SUSCRÍBETE A NUESTRO BOLETÍN

La banda de las niñas que renacieron

Salir al escenario, enfrentarse al público, tocar un instrumento o cantar, es la forma de probarse a sí mismas que pueden. Que a pesar de la violencia que sufrieron, que no debían sufrir, pueden (de nuevo o por primera vez) tomar el control de sus cuerpos y de sus vidas. Esta es la historia de las niñas y adolescentes sobrevivientes de violencia sexual y trata que encontraron en la música una forma de transformarse, de seguir.

Es la mañana del viernes 23 de agosto de 2024. Una niña de 14 años, falda roja, blusa negra, pantis y chapulines negros, pelo planchado, estampitas de estrellas rojas pegadas …

Es la mañana del viernes 23 de agosto de 2024. Una niña de 14 años, falda roja, blusa negra, pantis y chapulines negros, pelo planchado, estampitas de estrellas rojas pegadas a la par de sus ojos. Está sentada frente a una batería que toca con energía. Con sus manos sostiene las baquetas ygolpea el redoblante y los cinco platillos. Con su pie derecho hace sonar el bombo. 

Mientras golpea, saca la frustración, saca el enojo que la invade, el ritmo sustituye esos sentimientos por alegría. 

La niña hoy es una roquera, y hoy está en el mejor concierto de su vida. Lo disfruta y se nota.

La niña de falda roja aprendió a tocar batería hace 18 meses, aquí, en este mismo lugar. En un escenario de alfombra azul al final de un salón largo, con cuadros y barriletes pintados por otras niñas en las paredes. 

El público del concierto de hoy son las niñas, adolescentes y personal de La Alianza. Una organización que brinda protección y abrigo a niñas y adolescentes víctimas de trata y violencia sexual.   

La niña de la falda roja no está sola. La acompañan en el escenario las demás artistas. Todas viven en el hogar de La Alianza. Todas son sobrevivientes de trata y violencia sexual. Hoy están en la clausura del taller de canto. 

Enfrente de ella hay otra niña con una chumpa de cuero; es la cantante. Interpreta la canción que soñaba cantar algún dia en un concierto. Al fin de Ash, de la película Sing.  

«Esta es mi vida hoy
Aquí estoy y esto es lo que soy
Y lo puedo sentir, así es vivir
Cuando sueltas al fin, al fin, al fin
Si sueltas al fin» 

La niña de la chumpa de cuero canta y la niña de la falda roja toca la batería. La cantante se siente poderosa Canta  para ella, para sentirse libre. Tiene una presión en el pecho, quiere saltar de energía, junto a la banda se adueña del escenario. 

Se esfuerza para merecer los aplausos. Le gusta recibirlos, pero no por lástima. Quiere que lleguen sólo cuando ha hecho las cosas bien. 

Los días en que la niña de chumpa de cuero sólo quería pasar tiempo en el video juego Free Fire, antes de entrar en La Alianza, quedaron atrás, ahora solo le interesa la música. Ensayó la canción por un mes. Tiene 14 años y su película favorita es Mulán. Porque es una guerrera, una chica valiente, dice.   

«Lo haré, todo lo lograré, lo haré».

Mientras la niña de la chumpa de cuero canta, a su derecha está otra de sus compañeras. Una adolescente de 17 años, con trenzas, vestido negro y tenis blancos. Hoy toca el bajo, pero también sabe tocar marimba, la guitarra y canta con una voz dulce, pero firme, melodiosa, con varios matices. 

La adolescente de las trenzas sostiene el bajo con fuerza. Marca el  ritmo de las piezas, con la niña de falda roja. En la música encontró una forma de salir, de alguna manera, sin salir físicamente de este lugar.  

Lleva dos años en La Alianza. En el grupo de música comenzó como apoyo. Cargaba cables y ayudaba a sostener los instrumentos de sus compañeras. Hasta que pudo participar en la audición de marimba. Poco a poco pasó de los cables a los instrumentos. La primera melodía que aprendió fue «Palillos chinos». Hoy la toca con perfección. 

«El puesto me lo gané —dice, orgullosa—. Demostré que soy capaz de estar en el grupo de música. Padezco de ansiedad y depresión, la música me ayuda a controlarlas. Nunca pensé que podría tocar un instrumento». 

