Y nunca dejar de bailar
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El Covi-dance es un concurso de baile creado en Guatemala y popularizado en una página de Facebook. Su objetivo: demostrar ante la pantalla del teléfono las habilidades de baile. Su resultado: el corazón latinoamericano conmovido y, por supuesto, bailando.


En principio, toda interacción entre dos cuerpos es una forma de baile. Pensemos en el deporte, pensemos en comprar aguacates en el mercado, en el intento de tratar de encontrar la puerta de salida de los buses en horas pico. Y en el sexo, obviamente. Acercarnos a otra persona implica el reconocimiento esencial del cuerpo otro, por eso sentimos raro que nos disparen con el rayo borra-recuerdos-de-ese-amargo-amor en la entrada del supermercado, o en la farmacia. Quién se acerca con un termómetro a apuntarte en la frente -o al cuello para garantizar que todo el mundo pase-, mascarilla en mano, guantes, antenas, cola, alas de murciélago, todo, y uno con aquella tensión de nano segundos. Un muy mal baile, sin duda, pero reaccionamos ante el otro, y aunque parezca una obviedad, es otra forma de reconocernos.

El primer premio que gana Covi-dance es el del nombre, muérdanse los labios creativos publicistas, esta genialidad salió, me lo puedo imaginar, de una sobremesa, “y si hacemos…” etc. “ya sé, Covi-dance!”, y de ahí en adelante, puros éxitos. El segundo premio es todos los premios juntos, lágrimas, sonrisas, borracheras, la esperanza señoras y señores bailarines, ese fue el premio que nos dieron, y no se imaginan lo agradecidos que estamos. La esperanza en los gestos simples, en el cruce de piernas para hacer un giro, en los cuerpos obreros a quien el sistema les niega sistemáticamente el gozo. Oh sí, centros comerciales abiertos, parques cerrados.

Nos reconocemos ahí, son nuestros padres, nuestras tías, somos nosotros proyectados en aquellas habitaciones de bombillos amarillos. Los posters en la pared, las luces improvisadas, de nuevo, el gozo, el desenfado. A la música no se le dice “la vida es una mierda”, no, es un altar, y el baile, su ritual.

Covi-dance no es un baile sin pareja, no nos engañemos, pocas personas han bailado con tantas personas al mismo tiempo, y bailar con usted, don Lobo, créame, es un alto honor. Están estos personajes haciendo sus mejores solos, y la humanidad entera en círculo aplaudiendo, bailando, codeándose pero no en el “codo-con-codo”, no, es el codazo de “alagraaaaaaan, mirá!”, se llama admiración y asombro, y es lo que estas bellas personas nos han recordado en medio del Gran Confinamiento, ese sí, de Mierda.

Recuerdo una vez en Guatemala Musical conocí a la reina del carnaval de Mazate  de 1983, bailando le dije “yo nací ese año”, y me sonrió y me apretó más fuerte, emocionada, y yo también. Bien dice el dicho, “que nos quiten lo bailado”. Y van a intentarlo, ni lo duden, las marcas, el gobierno, la mega industria del entretenimiento ya no tarda en apropiarse del concepto para vendérnoslo a visa cuotas, ni me extrañaría que ahora mismo algún abogado corporativo esté registrando “Covi-dance”. Bah. Si lo hacen, nada nuevo, sepan que nada ni nadie nos quita lo bailado. Ni el coronavirus ni el Cacif ni el tata bravo que desconecta la música para quesevayanaescupirasuscasas, no. El gozo es un territorio de la imaginación y del cuerpo,  y a esos dos juntos, nadie los para.

De nuevo, la gratitud infinita, y el abrazo más profundo, a todos aquellos que día a día mueven la cadera, zigzaguean los hombros, menean la cabeza, cantan, sonríen y nos miran, el baile será toda la vida, y ni lo duden, también nos enterrarán bailando.

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*Julio Serrano Echeverría es poeta y artista multidisciplinar, es cofundador y coordinador creativo de Agencia Ocote 


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

 

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