La resistencia pacífica cumplió 43 días. Durante estas semanas, las protestas se han percibido en diferentes intensidades. El punto más álgido fue el 9 de octubre, cuando se paralizaron más de 150 puntos en todo el país, las carreteras principales y vías de mayor tránsito en la ciudad de Guatemala. Municipios lejanos a la capital y caminos secundarios también fueron testigos de la resistencia.
Aunque los puntos de bloqueo disminuyeron hasta desaparecer al finalizar octubre, las movilizaciones ciudadanas continúan y las autoridades indígenas no piensan retirarse de las afueras del Ministerio Público, donde una resistencia pacífica no se ha movido desde el 2 de octubre. La exigencia sigue siendo la misma: que la fiscal general, Consuelo Porras, renuncie.
Junto con ella el jefe de la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI), Rafael Curruchiche, la exfiscal especial de la FECI, hoy jefa de la fiscalía regional de Oriente, Cinthia Monterroso, y el juez que ha avalado todas sus peticiones, Fredy Orellana.
Desde Madrid, en España, a 8,600 kilómetros de distancia, la antropóloga, socióloga e investigadora de las élites centroamericanas, Marta Elena Casaús, observa cómo se ha gestado este movimiento. En varias entrevistas semanas previas a la declaratoria del Paro Nacional aseguraba que lo que se venía era un movimiento indígena sin precedentes, aunque confiesa que no imaginaba que lo vería con sus propios ojos.
¿Usted se imaginó que justo en ese momento, después de la segunda vuelta presidencial, íbamos a ver un movimiento indígena que paralizara al país?
He tenido la convicción de que esto iba a pasar. No quieren ver (las élites) que su tiempo ha pasado, este es el tiempo de los pueblos indígenas. Insisto en eso porque sí que lo he visto venir y mis alumnos lo saben, que estamos en un final de ciclo, de la etapa jurásica, del final de los dinosaurios. Claro que con sus coletazos nos pueden aplastar a todos, pero este ya es otro ciclo que empieza. De manera que lo vi venir, en este sentido te aseguro que sí, porque llevo mucho tiempo trabajando con ellos y sé que la fuerza está en ellos y no en los mestizos ladinos.
¿Si creía que iba a ser tan rápido? No. Yo pensaba que esto era acumulativo, que se iba a dar poco a poco y que estábamos en una etapa cualitativa, que alguna cosa, algún elemento histórico político iba a desencadenar esto, pero nunca pensé que en esta legislatura, pensé que se desencadenaría en la siguiente.
¿Qué fue lo que lo desencadenó?
Posiblemente el triunfo de un hombre honesto, un hombre que quería poner las bases de una nueva Guatemala. Ese hecho y la resistencia a revertir un proceso electoral fue lo que desencadenó un proceso que estaba maduro, pero que algunos no lo vieron venir. La gente urbana no lo vio venir.
¿Por qué a las élites económicas y políticas les cuesta tanto reconocer el liderazgo de los pueblos indígenas al punto de insistir en que son organizados por alguien externo?
Por una razón muy sencilla. Por el racismo y por el racismo histórico estructural que padecemos los y las guatemaltecas desde el siglo XVI hasta el siglo XX. Desde el siglo XVI no hemos hecho nada más que negar a los pueblos indígenas, negarles su cultura, negarles su identidad, su trabajo.
El racismo es un sistema de dominación que lo que pretende es justificar todo un sistema de explotación, de opresión, de agresión hasta que conlleva un sistema total de dominación en el que nos creemos que aquellas familias que se consideran blancas y también los mestizos-ladinos somos los llamados, los destinados a controlar el poder.
Porque ha habido todo un proceso de encubrimiento, de invisibilización de los pueblos indígenas. Los hemos visto, lo digo entre comillas, como “nuestros inditos”, como aquellas personas que están supeditadas a nuestra dominación. Esto es un problema colonial que ha ocurrido en todos los países del mundo, no es nada nuevo. Lo que sí es que en Guatemala todavía existe el racismo con esa fuerza, con esa virulencia.

Por ejemplo, yo he ido a dar clases a colegios de élite, cuando les digo: «Levante la mano quien tiene un novio indígena», palidecen. Cuando les digo: «Levante la mano quien tiene un amigo indígena o una amiga indígena», es como si les mentaras la madre, no lo pueden ni entender. «Bueno, díganme a qué indígena conocen». Entonces es ahí cuando dicen: «La muchacha, la del servicio, en el mercado…». Es que hemos vivido a espaldas de los pueblos indígenas.
Desde esa óptica, el problema es que la clase dominante nunca los ha querido ver y de pronto, cuando se los encuentran en la capital, en las plazas y que no ensucian la ciudad como dicen, no son esas «hordas salvajes», ni son esos «ignorantes» que están movilizados por otros, yo creo a mi juicio que están en shock, porque nunca pensaron que esto iba a suceder, no lo vieron venir.
