GenesisGuest Editions, UK, 2024Puedes comprar acá el libro online.O en Tomo Ediciones en la ciudad de Guatemala. “I have visited must of the capitals of Europe, it is true; I …

Genesis
Guest Editions, UK, 2024
Puedes comprar acá el libro online.
O en Tomo Ediciones en la ciudad de Guatemala.
“I have visited must of the capitals of Europe, it is true; I can speak a kind of dog French and mongrel Italian; but so ignorant am I, so badly educated, that if you ask me the simplest question – for instance, where is Guatemala? – I am forced to turn the conversation” Virginia Woolf
Son pequeñas grandes preguntas las que tarde o temprano habrán de mordernos, ¿en qué parte del mundo vivimos?, ¿quién o qué señala un territorio? Vuelvo a la Lonelyplanet con cierta regularidad a buscar qué dice de Guatemala, es simpático leer las narrativas que invitan a visitar un territorio en plan turismo “gringo”, “Misterioso y desafiante, el país más diverso de Centroamérica ofrece paisajes y experiencias que llevan siglos cautivando a los viajeros”, así empieza en 2024 la primera línea de la guía. Elijo la parte de “desafiante”, porque vaya si no, territorios desafiantes, culturas, idiomas, códigos. No exagero al afirmar que la vida misma es desafiante en un territorio como el guatemalteco. La vida en estos lares es un asunto permanente de creatividad, astucia y sensibilidad. Y no se equivocan al llamar desafiante a este país. No es la primera vez que afirmo que Guatemala no es un país “retrasado”, es una locura sí, pero si tuviéramos que jugar a colocarlo en el tiempo diría más bien todo lo contrario, Guatemala es el futuro de la humanidad, ese es nuestro poder mutante. Y Génesis, el último libro del fotógrafo Juan Brenner, también trata de eso.
Y de aventurarse a tratar de dibujar un mapa de este territorio complejo de trazar, trata este texto que acompaña a un libro que tuvo varios estadios previo a ser papel. No me parece casual que Juan haya invitado a un poeta a tratar de dibujar este mapa. Testigo de varias de las facetas del trabajo de Brenner, puedo decir que algo he aprendido a entender su delirio y ojalá estas palabras sirvan para expandir aquello que la fibra vegetal del libro habrá de sostener.

La tierra del meteorito
Existen numerosos estudios sobre los beneficios neurológicos del bilingüismo, plasticidad cerebral que danza entre mundos. Poco hay que añadir a esto, excepto que debe de haber algún tipo de estudio que hable sobre las implicaciones neurológicas de una historiografía colonial, que es algo como ser bilingüe a la fuerza, a la fuerza bruta sería más exacto.
Así se crece en territorios como Latinoamérica, pensando que el mundo es “una cosa” y, ojalá, descubrir permanentemente que siempre es algo más. Intuirlo, crecer sospechando seriamente que esta realidad donde habitamos, contemporaneidad de selva y hormigón, es una versión romántica de un delirio que nos sobrepasa un par de veces por semana, cuando menos. Funciona en varias capas esta realidad, y lo que vemos apenas es una. Eso es Latinoamérica, la historia de las historias, de los territorios, aquello que no necesariamente entendemos pero habitamos. Esta región es el generoso campo de las revelaciones y por lo tanto un constante lidiar con los traumas.
Vaya combinación, bella y terrible, el amor incondicional por aquello que no sabemos que sabemos.
Pero bien, la región es muchas regiones a la vez, y para hablar de esta pequeñita, desde donde escribo y desde donde nace Génesis; donde nacimos Brenner y yo, tengo que empezar con preguntas similares a las de la guía de turismo: ¿con qué parámetro de la historia deberíamos de hablar de esta región?, ¿cuál será el código con el que habremos de revelar este suelo? Si hablamos de Centroamérica, hablamos de una cosa, si hablamos de Mesoamérica, hablamos de otra, y su nombre propio debería seguir siendo una suerte de secreto.
