Las vacunas contra la COVID-19 son efectivas incluso para reducir las complicaciones o secuelas después de un contagio por COVID-19.
Texto: Aleida Rueda
Aunque sucede en porcentajes mínimos, existe la posibilidad de contagiarse de COVID-19 después de vacunarse. La evidencia demuestra que la vacuna reduce el riesgo de hospitalización y muerte. Pero no solo eso: también disminuye la gravedad de los efectos secundarios y la duración de las secuelas.
Hace unos días (septiembre de 2021), el Centro John Hopkins para Programas de Comunicación lanzó una herramienta llamada Covid Behaviours (Comportamientos Covid) a través de la cual monitorea cuántas personas se niegan a vacunarse en cada país y cuáles son sus razones.
Este registro lo lograron a través de una encuesta desarrollada por el Grupo Delphi en la Universidad Carnegie Mellon y el Centro de Ciencias de Datos Sociales de la Universidad de Maryland, en colaboración con Facebook, que aplican mensualmente desde mayo de 2021. Los resultados más recientes, de agosto de 2021, incluyen las respuestas de 2,159,324 personas de 115 países que fueron invitadas a través de Facebook a responder preguntas sobre pruebas, síntomas y comportamientos.
Los números para América Latina no son muy optimistas: el porcentaje de personas no vacunadas que dijeron que probable o definitivamente no se vacunarán es de 47% en Argentina; 35% en Brasil; 58% en Chile; 23% en Colombia; 25% en México; y 13% en Perú. Entre sus razones destaca, sobre todo, el temor a efectos secundarios, pero también hay un porcentaje significativo, alrededor del 20%, que afirma que no se vacunarán “porque no lo necesitan”.
Algunas de ellas argumentan que tras haberse infectado con el SARS-CoV-2 desarrollaron una inmunidad natural y por lo tanto no necesitan vacunarse. Y aunque es muy probable que sí hayan desarrollado cierto nivel de inmunidad, la evidencia muestra que la infección natural puede detonar justo lo que más les preocupa: efectos secundarios a largo plazo, que podrían evitar con las vacunas.
Lo que se sabe hasta ahora es que tanto las personas que sobreviven a COVID-19 sin haberse vacunado como las personas vacunadas, con infección previa o sin ella, desarrollan una respuesta inmune que les confiere cierta protección ante futuras infecciones.
Y ese mecanismo funciona así: cuando el virus entra al cuerpo, nuestro sistema inmune genera dos tipos de respuestas: la respuesta inmune innata y la respuesta inmune adaptativa. La primera sucede en los primeros minutos tras la infección, y se manifiesta frecuentemente como fiebre, producción excesiva de moco o inflamación; esta primera respuesta detona la segunda, la adaptativa, que es cuando se activan otros mecanismos que son más específicos y más duraderos que la respuesta inicial. Uno de ellos, es la producción de anticuerpos específicos para el virus invasor, de manera que cuando éste intente infectar de nuevo, estén listos para neutralizarlo, impidiendo así que la persona enferme.
Estos anticuerpos pueden actuar como neutralizantes, al unirse al virus para impedir que este se pegue a la célula y se replique; o también pueden unirse a los fragmentos del virus que están en la superficie de algunas células de manera que el sistema inmune los reconozca y elimine las células infectadas.
Aunque se ha hablado mucho de los anticuerpos neutralizantes, e incluso en varios países venden supuestas pruebas para medirlos e indicarle a las personas qué tanta protección les confirió la vacuna, en realidad estos “son solo una parte de la historia”, explica el inmunólogo argentino Gabriel Rabinovich.
De acuerdo con el inmunólogo, la clave que explicaría la protección a largo plazo son, en realidad, los linfocitos T y B. Tras conocer al virus por primera vez, un tipo de linfocitos T (conocidos como CD8) automáticamente se dirigirán a matar a las células infectadas, mientras que otros (CD4), conocidos como “helpers” o “cooperadores”, se encargarán de avisar a las demás células que hay un agente extraño y activarán tanto a los CD8 como a los linfocitos B, encargados de generar anticuerpos, para que ataquen al virus en cuanto lo encuentren.
Todo este engranaje es lo que explica cómo es que una persona infectada o vacunada contra COVID-19 puede defenderse del virus en caso de una reinfección. Pero también nos ayuda a entender un poco más de nuestro increíble y sofisticado sistema inmune, pues a pesar de que los anticuerpos disminuyen naturalmente después de cierto tiempo, tenemos señales de que las células de memoria (los linfocitos T y B) seguirán ahí para producirlos rápidamente después de una nueva infección y evitar que enfermemos. De hecho, algunos estudios muestran que estas células se mantienen estables incluso después de varios meses.
