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Música, marchas, bandas y procesiones
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La Semana Santa en Guatemala es un período que sobrepasa la mera expresión religiosa, su fuerza cultural se manifiesta en muchos aspectos, varios de ellos narrados en el libro Calle, memoria y tiempo editado por Maíz y Olivo ediciones. Este ensayo de Jacobo Nitsch sobre la música procesional forma parte de este libro que busca generar una nueva narrativa sobre este período.


Escribir este artículo ha esbozado en mí una gran sonrisa, pues trajo a mi memoria momentos de mucha alegría y un poco de añoranza. Traigo a mi mente todo lo que la música ha hecho en mí, en especial cuando pienso en el papel protagónico que tiene la música en mi vida, en la vida de cualquier ser humano y en la sociedad.

En el momento en que me siento a pensar frente a la computadora y trato de escribir sobre este tema, mi mente vuela: las ideas se me agolpan con los miles de vivencias, anécdotas y palabras que me hacen recordar los momentos más increíbles de mi vida y que quiero escribir de manera apresurada para que nada se me escape, para que nada se me olvide, y en lo primero que pienso es en la función que tiene la música en la sociedad.

Cuando analizo mi paso por esta vida y la gente con quien la comparto, observo que de alguna manera u otra, la música juega un rol importante en la mayoría de nosotros. En la familia, con los cantos desentonados que se dan en un momento de gran felicidad como los cumpleaños, las bodas y los aniversarios.

Cuando estás con los amigos en un restaurante o en un bar, donde la charla filosófica está acompañada por un ritmo musical de fondo. En las fiestas patronales, donde la gente de cada municipio se prepara con gran algarabía y gozo para dar lo mejor de sí a su comunidad y donde no puede faltar un grupo musical que invite al pueblo a bailar. En los conciertos de nuestros artistas y autores favoritos, cuyas canciones han roto y remendado nuestro corazón y juventud.

Y qué decir de la religión: en cualquier cultura y creencia, la música siempre ha tenido y tiene un papel preponderante porque a través de ella el ser humano se conecta con su Dios, con su Creador a través de un rito, una meditación, una percepción, una sensación, un ritmo que lo ayuda a comprender su valor y la razón de su existencia en el mundo que le rodea. Muestra de ello son las coloridas procesiones que se viven en Guatemala durante Cuaresma y Semana Santa.

Las marchas fúnebres son composiciones musicales que cumplen al menos dos papeles preponderantes en los cortejos. Primero, ayudan al paso de las y los devotos cargadores, marcando el ritmo de sus pasos de lado a lado y de adelante hacia atrás. Y segundo, contribuyen al contexto de la meditación. Esto con melodías y cambios armónicos que, a través de tonalidades mayores y menores, evocan sentimientos que evocan en los feligreses un espectro sonoro que va del dolor y el arrepentimiento hasta el gozo y la esperanza.

Esto se puede observar en el nombre de las marchas, que están inspirados en personajes y escenas bíblicas relacionadas con la pasión de Cristo, o dedicadas a imágenes y hermandades de las diferentes iglesias católicas del país, como por ejemplo Jesús del Consuelo, Cruzados de Cristo, La oveja de Jesús de San Bartolo, A los pies del Maestro, Bodas de Oro, Jesús de San José, Tinieblas, El Centurión, La Fosa o Sudor de Sangre, por mencionar algunas. El género de las marchas fúnebres tiene su origen en las marchas que se tocaban en las procesiones de España. Sin embargo, la evolución que ha tenido Guatemala, a través de un añejamiento de largas jornadas de devoción, corozo, aserrín, incienso, sol, lluvia y flores, ha hecho que las composiciones tengan una singular sonoridad y estructura.

Para ahondar más acerca del origen y evolución de las marchas fúnebres existen varias fuentes, como los trabajos del investigador Fernando Urquizú, especialmente el libro Nuevas notas para el estudio de las marchas fúnebres en Guatemala. El presente texto es un pequeño relato de mi humilde experiencia y pensamiento acerca de esta bella música.

