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La mesa
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Efectivamente, nadie nos preparó para esto. Y los pequeños gestos de amor son también los de resistencia. Podemos leer desde muchos ángulos este confinamiento, y el familiar y personal, también es esencial para entender cómo nos marca este tiempo.


En una mesa se comparten alimentos, se empiezan discusiones, se avisa la llegada de un bebé, se presenta a las nuevas parejas, se comparten chismes; se habla de coyuntura, amor y desamor. También en una mesa se vive una pandemia.

Recientemente vi en Facebook que en el colegio del hijo de una amiga, pidieron a los niños tomarse una foto con las cosas más representativas de la cuarentena para cada uno. Yo imaginé a mi niño acostado sobre la mesa del comedor, con la computadora de almohada.

Si hay un testigo que conoce todo lo que para nosotros ha significado este confinamiento, ha sido ella. Esa mesa. Nos ha escuchado trabajar, estudiar, jugar, emocionarnos por la luna, rezar, reír y discutir. Imagino que también ha aprendido a sentir el dolor y los temores que no decimos en voz alta. 

Mientras pasamos todo el día ahí sentados, descubrimos que este  tiempo nos ha dado oportunidad de conocernos en el espacio de cada uno. Entiendo mejor ahora los desafíos del trabajo de mi esposo y su paciencia infinita para responder el teléfono a cualquier hora.  El carácter de mi hijo para manejar las frustraciones que arrastra el estudiar desde casa y la forma simpática de tratarse con los amigos. Por su lado, ellos descubrieron que me arreglo de la cintura para arriba para entrar a reuniones de trabajo y que encontré la felicidad en las fiestas por Zoom, donde bailo hasta con el gato

El otro día mientras almorzábamos le pedí a cada uno que dijera cuál era el lugar al que más ganas tenían de ir, y prometimos que cuando ya no fuera un riesgo salir, iríamos. En mi mente iba a ser entretenido y todos mencionaríamos lugares de diversión y vagancia. “La casa de los abuelitos” dijo uno. “El jardín de mi mamá” dijo el otro. Cuando me tocó a mí yo ya no pude hablar por el llanto. Solo podía pensar en ir a tomar café caliente a la casa de mis papás.

Y es que nadie nos preparó para esto. 

Durante un tiempo estuve despertando en las madrugadas, me levantaba para ir a la mesa a leer exhaustivamente todas las publicaciones del buscador de Google sobre posibles vacunas. Al día siguiente estaba agotadísima y me dormía temprano para volver a despertar en la madrugada, a leer las mismas notas de la búsqueda. Ninguna era alentadora. El 2022 era el escenario más positivo. Eso me llevaba a dar mil vueltas en mi cabeza. Pensaba que ninguno podría sobrevivir hasta el 2022 porque el virus mechudo tocaría todas las puertas del mundo antes de esa fecha, y al igual que en Soy Leyenda, acabaría con la humanidad. Así fue como me di cuenta de que el miedo al virus es mucho más traicionero que el virus mismo.

Hoy, aunque seguimos sin ninguna certeza, sé que en las etapas de tristeza e incertidumbre, no se puede llevar la carga sola. Apelo al amor infinito del cielo y pido todos los días que me agarren fuerte y que pueda encontrar cosas bellas durante este paso. Es con lo que cuento. También fantasear con que sean el amor y la compasión lo que nos una como comunidad, no el miedo.

Mientras llega el fin de este largo cuento, en las noches antes de apagar las luces, cada uno de nosotros debe contar qué fue lo más bonito del día. La elección de cada uno incluye, aun sin mencionarlo, a una mesa como testigo.

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*Fabiola Hurtado, madre, esposa, hermana, hija, mercadóloga, en la lucha por sobrevivir a una pandemia. 


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.





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