Vamos con Centroamérica. En inglés es muy gracioso decirlo “Central America”, suena a alguna referencia perdida al centro del mapa de Estados Unidos de Norteamérica. En otros contextos casi siempre implica un gesto de duda, un rostro girado hacia un lado esperando que le expliques qué es eso de “Central America”. En español tiene su propia carga, Centroamérica genera dudas en algunos lados, pero sobre todo genera calificativos, es decir, no todo el mundo hispanohablante sabe dónde o qué es Centroamérica, pero todo el mundo sabe que existen “los centroamericanos”.
Como adjetivo es bastante más conocido que como sustantivo de lugar. Los centroamericanos son personas que migran a Estados Unidos, son personas que cruzan a pie el inmenso territorio mexicano, son personas que aparecen en fosas comunes del narcotráfico, que mueren trabajando en puentes estadounidenses derrumbados por barcos de carga en Baltimore. Los centroamericanos son personas que andan por ahí en los noticieros con historias duras, con historias optimistas en medio de historias de terror, con tragedias inagotables en medio de historias difíciles de explicar. Los centroamericanos andamos por ahí en las películas y en las series sirviendo comida o siendo guardaespaldas de algún cartel.
Centroamérica oficialmente es un lugar muy pequeño que está entre México y Colombia, el puente entre dos continentes. Una región política, un territorio estratégico, sí, Centroamérica tiene a dos de los gobiernos autoritarios más famosos del siglo XXI, El Salvador y Nicaragua, y a una Guatemala y Honduras que luchan entre los escombros de una democracia tutelada. Centroamérica, la pequeña región que albergó el primer gran golpe de estado contra una democracia durante la guerra fría, “PB Success” se llamaba la operación con que la CIA derrocó en 1954 a Jacobo Árbenz Guzmán, marcando el final de una Guatemala que quería atreverse a nacer a las promesas de un mundo democrático, pero no.

Mesoamérica en cambio, esa es todavía más desconocida, igual en inglés que en español o que en francés, y en parte es así de escurridiza porque es un territorio y no una organización territorial. Mesoamérica es una historia local, una geografía, un sistema cultural para entender una historia que no empieza en 1492, sino que se remonta a unos miles de años atrás y que conecta a una de las muy pocas regiones del planeta donde nació la escritura, para empezar.
Para explicarlo fácil, Mesoamérica comprende el centro-sur de México y Centroamérica incluida Belice. Los tres territorios referidos no caben en la otra nomenclatura -la geopolítica, la colonial- como caben en esta. En este territorio convivieron y conviven en distinto tiempo, idiomas y variantes culturales olmecas, mayas y mexicas, además de un complejo mapa de variantes que, raíz profunda, han sido, son y seguirán siendo los habitantes de esta región: el rango de pueblos, visiones y culturas que comprenden desde el mestizaje hasta los pueblos mayas contemporáneos da para hablar con bastante holgura de un multiverso.
Ah sí, en Mesoamérica también cayó el meteorito que extinguió a los dinosaurios, en lo que ahora es Yucatán. Claramente no hay ninguna conexión real entre una cosa y otra pero sí que la hay en un sentido poético: no creo que valga la pena señalar la literalidad de aquello que muere y aquello que nace, pero sí me parece de alto valor recordar que algunos de los lugares más bellos de esta región, los cenotes de Yucatán son resultado de la colisión que provocó la última gran extinción del planeta y permitió este reinado de los mamíferos: y estamos acá, y seguimos acá. Este istmo que, dicho lo anterior, dio paso a la nueva era del planeta.
Pasa entonces que tanto para explicar este territorio como para habitarlo se necesita cierto grado de desdoblamiento, cierto delirio esencial: habitar el sueño y la vigilia por igual. No esperes entender, en serio, es un acto de aceptación, un juego si se quiere, uno al que este libro, Génesis, se abre paso con libertad.
