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Señalan a decano de la Universidad del Valle por abusos sexuales
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Varias mujeres señalan a Andrés Álvarez Castañeda, decano de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle de Guatemala, por agresiones sexuales, abusos psicológicos y violación. La Universidad asegura que inició una investigación.


Era octubre o noviembre de 2001, y la mujer que narra este relato estudiaba el primer año de Antropología en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle de Guatemala. Nos autoriza a contar lo que sucedió esa noche, sin que publiquemos su nombre.

Terminaba la semana, así que varios colegas decidieron reunirse después de clase para tomar algo en un bar cerca del centro de estudios ubicado en la zona 16 de la capital de Guatemala. Se les unió un  estudiante del último año de Antropología: Andrés Álvarez Castañeda.

Eran cinco. Ella, Álvarez Castañeda, Engelbert Tally (estudiante de Antropología), Ana Lorena Ruano (alumna de Psicología) y una compañera  de intercambio, de quien también omitimos el nombre.

Estaban conversando, bailando, tomando, cuando ella fue al baño. Al volver dio otro sorbo a su bebida y al poco tiempo empezó a encontrarse mal. Se mareaba, le fallaban las piernas y se sentía muy débil.

Decidieron volver a sus casas. Dos personas tenían vehículo: Ana Lorena Ruano y Andrés Álvarez Castañeda, así que comenzaron a trazar mentalmente las rutas de cada casa para ver cómo se repartirían.

Ruano concluyó que lo más lógico era que ella se llevara a todos: los cuatro vivían en el mismo sector, mientras que Andrés Álvarez residía  en otra zona más alejada. Pero él insistió. Se llevaría él a la estudiante de Antropología. No le importaba dar un rodeo para ir a dejarla.

La cargó y la metió en su carro. Ana Lorena Ruano lo tiene muy presente. Esa noche sólo había tomado agua pura, lo que le ayuda a recordar lo que sucedió: durante un buen rato discutió con Álvarez  pero finalmente desistió. Él cerró la puerta del auto  y se llevó a su compañera.

Esto nos lo cuentan hoy Engelbert Tally y Ana Lorena Ruano, porque la exestudiante de Antropología no lo recuerda. De hecho, recuerda poco desde que empezó a sentirse mal hasta que llegó a su casa horas después.

Hoy, al teléfono, habla de esa noche. “Uno no se espera que esa persona vaya a sobrepasarse. Somos amigos, se supone que estábamos en un grupo de confianza, salíamos a beber, a bailar… Yo siempre le digo a mis amigos: ‘Si estoy con ustedes me puedo tomar la libertad de ponerme ebria porque sé que me van a cuidar’. Pero en este caso no había bebido demasiado, nosotros lo hablamos después.”.

“Me acuerdo de que me subí al carro y de ahí no me recuerdo más. Estaba en algún lugar y algo estaba pasando, pero yo no sé. Yo no podía parar, no podía hacer nada, no estaba consciente”, continúa.

Cuando llegó a su casa, su hermana la escuchó entrar estrepitosamente y salió a ver qué pasaba. Ella apenas podía caminar.

Hablamos con su hermana de esto:  “Abro la puerta, la agarro, le quito los zapatos, la cambio y la meto en la cama. Balbuceaba algunas cosas”, hace memoria.

La mañana siguiente le preguntó cómo había estado la fiesta. “Me cuenta que este Andrés la va a dejar y que empieza a besarla y a tratar de tener relaciones genitosexuales con ella. Ella empieza a retirarlo, pero él insiste”, continúa.

Después de contárselo a su hermana, la estudiante habló con una amiga. Conversamos con ella, quien igualmente nos pide anonimato. Todavía tiene algunos procesos abiertos en la universidad y teme que puedan tomar represalias en su contra.

Nos cuenta un relato similar al que narran Tally, Ruano, la exalumna y su hermana: “Ella sentía que el día anterior no había bebido mucho, pero de pronto se había sentido muy mal, no se podía sostener en pie. Andrés le había dicho que la llevaba. Eran nuestros amigos, no teníamos por qué desconfiar de eso. Lo siguiente que recordaba ella era estar en la puerta de su casa y que su hermana la fue a recoger”.

