Sueños robados
Desde Ecuador: mirarnos y reconocernos en Nicaragua
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El colectivo feminista y antipenitenciario Mujeres de Frente, nacido en la cárcel de Quito casi dos décadas atrás, se reconoce en la realidad de los presos políticos en Nicaragua, y piensa que el mejor modo de compartir sus reflexiones consiste en tejer esa realidad con sus propias experiencias en Ecuador.



Texto: Mujeres de Frente


Cuando nos invitaron a pensar y escribir sobre la situación actual de Nicaragua, en Mujeres de Frente lo asumimos como un momento importante para pensar sobre lo que pasa en un país no muy lejano al nuestro. Si bien algunas de nosotras habíamos seguido lo que viene pasando desde hace ya algunos años, sobre todo desde aquel abril de 2018, decidimos aproximarnos a la escritura del texto creando dos momentos de reflexiones en colectivo. Primero compartimos entre las que conformamos la asamblea de gestión de Mujeres de Frente una serie de noticias y opiniones de varios medios de comunicación que nos permitieran contextualizar e informarnos acerca del momento que está atravesando Nicaragua. Después creamos un segundo espacio común, para que todas pudiéramos compartir nuestras opiniones sobre lo que leímos y se abriera un espacio de reflexión. 

Estos dos momentos constituyen la base de nuestra opinión compartida mediante este texto, y creemos que representa tanto nuestra manera de actuar en el cotidiano organizativo, como la multiplicidad de voces y experiencias de mujeres que hemos sufrido cárcel, como los presos políticos de Nicaragua. 

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Nos dimos cuenta lo poco que se habla de lo que estaba pasando. A medida que conocíamos más del tema, nos escalofriaba leer sobre los actos de violencia desmedida, la constante y sistemática violación a los derechos humanos y la total impunidad con que actúa el régimen Ortega-Murillo. Al mismo tiempo veíamos similitudes claras con experiencias nuestras en Ecuador. 

Abuso de poder y violencia sexual

Mujeres de Frente nos vemos claramente reflejadas en la historia de Zoilamérica Narváez Murillo, pues la violencia sexual ha sido una constante en nuestras vidas. Leer sobre el caso de Zoilamérica nos hizo preguntarnos por qué se normaliza la violencia y la impunidad cuando se violentan nuestros cuerpos, por qué se nos pide simplemente “pasar página”, por qué se educa a nuestras niñas con normas tan poco claras que ni siquiera tienen las herramientas para identificar una violación cuando la viven.

En el caso de Zoilamérica vemos la lamentable realidad de quienes hemos vivido violencia sexual: sabemos que es un delito mucho más común de lo que pensamos, sobre todo, demasiado común para lo poco que lo tratamos. Es por eso que nosotras sentimos la necesidad de romper con el estigma social relacionado con las agresiones sexuales, reconociendo que los hombres que nos violentan no son psicópatas, no son anomalías. Son personas que se aprovechan de sus privilegios y posiciones de poder, sin entender o sin importarles los daños que nos causan. Son el resultado de un sistema patriarcal y colonial que impone un valor menor sobre nuestros cuerpos, más aún cuando somos mujeres racializadas.

El abuso sexual está intrínsecamente relacionado con el abuso de poder. Nosotras sabemos por experiencia propia que los abusadores tienen de su lado un sistema de supuesta justicia que casi nunca nos mira como iguales, que nos describe como “víctimas”, que nos pide pruebas y nos pone plazos irreales para denunciar, y que con sospechosa eficiencia dictamina la invalidez de los cargos o se escuda en tecnicismos para invalidar nuestras acusaciones. Zoilamérica claramente lo dice: “La prescripción no implica inocencia”. Lo que nosotras creemos, es que la prescripción sí demuestra –sobre todo en el caso de Ortega, quien esperó cuatro años para testificar luego de ser acusado por su hijastra- las posiciones de poder que les permiten a unos sentirse dueños de la vida y el cuerpo de otras.

Nosotras también hemos denunciado. También hemos pasado por esos largos procesos que no llevaron a nada, que no nos dieron esa supuesta “justicia” que buscábamos, porque el agresor tenía el dinero y los medios para seguir con su vida como si nada. Sabemos que el Estado está cimentado en un orden patriarcal, capitalista y punitivista, es por eso que nosotras buscamos, junto a otras organizaciones amigas, posibles horizontes de sanación y justicia que vayan más allá de lo que el Estado y sus instituciones nos pueden ofrecer.