La adolescente de las trenzas es mamá. A sus 17 años tiene una nena de tres. Quedó embarazada tras una violación.

Tiene claro sus planes a corto plazo: terminará el bachillerato y estudiará música. Dice que será una cantante reconocida, pero tiene un plan B, por si acaso: también estudiará derecho. Quiere ser abogada para defender a las mujeres que han sufrido violencia. Como ella.

« Me han pasado muchas cosas malas, todavía no he visto resultados en la justicia y yo quisiera servir a las personas que necesitan justicia», dice la adolescente de las trenzas.

Además de la música, es una lectora empedernida. El último libro que leyó fue Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Su preferido es Como agua para chocolate, de Laura Esquivel y si alguien menciona los cuentos, recomienda La princesa que creía en los cuentos de hadas.  

«La música me ha hecho cambiar la forma de ver las cosas. En los días grises, cuando el profe dice: “Chicas, taller de música”, me animo. Digo: ¿qué vamos a aprender ahora?. Me da alegría», cuenta la. 

En el concierto tocó el bajo y cantó en español y en inglés.   

El ensayo

Hoy en el grupo de música hay pianos, guitarra, pandereta, bajo, batería, marimba y hasta un instrumento peculiar que es como una campana gigante. Es asiático. El maestro de música no recuerda el nombre exacto, pero el sonido las ayuda a producir las piezas. Como en la que trabajarán hoy. 

Los instrumentos llegaron a La Alianza a través de donaciones: el primer donante de instrumentos de viento fue la fundación Bill Cook Foundation. Primero entregó clarinetes y hace unos cinco años la marimba.

Los otros instrumentos llegaron como una donación de Martina McBride, cantante, productora y compositora de música country estadounidense.  

Es lunes 26 de agosto. Pasaron unos días desde el concierto. Las niñas y adolescentes están en el mismo salón. Hoy tienen un ensayo. Interpretarán la melodía «Carros de fuego», una composición orquestal del maestro Vangelis. . Hace tres días tocaban y cantaban rock. Hoy interpretan   la canción como una orquesta, pero en otra ocasión puede ser música clásica.  

El concierto quedó en el recuerdo de las que se presentaron en el escenario y en el deseo de las que están empezando a tocar un instrumento.  

Las avanzadas y las principiantes están en los instrumentos. Su maestro de música está al frente, debajo del escenario. Les explica, las dirige. 

Es un hombre serio, de 37 años. Moreno, de baja estatura, usa lentes. Sus manos se mueven con destreza cuando toca el bajo para acompañar a la banda de las estudiantes. Lo hace con precisión para dirigirlas cuando ellas tocan los instrumentos y con lentitud cuando les enseña cómo hacerlo.  Se llama Esteban Monroy.

Es maestro desde hace 20 años. Inició luego de graduarse de la Escuela para Maestros de Educación Musical Jesús María Alvarado. Además estudió cuatro años en el Conservatorio Nacional de Música Germán Alcántara. Por ocho años fue músico de escenario con diferentes agrupaciones guatemaltecas. Cuando comenzó a dar clases en La Alianza, hace 10 años, se retiró de las orquestas.   

Es estricto, pero comprensivo. Con disciplina las lleva a interpretar canciones que ellas nunca se hubieran imaginado. Ellas se refieren a él como Esteban, «el Esteban» o el profe. Dicen que les exige, pero cuando ven lo que pueden lograr, le agradecen los regaños. 

Monroy trabaja de la mano de otros docentes. Elida Saquén, maestra de matemáticas, controla la consola de sonido en los ensayos y en los conciertos. A veces también toca el tambor. Luis Torres esmaestro de arte y músico de bajo. Nathalie Santos es maestra de computación y quien asiste a las niñas durante los ensayos y en los conciertos. Todas, todos, aportan ideas para que la presentación salga de lo mejor. 

En La Alianza crecen 60 niñas y adolescentes. De ellas, 35 reciben un curso de formación musical. El instrumento lo escogen ellas. Las que participan en las clases pueden desafiar la audición para participar en el montaje de la orquesta. Aquí el grupo se reduce a un máximo de 20. 

Las audiciones ocurren cada vez que hay una vacante en la orquesta. Al entrar, deben estar en todos los ensayos. Si faltan tres veces sin una causa justificada, pierden el privilegio de participar en la próxima presentación. Se presentan cada vez que llegan visitas o cuando hay clausuras. 