Hasta aquí todo apunta a que la respuesta inmune tras una infección natural es bastante similar a la que nos brindan las vacunas. Sin embargo, buscar infectarse de manera deliberada, en lugar de vacunarse, implica muchas más consecuencias negativas a largo plazo.
Posibles complicaciones
Hasta ahora hay muy poca evidencia que indique que una persona está mucho más protegida después de haberse infectado de manera natural que estando vacunada, pero aun si fuera así las consecuencias de la infección a largo plazo son, en muchos casos, lamentables, diversas, progresivas y persistentes.
Y de eso hay mucha más evidencia. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) reportaron en un estudio publicado en septiembre de 2021 que las personas no vacunadas tienen 29 veces más probabilidades de ser hospitalizadas y casi cinco veces más probabilidades de infectarse con COVID-19 que las que están totalmente vacunadas.
Otros reportes son aún más optimistas: el Departamento de Salud Pública del Seattle creó un panel de datos público que muestra que las personas no vacunadas tienen 7 veces más probabilidad de dar positivo en la prueba de COVID-19; 49 veces más probabilidad de ser hospitalizadas; y 32 veces más probabilidades de morir a causa del coronavirus, en comparación con las personas vacunadas.
Y no solamente hay consecuencias que terminan en fatalidad, también hay estudios que muestran un menú extenso de secuelas de largo plazo (conocido como Long Covid). Una revisión elaborada por un grupo de científicas mexicanas reporta que de 47,910 individuos infectados con SARS-CoV-2, 80% desarrolló uno o más síntomas a largo plazo, tales como fatiga, dolor de cabeza, trastorno de atención, pérdida de cabello y disnea (dificultad para respirar).
Así que mientras que la infección natural puede propiciar efectos secundarios y, sobre todo, mayor riesgo de enfermar gravemente de COVID-19, las vacunas inducen una respuesta inmune de una forma controlada y segura, con mínimos efectos secundarios y prácticamente ninguna consecuencia a largo plazo.
Dosis
Además de las consecuencias a largo plazo, hay otros elementos que hacen una diferencia entre la infección natural y la vacuna, como la dosis. Cuando alguien se expone de manera natural al SARS-CoV-2 no hay ningún control sobre qué tan expuesto estará ni con qué carga viral se infectará. Esto quiere decir que una persona, especialmente si tiene comorbilidades o con un sistema inmune debilitado, podría tener síntomas de mayor gravedad que la pueden llevar a la muerte. En contraste, una dosis de cualquier vacuna disponible actualmente está calculada para despertar al sistema inmune de manera efectiva, sin causar efectos secundarios severos.
Tiempo de exposición
Esperar a infectarnos de manera natural puede ser muy subjetivo: no sabemos ni cuándo ni cómo sucederá. Y si ocurre de manera asintomática, pasará mucho tiempo antes de saber que estuvimos infectados, lo cual abre la posibilidad de que hayamos contagiado a otras personas que sí puedan tener síntomas graves. En contraste, el tiempo de exposición para recibir la vacuna es reducido: en menos de una hora una persona puede vacunarse y, tras un par de semanas, tener un alto porcentaje de inmunidad, con lo que se protege a sí misma y reduce la posibilidad de contagiar a otros no vacunados.
Riesgo de reinfección
Algunos de los primeros estudios que analizan la efectividad de las vacunas, es decir, el comportamiento que tiene la vacuna en la población abierta, muestran que las personas que tuvieron la infección y no se vacunaron tienen más del doble de probabilidades de volver a infectarse por COVID-19 que las que fueron totalmente vacunadas tras contraer inicialmente el virus.
“Si has tenido COVID-19 antes, por favor, vacúnate”, dijo Rochelle Walensky, directora de los CDC. “Este estudio demuestra que tienes el doble de probabilidades de volver a infectarte si no estás vacunado. Vacunarse es la mejor manera de protegerse a sí mismo y a los que le rodean, especialmente a medida que la variante delta, más contagiosa, se extiende por el país.”
No solamente hay muestras de que las personas vacunadas tienen menos probabilidades de reinfección, sino que parecen adquirir una protección adicional contra la variante delta. Así lo describen un grupo de investigadores de Israel en un manuscrito aún sin revisión por pares.
Por lo tanto, haberse infectado previamente no tendría que ser una razón para no vacunarse, sino todo lo contrario: las personas con infección previa que se vacunan tienen mayores posibilidades de enfrentarse al virus, en caso de que se vuelvan a cruzar con él.
Este texto fue publicado originalmente en Salud con Lupa. Puedes leer la publicación original en este enlace.
[En Agencia Ocote estamos dando una cobertura especial a la crisis sanitaria provocada por la COVID-19. Revisa aquí todo lo que hemos publicado]
[Agencia Ocote forma parte de la red de fact-checking #LatamChequea, revisa acá las verificaciones de medios de toda Latinoamérica y España sobre el coronavirus]