Los cuadernos del fin del mundo (viii)

El confinamiento también cambió los pequeños ritos, algunas cosas que dábamos por sentado. Entre lo que imaginábamos y lo que tenemos, hay un vacío que la escritora Vania Vargas también relaciona con la muerte de quienes amamos.

XXVII Hemos llegado al momento de la historia en el que el jefe de gobierno de un país con significativa tradición dictatorial, ensayada por él mismo tras una insistente candidatura …

Vania Vargas Guatemala

XXVII

Hemos llegado al momento de la historia en el que el jefe de gobierno de un país con significativa tradición dictatorial, ensayada por él mismo tras una insistente candidatura de 20 años, cede a la tentación de negar, por decreto, la catástrofe nacional. Algo así como Estrada Cabrera, a principios del siglo XX, con la erupción del volcán. Este, ahora, en un arrebato daltónico, agarra su propio semáforo y le da vía a “la economía” con la mayor parte del territorio en rojo, cuando lo que debería estar fluyendo a toda velocidad, desde hace cuatro meses, son los sueldos del personal médico, el abastecimiento de insumos de protección, las 3 mil camas y el equipo del famoso hospital invisible más grande de la región, y la compra y fluido en masa de las pruebas. Aquí, la nueva normalidad es un título honorario de esos que se pueden adjudicar bajando de rango a la enfermedad, quitándole la luz guía de encima, mandándola a formarse allá atrás con la desnutrición, la inseguridad, la corrupción, la desigualdad, el desabastecimiento de agua, y todo el resto de problemas a los que ya tampoco se les busca solución, y que siguen teniendo la posibilidad de matarnos. La nueva normalidad es aprender a seguir haciéndose  los quites con otro grado más de dificultad.

XXVIII

No sé si es por nuestra cercanía al monte o a la muerte, pero han empezado a llegar a casa las mariposas negras. No puedo evitar sentir miedo ante su presencia, ante su aleteo ciego, aunque piense que, quizá, se trate de mi padre o de mis abuelos. Aún no me decido a sentarme en calma para contarles todo lo que hasta hoy ha sucedido en sus ausencias. Decirles que poco después de su partida, la vida de la familia se pareció mucho a lo que alguna vez habían imaginado: los ermitaños que siempre fueron. Que tuve que renunciar a un trabajo en el que llevaba 12 años, y que estoy de vuelta en casa y en la ciudad que había abandonado hace 20. Que ya no cruzo la Internamericana una vez al mes. Que el péndulo que fui entre ciudades se detuvo en un punto sin tiempo en el que las niñas de mi hermana reciben clases desde casa y abandonaron finalmente las tardes del ballet. Que para trabajar, ahora, podríamos, incluso, hacerlo en pashama. Que el papá de las niñas tuvo que cerrar el bar. Que no recibimos visitas, y que hay días en que solo le quitamos llave al portón, para que al árbol de los pájaros no le falte el pan. Que adentro, el aguacate cargó como nunca, que hay higos y hay manzanas, y ya creció su limonar. Que el ruido de las noches solo le pertenece a los perros, y que durante meses nadie tocó el timbre los domingos. Que, como siempre quiso, no hemos ido al cementerio, aunque nosotras sigamos esperando el momento en que abran la puerta y le podamos llevar una rama de la buganvilia del paredón o unas flores de puerro o de albahaca. Contarles que desde hace seis meses que mi padre duerme, empezó a derrumbarse el mundo conocido, y hay días que parece que nos hubiéramos quedado encerradas dentro de su sueño sin salida.

XXIX

Si la teoría del escritor Augusto Monterroso acerca del cielo es acertada, podríamos aplicarla al futuro y concluir que, al parecer, hemos arribado. Porque desde este futuro, el futuro ya no se ve.

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*Vania Vargas es poeta y narradora guatemalteca, ha publicado varios libros de poesía y narrativa, además de publicar periódicamente ensayos en periódicos y revistas, y trabajar como editora literaria.


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