Es martes 10 de diciembre de 2024. Álvaro Enciso, un hombre de 79 años, camina lento, apoyado en una pala con la que recorre el desierto de Sonora, en Arizona, …
- Desde hace 11 años, Álvaro Enciso recorre el desierto de Sonora una vez a la semana para no olvidar a los migrantes que murieron al intentar cruzar la frontera.
- Enciso coloca cruces en el lugar donde encontraron sus restos. Son como un antídoto contra la amnesia.
- «Aquí murió otro y aquí murió otro. Gente que no debía haber muerto porque la política migratoria no funciona, no es práctica y ayuda a que se muera la gente por todo este desierto», dice Álvaro Enciso.
Es martes 10 de diciembre de 2024. Álvaro Enciso, un hombre de 79 años, camina lento, apoyado en una pala con la que recorre el desierto de Sonora, en Arizona, Estados Unidos. Con el instrumento, esquiva las piedras y las ramas con espinas.
Desde hace 11 años, el artista Álvaro Enciso recorre el desierto una vez a la semana. Tiene un propósito: colocar cruces en los lugares donde encontraron los restos de migrantes que murieron en la ruta al norte.

Las cruces cambian el paisaje, no pertenecen al desierto, gritan que ahí murió alguien.
Las cruces luchan contra el olvido de los migrantes que huyen de la pobreza, la violencia, la desigualdad, la falta de trabajo digno en sus países de origen.
Recuerdan a los migrantes que trataron de llegar a Estados Unidos para cambiar su realidad y tener otras oportunidades o que fueron tras sus familiares, que habían viajado antes.
Estas cruces funcionan como un antídoto contra la amnesia del mundo. Traen a la mente a quienes murieron en el desierto por el clima, la sed, por un golpe al intentar saltar el muro fronterizo.

«Aquí murió otro y aquí murió otro. Gente que no debía haber muerto, porque la política migratoria no funciona, no es práctica y ayuda a que se muera la gente por todo este desierto», dice Enciso. Mientras habla, está acompañado de dos voluntarios más.
La cruz de este día será para no olvidar al migrante XX. Su nombre no se ha confirmado. Cerca de su cuerpo se encontró un documento de identificación de Guatemala, pero aún no se confirma que sea de él. Sus restos fueron encontrados debajo de las ramas de un árbol en el Bosque Nacional Coronado.
Luego de caminar una hora desde donde se quedó el vehículo estacionado, porque era imposible que avanzara más, Álvaro y sus acompañantes llegan al lugar donde se encontraron los huesos del migrante XX.
La cruz para no olvidarlo es amarilla. Las cruces que coloca Enciso son de colores vivos: amarillo, rojo, turquesa, anaranjado, rosado, celeste, azul. Representan, dice, a esos lugares de Latinoamérica en los que las casas son de colores llamativos.

En las esquinas y en el centro, la cruz tiene detalles hechos con materiales que Enciso recoge durante sus caminatas por el desierto.
Latas que abandonan los migrantes luego de comer frijoles, salchichas o atún. Algunas las colocan organizaciones de sociedad civil para que los migrantes no mueran de hambre.
Cuando Enciso las encuentra vacías, piensa que seguramente guarden el ADN de los migrantes y quiere que las cruces también lo tengan.
«Cada lata contiene una historia que nosotros no sabemos. Uno de los elementos de mi arte es saber qué hacer con las cosas que conozco, pero al mismo tiempo qué hacer con las cosas que desconozco. Es mi manera de tratar de rescatar las historias que quedan perdidas aquí en el desierto», dice Enciso.
En el centro, la cruz tiene una mancha roja que representa a los 4,329 migrantes muertos en el desierto de Arizona en los últimos 25 años, según los registros de la organización Humane Borders. Una entidad que mapea la muerte de migrantes.

El último adiós al migrante XX
Con una pala y una piocha, los voluntarios abren un hoyo y colocan cemento para que la cruz del migrante XX aguante clavada más tiempo.
La cruz también es un acto de solidaridad para que el migrante que murió pueda descansar.
«Cada vez que vengo aquí, cada vez que pongo una cruz, pienso en la familia que sigue esperando que esta persona algún día llame por teléfono y diga: “Estoy de vuelta”, o que golpee la puerta de la casa y diga: “Regresé”. Eso no sucederá porque aquí encontramos los huesos, lo que sucede es que no sabemos a quién pertenecen», dice Enciso.
Peter Lucero, voluntario con Enciso e integrante del grupo Samaritanos de Tucson, coloca un rosario en la cruz. Sabe que muchos de los migrantes son católicos.
Para conocer el lugar exacto en donde se localiza a los migrantes, el artista recibe la información de la Oficina del Médico Forense del Condado de Pima y de la organización Humane Borders.

