#YoMacho
El hombre fornido y la crisis ambiental
Por:

La crisis ambiental que el planeta vive tiene también una explicación en la manera en que la masculinidad hegemónica se ha construido como discurso y como acción, la “conquista de la naturaleza” es justamente parte esencial del proyecto. El biólogo Sergio González reflexiona sobre esto en nuestra serie de textos sobre masculinidades #YoMacho


Tal vez se preguntarán qué hace un biólogo hablando sobre temas como la masculinidad si no es que está cayendo en el determinismo biológico. Durante mi formación decidí volcarme a la Conservación y caí en cuenta que las causas subyacentes a la crisis ambiental y la extinción masiva que vivimos tienen profundas raíces sociales, específicamente en los sistemas que generan todo tipo de violencia y deberían abordarse desde allí. No es tan difícil conectar los puntos y llegar a concluir que la masculinidad hegemónica tiene un rol clave en esta catástrofe.

El orden de género es uno de esos tantos sistemas o jerarquías que se entrelaza con el orden de clase y etnia, entre otros tal vez un poco menos evidentes, para conformar el orden social y generar violencia alrededor del mundo. Una de esas violencias es hacia el medio ambiente. Estas estructuras nos atraviesan, se normalizan y se institucionalizan hasta llegar a las actitudes individuales y colectivas. Este orden social también define lo hegemónico según sus valores y el contexto. Aquí es donde entra la masculinidad hegemónica: el hombre fornido, heterosexual, pelo en pecho, ágil y bueno para los deportes (o la caza en algún punto de la historia) que es el arquetipo beneficiado por el orden de género y el estándar que se glorifica como sociedad.

Cuando nos asentamos en sociedades agrícolas, el trabajo de campo se volvió una tarea que requería de fuerza y el arado se tornó en un símbolo de la masculinidad transversal para una gran cantidad de culturas. Simone de Beauvoir lo menciona al trazar el origen de la división de género del trabajo en nuestras sociedades y un símbolo así de poderoso colocaba a la naturaleza junto a la mujer como una más de las «conquistas» masculinas. En contraste, se comenzó a asociar a las deidades que tenían que ver con la fertilidad, la naturaleza y la agricultura con figuras femeninas en muchas civilizaciones politeístas. Ortner y De Beauvouir exploran esa dicotomía que parece universal en las sociedades humanas: entre lo masculino y lo femenino, lo civilizado y lo feral, lo trascendente y lo inmanente. Ellas ubican esta subordinación de lo femenino en sus funciones reproductivas y la crianza, desde su fisiología (su cuerpo la hace presa de la especie, asevera De Beauvouir), su asociación cultural con lo doméstico y su asimilación a la abrumadora estructura social donde la dominancia masculina la ubica estrictamente en el hogar y en su rol maternal. El término «Madre Naturaleza» funde esta asociación. Finalmente, esto aleja a la mujer de los aspectos más abstractos de la sociedad, como la política, las artes, la religión, aspectos que resultan ser los más «trascendentes» dentro de las sociedades humanas y refuerzan esa misión masculina de trascender.

De pronto toda victoria: alcanzar una cima, cazar un animal, arar el campo, ganar la guerra, se convirtió en algo mucho más profundo, en la noble aspiración de trascendencia de la civilización humana. Estas vías de trascendencia fueron tornándose predominantemente masculinas, constantemente reforzadas desde el núcleo familiar como la unidad básica social para mantener el orden de género. Esto ha permeado profundamente nuestra cultura y nuestra sociedad y se ha perpetuado hasta la actualidad.

A medida que progresamos en la historia, el orden de género fue adicionando y dándole género a otros aspectos sociales, como la capacidad adquisitiva y la tenencia de posiciones de poder, haciéndolos aspectos de la masculinidad hegemónica avaladas por la estructura social. Ahora, cuando consideramos cuáles son los aspectos que causan la catástrofe ambiental actual, tenemos que volvernos hacia el modelo económico de acaparamiento, al extractivismo que violenta la tierra, al consumo desmedido y al desdén generalizado hacia otras formas de vida. ¡Oh, sorpresa! Todas estas características se pueden trazar de vuelta hasta la masculinidad hegemónica. De hecho, hay estudios que demuestran que las acciones amigables con el ambiente se perciben como femeninas y se alejan de ese ideal de masculinidad.

Inevitablemente, llegamos a la conclusión de que el hombre glorificado e impuesto por esta sociedad, violenta a la naturaleza, ignora el impacto ambiental de su estilo de vida consumista y además de esto, se enorgullece de prevalecer sobre la naturaleza como si fuera una presa más. El problema principal es que esto se ve reflejado en la cultura y el orden estructural, lo que significa que se ha normalizado e institucionalizado un orden mundial que tiene como principal objetivo la destrucción de la naturaleza en nombre de exaltar a ese hombre hegemónico, a esa trascendencia de lo terrenal.

Lo más triste de todo es que ese hombre hegemónico, tan guapo, rico, deseable y derrochador, resulta ser nada más una ilusión, algo tan inalcanzable para la grandísima mayoría de la población al punto en que todas esas carencias que se tengan con esa deidad se van a compensar exagerando todos esos aspectos que como simples hombres mortales podemos hacer. El «berrinche» masculino es ese sentimiento frustrante de sentirte apabullado por ese estándar imposible de alcanzar, esa ansiedad e insuficiencia permanente ante el ápice masculino que Lacan bautiza como el «gozo fálico» y ubica en la base de la estructura masculina, resultando en el acaparamiento de la riqueza, el consumismo desmedido, la violencia exagerada y todas las típicas actitudes de machos que ya conocemos. Lamentablemente, todo esto resulta en una pandemia de violencia de género, una expectativa de vida masculina significativamente menor y, finalmente, en la destrucción de la naturaleza. Por eso, no sólo como conservacionistas, sino como seres humanos conscientes de la calamidad ambiental a la que nos enfrentamos, debemos indagar, desenredar y comprender estos fenómenos sociales que se encuentran en la raíz de las actitudes y percepciones humanas. Solo llegando a la raíz más profunda podemos buscar el cambio. Debemos repensar nuestra masculinidad y cómo es impuesta por nuestra cultura y sociedad como si nuestra existencia misma dependiera de ello, porque ese es el caso.


*Sergio González es biólogo, admirador de los anfibios y reptiles e investigador en la UVG. Le interesa la evolución, la biodiversidad, y la conservación. 


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

TE PUEDE INTERESAR

Subir
La realidad
de maneras diversas,
directo a tu buzón.

 

La realidad
de maneras diversas,
directo a tu buzón.