El maestro mueve las manos, como un director de orquesta. Les indica cuándo entrarán a escena, les explica qué deben hacer. En menos de cinco horas habrán armado la pieza. La tendrán lista, sabrán que pueden hacerlo. 

A La Alianza en muchas ocasiones llegan adolescentes que no fueron a la escuela. No saben leer, ni escribir o saben muy poco. Aun con está limitación el profe se las arregla para que todas avancen al mismo ritmo. Ellas deben organizar su tiempo porque además de aprender música estudian y en algunos casos también aprenden cocina, panadería, carpintería o hidroponía.  

«Se trabaja 50% académico y 50% empírico», explica Monroy. «Al escuchar la pieza tienen el sonido en la cabeza, van escuchando. Es bien importante la memoria. Es un proceso, es constancia y disciplina», añade el maestro. 

Ellas coinciden. Son perseverantes y cuando algo no les sale, no se dan por vencidas. Aunque estén desesperadas o enojadas lo intentan de nuevo hasta que lo logran.  

En el ensayo del lunes hay una adolescente de 17 años, de lentes y blusa blanca. Toca la guitarra eléctrica y acústica . Lo hace desde hace un poco más de un año. Ahora le parece sencillo, pero la primera vez que tocó en público, en la segunda canción perdió el control, se equivocó. Pasó un tiempo sin querer volver a un escenario. Sudaba cada vez que tocaba delante de alguien más.

Una de sus compañeras la motivó para que tocara delante de las demás. Así, poco a poco, fue perdiendo el miedo. Dejaba que sus compañeras la vieran tocar y así se animó de nuevo a salir al escenario. Ahora lo hace confiada, segura de que puede. 

Detrás de la adolescente de lentes y blusa blanca está la batería. Hoy la toca otra niña de 13 años. La titular de la batería, la de la falda roja, hoy toca la marimba. 

La niña de la batería dice que le costó mucho aprender, pero que todo fue más llevadero cuando sus compañeras la apoyaron. La ayudaron a comprender la música, la animaron a practicar y a ser constante. 

Sonríe cuando su mano derecha sostiene la baqueta y la estrella en el redoblante. Hoy le gusta la música. Antes la odiaba. Muchas cosas malas le pasaron en lugares donde había música. 

«Ahora escucho música y no existen esos recuerdos. Me pongo feliz porque sé que es mi vida, ahora puedo ser feliz, dice la niña de la batería. 

Además de la música le gusta el fútbol. Una de sus compañeras le está enseñando a ser portera. 

A la par de la niña de la batería está una niña delgada de pelo corto. Sostiene una pandereta. Produce el sonido necesario para el inicio de la melodía. Su fuerte es el canto, es lo que práctica. Quiere ser cantante profesional algún día. Tiene 15 años, practica en los ensayos y en la noche, cuando le canta canciones infantiles a su niña de un año. 

Durante el día, mientras estudia o aprende música, la bebé está en una guardería donde la cuidan. 

Cuando le falta alguno de los elementos esenciales —afinación, tiempo o concentración—, hace una pausa para hablarse a sí misma: «Me digo: tú sí puedes, eres muy valiente, que nada te impida». 

No es la única que lo hace. Antes del concierto, en el ensayo, ellas acostumbran a hablarse a sí mismas. Recuerdan que pueden lograrlo. 

«El hecho de subirse a un escenario, con un público, es lo más importante. La parte musical viene después, si la obra sale bien es ganancia. Con el hecho de que se presenten arriba, en el escenario, la música es el puente a otras áreas donde ellas podrán desarrollarse», dice Monroy. 

En el ensayo hay tres pianos. Una niña morena, de pelo negro, presiona con timidez una tecla de uno de ellos. Es la primera vez que está en el ensayo tocando un instrumento. Lleva un par de días en canto. 

La niña morena de pelo negro intenta concentrarse. Le gusta la música porque es un homenaje a sus hermanos. Con ellos acostumbraba a cantar Regalito de Dios, de Julión Álvarez. Ahora la música le ayuda a olvidar la tristeza que siente por estar lejos de ellos. Los extraña, espera verlos para Navidad. 