Llegó el lunes y regresaron a la universidad. Esta misma amiga explica que estaba en la cafetería leyendo, cuando Andrés Álvarez y otro amigo llegaron y se sentaron en la misma mesa. Sin que ella le preguntara, él comenzó a contarle lo que había pasado esa noche.

“Me dijo que ‘se la había cogido’. Que ella quería, no dejó de coquetearle toda la noche, que se puso súper intensa… como haciendo ver que ella le había orillado, que no le quedó de otra”, dice.

“En ese momento fui incapaz de decir algo por muchas razones. Porque estaba guardando un secreto, porque me empezó a dar mucho miedo y  porque no me podía creer que una persona tuviera en su cerebro tal capacidad de disociarse. Que estuviera relatando de esa forma lo que le hizo a mi amiga. Y si yo no la conociera, bueno, pero ella tenía cero interés en Andrés”.

La mujer que nos contó su relato también se encontró con Álvarez en la universidad ese día, pero con ella tuvo una actitud diferente.

—Mano, ¿qué pasó la otra noche? —le increpó ella.

—No, usted no me puede decir nada porque no me dijo que no —se defendió rápido—. Usted quería. Si no, no se hubiera venido conmigo.

“¿Y uno qué va a decir?”, se pregunta hoy ella. “Yo confié, creía que iba a estar segura si me iba con él. No sé”. 

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***

Andrés Álvarez Castañeda es hoy, 19 años después, decano de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle de Guatemala. Los entrevistados que lo conocen de esa época aseguran que era un estudiante con buenas calificaciones, un joven educado y muy querido —aún hoy— por las autoridades del centro. Era, dicen, el favorito de Didier Boremanse, entonces director del departamento de Antropología. Lo definen como el “golden boy” de la facultad de Ciencias Sociales, como el “teacher’s pet”.

En sus últimos años en la carrera de Antropología, de hecho, fue auxiliar de clase de algunos cursos. Los auxiliares pueden calificar tareas y trabajos, supervisar exámenes con los docentes, asistir a reuniones… Esto le daba cierto poder y liderazgo entre los estudiantes de su edad y los más jóvenes.

En 2007 Álvarez sustituyó a Boremanse como director de departamento y en 2013 asumió como decano de la facultad, algo cuestionado por algunos excompañeros, ya que entonces no tenía el doctorado. Según su perfil de LinkedIn, tiene un doctorado en Filosofía en la Universidad del Sudeste de Noruega, realizado entre 2018 y 2021.    

La historia que reproducimos no es la única. Hay otras. Empezando por la de Ana Lorena Ruano, la estudiante de psicología que esa noche estaba en el bar.

Actualmente, Ruano trabaja en Bergen, Noruega. Es profesora asociada del Centro de Salud Internacional de la Universidad de Bergen y jefa de redacción de la revista International Journal for Equity in Health.

Hace unas semanas, el 8 de marzo, la Universidad del Valle hizo una publicación en sus redes sociales por el Día Internacional de la Mujer: “Conmemoramos a todas las mujeres que han trabajado por el reconocimiento y la equidad de género en nuestra sociedad”.

Lorena leyó esto y no aguantó la rabia. Al día siguiente escribió en su perfil: “Aprovechando el 8 de marzo para denunciar al acosador Andrés Álvarez Castañeda. Porque es una vergüenza que la UVG tenga en su facultad a personas que manosean estudiantes y se las llevan de progres. El violador también es él”.

Desde Agencia Ocote contactamos a Ruano, quien nos narró su experiencia con Álvarez y un historial de violencia que, dice, duró años. Los abusos, cuenta ella, empezaron con una violencia psicológica constante: humillaciones, desestimaciones académicas y aislamiento social.

Ana Lorena Ruano entró a la facultad de Psicología de la Universidad del Valle en el 2000, igual que la estudiante de Antropología del primer relato. Ruano cuenta que Álvarez —estudiante de los últimos años, auxiliar de clase— se dedicaba a hacer de menos a las estudiantes de Psicología. Se refería a ellas como “psicotontas” y hacía incidencia entre los profesores para que les entregaran “textos light”: una lectura diferenciada para las alumnas que él consideraba “naturalmente menos inteligentes”, dice Ruano.

El ataque hacia ella fue especialmente dañino, explica. Según denuncia, Álvarez le decía que entre ella y sus amigas juntaban un sólo cerebro. De Ruano   afirmaba , además, que el tamaño de sus senos era inversamente proporcional al de su inteligencia.

