de las personas que respondieron (54% en Guatemala, 51.92% en Honduras y 80.77% en El Salvador) aseguraron conocer a alguien que había tenido una complicación médica por un mal diagnóstico, como puede observarse en esta gráfica:

En Honduras, una de cada tres personas indicó que en alguna ocasión llegaron a su cita ginecológica estudiantes o practicantes a aprender sin su consentimiento. El porcentaje fue menor en Guatemala (17.8%) y en El Salvador (19.2%).

Casi un 30% de las personas que respondieron en Guatemala dijeron que sus creencias religiosas o las de su ginecólogo influyeron en la manera en la que fueron tratadas. El porcentaje bajó a 23% en El Salvador y a 17.3% en Honduras.

En los comentarios del cuestionario, las personas señalaron que en ocasiones tuvieron que enfrentar prejuicios y falta de respeto por parte de los médicos: “Me trató muy mal, por ser activa antes de casarme”; “fui con un ginecólogo de pensamiento muy tradicional. Me hizo preguntas incómodas y acosadoras”; “la ginecóloga con la que acudí no respetaba mi decisión de no ser madre”; “(hizo) comentarios inapropiados por la multiplicidad de parejas sexuales”.

“En otra ocasión me dijo que todos mis problemas se resolverían cuando me casara: ‘Un marido le hace falta’. Resultaba ser hipotiroidismo, yo tenía 22”, respondió una mujer. 

En los tres países, las personas aseguraron que en alguna ocasión les dijeron que el dolor menstrual que tenían es “normal”: un 67.31% en Honduras, un 68.33% en Guatemala y un 76.92% en El Salvador.

Sobre la atención en embarazos y partos

El último apartado del cuestionario se dirigió únicamente a personas que están o habían estado embarazadas: un 45.6% en Guatemala, un 38.5% en El Salvador y un 51.9% en Honduras. 

En los tres países, la mayoría dijo que no tuvo el parto que deseaba.

A estas personas se les consultó por una serie de prácticas que pueden estar relacionadas con la violencia obstétrica: las faltas de respeto y el maltrato que ejerce el personal de salud contra las personas gestantes durante la atención del embarazo, parto y postparto. 

De hecho, en el Congreso de la República existe una iniciativa de ley presentada en junio de 2018 que propone tipificar la violencia obstétrica como un delito en el Código Penal. En la propuesta, se indica que comete este delito “el personal técnico y profesional de salud operativo o administrativo que de manera directa o indirecta, en el ámbito público o privado, incurra en una conducta por acción u omisión que atente contra de la dignidad de una mujer durante el embarazo, parto y postparto a través del uso inadecuado, innecesario o injustificable de procedimientos médicos”.

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Organizaciones y entidades nacionales e internacionales mencionan entre estos procedimientos la realización sistemática de episiotomías (corte entre la vagina y el ano); de cesáreas injustificadas; de numerosos e innecesarios tactos para comprobar la dilatación del cuello uterino y de la maniobra de Kristeller, que consiste en presionar el abdomen para que salga el bebé. Consultamos a las personas por este tipo de prácticas y esto respondieron en cada país:

En la pregunta sobre el tipo de parto que tuvieron, de media en los tres países un 40.35% de las personas respondió parto natural, un 48.54%, parto por cesárea. 

De las personas que respondieron “parto por cesárea”, la mayoría (73.5%) dijo que había sido por la condición de su embarazo. Un 20.5% dijo que el médico lo había decidido así y que no pudieron elegir. Un 6.02% dijo que había sido porque ellas así lo decidieron.

Estos son algunos de los comentarios que hicieron las personas que respondieron el cuestionario:

“Yo luché hasta donde pude para que fuera parto normal, hasta que me dijo el ginecólogo que la placenta se estaba calcificando, y que tenían que sacarla (por cesárea). Hasta la fecha no sé si era cierto o solo era para que yo accediera a la cesárea”. 

