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COVID-19: UN PAIS AL DESNUDO
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La crisis de salud provocada por el coronavirus es solamente una pieza de una crisis social más compleja e imposible de invisibilizar. De la precariedad social de Guatemala y su consciencia trata esta columna del periodista Haroldo Sánchez.


Es evidente que el sistema de salud de Guatemala es de los peores de América Latina. De eso ni siquiera hay necesidad de buscar estudios ni entrevistar a un experto o un analista. Solo con tener la mala fortuna de ir a un hospital público, para descubrir por sí mismo, la precariedad de la salud pública en el país, que los últimos gobiernos dejaron en el rincón de los olvidos.

La pandemia llegó y es el detonante de una serie de medidas gubernamentales, que se han tenido que tomar para frenar el contagio. Buenas o malas, eran necesarias. No se podía dar la espalda a un problema de tan grande magnitud. La información que se tiene hasta el día de hoy es que los hospitales Roosevelt y San Juan de Dios, ya tienen pacientes de coronavirus en sus instalaciones, que no están preparados para atender a contagiados al ser hospitales generales.

Se sabe que los hospitales Covid-19, ya están topados de pacientes. El coronavirus afecta ya a cientos de personas, pero también se han encontrado pacientes entre los bomberos, elementos de la cruz roja, la policía nacional civil, la policía de tránsito y trabajadores no solo de maquilas, sino también de supermercados.

Por si fuera poco, las calles han sido tomadas por las banderas blancas. Gente de condición humilde, entre hombres y mujeres de todas las edades, muchas de ellas acompañadas de niños en periodo de lactancia y algunos más que apenas sostienen ese trapo que han convertido en la bandera de la demanda.

Cuando los veo me pregunto el por qué hasta ahora ningún funcionario del gobierno se ha acercado para ver conocer la razón de esta demanda. Me dirán que no es ningún secreto y que todos saben que es gente pidiendo alimentos. De acuerdo. Pero, ¿existe algún censo, un pequeño control sobre estas personas para determinar el grado de ayuda que necesitan? Y ¿qué se puede hacer por ellos?

Lo que estamos presenciando ahora es la Guatemala al desnudo. Ya nadie puede cubrir las miserias de este país. por un lado, la extrema necesidad y por el otro, la abundancia. Unos pidiendo, otros negando. Una minoría, insensible ante el clamor de esos seres humanos que con una simbólica banderita de color blanco, recuerdan que aquí, en Guatemala, hay gente que en este momento no tiene ni para comer.

Son ya muchos los que están durmiendo en las calles. Pasan desapercibidos porque en las noches ya no se puede salir. Están allí, en la zona 1. Algunos son los de siempre. Ahora se les ha unido un nuevo grupo: los que ya no pudieron pagar el alquiler de la humilde vivienda y el propietario, tan pobre pero más miserable de espíritu, los echó sin importar que hubiera niños.

Antes de cerrar operaciones ante el temor del contagio, la Olla Solidaria y Rayuela en la capital, se convirtieron en ejemplos de que se puede ayudar sin buscar salir en la foto. Que hay gente buena que lucha por quienes nada tienen. Las colas para recibir un plato de comida eran cada día más grandes. El gesto era hermoso, porque no estaba manchado por la política, sino resplandecía en desinteresada solidaridad humana.

Las banderas blancas deberían de indignar. De plantear un cambio radical en las estructuras administrativas del Estado en los gobiernos de América Latina, para que su funcionamiento esté dirigido hacia el ser humano y no solo hacia la ganancia, el despilfarro y el robo. Las banderas blancas no son patrimonio de Guatemala, las hay en Chile, Bolivia, Colombia, Argentina, Brasil, Ecuador cuyos gobiernos deben trabajar de cara al sol por los más necesitados.

Y esto, no es comunismo, es sentido común. La gente es la que mueve la economía. Aquí  hay un matrimonio de conveniencia: las empresas no son nada sin los trabajadores y los trabajadores tampoco sin la empresa. Esto, en el caso de quienes tienen trabajo, porque la pandemia en Guatemala ha subido como la espuma en número de desempleados.

El covid-19 desnudó, aún más, a esta sociedad tan racista, clasista, discriminatoria y enferma. Sí, enferma de un grupo de políticos y de algunos empresarios que solo les importa el derecho de su nariz y se olvidan del resto, porque al parecer, para ellos, los demás no existen.

[Te puede interesar: Banderas blancas al viento]


*Haroldo Sánchez es escritor y periodista. Ha coordinado varias de las redacciones más importantes del país, y actualmente es fundador y director del medio digital Factor 4


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

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