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«El sector privado juega un papel fundamental en la crisis climática y podría hacerlo también en la solución»

En mayo de 2024, Guatemala experimentó la temperatura más alta en los últimos treinta años. En Zacapa llegó a los 42.6 grados, algo que hacía décadas que no sucedía. Semanas después, luego de una sequía prolongada, días de lluvia causaron estragos en el país. Ambos fenómenos extremos son consecuencia de la crisis climática, según Tania Guillén, experta en cambio climático. En entrevista con Ocote, Guillén explora los síntomas, causas y posibles consecuencias de este fenómeno para la región.

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Hablar de ciencia, algo que puede resultar denso y complejo, se vuelve algo sencillo con Tania Guillén. En una hora y media, es capaz de explicar los fenómenos, los patrones y la crisis del clima con una facilidad envidiable. 

Se emociona, hace una pausa, pregunta si sus respuestas son claras y continúa la explicación con agilidad. 

Su análisis sobre el cambio climático va más allá de lo ambiental. Lo concibe como el resultado de decisiones y acciones económicas y políticas, tomadas y realizadas, incluso, siglos atrás. Unas decisiones y unas acciones que hoy, y de manera muy crítica, afectan a las regiones y las poblaciones más vulnerables. 

Tania Guillén es una ingeniera ambiental nicaragüense, especialista en adaptación al cambio climático. Aunque ahora vive en Alemania, donde es candidata a un doctorado en la Universidad de Hamburgo e investigadora en el Climate Service Center (GERICS), su objetivo no ha cambiado: contribuir en la construcción de resiliencia ante el cambio climático en la región centroamericana. 

A sus 39 años, Guillén tiene una maestría en manejo de recursos naturales, ha dado seguimiento a negociaciones internacionales sobre cambio climático y ha integrado equipos técnicos que han trazado normativas ambientales en Nicaragua. 

Según la especialista, el cambio climático es una problemática que atraviesa todas las esferas de la vida cotidiana de las personas. «Es un fenómeno que ya nos acompaña y afecta. Aunque paremos el mundo y dejemos de generar gases de efecto invernadero, estos ya están en la atmósfera, siguen generando un proceso físico-químico y generando calentamiento global», alerta. 

En esta entrevista con Ocote, Guillén analiza las consecuencias de la crisis climática en la región centroamericana. Aunque este territorio es responsable únicamente del 1% de la emisión de gases de efecto invernadero, según la experta, «está en nuestras manos accionar para mitigar y adaptarnos. Para evitar mayores pérdidas y daños en un futuro cercano y lejano». 

¿Por qué en los últimos años hay especialistas que ya no hablan de cambio climático, sino de una crisis climática? 

Estamos notando unos fenómenos que son generados, en buena parte, por el cambio climático, de manera cada vez más rápida e intensa. El impacto, tanto en los sistemas naturales, como en la sociedad, se intensifica. 

El lenguaje es poderoso. Lo nombramos así, como una manera de denotar esa particularidad, intensificación y aceleración del proceso. La intención es que el mensaje llegue más rápido a los tomadores de decisiones y a los gobiernos. Pero también al sector privado, que juegan un papel fundamental en generar el problema y que podría jugar un papel fundamental también en la solución. 

¿Cuáles son las actividades humanas que contribuyen a esta crisis climática? 

La actividad industrial para la generación de la energía y para la fabricación de cemento. La construcción es muy contaminante y por ello, ahora también se habla de buscar sistemas alternativos más tradicionales. 

La producción agrícola también genera problemas, principalmente, cuando hablamos de monocultivos. 

La mayoría de los sistemas de transporte en la región dependen del combustible fósil. Entonces, traemos productos contaminantes e invertimos o gastamos dinero en productos que nos están generando problemas, cuando podríamos tener un transporte público eficiente y limpio, basado por ejemplo en energías renovables. 