Mi vida en el Colegio San Sebastián

Mi pasión por la trompeta viene desde que tenía diez años y vi un concierto documental sobre la vida de Louis Armstrong en la biblioteca del IGA. Quedé flechado. En ese tiempo, mis papás decidieron meterme a estudiar en el Colegio San Sebastián, por lo que entré a cuarto grado de primaria. Algo que ha caracterizado a este colegio ubicado en zona 1 de la capital, es su Banda Marcial, la cual goza de gran reputación debido a los músicos que han pasado por sus filas. Para el siglo pasado, una Banda Marcial no era lo mismo que una Banda de Guerra.

La primera se dedicaba a tocar marchas militares, así como también música académica y popular. Su formación fue inspirada en la Banda de Músicos Militares de Guatemala que, junto con el Conservatorio Nacional, fueron las instituciones que durante el siglo XX formaron a la mayoría de los músicos de viento y percusión del país. Cuando decidí ser parte de la banda del San Sebastián fue cuando apareció en mi vida el profesor Gonzalo Aragón, quien con disciplina y dedicación me enseñó a tocar la trompeta. Así que mis primeras presentaciones como trompetista fueron en los actos cívicos de los lunes y las temporadas de conciertos que el colegio organizaba en los teatros Abril, Bellas Artes y Nacional. En mis primeros pasos como trompetista toda mi familia me iba a ver para echarme porras.

Cada año, la banda se presentaba en una pequeña temporada de conciertos de marchas fúnebres que se realizaba tradicionalmente en las iglesias de San José, Candelaria y San Sebastián. Recuerdo que cuando estaba en tercero básico, con 14 años, tocábamos un amplio repertorio que ensayábamos por las tardes en el colegio, de martes a jueves –y a veces sábados–, de 2 a 4:30 de la tarde.

Después de los ensayos, varios alumnos/músicos engasados, solíamos hacer competencia de quién se sabía más marchas, así nos daban las 5 y muchas veces las 6. Era muy difícil que nos creyeran en nuestras casas que eso nos quedábamos haciendo. Cuando llegábamos ya no queríamos hacer deberes, pero la música siempre estaba presente. Aparte de estos ensayos y conciertos, durante la Cuaresma y Semana Santa muchos cortejos pasaban frente al colegio, lo cual propiciaba que los alumnos de la banda tocáramos dos o tres cuadras detrás de las andas de Jesús y la Virgen. Durante este lapso, los músicos que iban en la procesión tenían tiempo para descansar o comer algo.

Fotografía: Engler García para el libro Calle, memoria y tiempo.

Mi papá, la música y cómo empecé en las procesiones

Pero, ¿de dónde viene mi amor por la música? De mi papá, Jacobo Alfredo Nitsch Enríquez. Él era evangélico y durante su juventud dirigía el coro y tocaba el órgano en la Iglesia Central, ubicada atrás del Palacio Nacional. Su pasión por la música le dio un gusto muy particular por el saxofón, así que aprendió a tocarlo como a los 38 años, cuando yo tenía más o menos 4 años de edad, con la ayuda del clarinetista Marcos Donis.

Don Marcos era el segundo clarinete de la Orquesta Sinfónica Nacional y era hermano del músico y director Pedro Donis Flores, quien dirigía una banda de marchas fúnebres que acompañaba varias procesiones durante la Semana Santa. Es así como se conocen y Pedro Donis invita a mi papá a incorporarse en su banda, con una pequeña peculiaridad: mi papá tocaba saxofón alto y en la conformación tradicional de las marchas fúnebres no se incluye este instrumento; por lo tanto, no había papeles –partituras– para él.

Qué tal: un evangélico tocando saxofón en una banda de procesiones. Mi padre aceptó el reto y se las ingenió para leer los papeles de “el requinto”, que es una variación más pequeña del clarinete tradicional –en Sí bemol–, afinado en Mi bemol. En este momento me doy cuenta de que participar en las bandas de marcha implicaba una fusión de músicos extraordinarios con creencias evangélicas y católicas, pero que la religión no era un impedimento para un momento de reflexión espiritual y qué mejor que hacerla a través de la música. Los músicos con mucha experiencia tocan su repertorio de marchas de memoria y mi papá poco a poco empezó a conocer esta dinámica.