Ahora bien, hay un tercer mundo que sucede simultáneamente en este ejercicio de geografía humana: el mundo contemporáneo. Indistintamente de la capa que elijamos para explicar esta región, hay que sumar el hecho mismo del presente y sus propias particularidades. Un tiempo mutante, híbrido, multiversal, políglota -global ya no lo explica, acaso por decadencia, acaso por limitado, acaso por a go ta mien to-. Tiempo de hiperconexiones, ciencia ficción cotidiana, inteligencia artificial, drones, si nos queremos ir por la vía tecnológica; pero hay otras rutas, el trap, los corridos tumbados, la crisis climática, los discursos de odio, el fentanilo, la infinita guerra del narcotráfico, el lavado de dinero, la corrupción, migraciones, rajaduras profundas del mundo. Usted elija qué de todo ese presente, y el resultado es similar, Así, Centroamérica, Mesoamérica y el presente como territorio cohabitan en este, nunca más explícito, multiverso.
Digamos que la máquina queda más o menos compuesta así: una Centroamérica creada como resultado de la invasión española y sostenida por sus instituciones; una Mesoamérica donde al menos 3 grandes pueblos fundaron un universo y su evolución hasta al presente remontándose a, cuando menos 3mil años de civilización; y un presente resultado de la evolución tecnológica de la humanidad -y de la crisis del capitalismo y la democracia- en un contexto que toma consciencia de sí mismo mediante la apropiación de las tecnologías, códigos comunes, narrativas diversas pero reconocibles. Hay que decirlo, ser contemporáneos es ser demasiadas cosas.
La magia de todo esto: que un espacio simbólico hipercomplejo, multilingue, pluricultural, transtemporal, suma de contradicciones y misterios, que está vivo -y permíteme el énfasis, muy, muy, muy vivo- en el altiplano guatemalteco, puede fotografiarse, y de eso trata Génesis.
La exploración de los tiempos que cohabitan en esta región no es nueva ni ajena para Brenner. Conozco a Juan desde hace largos años y lo he visto trabajar y transitar en distintas formas de su propio trabajo y su propio proceso. Reconozco y admiro en esta actual etapa, su curiosidad, su acuciosidad, su respeto por los mundos “otros”, y una muy propia y libre manera de moverse en este multiverso delirando. Acaso sean nuevas las rutas que ha tomado en su trabajo, los códigos, el lugar dónde busca y los caminos que recorre, y, como toda paradoja transtemporal, son y no son nuevas las personas que retrata. No estaría muy lejos quien afirme que Juan Brenner ha fotografiado a una misma persona en una misma locación pero en situaciones distintas del multiverso mesoamericano. Tampoco estaría lejos quien afirme su creatividad, su astucia y su sensibilidad, manifiesta en el criterio de explorador y de editor de su propio trabajo. Esta vez salvamos de la ciencia el relato de los mundos paralelos, para traerlo desde la literatura citando a Pascal Quignard “En la naturaleza no existen los fragmentos. El más pequeño de los pedazos sigue siendo el todo. Cada migaja es el universo”, y Brenner ha sabido elegir qué migajas de segundo elije para cada disparo.

El Multilienzo
En la cosmovisión maya el tiempo se presenta como un hilo que se enreda y se desenreda a la vez. El hilo como principio cultural señala directamente a una de las tecnologías más importantes para la humanidad, los textiles, fibras vegetales que tienen dos caminos históricos: como tela o como lienzo, cuya diferencia es bastante sutil.
En distintos pueblos y tiempos de Mesoamérica, pero particularmente en el siglo XVI, el de la invasión, el lienzo era una de las tecnologías de la memoria. Lienzos memorables como el de Tlaxcala o el de Quauquehchollan, códices como el de Dresden o Madrid, ejemplifican no solo el uso trascendental del lienzo como dispositivos de almacenamiento de memoria, sino la lógica del saqueo en el contexto de las colonias.
La alusión al modelo lienzo no es en lo absoluto gratuita, pasa que como tecnología obedece a un tipo de dispositivo que encontramos por igual en los museos de los grandes países del Norte Global, como en el cuerpo de las mujeres comerciantes en el altiplano guatemalteco en un sinnúmero de huipiles que nunca dejarán de contar su historia. Pensar en memoria es pensar en tecnología, es probablemente uno de los campos en los que se consolida el ritual de marcar en el tiempo una idea, una sensación, un rostro, una interpretación del mundo. El objeto que nos contendrá.