Es un catálogo de actividades. Nuestra economía está fundamentada en procesos contaminantes. 

Tenemos que cambiar la mentalidad, porque el cambio climático no es un asunto ambiental, es un asunto socioeconómico. Es generado por diversas actividades y, asimismo, la afectación negativa llega a los diversos sectores de nuestra sociedad. 

¿Cómo se vincula el monocultivo con la crisis climática? 

El problema con los monocultivos es que siguen expandiéndose y lo hacen a expensas, generalmente, de los bosques naturales o de aquellos conservados. Al botarlos, se quita o disminuye su capacidad de regular el clima, absorber y limpiar el aire. Se limita a la biodiversidad, que es otro de los temas importantes para la región, eliminando su hábitat de biodiversidad. 

En la región, el sector que más genera contaminación o gases de efecto invernadero se llama «LULUCF», del uso y cambio de la tierra. Está ligado a la frontera agrícola, monocultivo y a la ganadería. Y ahí está el problema. 

(El sector LULUCF hace referencia al uso de la tierra, cambio de uso de la tierra y silvicultura. Este concepto es utilizado para contabilizar la emisión de gases de efecto invernadero por la agroindustria). 

En mayo, Guatemala registró la temperatura más alta que ha experimentado en los últimos treinta años ¿Son estas olas de calor algo «normal», dentro de los patrones climáticos o podemos hablar con rotundidad de que son consecuencia de la crisis climática? 

Estos eventos de calor podrían ser más intensos en la región. Es como en el caso de los huracanes: desde hace años, los artículos científicos están diciendo que no necesariamente tendremos más huracanes, pero sí de mayor intensidad. No es la frecuencia, es el tipo de evento que tendremos. 

Luego de esta ola de calor, Guatemala transitó hacia una temporada de lluvias constantes. ¿Es esta transición «normal», o deberían ser los cambios de clima más paulatinos? ¿Es resultado de la crisis climática? 

El cambio climático genera más eventos extremos. No solo de lluvia o de calor, pueden ser ambos. Y genera incertidumbre. Por eso es complicado planificar para el cambio climático, porque tenemos que prepararnos para distintos eventos o una combinación de ellos. 

No es solamente que llueva o que no llueva, sino dónde y cuáles son las condiciones de la gente que vive en esa región, porque no será el mismo impacto en una urbanización de gente acomodada que está bien ubicada a un asentamiento con condiciones de pobreza extrema y que está a la orilla de un cauce. Y esos factores se suman al problema del cambio climático. 

Hace tres años, tras las tormentas ETA y IOTA, mencionabas que fenómenos como los ciclones tropicales llegarían con mayor intensidad. ¿Lo estamos viendo?

Las tendencias están confirmando las proyecciones que teníamos. Estaba viendo en las noticias el programa Copernicus, un programa europeo sobre cambio climático, que se está registrando el pasado mayo como el mayo más caluroso de los registros. Este se convierte en el doceavo mes consecutivo más caliente. Es decir, tenemos un año de estar batiendo récords a nivel global. Entonces eso da una pauta. 

Yo recuerdo que antes, en la época lluviosa en Nicaragua, se podía tener una semana de lluvia y no ver el sol. Ahora,  es  la misma cantidad de agua, pero en un solo día. Y eso es lo que genera las inundaciones y los problemas con la infraestructura. Porque claro, la tierra, el suelo y la infraestructura no tiene la capacidad de de procesar toda esa agua que le cae en tan poco tiempo. 

¿Cómo valoras la atención que los últimos gobiernos centroamericanos han dado a la crisis climática? 

A pesar de la necesidad que tenemos en la región, no estamos priorizando el cambio climático. Los presupuestos nacionales no dan recursos para la acción climática y de medio ambiente, por lo que, muchas veces, los proyectos relacionados a cambio climático dependen de la cooperación internacional. Esto provoca que nuestros países hagan lo que la cooperación internacional prioriza y no lo que ellos deberían de priorizar. 