Cuatro exestudiantes de antropología confirman esto. “No fue solamente con Lorena, fue con todas las chavas que estudiaban psicología. Se burlaba de ellas, decía constantemente que eran tontas”, dice una de ellas.

“Empezó una descalificación intelectual con tinte machista —asegura hoy Engelbert Tally, entonces estudiante de Antropología—. Solía rivalizar o ridiculizar estudiantes”.

“Él percibía a las alumnas de Psicología como un obstáculo —continúa Tally—. Les recomendaba a los estudiantes de Antropología que no nos juntáramos con Lorena porque ‘se nos podía pegar lo tonto’. Algunas colegas amigas de antropología no se juntaban con ella porque Andrés les decía eso.  Como     querían ser parte del gremio de Antropología, no le hablaban”.

“Ahora entiendo que era una estrategia para aislarme y hacerme sentir insegura”, cuenta hoy Lorena Ruano. 

Pasaron los años, ella cambió de carrera y se pasó a Sociología. Los abusos continuaron. Antes de su último semestre, en julio de 2005, tuvo que realizar un trabajo de campo durante varias semanas en Todos Santos Cuchumatán, en Huehuetenango. Álvarez era entonces supervisor del trabajo de campo de Ruano, así que la acompañó a Huehuetenango para organizar las labores que realizaría las siguientes semanas.

“Yo tenía puesto mi eterno uniforme de trabajo de campo”, cuenta Lorena Ruano. Unos pantalones holgados, una playera y un sudadero. “Íbamos en el camino y él me venía diciendo que qué pena lo que llevaba puesto porque no se me veían las chiches que tenía… También que mis pantalones estaban gastados y eran de ‘acceso fácil’. Yo me decía: ‘No importa Lorena, es importante cerrar la licenciatura y salir’”.

El plan era hacer parada en Huehuetenango y al día siguiente salir temprano hacia Todos Santos para evitar estar de noche en la carretera. “En el camino me venía diciendo que Todos Santos es difícil. Decía que ‘ese tipo de indígenas’ eran muy conflictivos, que odiaban mucho a las mujeres… Ahora veo que lo que estaba haciendo era meterme un montón de miedo. Me decía que él iba a presentarme con todas las autoridades, pero que me podían atacar”.

Finalmente llegaron a Huehuetenango. En el hotel, él le pidió que fuera      a su cuarto para discutir el trabajo del día siguiente. “Yo llevaba tiempo haciendo trabajo de campo y no era raro que nos juntáramos en el cuarto de alguien para discutir lo que íbamos a hacer. No pensé mal. Me lavé la cara, bajé mi mochila y fui a su cuarto”, cuenta Ruano.

Álvarez le pidió que se sentara en la cama. Él se sentó enfrente y volvió a hablarle de la conflictividad en la zona, asegura Ruano. “En eso se quedó callado, se me quedó viendo. Yo dije: ‘¿Y este qué?’. Y se me tiró encima. Me metió la mano dentro del pantalón. Me di cuenta de que él quería penetrarme con sus dedos”, continúa Ruano.

Ella lo empujó, logró quitárselo de encima, salir corriendo del cuarto y encerrarse en el suyo. Cerró con llave y comenzó a poner todos los muebles frente a la puerta. “Mientras, él somataba, exigía que le abriera la puerta, que lo dejara entrar, que me quería explicar”.

Al día siguiente, salieron a Todos Santos. “Él estaba taciturno. Yo sentía que tenía que sacar conversación para no sentirme incómoda”, cuenta Ruano. Al llegar al municipio comenzó a sentirse mal. “No me entraba el aire. Venía de hacer trabajo de campo a la altura del nivel del mar, y ahora estaba encima de dos mil metros”. Le preguntó a Álvarez si podía ser mal de altura y él rechazó esa posibilidad.

“Luego me dijo que él se tenía que ir y no tenía tiempo de presentarme a nadie, pero que iba a llamar a la Municipalidad para que supieran que yo iba a llegar al día siguiente. Después de haber hecho hincapié en que era un lugar peligroso, me dejó tirada”, explica.