La niña morena sonríe y muestra con orgullo las cicatrices que tiene por aprender a manejar bicicleta. Cuando no está practicando música, estudia y cuando no, monta una bicicleta en el patio de La Alianza.   

Admira a las que tienen más tiempo de estar en los talleres, a las que son diestras con los instrumentos, a las que cantan lindo y a las que se adueñan del escenario. Se inspira en ellas, cree que es posible que lo logre algún día porque sus compañeras, que también han pasado momentos tristes como ella, lo pudieron hacer. 

Música para trabajar el trauma

Carolina Escobar Sarti, es la directora de La Alianza. Desde su oficina se observa un patio en el que las niñas juegan. Las aplaude, les grita, celebra.. 

Abandona la ventana y se sienta en el escritorio de su oficina para conversar sobre la banda de música. Tiene claro que la música se quedará en La Alianza. La ciencia confirma lo que implementaron por instinto: la música como uno de los enfoques más exitosos para trabajar traumas complejos, como los causados por la violencia sexual y la trata. 

Cuenta que las historias de las niñas son paradigmáticas, todas. Habla de una chica que fue abandonada a los tres años y hasta los siete fue abusada por un hombre de su entorno. Logró reunificarse con su mamá y se fueron a otro lugar donde, de nuevo, fue abusada. Y de nuevo le sucede en otro espacio. Otro hombre 20 años mayor vuelve a abusar de ella y la embaraza. 

«La música les devuelve el control. Una de las cosas que han perdido desde que son niñas es el control de sus cuerpos. O más bien nunca lo tuvieron. El cuerpo era de todo el mundo en su casa, menos de ellas. Para trabajar, para abusarlo, para ponerlas a cuidar a los hermanitos, para lo que fuera, pero el cuerpo nunca fue de ellas», dice Sarti.  

«El cuerpo es un instrumento musical, ellas tienen voz y son su propio amplificador. Si tocan un instrumento ellas empiezan a controlar su cuerpo con la motricidad fina, con la motricidad gruesa, controlan su entorno. Su cuerpo deja de ser algo para otros y empieza a ser algo para sí mismas», añade. 

Escobar Sarti cuenta que una de las niñas que estuvo en La Alianza, al salir, se llevó el clarinete que tocaba, se lo permitieron. Le serviría para ganarse la vida con la música. Cuando cumplen 18 años, deben salir del hogar, pero algunas siguen preguntando si podrán seguir llegando a sus clases de canto.   

El proyecto de música inició en 2014, con un ensamble de tres flautas dulces y un coro de 10 niñas. Luego llegaron más instrumentos y el interés por la música se fue acentuando. 

El sueño de la directora es tener un programa musical amplio. Darle seguimiento a las niñas y adolescentes que ya no están en el hogar y que destacaron en la música para tener una orquesta con ellas. Tener una escuela novedosa que fomente el pensamiento creativo y fortalecer el grupo de música. 

La Alianza también tiene un hogar para niños y adolescentes hombres que sufrieron los mismos tipos de violencia, en San Juan del Obispo. Ahí también se replica la música. La música como el reflejo de un proceso de transformación que viven las personas mientras están abrigadas, protegidas, queridas, respetadas. 

«Más allá de que la música sea una muestra hacia afuera de un logro real, es la prueba viviente en cada una de ellas de que cuando se cree en ellas, se les atiende debidamente, se les trata con dignidad, comen todos los tiempos de comida, se les provee educación, entonces logran ser seres humanos de derechos», resume Escobar Sarti.


Si te interesa apoyar al grupo de música, puedes donar instrumentos o los fondos para comprarlos, apadrinar clases de música o becar estudios profesionales de música para ellas. Puedes escribir al correo desarrollo@la-alianza.org.gt y hacer donaciones para el sostenimiento general de La Alianza en su  sitio web. 


Créditos: 

  • Investigación y redacción: María José Longo Bautista 
  • Edición: Carmen Quintela 
  • Diseño: Oscar Donado 
  • Fotos: María Longo 

No disponible
No disponible

María José Longo Bautista

También te puede interesar

CONTAMOS LA
REALIDAD DESDE MIRADAS DIVERSAS

SUSCRÍBETE A NUESTRO BOLETÍN

La realidad
de maneras diversas,
directo a tu buzón.