Así que el maestro Donis, al comienzo, lo invitaba a participar en procesiones que tenían un recorrido corto, de cuatro a seis horas, para que poco a poco adquiriera la experiencia musical de participar en las bandas de procesiones. Luego de algunos años, mi papá ya era un músico regular en los cortejos grandes, lo que me llevó a encontrármelo en la puerta del colegio cuando yo tocaba con la banda y él venía como músico de las hermandades. Una vez, luego de tocar con la banda del colegio, se acercó a mí el maestro Pedro Donis, y me dijo: “Usted es el hijo de Jacobo.

A ver, toque la entrada de El Silencio; si la toca bien, se viene con la banda”. Me paralicé, fue un momento que aún hoy recuerdo con mucha emoción. Conocía la marcha porque la habíamos tocado varias veces en el colegio, así que con muchos nervios hice el solo característico de la introducción, y a partir de ahí el maestro Donis me llamó para procesiones pequeñas o como “suple” –el suplente– de algunos músicos que no tocan toda la procesión o que necesitan algunos momentos para descansar, comer o ir al baño. Años después me llevaba a procesiones más largas, y me recomendó con otros directores.

Maestros de marchas

Mi vida como músico en las bandas de marcha ocurrió entre 1993 y 2005, una época que llevaba en paralelo a mis estudios universitarios como ingeniero. Yo realmente nunca sentí que tocar en las bandas de procesiones fuera un trabajo, porque la verdad me encantaba, era feliz. Pero, por otro lado, lo que ganaba en este trabajo lo empleaba para ayudarme a pagar la U, así como para comprar algunos libros y discos. Durante varias procesiones compartí con otros compañeros del San Sebastián, a quienes llamaron igual que a mí a tocar a tocar en las bandas.

Recuerdo hacer varias jornadas acompañado por mi mejor amigo, el clarinetista Jorge Mario Reyes, quien después se convertiría en el saxofonista de Malacates Trébol Shop. Durante los primeros años de este grupo musical, con Jorge tocábamos durante la Cuaresma hasta el Viernes Santo, para luego irnos al puerto a tocar con el grupo en un esperado concierto de Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección. Varias veces íbamos agotados, pero cuando uno hace lo que le gusta todo es posible.

Algo único que me dio la hermosa experiencia de tocar en bandas de marchas fúnebres fue conocer a grandes maestros que hoy recuerdo con mucho cariño y admiración, entre ellos a los maestros Moscoso, Polanco y Monzoa, quienes eran increíbles trompetistas profesionales y eran las primeras trompetas de las bandas. Y entre los directores de bandas con los que compartí, recuerdo con especial cariño al maestro Colindres, quien era mejor conocido como “Colita” porque era calvo, pero con el poco pelo que tenía todavía le salía una colita, la cual era su sello particular. Además de director de banda, era un trompetista de talla internacional, con quien también tuve la fortuna de recibir clases. El maestro “Colita” siempre me llevaba a todas las procesiones, y recuerdo en especial las procesiones de la iglesia La Villa de Guadalupe, en la zona 10.

Quiénes eran esos músicos

Cuando hablamos de las bandas de procesiones muy pocas personas saben de dónde vienen estos músicos o cuál ha sido su formación. Las bandas de marchas fúnebres se componen con músicos “base” por su amplia experiencia y dominio del instrumento, además de que leen partituras, dominan el registro del instrumento, lideran la banda y tienen un amplio repertorio de memoria. Y por otro lado, están los músicos aficionados que siempre están prestos a aprender de los maestros.