Estado como muestra de la corrupción del poder

Nosotras vemos en Daniel Ortega la clara imagen de cómo el poder del Estado es capaz de corromperlo todo, más allá de las ideologías políticas. Nosotras lo conocemos de sobra después de más de una década de vivir bajo un gobierno de una supuesta revolución ciudadana de izquierda, que no hizo más que usar un discurso político para alinearse con los intereses del gran capital transnacional y llenar los bolsillos de los mismos de siempre. Como dijo nuestra compañera Juanita cuando conversamos sobre este tema, “cogen el poder y hasta luego”.

A propósito de las elecciones municipales y provinciales que se acercaban cuando nos reunimos a conversar sobre Nicaragua, reflexionamos sobre la gran desconfianza que nos generan siempre los representantes de la política. Pensábamos en todos los vecinos, amigos o familiares que, viniendo de sectores populares, se olvidan de dónde salieron una vez que entran en instituciones estatales como la Policía o cuando consiguen cargos de poder. Vemos cómo la extracción social en esos casos coloca a aquellos que dicen representarnos o ser “amigos del pueblo”, del lado de las élites privilegiadas. Vemos que el caso de Ortega no es distinto. Su trayectoria nos muestra la sed de poder, la inmensa necesidad de asegurar su permanencia como jefe de Estado por todos los medios necesarios.

En la Escuela de Formación Política Feminista y Popular que llevamos en Mujeres de Frente, hemos reflexionado sobre cómo nosotras, mujeres de sectores populares, somos las que sostenemos y reproducimos la vida, mientras los depredadores y no-productores sacan hasta el último beneficio de nuestro trabajo. También vemos claramente esto en Daniel Ortega. Un hombre que ha estado en el poder durante más de 27 años –si sumamos todos sus cargos de poder desde la Revolución Sandinista de 1979- que miente, amedrenta y reprime a toda posible oposición. Un hombre que no cuida, que no redistribuye y que ve a los demás sólo como monedas de cambio para sus intereses políticos, en su cruzada por mantener el poder para él y su familia.

Símbolos de castigo

Juntas también reflexionamos, por nuestra trayectoria como organización anti-punitivista y anticarcelaria, que el régimen de Ortega utiliza la cárcel como símbolo de castigo, como una forma más de demostrar su poder sobre la vida de las y los otros. Tal es el caso de Dora María Téllez, quien ha estado presa y aislada por su oposición al régimen. No vemos su encarcelamiento como un incidente aislado hacia una mujer específica, sino como una forma de actuar frente a toda posible amenaza en contra de su sistema de poder. Solo así se puede ver con claridad que los casos de violencia contra manifestantes en 2018, la detención de estudiantes como Lesther Alemán o el asesinato de representantes de pueblos ancestrales de la Costa Caribe, como el de Salomón López Smit, que son todos parte de la manera de actuar del régimen Ortega-Murillo.  

El caso Téllez resuena con nosotras, porque sabemos lo que se vive dentro de las prisiones, conocemos los niveles de violencia y tortura a los que nos someten dentro. Para Ortega la prisión es un mecanismo que sirve para silenciar a todos quienes se muestran en contra del régimen. Como dice Elizabeth “la cárcel deshumaniza”, y eso es exactamente lo que busca un gobierno que oculta torturas físicas, sicológicas y sexuales detrás de altos muros y alambres de púas. Al encarcelamiento también se le suman tácticas de hostigamiento, asedio policial y persecución de familiares, para infundir miedo y silenciar la sociedad al antojo del dictador. En ese sentido, también reconocemos las similitudes que hay entre instituciones policiales, pues ellas son el brazo ejecutor de actos violentos. A pesar de que la policía jura “cuidar al pueblo”, es claro que sus intereses económicos y políticos están alineados con las élites del poder. Nosotras también lo vivimos hace poco, cuando en el paro nacional de junio del 2022, la fuerza pública arremetió en contra de los manifestantes en las calles.

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Este proceso de escritura colectiva nos ha permitido mirarnos y reconocernos en otras realidades, como la de Nicaragua. Y sentimos que este acto de reconocimiento es importantísimo para buscar horizontes de cambio común, que nos permitan sentirnos acompañadas en los muchos procesos de lucha que llevamos y que nos conectan.


Este trabajo es parte del especial Sueños Robados. La decadencia de la tiranía en Nicaragua. Trabajo de periodismo colectivo coordinado por la alianza Otras Miradas con la colaboración de: Desinformémonos de México, los medios nicaragüenses Divergentes, Despacho 505, Expediente Público, Agencia Ocote de Guatemala y Público de España.

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