“Constantemente dicen cosas como que las primerizas están hasta con 48 horas de parto, o que no aguantan, que no todas son para eso… Porque a los médicos les da pereza esperar tanto tiempo por un parto normal y también porque ganan más al ser una cesárea”.

“La agonía que sentí durante la cesárea, ya que se me bajó la presión, empecé a vomitar y pensé que moriría, mientras que los médicos risa y risa, platicando de sus cosas sin prestarme atención. Todo esto contribuyó a que yo tuviera depresión post parto y que recuerde el nacimiento de mi hija como una pesadilla”.

Organizaciones también señalan como violencia obstétrica la inyección innecesaria de oxitocina o la ruptura de la bolsa amniótica para acelerar el parto. Además, se suelen mencionar como un tipo de violencia la falta de libertad para que la persona se mueva antes y durante el parto, la falta de privacidad, la negación de un acompañante o la negación de medicamentos para tratar el dolor. 

En esta gráfica mostramos las respuestas a algunas de estas preguntas:

Esto comentaron algunas de las personas que respondieron el cuestionario: “Fui sedada sin mi consentimiento”; “me inyectaron oxitocina sin siquiera consultarme o informarme que lo harían”; “en el Hospital Roosevelt me sedaron por completo sin anticipármelo y sin mi consentimiento. No recuerdo absolutamente nada del procedimiento que me practicaron. Cuando desperté mi hija ya no estaba en mi vientre. Fue horrible”; “durante el primer parto compartí camilla con otras dos mujeres, solamente podíamos estar sentadas”; “enfrente de mi cama pusieron otra camilla y ahí le comenzaron a sacar coágulos de sangre a una señora y me dijeron que viéramos cómo nos podía pasar si no nos apurábamos a tener el bebé”.

Algunas personas también cuestionaron que separaran a los recién nacidos de su lado inmediatamente después del parto: “Cuando nació mi hija, sólo me la enseñaron y se la llevaron, le dieron fórmula sin consultarme, yo la volví a ver hasta 24 horas después ni siquiera me la dieron para cargarla, sólo me la enseñaron y se la volvieron a llevar. Esto dificultó la lactancia, me costó un montón poder darle”; “lo primero que hicieron las enfermeras fue darles pacha y dificultaron mucho el establecimiento de la lactancia”; “yo pedía que me lo llevaran y no me lo llevaban a pesar de que estaba completamente sano. Le dieron leche fórmula cuando dije que le daría lactancia exclusiva y lo bañaron sin preguntarme. Yo no quería bañarlo por los beneficios que tiene esperar”.

El 50% de las personas en El Salvador, el 44.4% en Honduras y el 28.9% en Guatemala respondieron que les hicieron o escucharon comentarios molestos, hirientes o humillantes durante parto. Varias personas comentaron que se habían sentido regañadas y que durante las revisiones y el parto se sintieron infantilizadas o que las hacían de menos. 

Varios de estos comentarios trataron de culpabilizarles: “Me decían que mi bebé se iba a morir por mi culpa”; “el médico que estaba de turno dijo que si me sentaba iba a matar al niño”; “cuando me desnudé en la emergencia para ponerme la bata, una enfermera gritó: ‘Tenga un poco de vergüenza señora’. Al estar en el área de maternidad las enfermeras le dijeron a una mamá que su bebé no paraba de llorar porque ella no sabía cómo amamantar”; “me dijeron: ‘Así como son cabronas cuando lo están haciendo (relaciones sexuales), así deben de ser para aguantarse al tener a los bebés’, ‘Se querían meter a cosas de mujeres, pues háganle ganas’”.

También intentaron hacerlas de menos: “Me dijo delante de mi pareja que lloraba por todo”; “se burlaba de mis preguntas. Buscaba aprobación de mi esposo haciendo chistes y burlas de mí”; “me dijo que no dolían las contracciones que eran normales”; “ninguneaba el nivel de dolor que sentía. Lo hacía de menos, diciendo que no fuera exagerada”. 

El personal médico que hizo estos comentarios fueron médicos y enfermeros, anestesiólogos; hombres y mujeres.

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