El proyecto de Álvaro Enciso se llama «Donde mueren los sueños», aunque en los últimos años ha pensado que el nombre más adecuado es: «Donde quedan los sueños».
Este día, junto a él también está Diana Nonan, una mujer estadounidense que lleva una gorra negra con letras blancas que forman una palabra sencilla: Love (amor).

Al igual que Peter Lucero, ella es voluntaria de Donde mueren los sueños e integrante de los Samaritanos de Tucson. El grupo se dedica a colocar en el desierto agua y comida para los migrantes. Hoy, además de apoyar a Álvaro, dejan en el camino los recursos que podrían salvar la vida de otras personas.
«Es increíble que haya gente muriendo cada día en el desierto y que algunos nunca serán encontrados», reflexiona Nonan.
El rechazo a las cruces, el rechazo a los migrantes
Existen personas que se conmueven con el trabajo de Enciso, pero también ha recibido el mensaje de las que no están de acuerdo con la migración. Gente que destruye las cruces cuando las encuentran o las arrancan a balazos.
Álvaro se refiere a este grupo como milicias, vigilantes, racistas. También hay personas que las quitan para venderlas en los conocidos mercados de pulgas.
A pesar de las dificultades, el artista ha logrado instalar 1,700.

Aunque en este momento faltan al menos 30 días para el cambio de presidente en EE.UU. Para Álvaro, la llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca es desalentadora.
«Me molesta muchísimo que siga muriendo gente y que no hay forma de terminar esto. Que no hay nadie que realmente se interese en evitar esas muertes, que los próximos años van a ser mucho más difíciles y se va a morir mucha más gente. Me siento impotente», lamenta Enciso, quien emigró de Colombia a Estados Unidos en 1965.
Entre más controles haya en las fronteras, los guías (coyotes) buscan rutas más recónditas, más peligrosas, más inseguras para los migrantes, que se exponen a temperaturas extremas de frío y calor.
Caminatas largas que les provocan ampollas. Cuando tratan de escapar de los helicópteros de la patrulla fronteriza pueden caer y golpearse, lesionarse la piel con las espinas de los cactus y de otras plantas. Pasan hambre y sed, a veces se pierden. El desierto también incluye el peligro de alacranes, arañas y serpientes.
«La gente va a cruzar la frontera pase lo que pase, porque es la única opción. Lo que tienen que tener muy en cuenta es que el sueño americano jamás se inventó para gente de Latinoamérica, para negros, para indígenas y para chinos. El sueño americano se inventó para traer gente de Europa», se encoge de hombros.
Y agrega: «El migrante que llega a este país siempre va a vivir en la penumbra, en las sombras y siempre va a vivir mal y siempre va a tener trabajos malos. El consuelo que tenemos de esto es que las nuevas generaciones, sus hijos, sus nietos, van a ser los próximos abogados, doctores, ingenieros, políticos que tal vez logren cambiar esta situación».

Las que no llegaron
En 2018, Enciso encontró un cadáver en el desierto. Es el único que ha hallado. Era el de una migrante de Guatemala. Ocurrió mientras caminaba en el desierto de Arizona. En el piso estaban los restos de Juana Chitop Pacheco, de 30 años.
Su tobillo estaba separado del resto del cuerpo porque los animales ya lo habían arrancado. Los zopilotes le habían quitado los ojos. «Es espeluznante encontrar un cadáver aquí», recuerda Enciso.
El voluntario que en esa ocasión lo acompañaba sufrió un trauma emocional tan fuerte, que no pudo volver a recorrer el desierto.
Álvaro recuerda que Chitop Pacheco tenía tenis nuevos. Piensa que los compró o se los regalaron para el largo viaje que nunca terminó.
De acuerdo con las estadísticas de la Oficina del Médico Forense del Condado de Pima, el 27% de los cadáveres de migrantes encontrados en 2024 eran de mujeres.

Esa área no es la única en la que mueren mujeres migrantes. En Nuevo México hay un aumento de muertes de mujeres migrantes Esto motivó a Enciso a iniciar otro proyecto.
“Las que no llegaron”, es una iniciativa con la que el artista organiza intervenciones de arte y coloca cruces en Nuevo México. Así las recuerda.
«Porque al principio la mayoría de migrantes eran hombres entre 20 y 30 años, pero ahora la situación en Centroamérica, en Latinoamérica, ha forzado a las mujeres a viajar con sus hijos», dice Enciso.

Esta crónica se realizó durante la beca del Programa de cobertura de Migración Fronteriza del 8 al 14 de diciembre, organizado por InquireFirst y el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