Hasta finales del siglo pasado, la mayoría de los músicos provenían generalmente de bandas militares, tales como la Banda Sinfónica Marcial de Guatemala, las de los destacamentos o zonas militares, las de la Policía Nacional, así como de las instituciones educativas como el Conservatorio Nacional de Música “Germán Alcántara”, la Escuela de Músicos Militares y en menor medida de Colegios como San Sebastián, Infantes y San Pablo. Estos instrumentistas también conformaban las agrupaciones tropicales de merengue, salsa, cumbia, así como marimbas orquestas. Luego de los Acuerdos de Paz, firmados en 1996, los presupuestos de las bandas marciales fueron reducidos. Durante las décadas de 1990 y 2000, varios músicos aficionados con cierto nivel interpretativo fueron incluidos en las listas de músicos base por los directores y hermandades.

En la transición del siglo XX al siglo XXI emergieron, tanto en lo público como en lo privado, muchas instituciones artísticas que formaban y congregaban intérpretes de diversos géneros musicales. Por ejemplo, la Escuela Municipal de Música, academias, universidades con carreras de música, así como el desarrollo de las Latin Band, Bandas Sinfónicas y Bandas de Marcha en cientos de colegios. Estas agrupaciones vinieron a sustituir en gran parte a las Bandas de Guerra tradicionales, que interpretan fanfarrias y toques de tambor. Hoy en día, las bandas que acompañan los cortejos procesionales están integradas por músicos que pertenecieron a las bandas militares, pero también por un gran número de músicos que provienen de estas academias, escuelas, bandas y orquestas.

La mayoría de estos intérpretes y compositores, con contadas excepciones, son hombres. Una de estas excepciones es la compositora María Julia Quiñónez, quien compuso la insigne marcha.

Mater Dolorosa. En mi experiencia, recuerdo a la señora que tocaba bombo, Doña Esperanza Pineda, conocida como “Doña Pelancha”, con quien varias veces nos fuimos platicando acerca de la vida y siempre me daba consejos. Que yo recuerde, ella y una joven que tocaba redoblante eran las únicas mujeres contratadas para ser parte de la banda de procesiones, a finales de los años 90. Sin embargo, esto ha ido cambiando poco a poco y hoy se puede observar una generación de mujeres instrumentistas que conforman y lideran diferentes ensambles musicales. En materia de marchas fúnebres, destaca la Banda de Música Femenina Inmaculada Concepción. Ahora se ve con esperanza y alegría el aumento de la participación de mujeres en la composición y ejecución de obras, así como en la organización y dirección musical de bandas de procesión.

Características de los músicos procesionales

Es importante mencionar qué aptitudes debe tener un buen músico de banda. Creo que este es un trabajo singular que requiere ciertas características específicas: a) La resistencia para tocar el instrumento durante seis, 10 o hasta 18 horas, dependiendo del recorrido de la procesión. b) Coordinación para tocar y caminar, algo que es más difícil en terracería o en las calles de La Antigua Guatemala. c) Tener lectura musical, ya que se interpretan muchas obras a primera vista. d) Conocer la jerga de las bandas de procesión. Por ejemplo, el “papelero” dice “Remirre, de memoria”. Esto quiere decir: toquemos la marcha Lágrimas de Mónico de León, y no hay papeles o particellas, la tienen que saber de memoria. Otra término frecuente es “chuparrueda”, que es cuando un músico que no sabe la marcha o no tiene las condiciones técnicas para interpretarla, se pega a alguien con más experiencia.

Así, muchas marchas suelen tocarse de memoria, las cuales son fácilmente reconocidas por los asiduos a la Semana Santa y las procesiones. Esto sucede con marchas como Ramito de Olivo, El Cuervo, Martirio, La Reseña, El llanto de la Virgen o A los pies del Maestro.

Mis amigos de la banda

Una peculiaridad de este tipo de ensamble es que la mayoría solo se ven en las procesiones, especialmente en las de Semana Santa. El director, junto con las hermandades, es el encargado de reclutar a los músicos y de seleccionar el repertorio a interpretar. Las bandas pueden ser de tamaño variable, desde 15 hasta más de 200 músicos, entre profesionales y aficionados.

