Guatemala es un país abierto. Aunque nunca estuvo cerrado. La pandemia llegó para quedarse y llevarse a miles de personas con ella, hundiendo aún más la esperanza de tener mejores …
Guatemala es un país abierto. Aunque nunca estuvo cerrado. La pandemia llegó para quedarse y llevarse a miles de personas con ella, hundiendo aún más la esperanza de tener mejores servicios públicos de sanidad para la población. Por más que se proteste, se denuncie y se grite, el presidente decidió que había que seguir adelante con su gobierno, y que el resto se acostumbre a vivir con el coronavirus. Las primeras y atinadas medidas, en el ya lejano mes de marzo, dieron paso al desdén, la improvisación y el engaño.
Se cambió al ministro de Salud, se nombraron nuevas autoridades en ese ministerio y se creo la Comisión presidencial contra el Covid-19; la situación tuvo algo así como ese maquillaje que se usa en la farándula para disimular edad, arrugas y manchas. Los que pensaron que habría una forma más seria, coherente, correcta y científica de enfrentar la pandemia, de pronto se toparon contra el muro de la desilusión: todo cambió para que nada cambiara. La vieja y triste historia de Guatemala.
En este país se abren iglesias, centros comerciales, restaurantes y almacenes, y el zoológico, pero se cierran los parques y las áreas verdes. Se dará luz verde para el transporte urbano y extraurbano y los gimnasios, y a lo mejor, las discotecas y los cines. Total, el mismo mandatario dijo que era responsabilidad de los demás, y ya no de él.
Se aprobaron millonarias transferencias. Se habló de modernizar y equipar la red hospitalaria, de un mejor trato para los trabajadores de la salud, que se les dotaría de lo necesario para enfrentar este virus mortal y todo quedó en eso, en promesas, engaños y mentiras. ¿Dónde está el dinero? ¿Quién puede responder a esa simple y cruda pregunta?
El 2020 se recordará como el del tiempo atípico, como un año diferente, donde un número elevado de guatemaltecos y guatemaltecas perdieron sus empleos, y a otros se les rebajó el salario y muchos más, tuvieron que salir a las calles con una bandera blanca en la mano, desesperados por la crisis económica en sus hogares. Miles de familias sacaron a sus hijos de los colegios, al no tener para pagar las mensualidades, mientras las deudas se acumulan por el alquiler, el agua, la luz, el teléfono, las tarjetas de crédito, el internet, y la alimentación.
El gobierno a través de diversas instituciones, creó el bono familia y el bono del desempleo que, aunque con sus luces y sombras, fue una respuesta a la situación que provocó paralizar las actividades económicas a nivel nacional por la llegada del coronavirus. Pero no ha sido suficiente ante la gravedad de la situación que viven millones de personas.
Luego de ver las imágenes de lo ocurrido en la entrada del zoológico La Aurora, el pasado domingo 6 de septiembre, se comprende que, para cientos de familias, el Covid-19 ya no es su problema. Por esa razón no se preocupan que sus hijos puedan infectarse, o los padres, los abuelos. Al final, el propio presidente habla que hay que aprender a vivir con este virus, que hay que acostumbrarse a él, esto y más escuchan las personas a quienes se les dice que los hospitales están con camas disponibles, que se trata de una “gripona”.
Y si a esto se suma el hecho de que dejaron de informar del número real de contagiados y muertos, entonces está listo el escenario para creer que nada pasa en Guatemala en relación con el coronavirus. Que eso es problema de otros países, menos del nuestro. Aquí, las cifras reales, a excepción de unas cuantas y privilegiadas personas, las conocen, pero lo callan y lo guardan como el mayor secreto de Estado. Eso que se llama opinión pública, jamás se enterará de esas escalofriantes cifras que tiene ya este país por culpa del Covid-19.
Un día llegará el momento de hacer el recuento de los daños. Entonces, se podrá señalar con el dedo a justos y pecadores, porque todos serán responsables por igual. El Estado le falló a los ciudadanos de este país, los funcionarios no dieron la talla y forman parte con distintos papeles protagónicos, de ese gran teatro del engaño, la simulación y la mentira. A lo mejor se irán tranquilos a la cama esta noche, porque se han convencido a sí mismos que hay que seguir adelante a pesar de las víctimas que están dejando a sus espaldas.
Siempre se dice que la historia juzgará a los funcionaros corruptos. Lo lamentable es que esa historia, a muchos de ellos, no los llevará a la cárcel. Y como bien saben los políticos sin principios ni valores, la vergüenza mediática pasa, al igual que la familiar y social, pero el dinero les queda en sus cuentas fuera y dentro del país, para vivir tranquilos el resto de sus días. ¿Acaso los muertos que dejan botados en su camino hacia la riqueza, les moverá la conciencia? Pues no, ya no tienen conciencia.
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*Haroldo Sánchez es escritor y periodista. Ha coordinado varias de las redacciones más importantes del país, y actualmente es fundador y director del medio digital Factor 4.
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