Cuando llegó a la Municipalidad, nadie sabía nada ni de ella ni de Álvarez. Luego llegaron las amenazas. Que no querían que ella estuviera ahí, que mejor se fuera, que si no se iba le iría mal. “Pero me acordé que cuando íbamos subiendo a Huehuetenango, él me dijo que sólo trabaja con mujeres, porque ‘siempre toleran peores  condiciones laborales, se les puede exigir más, y no se quejan porque saben que si lo hacen, las que se ven mal son ellas’”.

“Yo ya tenía años de sentirme estúpida, así que para mí era importantísimo probar que podía hacer esto”. Ruano aguantó sólo un par de días más en Todos Santos. En el centro de salud le confirmaron que tenía mal de altura. Por salud, debía salir de ahí.

La mala fama

Cuando las excompañeras de Álvarez entrevistadas hablan de él  también lo definen como una persona arrogante, pesada, competitiva y volátil. “Compartíamos clases con estudiantes de ecoturismo y lo detestaban porque era un altanero, mediocretino. Siempre quería llevar la razón y los hacía de menos”, dice Engelbert Tally.

Del ahora decano, también dicen que tenía una “actitud depredadora”.

Lo cuenta una de las exestudiantes, que prefiere el anonimato: “Andrés es alguien que siempre está hablando de sexo o poniéndole doble sentido a cualquier cosa que digas. Cualquier lugar en el que estaba Andrés se volvía un espacio en el que esa era la manera de convivencia, y los demás de alguna forma nos plegábamos a eso”. 

“Fui testigo de muchos coqueteos y relaciones que Andrés estableció porque jugaba con el poco poder que tenía en ese momento y había ciertos favoritismos… No eran como favores sexuales, pero sí era como permitir ciertos comentarios o avances sexuales por parte de Andrés, o reírte de sus bromas estúpidas a cambio de que te subiera la nota o te pasara una tarea”, continúa esta exalumna.      

“La universidad era una especie de mercado de la carne —añade ella— . Los alumnos que iban años adelante propiciaban escenarios donde podían disputarse a la carne fresca, que éramos las nuevas. Recuerdo que de las primeras cosas que hicieron cuando llegamos a la universidad fue organizar una fiesta donde había una cantidad de alcohol impresionante en casa de alguien. Y ahí comenzaban a repartirse a las nuevas”. 

Otra exestudiante cuenta una experiencia que tuvo con Álvarez. De nuevo, guardamos su anonimato. También  tiene procesos académicos abiertos en la UVG y quiere evitar represalias.

“Yo tenía 19, 20 años, y él estaba finalizando los estudios. Hubo un momento en que me cortejó, estuvo insistiendo, pero no pasó a más”, cuenta esta mujer. Sin embargo, dice, él contó a toda la universidad, con todo detalle, lo que supuestamente habían hecho juntos. “No sé, pendejadas de macho. El punto no es si pasó o no pasó. Él transgredió mi intimidad. Digamos que hubiera sido cierto: yo no le estaba dando ninguna autorización a él de que contara la experiencia sexual que, según él, habíamos tenido. Él se iba de que era el gran conquistador de mujeres”. 

Ella admite que en su momento  no le dio tanta importancia a esto: “Cuando me enteré ni me importó. Me pareció una actitud infantil.”. Pero, cuenta, no fue la única a la que se lo hizo. “Sé que, a algunas otras chavas, el hecho de que él hablara de ellas sí las vulneró. No en mi caso, porque esa fue la actitud que quise tomar, no es ni mala ni buena, sólo que cada quien asume el trauma de otra manera”.

Engelbert Tally confirma esto. “Él empezaba chismes o rumores de que había estado con algunas estudiantes, o pretendía estarlo. Entonces, venían las intimidaciones, diría yo: ‘Mira, si decís algo de esto voy a decirle a todo el mundo que sos una puta o una cualquiera, o les voy a decir que estuviste conmigo’”. Él mismo, asegura Tally, se definía como “Tres puyones Álvarez”, en alusión a lo que quería hacerles a las estudiantes.

Comenzaron los comentarios sobre Andrés Álvarez. “Cuando nos empezamos a enterar, empezamos a tomar distancia”, cuenta una de las exestudiantes. “Cada una, en la medida de lo posible, tomaba sus precauciones con Andrés, no estaba a solas con él. Era como cuidarte un poco la espalda”.