Cuando los encuentran con esa capacidad de organización, con esos comunicados que son un ejemplo de madurez y de capacidad jurídica, argumentando por qué no se puede revertir el voto y por qué realmente tienen derecho a su soberanía en la votación y el respeto a sus derechos básicos es impresionante, pero claro, muchos piensan que esto es nuevo, pero es todo un proceso histórico de resistencia que los que hemos trabajado con ellos y también los que hemos investigado conocemos de sobra, no nos cogen desprevenidos.
Claro, es que hay una separación tan grande entre los pueblos indígenas y la clase media alta y urbana en Guatemala, ¿por qué la brecha no se logra cerrar?
Pero ¿cómo se va a cerrar una brecha, si no se ha abierto un diálogo y una comunicación entre pueblos indígenas y sectores de clase media o mestizos, no digo ya de las élites? No es que se ha abierto o se ha cerrado la brecha, es que no hemos logrado establecer un diálogo.
¿Podría ser esta la oportunidad? ¿Este es el momento?
Yo creo que la oportunidad ya se dio en distintos espacios. Se empezó a dar desde los Acuerdos de Paz. Desde el 96 ha habido acercamientos entre mestizos-ladinos, entre personas individuales pero también colectivos.
Coincidimos con Irma Alicia (Velásquez Nimatuj, antropóloga maya k’iche’) que un punto de inflexión fundamental fueron los juicios de genocidio contra distintos perpetradores, porque ahí se unieron abogados, fiscales, investigadores, peritos, víctimas del genocidio y de los crímenes de lesa humanidad, todo tipo de personas que habíamos vivido y conocido los estragos brutales del genocidio. En ese momento ya se produjeron los primeros espacios de sociabilidad, pero se venían dando de una forma esporádica.
Puedes leer: «Subestimaron a los pueblos indígenas», Irma Alicia Velásquez
Creo que también las ONG han jugado un papel porque al trabajar directamente con población maya o con población indígena y sobre todo con mujeres ya se ha producido un acercamiento.
Hay una investigadora muy buena en temas de prejuicio que decía que los prejuicios racistas desaparecen en el momento en que tenías oportunidad de conocer, convivir, discutir, pelearte, pero también hacer amistades entre una mujer maya y una mujer mestiza-ladina. Entonces estos acercamientos eran los que hacían que el racismo fuera bajando de tono.
Pero, ¿qué es lo que pasa en nuestro país? No existen espacios. O sea, digamos una persona mestizo-ladina guatemalteca, ¿cuándo y dónde conoce a una intelectual indígena? Nunca. Porque no tiene oportunidad de conocerla, ni de establecer un diálogo con ella.
No digamos las élites…
Entre todos los artículos que he escrito me quedan por hacer los análisis de los comentarios de República (medio digital de las élites de derecha) y otros medios sobre lo que pensaban de la toma, porque siempre ha existido ese imaginario racista de que «uy qué miedo, el día en el que el indio baje de la montaña y llegue a la capital va a ser espantoso». Y cuando ven que bajan de la montaña y se comportan como lo que son; hombres y mujeres ciudadanos que lo que quieren es que se respeten sus derechos y que los defienden. Una ciudadanía común pero con sus diferencias como pueblos. Claro que para la élite de poder que se considera blanca eso es impensable.
Usted dice que las élites familiares, políticas y económicas se encuentran en una especie de estado de shock ¿Cómo podemos describir eso?
Para mí lo más importante y sorprendente de todo este proceso ha sido la respuesta de las clases medias y populares mestizo-ladinas que se han acercado a apoyar, a ayudarlos, la respuesta de los barrios y que de pronto han comprendido que los indígenas no son ni sus enemigos, ni sus oponentes como nos han tratado de hacer ver en la historia, indios y ladinos enfrentados entre sí, sino que somos ciudadanos y ciudadanas, pueblos que lo que queremos son oportunidades para nuestra gente, oportunidades de educación, de salud, de vivienda, de trabajo, de todo.
El problema con las élites es que lo que han hecho siempre es utilizar a los pueblos indígenas para su beneficio y manipularlos. Así han sido todas las elecciones. Manipularlos a través del voto y después los representantes de esos pueblos —o sea la clase política— lo que han hecho es enriquecerse a costa de ellos sin darles ningún beneficio.
Lee también: «No somos un objeto para convocar al turismo», Sara Curruchich
Las élites no han sido más que unos manipuladores y unos usurpadores de un poder que le ha dado el pueblo y que tenía que haber una reciprocidad o un retorno para beneficio de la propia población, pero es ahí donde entra el racismo, la corrupción, el narcotráfico… todos los males que venimos padeciendo. Las élites políticas han sido muy responsables.
¿Usted cree que este Paro Nacional ha provocado algún tipo de presión o ruptura en las élites?
Ah sí, esta situación es inesperada. Primero, inesperada del triunfo de un candidato que estaba fuera de la mesa electoral, del triunfo de un movimiento nuevo y pequeño como Semilla, que pasa de siete a 23 diputados.
