Jacinto Cedillo era panadero, una profesión que requiere paciencia y pericia para convertir el polvo de harina en bocadillos. Nació y vivió en la región Ixil, en el departamento de …
En resumen
- Jacinto Cedillo, panadero Ixil, apoyaba a familias necesitadas, pero su labor le costó la vida en 1984 a manos de Patrulleros de Autodefensa Civil.
- En 2012, la Fundación de Antropología Forense logró identificar sus restos en una fosa clandestina del destacamento militar de Saquil Grande, Nebaj.
- Organizaciones sociales exigen al Estado esclarecer desapariciones, abrir archivos militares y cumplir con reparaciones para víctimas y sus familias.
Jacinto Cedillo era panadero, una profesión que requiere paciencia y pericia para convertir el polvo de harina en bocadillos.
Nació y vivió en la región Ixil, en el departamento de Quiché, en el Altiplano noroccidental de Guatemala.
Era hijo de Juana Cedillo y Jacinto Pérez y estaba casado con Eulalia García Raymundo, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos, dos hombres y una mujer.
Según su familia, Jacinto no era indiferente a la situación de vulnerabilidad que enfrentaban diversas personas de escasos recursos en esa región.
«Como parte de su obra social apoyaba a familias más necesitadas dándoles una porción de pan».
Pero esa obra social no era del agrado de todos. Era la década de los ochenta, la más cruenta y de represión contra la población indígena durante el conflicto.
Su familia sabe que «eso le costó la vida».

Las órdenes del teniente
El 18 de agosto de 1984, a las 7 de la mañana, llegó un grupo de Patrulleros de Autodefensa Civil (PAC) y soldados a la casa de Jacinto.
Ese día, cuenta la familia, le dijeron que lo necesitaban de urgencia en el destacamento militar en la aldea Salquil Grande del municipio de Nebaj.
Además, le dijeron que eran «órdenes del teniente», razón por la que Jacinto acudió sin demora.
En esa época, Guatemala atravesaba un conflicto armado que las fuerzas de seguridad utilizaban como pretexto para someter a la población de la forma que deseaban.
No acudir al llamado que le hicieron a Jacinto era motivo de graves sanciones, incluso, una sentencia de muerte.
Las horas pasaron y la familia de Jacinto no supo más de él. Decidieron buscarlo en el destacamento militar, pero nunca les dieron información.
Transcurrieron los días, los años y las décadas, sin rastro del panadero, el hijo, el esposo y padre de familia.
El caso de la página 156
En una fotografía familiar, Jacinto y su esposa Eulalia están de pie y evocan tiempos alegres.
Eulalia luce su indumentaria maya Ixil y sonríe tomada del brazo de su esposo.
Jacinto no sonríe, se muestra sereno, con un traje negro y las manos al frente, una sobre la otra.
El montaje de ese retrato revela un paisaje fresco, verde, con árboles que dan sombra, grama y montañas.
Esa fotografía eligió la familia de Jacinto para que su caso quedara documentado en la página 156 del libro Memorias de Víctimas de Genocidio.

El libro de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) recopila casos de víctimas del Conflicto Armado Interno entre 1970 y 1995.
Ese archivo documenta que en 2012 se realizaron exhumaciones en el antiguo destacamento militar de Salquil Grande.
Fue ahí donde la Fundación de Antropología Forense de Guatemala logró identificar el cuerpo de Jacinto Cedillo.
Reivindicación de la vida
Raúl Nájera, investigador de la ODHAG, comenta que el libro se presentó el Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas del Conflicto Armado Interno, el pasado 28 de febrero.
También se hizo el relanzamiento del Memorial Virtual de las Víctimas de Genocidio en Guatemala, una web que recopila más de 2 mil casos de víctimas.
Estas acciones buscan generar empatía para que la sociedad en general conozca la violencia sufrida, desde un ejercicio de reivindicación de la vida.
«Queremos que conozcan quiénes eran las víctimas, qué hacían en sus profesiones o en sus comunidades, qué les gustaba, cómo los recuerda su familia», afirma Nájera.

Esta documentación también «es un ejercicio de memoria, de las esperanzas y de los sueños que mantienen los familiares de las víctimas».
El investigador lamenta que el Estado de Guatemala solo realiza actos de disculpas públicas, sin ofrecer mayores acciones.
«Urge esclarecer el paradero de miles de personas y que se abran los cuarteles militares para investigar dónde están los detenidos y desaparecidos».
Nájera opina que esto «no es un acto de venganza, sino parte del compromiso internacional del Estado de Guatemala para la búsqueda de las víctimas».
La justicia como derecho humano
Para Felipe Itzep, de Ajkemab’ Rech K’aslemal, entidad que colaboró con la publicación del libro, la memoria histórica sirve para reconstruir el tejido social.
«Contribuye no solo a entender la realidad, sino a reconstruir el tejido social e identidad que fueron gravemente afectados durante la guerra».
Agrega que «este esfuerzo conlleva un trabajo enorme, dado que la misma guerra dividió a la población».
Itzep dice que «algunos mantienen la idea de que los sobrevivientes, desplazados y víctimas tuvieron la culpa por meterse en cosas del “comunismo”».
Reitera que es importante hacer ver a la población, en especial a la niñez y la juventud el origen del conflicto armado en Guatemala.
«Porque el conflicto armado no lo creamos nosotros como pueblos indígenas o como guatemaltecos y guatemaltecas».
Lamenta que el Estado, principalmente del sector de justicia, siga negando a los sobrevivientes el acceso a la justicia, porque «es un derecho humano».
Pero también incluye al Gobierno, pues Bernardo Arévalo ofreció al inicio de su gestión el acuerdo gubernativo para crear el Plan Nacional de Dignificación y Reparación.
Tras más de un año de gestión, se ha quedado como una promesa incumplida.
Explora aquí el Memorial Virtual de las Víctimas y utiliza el código QR para descargar aquí el libro Memorias de Víctimas de Genocidio.
