Con el estreno de la serie Cien Años de Soledad he escuchado y leído varias críticas en pro y en contra. Las mayores críticas en contra son «Gabo no quería …
Con el estreno de la serie Cien Años de Soledad he escuchado y leído varias críticas en pro y en contra. Las mayores críticas en contra son «Gabo no quería que se llevara a la pantalla» y «los que vean la serie perderán SU Macondo y ahora recordarán el de Netflix». Sobre el primer cuestionamiento no me detendré, pero la segunda crítica me parece apasionante.
Cuando comencé a trabajar en el Departamento de Arte de la serie (sí, desde hace algunos años además de hacer academia sobrevivo de hacer investigación para series y películas) y comenzamos la investigación de la historia de la arquitectura en Colombia, con especial énfasis en la costa caribe; mi mente estalló porque me di cuenta de que MI Macondo no se parecía en nada al Macondo que íbamos a construir.

La primera vez que leí el libro, no lo acabé porque me pareció muy confuso. Habré tenido unos 16 años, pero recuerdo que, muy inconscientemente, comencé a imaginarme MI Macondo como el pueblo más emblemático de mi niñez. Mismo que se recreó en mi cabeza cada una de las veces que volví a leer el libro mientras trabajé en la serie (2022-2024).
Yo nací en Ciudad de Guatemala, pero mi madre y abuela materna nacieron en Parramos, Chimaltenango. De niña viajábamos seguido a Parramos, teníamos familia allá, en ocasiones pasamos con mi hermana vacaciones enteras con una tía abuela, tíos y primos. Parramos está en el occidente del país, es un lugar con clima frio, el lugar donde crece el mejor frijol. Sus calles las recuerdo amplias, algunas de block y la mayoría de tierra.
Parramos era, para mí, dos mundos.
El primero se encontraba muy cerca del centro del pueblo, en la casa de la Tía Be’za’. Era una pequeña casa de bajareque, con techo de lámina, cocina con un poyo en una esquina. Una casa sumamente oscura, con pocos muebles, con las paredes pintadas de blanco marcadas por las velas y carcomidas por el tiempo. La casa estaba cercada por una barda de varas de madera amarradas entre sí. La tía era una mujer muy seria, con anteojos grandes llenos de composturas y muy anciana, de hecho, falleció cuando yo todavía era niña. Su casa siempre la recuerdo con un hermoso olor a humo.
El segundo mundo, la casa de otra tía, estaba en las afueras del pueblo. Era una casa también antigua pero muy amplia, con un corredor lleno de macetas de begonias que colgaban del techo de madera y lámina. La casa tenía cimientos y piso de concreto, pero toda lo demás era de madera, el techo de machimbre no era tan alto, tenía múltiples cuartos con ventanas amplias que dejaban entrar la luz. Esta casa echaba de ver que por ella habían pasado muchas generaciones que, sin lugar a duda, iban dejando sus rastros. Cocina amplia con una estufa moderna, pero al lado, un poyo gigante con un largo tubo que salía por el techo y que permitía que el humo no se quedara dentro de la casa. Todas las puertas eran dobles, la primera con cedazo para hacer que la casa respirara, pero sin permitir la entrada de los mosquitos; y la segunda, totalmente de madera para echar seguro y solo se cerraba por las noches cuando comenzaba el frio. En el patio había dos pilas, una pequeña para lavar los platos, y un poco más lejos una pila antigua gigante con varios lavaderos, donde contaban los mayores que hace muchos años se bañaban y nadaban los bebes. Esta casa siempre estuvo llena de risas, me la recuerdo con olor a galletas y pan dulce recién hechos.
Así construí yo MI Macondo, y aunque la actuación de Marleyda Soto me encantó en el papel de Úrsula Iguarán, para mí, mi abuela, la mujer potente que lo sostuvo todo hasta que decidió descansar, siempre será MI Úrsula en MI Macondo, el que es solamente mío.
Parramos ya no es lo que yo recuerdo, el pueblo creció, como era de esperarse, se modernizó, pero en mi mente sigue siendo aquel poblado de los años 80, mi ideal de Macondo. ¿Por qué estar preocupados por sustituir una versión de Macondo por otra? Creo que simplemente es más gratificante multiplicar NUESTROS Macondos, tenemos que estar conscientes que no debe pasar que nos quedemos solo con el Macondo de la tele, porque si pasa, nos estaríamos quitando un poco de nosotros mismos. Porque lo que me queda claro es que la imaginación, ¡esa no se acaba!

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Así fue como comencé a disfrutar la construcción de NUESTRO Macondo. El Macondo que estábamos construyendo alrededor de 500 personas, desde albañiles, carpinteros, pintores, arquitectos, ingenieros, escenógrafos, pintores escénicos, escultores, paisajistas, directores de arte, diseñadora de producción, decoradores, dibujantes conceptuales, diseñadores gráficos, rotuladores, utileros, investigadoras, y un sinfín de increíbles asistentes.
Puede ser que a algunos les parezca que no se parece a sus Macondos, pero estoy segura de que si prestan atención encontrarán detalles que les recordaran a sus propios Macondos. NUESTRO Macondo está lleno de referencias a Colombia, pero también muy especialmente a García Márquez y uno que otro guiño al equipo que lo construyó.
NUESTRO Macondo está lleno de los corazones, cabezas, manos, risas, lágrimas, sueños; pero sobre todo, del compromiso de gente colombiana, mexicana, venezolana, argentina y una guatemalteca. Cuando llegó la hora y vi la serie en la pantalla lo único que pude decir fue ¡Todo se ve hermoso! Y definitivamente es así porque lo hicimos entre todos.

Este relato va porque el sábado 15 de febrero será la entrega de los 29th Art Directors Guilds en Los Ángeles y Cien Años de Soledad está nominada a mejor Diseño de Producción de una Serie de Época. Estos son premios que da la Academia de Directores de Arte de USA. Cien Años compite contra series increíbles, igual de increíbles que la nuestra. Somos la única serie latina y pues ¿cómo no sentirme orgullosa?, más en estos momentos en que necesitamos recordar que en Latinoamérica se hacen cosas tremendamente serias, buenas y hermosas. Así que ¡disfruten de uno más de los Macondos!
Aunque no va todo el equipo a la entrega del premio, todos estaremos acompañando desde diferentes lugares. Y aunque no nos toque el premio, ¡pues nosotros ya ganamos porque aprendimos mucho y encima de todo nos encontramos en esta construcción de NUESTRO Macondo!
«Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver y verlo como quiere»
Gabriel García Márquez.