La debacle de todos los partidos políticos que tenían posibilidades de llegar al poder y que rivalizaban entre ellos porque obedecían a distintos sectores ya fraccionados de la clase dominante. Una parte eran los de (Alejandro) Giammattei, otra parte eran los de Zury Ríos, otros eran los de Sandra (Torres) pero todas las personas o todos los partidos muy vinculados a la corrupción y de eso la población se dio cuenta enseguida. El primer shock fue ese, cómo ganó Bernardo Arévalo. Yo creo que ahí se produce un fraccionamiento de la clase dominante o de la élite de poder.
La élite política todavía no se recompone. Lo estamos viendo claro en las peleas entre el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Ya había un sector modernizante muy fuerte que eran del Consejo Nacional de Empresarios. Un sector que veía claramente que no se podía seguir con esa vía oligopólica o monopólica tan fuerte porque íbamos condenados a la crisis económica brutal.

Vemos un fraccionamiento de las redes familiares y en la élite económica entre los que estaban a favor de darle tiempo a Bernardo Arévalo, conocerlo y quitarse un montón de corruptos que tampoco favorecen a sus empresas y otro sector que se negaba a aceptarlo y que fue el que empezó a fraguar el golpe. Lógicamente el sector que sigue financiando a estos dos grupos son los que más daño han hecho, porque son los que han obstaculizado, han impedido un proceso de transición que debió ser normal.
Pero el temor y el shock de esas élites que, por una parte, creían que iban a perder el poder y, por otra, tienen la sensación de que va a llegar el nuevo presidente y los va a mandar a la cárcel a todos, cosa que no puede ser. Son los que siguen intentando este golpe técnico que a mí me parece que es mucho más acertado llamarle golpe de Estado judicial.
Con lo que usted dice, percibo un estado de shock en dos partes, el primero cuando vieron que Bernardo Arévalo ganó y el segundo el que está provocando el Paro Nacional, ¿es así?
Así es, creo que son dos momentos. Primero el shock traumático en donde trataron por todos lados que no ganara Arévalo y (el triunfo) no hubiera sido suficiente si no hubiera sido acompañado de esa movilización tan sorprendente y fascinante de los pueblos, comunidad y autoridades ancestrales bajando desde sus territorios. El segundo momento fue la movilización generalizada de los pueblos indígenas, de los barrios y la respuesta masiva de todos los sectores sociales urbanos y de los territorios para que se respetara su voto y exigir la renuncia de los golpistas.
¿Qué simbolismos podría rescatar del Paro?
Lo más emocionante para mí ha sido la respuesta de los barrios, la respuesta popular y el apoyo económico, que cada uno llevaba lo que podía. Esa solidaridad entre los cuatro pueblos que, por primera vez en nuestro país, se encuentran, se entienden y tienen un proyecto común.
Otra cosa que me ha llamado la atención ha sido ver a todo el mundo luchando con la misma bandera y que todos tenían el mismo objetivo, luchar contra la corrupción y por la renuncia de Consuelo Porras y su camarilla.
Esas palabras de Bernardo Arévalo en su último discurso del 20 de octubre, donde habló de los cuatro pueblos, que el pueblo resistirá fue enormemente hermoso. Nadie desde el 44 ha logrado aglutinar a diferentes sectores, identidades, mujeres, hombres, clases pobres, menos pobres, indígenas, mestizos-ladinos. Porque hay una finalidad. Están hartos de la corrupción, de las injusticias y de la falta de oportunidades. Creo que eso es lo que produce un movimiento social y un levantamiento, porque si esto solo se queda en Bernardo Arévalo y Semilla, probablemente el golpe hubiera triunfado.
¿Qué es lo que debería aprender la élite y la clase poderosa de todo esto?
Que tienen que cambiar, modernizarse, tienen que dejar de tenerle miedo al pueblo, conocerlo. Tal vez te parezca un poco cursi, pero es así, no solo conocerlo, reconocer sus derechos comunes y diversos, sus derechos como hombres, como mujeres, como indígenas, como mestizos-ladinos, como LGTBI.
Tienen que comprender este proceso que al estar en shock no comprenden nada. Si alguien ha luchado por sus derechos han sido los pueblos indígenas. Todo esto es un proceso larguísimo.
Mi ejemplo de siempre es que estamos en una fase de match point, donde no sé dónde va a caer la pelota. Yo sí no creí que fuera a caer tan pronto en un lado, pero lo que sí sé es que estamos jugando el partido y eso es para los pueblos originarios y para el mismo Arévalo.
¿Y cómo debería terminar ese partido?
Mira, hay una frase que caracteriza uno de los mejores libros de (el escritor estadounidense-guatemalteco Francisco) Goldman La larga noche de los pollos blancos que empieza con saber qué pasó ahí y termina en 800 páginas de teorías con un a saber (se ríe). Lo que sí está claro es que no hay otra alternativa que dar un paso adelante en ese sentido porque pueden perder las fuerzas oscuras.
Y ¿quiénes son las fuerzas oscuras?, a mi juicio son aquellas camarillas que están vinculadas a la corrupción y al crimen organizado. Aquellos sectores de la iniciativa privada que todavía no se terminan de alinear. Muchos son del Cacif, otros no. Aquellos sectores que son los que más tienen que perder porque tienen juicios y que el MP está encubriendo.
Foto de portada: Plaza Pública