Pero, a pesar de que el encuentro solamente es anual, lo especial de tocar en una banda tiene que ver con los amigos que haces en ella. Tocar con una banda te da sentido de pertenencia y comunidad. Durante el trayecto escuchás todo tipo de historias de vida: algunos ofrecen su música a Dios, otros lo ven como una entrada de dinero y otros como un lugar para ir a practicar música colectivamente. Cada uno tiene su motivo particular para dedicar su vida a esta labor durante la Semana Santa. En este trayecto es cuando conocés que hay músicos académicos, militares y aficionados. La mayoría son hombres. Todos ellos visten de traje obscuro y con corbata, comparten el cansancio, el calor, el sol, la lluvia, el agua y el gusto y la pasión por hacer música. Ser músico de procesión es una profesión.

Cómo es trabajar en Semana Santa

Para un músico de banda procesional las jornadas son arduas, porque a diferencia de una presentación o un concierto en una iglesia, uno está expuesto a las inclemencias del clima. Por esta razón, aunque los músicos lleven un traje obscuro con camisa blanca y corbata, deben llevar gorra para evitar la insolación y, por ende, se deben hidratar de manera constante porque el recorrido es de todo el día, aunque eso también puede provocar que se tenga que ir al baño más seguido, algo complicado en una procesión. Para evitar un colorido y diverso paisaje de gorras o sombreros, muchas hermandades proveen de gorras con un estilo uniforme que le da un aspecto más parejo al ensamble musical.

Y cuando llueve… todo se complica porque, aunque sea un “pasón” de agua o un chaparrón, la procesión y la música deben continuar. Así, los músicos hacen uso de su ingenio e improvisación. Si el instrumento es de madera –como el clarinete– deben protegerlo con un plástico para que no se mojen los tapones, afectando el sonido del instrumento. En el caso de los vientos metales y la percusión, son más complicados de cubrir y generalmente se dejan a la intemperie, aunque en algunos casos se llevan protectores plásticos. Y, por supuesto, los músicos deben de protegerse, cubrirse con plástico o capas de nylon para evitar mojarse, no solo porque es incómodo trabajar con la ropa mojada, sino porque pueden resfriarse. Muchas veces, los músicos más experimentados van preparados con bolsas y capas.

Además, tocar en las procesiones que pasan por calles de terracería o empedradas representa otros retos. Por ejemplo, en La Antigua Guatemala, las calles son de piedra y este contexto complica un poco más la labor, no solo para quienes cargan las andas sino para los músicos, porque deben evitar tropezarse y caer, al mismo tiempo que leen una partitura y ejecutan su instrumento. También hay que pensar en el peso que tiene cada instrumento: no es lo mismo cargar un piccolo, un clarinete o una trompeta, que un tambor o una tuba. A mayor tamaño del instrumento, más dificultad hay en el trabajo corporal, y por esta razón los músicos que tienen a su cargo los instrumentos más grandes casi siempre van acompañados por un ayudante –que regularmente es un familiar o amigo, coloquialmente llamado “Cirineo”, en referencia al personaje bíblico que ayuda a Jesús a cargar la cruz–. Caso especial representan los instrumentos como los timbales o las campanas tubulares, que llevan un mecanismo con ruedas.

Fotografía: Engler García para el libro Calle, memoria y tiempo.

Qué instrumentos lleva la banda

Las bandas de procesión tienen una estructura base parecida a las bandas marciales, esos grupos musicales que tocan una variedad de música académica y popular, que tienen su origen en los diferentes ejércitos de Europa y Estados Unidos. Hoy en día, existen muchas bandas de este tipo alrededor del mundo, integradas por músicos civiles y desligadas de la tradición militar; sin embargo, conservan la orquestación base, como es el caso de las bandas de marchas fúnebres.