Y sí, en el universo mesoamericano podemos pensar que el aporte de este tipo de tecnología de memoria coloca sobre la mesa una narratología que no puede pensarse desde el arco dramático aristotélico y su viaje del héroe. Tecnología de la oralidad, el lienzo es un dispositivo pensado para pararse frente a él, y por lo tanto está diseñado a la medida del cuerpo de un humano: la unidad mínima de esta tecnología no es el bit, sino el cuerpo, alguien se parará frente a esa base de datos de formas y colores e interpretará para nosotros aquello de la memoria que amerita ser contado al fuego, a la noche, a la pantalla.
El lienzo de Quauhquechollan mide aproximadamente 2,45 x 3,20 metros, una pared generosa de una casa grande. Una pared digna de compararse con la del estudio de Juan Brenner en el centro histórico de la ciudad de Guatemala, desplegadas una por una de las 300 fotografías en una macrosecuencia que hacía ver pequeño al fotógrafo tratando de organizar el universo de Génesis. Sinfónico, delirante como anotaba líneas arriba, Brenner maldecía en voz alta para encontrar el encaje de las piezas de un codex que luego habría de desarmarse en un nuevo formato, dar el salto de la pared a la página, de la tecnología lienzo a la tecnología libro.
Y este proceso que se podría también describir como un proceso editorial, no excluye la función original del lienzo expuesto y construido en largas jornadas en aquella pared: la oralidad. Se ha escrito de la función oral de la fotografía como máquina de historias, de anécdotas, sí; pero quiero rescatar en este caso la función histórico-comunal de este libro en voz de quien realizó decenas de viajes por cientos de kilómetros -miles seguramente- disparando cientos de rollos de 120mm en su legendaria Mamiya RZ67. No viene Brenner de las ciencias sociales, no viene del trabajo de campo, quienes le conocemos sabemos que lo suyo no es enmotañarse, pero vaya si no se ha enlodado en estos años. El relato de este fotógrafo obliga a utilizar más generosa, más chingona, y evitar términos como “documental”.

Por eso prefiero al Brenner explorador, curioso, prefiero al tipo que trata de entender la locura cotidiana de una región compleja y ancestral; y solo baja a terrenos más profundos, como en una espiral, y solo encuentra nodos, nudos, hilos que se entrecruzan entre territorios, entre narrativas y visiones de la historia y del mundo. Subir y bajar a Xibalbá, un inframundo cotidiano que nos regala ese sagrado elemento que la fotografía también ama: el contraste.
Toca decir acá que el gran regalo que estas investigaciones le han dado al artista es una libertad espléndida, ritual y transparente. Quienes hemos tenido la oportunidad de sumergirnos en la realidad mesoamericana sabemos que es imposible salir intacto, movimientos telúricos, magma incandescente e inagotable somos, si no te has quemado, te quemarás, y habrás aprendido no a “no hacerlo” sino muy probablemente la lección será hablarle al fuego.
Y acá lanzar una piedra en medio de la sala, decir algo que caracteriza con dureza a nuestras realidades mestizas: el racismo. Romantizar lo que no entendemos para “intentar explicarlo”, que se ha dado demasiadas veces en nuestra historia es una de las maquinarias más eficaces del sistema. Hemos tenido con Juan esta conversación que reivindica una trayectoria en un “porque puedo”, que reivindica un deseo auténtico y respetuoso en un “porque quiero” y acá el giro que nos cura una herida histórica de la cual somos hijos en ambas direcciones, la herida colonial sanando un poco más en un “porque soy parte”.
Se dice fácil, pero hacen falta mucho más que miles de kilómetros y ciudades y personas y fotografías para llegar a ello. Hace falta una forma de amor que no me atreveré a tratar de explicar en este espacio, pero que sí me animo a afirmar que se refleja en la mirada que devuelven la personas retratadas, una forma de amor ancestral, colectivo, auténtico, que también es una chingadera existencial que por ratos se vuelve insoportable, pero nadie dijo que hacer las paces por dentro nos salvara del ascenso al volcán histórico-político que habitamos.
