¿Para qué sirve la familia?

En 1978, Alaíde Foppa era una intelectual referente en la cultura en México. Como cofundadora y editora de la legendaria revista feminista FEM publicó con regularidad sus ideas sobre la interpretación de las luchas de las mujeres en un mundo que ha cambiado poco. Este texto forma parte del libro Una habitación compartida, publicado por Celsius 232 de Ocote en 2024.

Varios artículos informan, en este número de Fem, sobre las condiciones actuales de la familia, sobre los diferentes tipos de familias que han existido y existen sobre el papel de …

Varios artículos informan, en este número de Fem, sobre las condiciones actuales de la familia, sobre los diferentes tipos de familias que han existido y existen sobre el papel de la mujer en la familia; todo ello relacionado con algo de lo que se habla mucho en nuestros días; la llamada crisis de la familia. La expresión parecería indicar que antes la familia funcionaba muy bien y ahora ya no funciona; o, si nos atenemos el significado más específico de la palabra que algo está cambiando profundamente.

Los jóvenes se rebelan contra la familia; los hijos apenas pueden, abandonan la casa paterna; las parejas conviven sin casarse y se disuelven pronto para formar otras efímeras parejas; algunos grupos establecen una convivencia comunitaria. Es claro el deseo de romper con las antiguas normas y de buscar modalidades de convivencia más justas y gratificantes que las tradicionales. Lo que parece, sin embargo, inevitable, o por lo menos sigue siendo deseable para los humanos es la convivencia. Hombres y mujeres nos necesitamos; los niños, los enfermos, los ancianos no son autosuficientes desde un punto de vista físico; y en un sentido afectivo, nadie se basta a sí mismo. La soledad es un mal del que todos tratan de huir.

Extracto de mecanuscrito del archivo personal de Alaíde Foppa.

La familia —en sus muy diversas formas— ha sido milenariamente la respuesta a las necesidades más inmediatas y a las carencias más profundas de los seres humanos. Pero, ¿por qué funciona mal la familia? El pensamiento socialista denunció desde el siglo pasado la explotación y subordinación de la mujer en la familia en beneficio del sistema capitalista. Engels ve incluso el modelo de la explotación social en la explotación de la mujer por el hombre. No hay que olvidar, sin embargo, que si desde un punto de vista económico, el trabajo no remunerado de las mujeres sirve al sistema, desde un punto de vista estrictamente familiar, existe entre la pareja cierta distribución de deberes y tareas, el hombre aporta el dinero para el sostenimiento de la familia y la mujer aporta el trabajo que la mantiene. El resultado de esta distribución genera la injusticia, porque el dinero, la propiedad, la posesión son los elementos de los que deriva la autoridad y la autoridad genera, por un lado, abuso, y por la otra resignada subordinación. (Más injusta aún es la situación cuando la mujer trabaja también fuera del hogar sin dejar por ellos de desempeñar las labores de ama de casa, dándose así la llamada doble jornada).

Los que proclaman las excelencias del modelo tradicional de familias basadas en la autoridad del varón —la familia patriarcal— son los mismos que creen que la sociedad está bien como está; hay ricos y pobres, y los pobres dependen de lo que los ricos quieren darles. Son los que no ven ninguna necesidad de cambio en la distribución de las riquezas y los que se escandalizan ante cualquier demanda de socialización de los servicios. ¿Vamos a acabar con la sagrada misión de las madres? ¿Vamos a privar a los niños del amor materno, confiándolos a manos mercenarias y administración burocrática? Por su parte, los psicólogos insisten en la necesidad que tiene el niño de amor. Así sin nobles atributos. ¿Pueden las guarderías, junto a la higiene, la vigilancia y el alimento, proporcionar la dosis de amor necesaria?

Enfocar el problema de la familia desde un punto de vista puramente económico, es, sin duda, un error, aunque sus males tengan, en gran medida un punto de partida económico. Y dirigirse solamente al Estado o a las empresas para resolver el problema, es el error consiguiente. Hay un personaje que se menciona pero, al plantear los conflictos de la familia y de las mujeres: el padre. ¿Qué pasa con el amor paterno? ¿Por qué al referirse a las guarderías solo se habla de suplir a la madre? Es evidente: porque el padre nunca se ha ocupado de los niños.

Otro de los planteamientos del feminismo es la necesidad de que el hombre participe activamente en la vida doméstica; tanto en los trabajos de la casa, como en el cuidado de los niños. Aunque existen servicios públicos de comida y limpieza, aunque haya guarderías, siempre habrá camas que hacer, polvo que quitar, algo que adquirir o reparar; y siempre los niños necesitarán estar en algún momento con sus padres (no solo con su madre). De allí que solamente con la participación del hombre en el hogar (tal como lo plantea, por ejemplo, el nuevo código de la Familia en Cuba), puede haber una base de armonía y de justa convivencia en donde tanto el hombre como la mujer tengan tiempo para sus individuales actividades retribuidas (es importante que también la mujer gane dinero y, como una de las consecuencias, puedan convivir sin resentimiento ni recriminación).

Al referirse a la crisis de la familia se suele olvidar que, si la familia funciona mal, tampoco es una solución la abolición de la familia, o, en otras palabras, también es mala la falta de familia. En México este caso se da con patética frecuencia, determinado por la ausencia del padre. El 80% de madres solteras que denuncian las estadísticas, no se refiere a mujeres que quieren ser independientes, sino, en su mayoría a mujeres abandonadas. Estas mujeres en general poco preparadas para ganarse la vida y que no logran colocarse con los hijos pequeños, son las que determinan la persistente cadena de abuelas madres y hermanitas como únicas responsables de los niños porque el hombre está ausente: una forma de matriarcado en verdad no deseable. En este nivel, se plantea claramente la necesidad de una familia en donde las responsabilidades están divididas entre los dos sexos.

No es posible, pues, hablar de crisis de la familia sin especificar a qué estrato social nos referimos. Son males diferentes los que afectan a la familia burguesa, a las de clases intermedias, a la familia campesina o a la desintegrada familia de una extensa población urbana y suburbana más o menos marginada. No parece, en todo caso, que la abolición de la familia sea por de pronto el remedio. La familia sigue siendo todavía el refugio insuficiente de la soledad humana; pero mucho puede hacerse todavía para volver más aceptable la manera de convivir entre hombres.

Algunas medidas de carácter socioeconómico ayudarían, sin duda a mejorar los conflictos familiares, mejorando la condición de la mujer dentro de la familia; pero es necesario también un cambio fundamental en la manera de pensar de hombres y mujeres; un cambio en los papeles tradicionalmente asignados a unos y otras, un acercamiento entre los seres humanos en donde las tareas por decirlos así, de sobrevivencia están justamente repartidas y permitan a hombres y mujeres la elección de gratificantes tareas creativas; un acercamiento en donde la libertad favorezca los lazos afectivos.

*Mecanuscrito en archivo del texto publicado en FEM, no. 7. Diciembre de 1978. Forma parte del libro Una habitación compartida, publicado por Celsius 232 de Ocote y puedes comprar acá.

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