En el registro grave tenemos a las tubas, tenores y barítonos para darle la base y profundidad a la marcha, y su función es armónica, es decir que sirve de andamiaje a los instrumentos que llevan la melodía principal y que generalmente son las trompetas y clarinetes. No obstante, muchas veces lideran la melodía principal –como en el caso de las marchas San Nicolás o La Fosa–, o tienen un contrapunto o contra melodía característica. Por cierto, el maestro Pedro Donis tocaba el tenor de una manera maravillosa.

En general, las melodías las llevan principalmente las trompetas y los clarinetes, los cuales pueden dividirse en primera, segunda, tercera y hasta cuarta voz, dependiendo de la melodía. La diferencia es que, debido a que estos instrumentos tienen un rango medio y agudo, los primeros llevan la voz más alta, es decir la voz que más resalta, y los demás complementan armónicamente esa voz líder. Esta división también aplica para los tenores y barítonos. Un instrumento peculiar y que resalta por lo agudo de su sonido, es el piccolo, que se destaca por hacer adornos y bordaduras características a la melodía principal.

Luego tenemos la percusión, que da el ritmo al paso de los cargadores. Entre ellos tenemos a los timbales, que son los encargados de llamar, dar aviso e iniciar la marcha. A partir de ahí, el director hace el gesto de cuatro cuartos (4/4) para dar el compás de muestra que marca el tiempo de la marcha ejecutada (la mayoría de las marchas está en la métrica de 4/4). El paso y tempo de la marcha va marcado por el redoblante, el bombo y los platos. Para lograr diferentes texturas sonoras, las bandas también suelen incorporar instrumentos como campanas tubulares y wong. La lira también suele ser un instrumento común en estas bandas, apoyando las líneas melódicas principales de las trompetas y clarinetes.

Dentro de los instrumentos que usan los músicos de banda hay características especiales: el piccolo es el instrumento más pequeño y la tuba o Sousafón (bautizado así en honor a un compositor de marchas militares, el estadounidense John Philliph Sousa) el más pesado, por ello el tubista casi siempre debe estar acompañado por un ayudante (“Cirineo”) que lo ayude a cargar el instrumento y, por ende, gana un poco más.

En las trompetas, en el mejor de los casos, el músico que toca la primera es un músico de mayor experiencia, es un músico experimentado y seguro de su técnica, además de tener una buena lectura, durante el tiempo que dura la procesión se rota el papel con la segunda y tercera trompeta no solo para dar un descanso a los músculos de los labios, sino que así las segundas y terceras trompetas van ganando experiencia y van adquiriendo la técnica necesaria para dominar el instrumento.

Cuánto gana un músico de marchas fúnebres

Para hablar un poco de la demanda y la oferta de los músicos de banda, hay que comprender a los actores principales en la contratación. Antes de que llegue la Semana Santa, todas las iglesias o hermandades se encargan de buscar al mejor director, al que tiene mejor reputación y es respetado por su trabajo. Es el director de banda quien se encarga de buscar a los mejores músicos para realizar esta labor y busca los archivos con las partituras que interpretará la banda.

Además de músico, un buen director debe tener buenas relaciones personales y un equipo de trabajo que pueda coordinar la ejecución musical de la banda con lo requerido por las iglesias. Por lo tanto, debe ser un líder respetado por la comunidad musical y religiosa de las procesiones. Algunos amigos directores de banda me cuentan que a veces se han visto afectados porque hay personas que pagan mal a sus músicos y que por la falta de trabajo éstos aceptan, teniendo como resultado que se contraten a las cotizaciones más baratas. Esto lleva a bajar precios, afectando tanto al director como a los músicos, poniendo así en peligro la calidad de la música durante el cortejo, o incluso en conciertos.

Durante la Cuaresma y los primeros días de la Semana Mayor, el pago es menor en comparación al Viernes Santo que se paga mucho más. Todo dependerá también del recorrido que tiene organizado cada procesión, ya que hay procesiones cortas o menores que tardan de cuatro a seis horas, y procesiones largas o mayores, que son las de 12 y hasta 20 horas.