Equis al cuadrado
Bien, desarmado el lienzo, reordenado en su nuevo dispositivo, toca cambiar de perspectiva: pensado, diseñado y sostenido como libro, el proceso de Génesis vive también su propio fractal como contenedor. Al elegir el formato libro estamos ante una máquina cuyas piezas se despliegan de par en par, libro abierto, hilo a hilo. Ahí uno de los primeros gestos del proyecto, la idea de un libro que cerrado aglutina la suma de cuerpos tocándose, uno a uno, rostro a rostro, espalda a espalda, como una coreografía de historias; y que al abrirse despliega en la memoria, una suerte de pop up de memorias hipercomplejas que nos incluyen, que nos interpelan sin sacarnos los ojos, pero apretando duro.
De ahí la insistencia en proponer este libro no meramente como una producción simbólica, sino como tecnología de la memoria. Es decir, y acá podemos apelar a un principio básico no solo de la lingüística, sino un efecto que solo la fotografía logra explotar del dispositivo libro: la yuxtaposición. Pero a diferencia de la lógica de signo + signo = significado; en este caso las dos páginas abiertas conservan su memoria de mundo no occidental, de story telling mesoamericano, y el asombro es inevitable; el vértigo, indiscutible. ¿Qué exactamente se abre cuando se abre este libro de par en par? Trataré acá de sintetizar dos ideas que me compartió Juan en distintas partes de su proceso: la del futuro y la de la belleza.
Empiezo por la idea de futuro y de inmediato le pongo apellido: autogestionado. Sucede que una de las grandes lecciones cotidianas de los pueblos indígenas en el continente, pero particularmente en esta Mesoamérica del siglo XXI, es la autogestión. Comunidades marginalizadas por un sistema de profundo arraigo colonial, y empobrecidas por el ala económica de un capitalismo del siglo XXI con prácticas del siglo XVI, la riqueza en esas latitudes tiene un origen no solo autogestionado en términos de mercado y modelo, sino basado profundamente en prácticas culturales que mezclan con libertad los canales de comunicación, promoción y distribución, con ideas y costumbres propias de sus comunidades y familias.
En general el concepto de “sincretismo” me parece una alta pereza intelectual para acomodar al modelo occidental aquello que no logra comprender del todo, y por eso Génesis no es un libro sincrético sino un libro mestizo, por su pertenencia en un mundo comprensible en partes, compartido en otras, imaginado en muchas formas.
Y entonces el futuro como presente arrasador: canales expeditos a varias de las grandes ciudades de Estados Unidos, alta cultura y consumo de producción cultural contemporánea desde música, moda, artes hasta tecnología como objeto pero también como desarrollo, los mayas del siglo XXI retratados desde la mirada de un mestizo que admira -incluso por momentos envidia- esa claridad del tiempo y de la pertenencia tanto al pasado histórico y profundo, como a la libertad con que el futuro se proclama a la puerta de casas de block construidas en buena parte con remesas enviadas desde el Norte, por familias trabajadoras y dignas que, muy probablemente, estén comprando los materiales de construcción en empresas originadas por el lavado de activos. Ecosistema de exclusiones construye y reconstruye sus propias dinámicas de justicia. Ser dueño del futuro, inmensa masa de la justicia.
La consciencia estética acompaña también cada fragmento de este lienzo-libro en sus partes y en el todo, y en este espacio se conectan con simbiosis musical el fotógrafo y el fotografiado. Brenner es un exquisito y su exquisitez es exactamente del tipo en que la realidad mesoamericana se engalana a sí misma. Quiero creer que es justamente esta sensibilidad ante cierto tipo de belleza la que sigue haciendo de Brenner un fotógrafo mesoamericano, baile de colores en medio de la noche, bordados en el tiempo, piedras esculpidas por “el desarrollo” resignificadas precisamente por esa consciencia, claridad de identidades, celebración de lo que los colonizados dejaron de ver. Resistencia en la belleza, acto liminar de todos los tiempos, marca de pertenencia, mancha de jaguar made in china diseñada desde acá y portada con orgullo.