Este tipo de comentarios todavía se escuchan hoy en los pasillos de la facultad. Hablamos con dos alumnas que estudian ahora en la Universidad del Valle —que también quieren permanecer en el anonimato— quienes afirman que estudiantes de años anteriores les comentaron que Álvarez era una persona “turbia” y les recomendaron que tomaran distancias. “Es un secreto a voces”, aseguran. Por eso mismo, dicen, evitan reunirse a puerta cerrada con él, “y no es la primera persona a la buscamos cuando tenemos un problema”. Aun así, admiten que se sorprendieron con los señalamientos que Ruano publicó en sus redes.

Las que eran estudiantes hace unos años aún hoy sufren las consecuencias de estos hechos que narramos. Primero, las emocionales. Para ellas ha sido duro recordar y contar lo que les sucedió.

Pero también ha habido implicaciones laborales y académicas. Nos lo cuenta una de las exestudiantes de Antropología: “Ninguna de las mujeres de mi generación está dentro de la academia (en Guatemala). O se fueron de la universidad lo más rápido que pudieron, por becas, por intercambios, por estudiar en otro país, porque cambiaron de carrera, por lo que sea, evitando estar en esa circunstancia. Con la generación de Andrés o las generaciones previas no sucedió eso. Siguen siendo profesoras de la universidad o llevan proyectos con el departamento de Antropología. Pero la red de la academia se rompió para muchas de nosotras porque no queríamos estar cerca de él”.

Según comentan estas personas, el ahora decano tuvo varias relaciones con sus estudiantes. Dos de ellas terminaron en matrimonio. Hablamos con María José Aldana, que empezó su relación con Álvarez siendo su alumna, y quien hoy es su exesposa. Aldana comenta que durante su relación, varias personas le comentaron de dos casos de acoso por parte de Álvarez —diferentes a los que publicamos en este texto—. Él negó su responsabilidad. “Cuando yo me enteraba, le preguntaba qué había pasado. Me dijo que había sido un malentendido, que él había querido algo con la chava, ella lo rechazó y él insistió, y que habían sacado chismes sobre la situación”, dice.

Durante su relación, asegura Aldana, eran comunes comentarios de parte de él sobre el cuerpo de las personas, intentos de manipulación y actitudes de celos muy fuertes, con amigas, amigos y familiares de ella. “Sus enojos son como los de muchos machos cuando una mujer le dice que no”, concluye.

Las denuncias, el silencio

La exestudiante de Antropología del primer relato no denunció. Ni ante el Ministerio Público, ni ante la Policía, ni en la Universidad del Valle. “Yo jamás hubiera pensado ir y decirle algo a las autoridades de la universidad, jamás, porque uno sabe que no va a tener apoyo”, explica.

“A mí lo que me da como cosa es que si yo hubiera hablado, tal vez otras hubieran hablado y se hubiera podido evitar”, la voz le tiembla y termina quebrada. “Tal vez no le hubiera pasado a Lorena ni a las demás”.

Para entender esto hay que tomar en cuenta varias cosas. Una, que los hechos que señalan sucedieron hace dos décadas. La sociedad no era la misma a la de ahora, no había tanta conciencia ni tanta empatía ante este tipo de violencias, las cuales apenas se nombraban y estaban totalmente normalizadas. No había una ley específica que tipificara las violencias ejercidas en contra de las mujeres en el marco de las relaciones desiguales de poder, por ejemplo.

“Hace 20 años no podíamos  nombrar legalmente este tipo de cosas y emocionalmente tampoco teníamos la capacidad de gestionarlo ni las palabras para nombrar lo que estábamos viviendo, porque estábamos dentro de esa dinámica también”, recuerda otra exestudiante. 

Aún hoy, a pesar de movimientos como el #Metoo, de las redes sociales y de los pequeños avances que da la legislación, es complicado hacer este tipo de denuncias. Las dos alumnas con las que hablamos, nos comentaron que la universidad tiene un protocolo de denuncia, pero aseguran que no es funcional. “Las personas que reciben la denuncia en Bienestar Estudiantil no tienen la formación adecuada y son muy machistas”.

Con este panorama, dicen tanto alumnas como exalumnas, denunciar no es fácil. Hace 15 o 20 años, con todo en contra, era casi un imposible. Era la palabra de una mujer contra la de un hombre. La palabra de una mujer contra el sistema.