Hay índices de financiamiento climático que dicen que ningún país de la región da más del 2% o 1% del presupuesto al cambio climático. Y eso es preocupante cuando consideramos que esto tiene que ver con tantos sectores de la sociedad. 

¿Qué debe priorizar el Estado de Guatemala para detener los efectos de la crisis climática? ¿Qué es lo primero en la lista?

La prioridad debería ser la adaptación al cambio climático, porque nuestra responsabilidad es bastante reducida. Entonces, por ejemplo, debería priorizarse un tema básico para la vida: los recursos hídricos. ¿Cómo mantenemos los recursos hídricos? ¿Cómo hacemos un mejor manejo de las cuencas? Y eso implica que hay que reforestar, conservar y aplicar distintas medidas de conservación de suelo. 

Eso no quiere decir que no haremos nada en materia de mitigación, porque tenemos el potencial de poseer una matriz energética de energías renovables y transporte limpio. 

Todo lo que hagamos en mitigación tendrá beneficio. Es decir, si tenemos menor contaminación por la quema de combustibles fósiles, tendremos menos enfermedades respiratorias y menos cáncer.  Entonces todo lo que hagamos en mitigación va a tener un impacto positivo, inmediato y a largo plazo. 

Tenemos que preparar nuestra ciudad y para eso tenemos una herramienta que conocemos en la región desde hace muchos años, que es el ordenamiento territorial,  que ahora tiene que considerar los aspectos de cambio climático y preparar a nuestras ciudades para eso. 

¿Cómo contribuye la contaminación de mantos de agua a la crisis climática? 

Cuando contaminamos los cuerpos de agua, alteramos los procesos naturales, por ejemplo, generando mayor eutrofización (proceso por el que se vierten nutrientes, como desechos agrícolas en el agua, lo que favorece el crecimiento excesivo de materia orgánica y plantas, como algas) y más gases de efecto invernadero. 

Cuando contaminamos los recursos hídricos, afectamos las capacidades y  servicios que nos podrían proveer. Por ejemplo, con la generación de agua que utilizamos posteriormente para agua potable.

Mientras modificamos los ecosistemas, estamos alterando también sus capacidades de generación y  regulación que tienen y que son los que pueden ayudarnos a mantener cierta calidad de vida. 

En Guatemala no se ha logrado aprobar una ley de aguas. En los últimos años ha habido intentos de que pase en el Congreso, pero los resultados han sido infructuosos. ¿A qué cree que se deba? ¿Por qué no interesa que haya una ley de aguas?

Lamentablemente, en nuestros países, la política ambiental y la política climática siguen siendo sectores de la política pública que no son priorizados porque nuestros gobiernos todavía no ven, e incluso, nosotros como poblaciones, no vemos, la necesidad y la importancia de tener ese tipo de instrumento. Y cuando los tenemos, no los cumplimos por la corrupción que tenemos en nuestra región. 

Siempre tenemos sistemas políticos que actúan a corto plazo, para obtener los votos, para ser reelegidos en el siguiente mandato y donde todavía es más importante, o se ve de mejor manera, inaugurar unos 100 metros de calle, que rehabilitar un área que estaba deforestada hace cinco o diez años.

¿Una ley de aguas ayudaría a paliar la crisis del agua en Guatemala o el problema requiere una atención desde otras aristas?

Como el cambio climático, el agua toca todas las aristas. Una ley es positiva y útil si es elaborada con una consulta amplia a todos los sectores de la sociedad. Con participación, desde las comunidades, la industria hasta los políticos, economistas, etcétera. 

Que sea una ley completa y no solamente pensada en «los impuestos que podemos poner», sino también en el tema de equidad, acceso y calidad. Eso la hará útil. Podemos tener la mejor ley en papel, pero será útil sólo en el grado que la cumplamos. 