Dos puntos apenas de muchas lecturas posibles al que las personas que siguen la trayectoria de Brenner se verán expuestas. Confusión, asombro, cabezas agitadas entre negación y sorpresa, Matrix revertida que nos devuelve la icónica frase de Morpheus en Matrix I “welcome to the desert of the real”, para contrastarla en una interpretación muy digna, muy potente y sí, vital: Génesis es un “bienvenidos al bosque de lo real” porque sin duda muchas de las realidades más crueles y dolorosas del planeta han pasado en la historia de pueblos y personas como las retratadas en este libro, pero la dignidad y la belleza siguen siendo parte del fuego encendido e inagotable, y, afortunadamente para el sistema, incomprensible para muchas miradas.
Según el Popol Wuj, libro colectivo, sagrado y ceremonial del pueblo maya k´iche´, somos hijos de la enfermedad y de la muerte en línea materna, nuestra madre creadora Ixquic, es hija del señor de la enfermedad, uno de los reyes (para decirlo fácil) de Xibalbá, que fue su reino. Camino de la sombra nuestro origen, aprendimos a caminar en la oscuridad y a ganarnos a pulso lo que sea que pasa en el presente, cuando sea que este suceda.
Dualidades permanentes, nos fundaron dos gemelos, Jun Ajpú e Ixbalamke; y sus padres también dos gemelos. Nos invadieron personas que traían un águila de dos cabezas en el escudo que, rápidamente, supimos incluir en nuestros signos, bordada aparece en sendos huipiles, esculpida en puertas, como un acto de resistencia renombrada como el Cot, el águila de dos cabezas del escudo de Carlos V nos recuerda que no hay espacio del universo que no podamos reinterpretar, que no podamos apropiar y volver un tejido de colores o un retrato en una fiesta, en una habitación o un cementerio. Chau escudo, bienvenido el Cot.
Dualidad de la página, gemelos que se vuelven a encontrar, abrir de par en par un libro como este, insistir en el lienzo de la pared bajado a esta otra tecnología, ser memoria, ser celebración, yuxtaposición sí, pero también algo más complejo de entender y más antiguo: invocación.
Y la necesidad (¿necedad?) entonces de hacer todo este proyecto en film, saber que a cada uno de estos retratos en el libro le aguarda un negativo de 6×7 en el archivo del artista. Brujería del siglo XXI le podríamos llamar, pero la magia es mucho más simple, es el presente de universos que conviven y que se tensan y que colapsan y que se encuentran en ejercicios de invocación simbólica como este que Juan ha logrado hacer con alto talento, con respeto y con admiración, digno hijo de Xibalbá en línea materna.
Génesis, qué mejor palabra para hablar de los mundos que se cruzan y que nacen después de alguna forma de colapso. Génesis, bíblico, telúrico, sueño, delirio de origen, punto de partida, página que se abre. El camino de Brenner hasta este libro ha sido largo como la historia de este territorio, porque forma parte de ella. Quizás una de las maneras más honestas de sintetizar lo que hacemos quienes nos dedicamos al arte en estas regiones sea un combativo llamado a la belleza y a la memoria por igual, por eso insisto, invocación, y para eso es que sirven los lienzos, para llamar con la mejor de nuestras fuerzas a la memoria colectiva que se nos pone enfrente, cada disparo de la cámara, un registro transparente del futuro. Y terminar contando que durante largos años hubo una frase del Popol Wuj que se citaba como un llamado de paz y solidaridad “que todos se levanten, que nadie se quede atrás”, y el tiempo dejó en su lugar las cosas cuando la traducción del poeta e intelectual maya Sam Colop reveló que en realidad era un llamado a la guerra cuya verdadera traducción puede leerse como “¡Que no haya uno ni dos que quede de ellos!”, y he de confesar que aún no tengo claro contra qué luchamos todos los días de nuestras vidas en este territorio, pero es un hecho que los lugares, los objetos, las personas y sus miradas que llenan las páginas de este libro, son una generosa canción de una victoria que apenas empezamos a entender.