Además, en el caso de la Universidad del Valle, contra un sistema que, según cuentan las personas que entrevistamos para este reportaje, favorecía a Andrés Álvarez y a su entorno.

Y el círculo de la universidad era muy pequeño. En la promoción de las exalumnas de Antropología con las que hablamos apenas había cinco estudiantes. Señalar cualquier tipo de abuso suponía exponerse demasiado. 

Pero Lorena Ruano sí lo denunció.

Cuando regresó de Huehuetenango, fue directa a la universidad, al despacho de Carlos Cazali, entonces decano de la facultad de Ciencias Sociales. “Él, que sí había entendido la dimensión de lo que había hecho Andrés y lo irresponsable que fue, lo apartó de su cargo como supervisor de mi trabajo de campo y dijo: ‘Andrés no le vuelve a dar una clase a nadie de mi departamento’. Yo me quedé muy segura, pero él (Cazali) se fue al año”. 

En Agencia Ocote tratamos de contactar a Carlos Cazali para consultarle acerca de los hechos, pero en la universidad le perdieron la pista y ninguno de sus exestudiantes ni excolegas tiene su contacto. Enviamos un correo electrónico a la única dirección que encontramos, pero no contestó el mensaje.      

Unos años después, en noviembre de 2007, Ruano volvió a señalar a Andrés Álvarez. Didier Boremanse, director del Departamento de Antropología de la universidad, había dejado su cargo y en su lugar nombraron a Álvarez.

Ruano fue a hablar con Cristina Zilbermann de Luján, entonces decana interina de la facultad de Ciencias Sociales. Le contó lo que había pasado en Huehuetenango y dejó ver su descontento por el nuevo nombramiento. “Ella me dijo: ‘Cazali no dejó nada por escrito y no tenés pruebas’. Me dijo que eso había pasado porque no tenía dignidad y era una cualquiera, que eso le pasaba a las putas, no a las mujeres que se respetaban”.

Ruano estaba por salir de Guatemala para hacer una maestría en Suecia, y antes de irse dejó una carta dirigida a Roberto Moreno Godoy, rector de la UVG —aún hoy en el cargo—, en la que contaba lo mismo que le dijo a la decana interina.

Ella desconoce si Moreno llegó a recibir la carta. La que sí la leyó, asegura, fue Zilbermman de Luján. “Me llamó enojadísima, diciendo que —después de los señalamientos que había hecho reiteradamente— ninguna secretaria quería trabajar con Andrés porque la facultad de Ciencias Sociales tiene que estar abierta en la noche y no querían quedarse solas con él”, dice Ruano.

También tratamos de conseguir el contacto de Zilbermann a través de la UVG y le escribimos a través de sus redes sociales, pero no obtuvimos respuesta.

Hace unas semanas, después de hacer las publicaciones en Facebook y Twitter, Lorena Ruano volvió a presentar una denuncia en la Universidad del Valle, esta vez a través de una carta que envió al Comité de Ética del centro de estudios.

La investigación

En esta carta, ella explica con detalle los hechos y remarca que los actos de Álvarez “no deben ser tolerados por ninguna institución académica de prestigio con baremos éticos”. “Es momento de que la Universidad del Valle de Guatemala proteja a sus estudiantes y egresadas tomando cartas en el asunto (…). Luego de más de veinte años de tener dentro de una de sus facultades a un depredador sexual, la UVG debe solicitar su renuncia como decano y colaborador de la universidad”, concluye la carta.

Tratamos de entrevistar a Andrés Álvarez Castañeda para preguntarle por los hechos que lo señalan. A través de correo electrónico nos respondió que, por el momento, no estaba interesado en dar esta entrevista. “No he actuado fuera de los parámetros éticos y profesionales que exige mi profesión — expuso Álvarez —, por lo que cualquier información que se publique sobre mi persona será cuidadosamente revisada por mis abogados con el objeto de proceder conforme lo establece la ley en caso algún delito se cometa en mi contra que pueda provocar daños a mi honor, dignidad, credibilidad, o que pueda constituir la falsa imputación de un delito”.

También escribimos al rector Roberto Moreno Godoy por correo electrónico, solicitando una entrevista para consultarle acerca de las denuncias en contra de Andrés Álvarez Castañeda.