Un estimado de lo que se le paga a un músico de banda puede ser: del Domingo de Resurrección al Jueves Santo Q70 por hora, aunque se escuchan historias de Q35 por hora. El Viernes Santo es el día de mayor demanda de músicos porque todas las iglesias, incluyendo las más grandes –como Santo Domingo, La Recolección y El Calvario, entre otras en la capital, y las de La Antigua Guatemala–, a partir de las tres de la tarde sacan en procesión sus imágenes del Señor Sepultado, que es cuando Jesús ya va en su urna. Por lo tanto, es un día con mucha demanda de músicos, porque todas las iglesias quieren lucirse con los mejores músicos en sus bandas y por ello el pago incrementa desde Q150 hasta más de Q200 la hora. Una práctica común es que el director gane el doble de una plaza de músico, y a veces se suman gastos de representación. Me llama la atención que estos precios no han variado mucho desde que dejé de tocar formalmente en procesiones, allá por el año 2005, lo que sugiere que los músicos ganan menos si pensamos en el valor real del poder adquisitivo del dinero ajustado a la inflación.

Experiencias especiales en las procesiones

Quiero contar algunas de mis experiencias en diferentes procesiones, las cuales recuerdo como si hubieran sido ayer. Para comenzar hay una notable diferencia en la organización que hacen las hermandades de las iglesias más grandes de la capital y de La Antigua en comparación a otras procesiones más pequeñas o en otros municipios. Esto se debe a que las procesiones con andas grandes, con duración de más de ocho horas y con un gran número de cargadores, necesitan más control y organización de las diferentes actividades.

Una de las procesiones que más me ha gustado es la de Santa Catarina Pinula, no solo por lo angosto de algunas de sus calles –llenas de subidas y bajadas por la topografía de la zona– sino por la calidez de su gente. Recuerdo que, en varias ocasiones, miembros de la comunidad nos invitaban a los músicos de la banda a pasar a sus casas para comer un panito y una taza de café o un vaso de refresco. En un acto tan sencillo como compartir un pan ves la grandeza del corazón de estas personas. Esta fue una de las últimas procesiones que toqué con mi papá, y es un recuerdo muy especial el que guarda cada nota tocada.

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En la procesión de La Reseña –el Martes Santo en la iglesia de La Merced– existe una banda base pagada. Sin embargo, esta banda se hace muy grande cuando se integran varios músicos que llegan a tocar por vocación y/o devoción, es decir que no reciben un pago por tocar. Este ha sido mi caso durante varios años, siendo el último el 2019, justo antes de la pandemia. Esta procesión me gusta por los ramos de flores con los que la comunidad adorna el anda del Nazareno, así como también porque me reencuentro con amigos del San Sebastián, del Infantes, del San Pablo y con otros amigos de la comunidad de músicos de procesiones.

La procesión de la iglesia de La Villa de Guadalupe, en la zona 10, la recuerdo con mucho cariño porque trabajé ahí por muchos años con el famoso maestro Colindres, alias “Colita”. Esta procesión te enseña varias realidades de Guatemala. Su recorrido es un total contraste: en unas calles pasas por edificios modernos diseñados con las tecnologías de vanguardia, donde las calles son estéticamente bien cuidadas en comparación con otras calles y avenidas de la misma zona, pero evidencian otra realidad por el tipo de casas que encuentras al andar. Además de todo esto, en La Villa me siento como en casa porque encuentro músicos que eran amigos de mi papá y por ese aprecio que le tenían a mí también me guardan una gran estima.

De la procesión del Señor Sepultado de La Recolección y del acto del Descendimiento, lo que más recuerdo es cuando toqué por primera vez. Lo sublime y poderoso del acto que estaba presenciando hizo que todos mis sentidos se estremecieran por el nivel de sensaciones que estaba percibiendo al escuchar el canto colectivo de “El Perdón”. Yo solo sé que me paralizó, me estremeció, me cautivó. Fue un momento de éxtasis que hasta el día de hoy me es difícil explicar y que solamente sé que se puede sentir. En ese momento viví algo parecido al “Síndrome de Stendhal”, que es cuando una persona está expuesta a una obra de arte de extraordinaria belleza y perfección, y por ello se le dificulta describir las emociones que siente. El canto de “El Perdón” es un acto que ocurre momentos antes de salir la procesión, es una experiencia fenomenológica que pocas veces he podido experimentar.

