“O LES DA O SE SALVAN”
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Las declaraciones del presidente generan reacciones inmediatas en la percepción de la población que se convierten en un reflejo de cómo percibe él la realidad y la población su trabajo.


La frase por insustancial e incoherente, da vueltas en la mente: “O les da o se salvan”. Es como decirle a alguien que si cae al barranco es por su culpa, y no por vivir en la ladera. O como dijo aquel: la culpa no es del que robó, sino del delito. La pandemia saca lo mejor y lo peor de cada persona. Tanto en Guatemala como en otros países. En Estados Unidos, personas que no llevan mascarilla, agreden física y verbalmente a los y las empleadas de supermercados y de almacenes, cuando se les exige el uso de esta protección.

Fiestas masivas (algunas clandestinas como la de la Mueblería O), donde se burlan del confinamiento, del coronavirus y niegan su existencia, poniéndose no solo ellos en peligro, sino también a sus familiares. En Florida, donde se realizaron fiestas multitudinarias de estudiantes universitarios, en plena pandemia, el número de contagiados es hoy, uno de los más grandes de la Unión Americana.

Pero que jóvenes “atolondrados” se sientan invencibles, es algo normal. ¿Quién no ha pasado por eso de considerarse el amo del mundo, cuando se es joven? Así que se podría aceptar este tipo de actitudes y de posturas de juventud, frente a una pandemia que golpea a todos los países de América.

Ahora bien, no dar soluciones inmediatas y efectivas para combatir esta enfermedad de manera más eficiente, que requiere de todo el esfuerzo que un gobierno debe realizar para la población, hay un mundo de diferencia. Cuando se escuchó esa frase de “O les da o se salvan”, los guatemaltecos se quedaron horrorizados, angustiados y la gran mayoría, enojada y frustrada.

Que el propio presidente se desligue de esa forma de sus responsabilidades, es como si condenara a la gente a su propia suerte; en lugar de sustentar un mensaje más claro y humano, la tira al precipicio como si no tuviera la enorme responsabilidad de responder ante lo que ocurre en el país, sobre todo, en los hospitales ya más que colapsados, y las angustias que se vive en los hogares donde hay muchas necesidades.

Se habla de que esperó 20 años para llegar al poder, un tiempo suficiente para estar preparado, para conocer a fondo las grandes necesidades del país que quería gobernar. No es aceptable que ahora venga a decir que le tocó el peor momento para ser Presidente, cuando tuvo que prepararse, precisamente, para enfrentar los grandes retos que demanda el cargo.

No sé si alguien le ha dicho que cada cadena nacional es una gran decepción. Habrá alguien en su cercanía que se atreva y le pueda decir que ya deje de regañar y que sea más cercano con las y los doctores, sus colegas, con el personal de enfermería y con las familias de los miles de contagiados y muertos.

Cuando sale en las cadenas, él presenta un panorama que no es el que se vive en la realidad. En el mundo de Giammattei y sus asesores, todo es perfecto: no hay hospitales saturados, hay medicina para todos, hay suficientes camas disponibles, personal sanitario preparado, todas las medidas de protección disponibles, mascarillas para quien lo requiera, los salarios están al día, la comida es mejor la que de un hotel, y nadie está en peligro de contagio.

El problema es que él dice una cosa, y la realidad es totalmente otra. Ya no hay camas disponibles. La gente muere sin atención. Las y los médicos están enfermando, muriendo. Personal de enfermería sin salario y en peligro de muerte por contagio. Comida de la peor. Abandono de infraestructura. Malestar entre la población al ver cómo aumenta el desempleo y la desesperación.

Y cuando se espera que el líder político del país guíe hacia la unidad para enfrentar de mejor manera la pandemia, se hace a un lado y envía ese terrible mensaje: “O les da o se salvan”, como si la vida de los guatemaltecos no le importara, más que para conseguir votos durante esos 20 años de vida política.

Es evidente que los presidentes cuando están allí, en el poder, se les pone una venda en los ojos para no ver, se les tapan los oídos para no escuchar el clamor de la gente, y se quedan con lo que les dicen los imprescindibles asesores, algunos de ellos extranjeros, quienes  tampoco bajan al nivel de calle para palpar el sentir real y verdadero, de los que sufren las consecuencias de esta terrible pandemia.

El Covid-19 saca lo mejor y lo peor de las personas. También sacó lo peor de los políticos que se han visto desbordados por una situación de crisis a la que no han podido hacer frente de una mejor manera. Ocultarle al presidente lo que realmente ocurre, le pasa una factura tan grande, que difícilmente se la quitará de encima, por el desgaste en el que ha caído para siempre. No mirar más allá, es tan solo su responsabilidad, y de nadie más.

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*Haroldo Sánchez es escritor y periodista. Ha coordinado varias de las redacciones más importantes del país, y actualmente es fundador y director del medio digital Factor 4


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