Moreno respondió que unos días antes habían recibido una comunicación con “un relato de circunstancias acontecidas años atrás y que parecieran relacionarse con lo que usted expone” —no especificó si se trataba de la carta de Ruano— y añadió que, después de esto, activaron “los protocolos internos de la Universidad para atender dicho tema con la seriedad que requiere, de conformidad con nuestros procedimientos, que por supuesto requieren el máximo respeto a los derechos de todos los involucrados”.

“Como parte del proceso —continúa la respuesta de Moreno— hemos contemplado verificar la existencia o no de los posibles reclamos anteriores. Al estar en la fase inicial de atención a dicha comunicación, seguro comprenderá que por ahora no podríamos facilitar más información respecto al tema”.

Tatiana Paz Lemus, compañera de promoción de Álvarez Castañeda y hoy directora del Departamento de Antropología, asegura que “de acuerdo con los procedimientos institucionales, un comité está dando seguimiento al caso” y aclara que ella no forma parte del mismo. “Como parte de la comunidad UVG, apoyo que se investiguen y atiendan debidamente las denuncias formales”, añade .

Según las dos alumnas de la facultad con las que hablamos, cinco días después de la denuncia de Lorena Ruano en redes sociales, en la universidad les dijeron que Álvarez Castañeda sería apartado de su cargo.

Consultamos al rector Roberto Moreno para corroborarlo, y confirmó que el decano “se encuentra de licencia desde el 16 de marzo del año en curso”. En esta respuesta, Moreno añadió que “al igual que nosotros hemos hecho al interno, le solicito atentamente que permita que el proceso avance con objetividad y atendiendo a la confidencialidad de las personas”.

Buscamos comunicación con Alejandro Noj, presidente de la Asociación de Estudiantes de Ciencias Sociales, para preguntarle si había hablado con las autoridades acerca de los señalamientos, pero no contestó a su teléfono ni a mensajes enviados a su correo electrónico.

Moreno no indicó si antes de la comunicación recibida hace unos días habían tenido conocimiento de otras denuncias, como la primera carta que envió Ruano en 2007.

Según el abogado Esteban Celada, si la universidad recibió estas denuncias y no tramitó las acciones penales correspondientes, las autoridades podrían haber incurrido en un delito de encubrimiento o de omisión de denuncia. 

También consultamos al abogado si (en caso de que el Ministerio Público iniciara una investigación de los hechos que describen las exestudiantes) la responsabilidad podría haber prescrito ya, puesto que pasaron bastantes años.

 En caso se persiguiese un delito, y si se le llegara a considerar una violación,  Celada explica que “de acuerdo a la Cedaw (Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer) y la Convención de Belém do Pará, la violencia sexual, en lo posible, debe ser juzgada. Al sumar la pena de violación y la agravación de la pena     podrían haber pasado hasta 36 años. Si fueran varios delitos y además al ser la persona catedrática, esto aumenta las penas”. Es decir, si se llegase a considerar que hubo violación, este delito no habría prescrito.    

Consultamos a Julia Barreda, vocera del Ministerio Público, para conocer si existe en la Fiscalía alguna denuncia en contra de Álvarez. Barreda indicó que esta información sólo la puede generar la Unidad de Acceso a la Información Pública, aunque recordó que la institución no entrega información de particulares. En Agencia Ocote realizamos la solicitud de información. De recibir respuesta, la publicaremos en este mismo texto con la aclaración respectiva.

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***

“Es terrible pensar que una no puede salir, tomarse unos tragos y bailar y estar segura —se lamenta la exestudiante de Antropología, la del primer relato—. Siempre tener que estar pegando la espalda a la pared porque siempre va a venir alguien que la va a fregar a una. ¿Por qué no puedo salir en minifalda tranquila? ¿Por qué no puedo ir a un bar, tomarme unos tragos y volver tranquila? ¿Por qué?”.

“A mí me cae muy mal pensar que entonces no hicimos nada —añade—. Pero  es bueno que ahora se sepa lo que pasó, porque tal vez hay gente que se identifique y pueda contar su historia”.

Su amiga, con la que habló al día siguiente, no tiene esperanzas de que la Universidad del Valle reaccione a estos señalamientos. Lo único que espera es que las acusaciones sirvan para alertar a las actuales y futuras estudiantes. “Esperaría que las chicas nuevas que lleguen a la universidad puedan estar prevenidas de cómo es Andrés. Que le tengan menos respeto y más precaución a un tipo como él”.  

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