En 2023, el 26% de la población guatemalteca vivía en condiciones de grave inseguridad alimentaria. Ese año fue marcado por eventos climáticos que dañaron las cosechas familiares, por ejemplo, las sequías. Con la actual crisis climática, ¿podrían estas condiciones agudizarse? ¿Qué se puede esperar para el futuro? 

La ciencia dice que los eventos extremos, como las sequías, serán más frecuentes e intensos. El problema es que afectará a una población que ya es vulnerable y a su seguridad alimentaria. Esto genera migración, tanto interna como externa, porque donde estaban ya no podían ni siquiera producir su comida. 

Como país, debemos hacer todo el esfuerzo para invertir recursos en generar capacidad de adaptación, en garantizar que los pequeños agricultores y agricultoras, porque la proporción de jefas de familia es alta, tengan acceso a recursos financieros para hacerle frente a estos fenómenos. 

El cambio climático está poniendo en situaciones muy extremas a las poblaciones ya vulnerables, pero la acción climática tiene efectos positivos. A medida que mitigamos, estamos generando beneficios en la salud. 

A medida que adaptemos a estos pequeños agricultores, hacemos que ya no dependan o ya no cultiven solamente maíz o frijol, sino que diversifiquen su parcela y tengan otro tipo de producción.  

Si cuidamos de las cuencas, eso también generará beneficios a todos. Son eventos concatenados que pueden también tener efectos positivos. 

ONU Mujeres afirma que «la crisis climática no es imparcial en cuanto al género». ¿A qué se refieren con esto?

Nuestras sociedades son machistas. Muchas veces, las mujeres son las cabezas de la familia, se encargan de ella y cuidan de los hijos, pero no tienen acceso a la tierra. Cuando los hombres migran, son ellas quienes se quedan. Y suelen hacerlo sin recursos para alimentarse, capacitarse, para acceder a una educación profesional que las ayude a salir de los ciclos de pobreza.  

Quienes buscan el agua, cuando en las comunidades no hay pozos, generalmente son las mujeres y los niños. Ellas también se encargan del aseo. Cuando sucede un evento extremo, son quienes permanecen en el hogar con los abuelitos, en una ubicación peligrosa porque se quedaron cuidando a la familia. 

Entonces es necesario asignar recursos a la creación también de mayores capacidades para las mujeres, especialmente, vinculadas al acceso a la tierra. Eso permitirá salir del ciclo de pobreza. 

¿Estamos ya en un punto de no retorno? 

No. Estamos en un punto crítico, eso es cierto, pero es difícil hablar de un punto de no retorno. 

Hace un tiempo, decíamos que tenemos hasta el 2030, pero el 2030 está casi a la vuelta de la esquina. Ese es el problema. Tenemos que poner todos nuestros motores para que la acción pase lo más pronto posible. 

Hay que hacer un poquito más de lo que hemos venido haciendo. Debe ser una acción acelerada, transformadora y que signifique también una transformación o una transición justa para nuestra sociedad. La justicia también es una discusión grande en el tema del cambio climático. 

¿Qué nos toca ahora? ¿Pueden las acciones individuales solucionar un problema que está tan enraizado? 

El sector industrial privado tiene una responsabilidad muy grande, pero no debemos olvidar el poder que tenemos como consumidores en este sistema capitalista en el que vivimos. 

Las empresas van a tratar de responder a lo que la gente está pidiendo. A veces crean necesidades, pero bueno, nosotros tenemos que ser inteligentes para saber dónde estamos cayendo. Donde vivo (Alemania), hay una gran demanda de productos agrícolas, orgánicos y menos contaminantes. 

Uno tiene que comenzar en su casa, hacer lo que pueda y hacerlo bien. Como comunidad y consumidores, también tenemos poder. Si nos unimos con amigos que quizá quieren comer más sano y podemos encontrar quien nos genere o produzca ese producto. Así se produce el cambio. 

Kristhal Figueroa

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