Algunas de mis marchas preferidas

En el género de las marchas fúnebres hay varias que gustan por ciertas particularidades. En mi caso, tengo especial inclinación por la melodía. Como compositor de música popular, se parte siempre de las melodías para luego hacer el complemento armónico y, según el caso, las líricas. Es por eso que me enfoco en el desarrollo melódico de las obras y en el timbre de los instrumentos que lo interpretan. Por ser trompetista, me gustan marchas como El Duelo de la Patria o Bodas de Oro, cuyos solos obligados de trompeta requieren de un nivel técnico alto para su interpretación.

Hay marchas que me evocan dulzura, especialmente las partes que utilizan solo de clarinete a dos voces, tales como el trío de Mater Dolorosa y Tinieblas (que, por cierto, tiene un contrapunto hermoso en registro bajo), San Nicolás y El Llanto de la Virgen. Una marcha que me conmueve muchísimo es San Nicolás, con el canto de tenores y barítonos de la primera parte; denota dolor y pesar, me ha sacado lágrimas varias veces. También existen obras que evocan momentos dramáticos debido a sus contrastes de dinámicas y orquestación, tales como Jesús del Consuelo o La Fosa. En esta última se escucha un llamado del registro bajo que inmediatamente te transporta a un lugar sombrío y obscuro, en donde se oye avanzar a una entidad pesada –que me parece ser la Muerte–, acompañado con un ostinato y fanfarrias de trompetas y clarinetes; luego, el trío a dos voces de los clarinetes y posteriormente de trompetas, te lleva a un contexto de luz y esperanza.

In memoriam y Pa’ que te acuerdes de mí

Sin duda mi paso por el colegio, por los conciertos y por las procesiones ha marcado mi vida personal y musical. Viene a mi mente la Semana Santa de 1997, el año en que se fundó Malacates Trébol Shop. Yo toqué toda la Semana Santa, y una semana después, aún con dolor de piernas y labios, se quedó en mi cabeza el motivo rítmico de la marcha In Memoriam. Pasé con él durante varios meses, inspirando un nuevo motivo melódico-rítmico. Estaba muy contento porque creí tener el motivo principal para mi primera marcha fúnebre.

En un ensayo del grupo se lo mostré a Páez –cantante de Malacates–, quien me dijo: “¿Por qué no lo probamos más rápido?” Fue así como nació la canción Pa’ que te acuerdes de mí del disco Paquetecuetes, publicado en 1999, y fue así como murió mi marcha fúnebre. Con esto me di cuenta de que toda la música que escuchamos, las películas vemos, los libros que leemos y lo que platicamos, son las cosas que nos hacen únicos. Sin duda, algo que me gusta mucho de mi vida fue tocar en bandas y conocer mucha música, amigos, músicos, tradiciones y sensaciones extrasensoriales. Espero poder regresar alguna vez a tocar como músico de procesión, ponerme mi traje, mi camisa blanca, una corbata oscura, una gorra, poner la lira para partituras en mi trompeta y, cómo no, una foto de mi viejo en la bolsa del saco, acompañándome en cada cuadra y en cada nota.

Tuvo el aporte del músico de bandas de marcha y Primer Trompeta de la Sinfónica Nacional, Sergio Tzic, y de los músicos y directores de Bandas de Marchas Fúnebres, Luis Pirir y Carlos Gómez.

*Este ensayo es parte del libro Calle, memoria y tiempo. Nueva narrativa de la Semana Santa guatemalteca. Libro II. Editado por Maíz y olivo ediciones. Y que puedes adquirir acá.

*Jacobo Nitsch: Educador, gestor, músico y compositor. Trompetista y director musical de Malacates Trébol Shop y Jazzimba.


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