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La comunidad que limpia a la abuela lago

Cada mes, durante unas cuantas horas, una esquina del lago de Atitlán recibe una limpieza profunda. Un grupo de vecinas, las Guardianas del Lago, se dedican a recoger los desechos que ensucian las playas de San Pedro La Laguna. El último sábado de julio, al equipo de limpiadoras se sumaron 16 buzos que sacaron 646 libras de latas, botellas y llantas del fondo del lago.

El muelle de San Pedro La Laguna está lleno de personas. No es algo raro para una mañana de sábado. El sol pega fuerte y el municipio, a orillas del …

El muelle de San Pedro La Laguna está lleno de personas. No es algo raro para una mañana de sábado. El sol pega fuerte y el municipio, a orillas del lago de Atitlán, es uno de los lugares turísticos de esta zona de Guatemala. Pero hoy hay algo distinto. 

El suelo de madera del muelle está cubierto de implementos para bucear: trajes de neopreno, tanques de oxígeno, máscaras y aletas. Los turistas los ven con curiosidad. 

A las 10 de la mañana, 16 buzos, ataviados con sus utensilios, se sumergen en el lago. No van a observar animales ni a pescar. El objetivo de hoy es otro: realizar una limpieza subacuática. 

Son integrantes del cuerpo de buzos de los bomberos voluntarios de Guatemala. Se hacen llamar «hombres rana». 

Hoy fueron convocados para la actividad por el colectivo Tz’unun Ya, por medio del mayor Juan Muñoz, encargado de los hombres rana. Viajaron desde los departamentos de Jalapa, Sololá, Suchitepéquez y Quetzaltenango para participar en la actividad. 

De los 16 buzos, Diana Ureta es la única mujer. En febrero se graduaron 47 buzos bomberos, entre ellos, las primeras seis mujeres del equipo. 

Diana salió de su casa en Mataquescuintla, en Jalapa, un día antes de la actividad. Recorrió poco más de 60  kilómetros y la noche del viernes durmió en la compañía de bomberos de Santa Rosa, de donde salieron a las tres de la madrugada rumbo a San Pedro La Laguna. 

Los buzos se sumergen y en un par de segundos, sus cuerpos desaparecen en la oscuridad de las aguas profundas. 

Pequeñas burbujas salen a la superficie, la única señal que delata su paradero y la que los voluntarios, montados en lanchas, utilizan como referencia para solicitar a otros lancheros que no transiten el área. 

Después de una primera inspección, salen a la superficie. Desde las embarcaciones, los integrantes del colectivo Tz’unun Ya y el resto de voluntarios les entregan grandes costales de color rojo. Se sumergen de nuevo y los regresan llenos de botellas, latas y pedazos de plástico. 

Repiten este proceso una y otra, y otra vez. 

En el fondo del lago, también encuentran llantas. Diana y otro compañero extraen un tonel de metal, de aproximadamente un metro y medio de altura. Fue una tarea difícil porque estaba pesado, dice. 

La actividad termina después de unas dos horas. Los buzos regresan al muelle en lanchas y allí, se cambian de nuevo. 

Sorprendidos, conversan sobre la cantidad de desechos plásticos que encontraron en el fondo del lago. 

«Es una falta de cultura», dice Galindo Mejía, un buzo y bombero voluntario de 42 años de Quetzaltenango. «No nos interesamos por la naturaleza porque la tenemos a la mano. Los turistas o personas que venimos a visitar, deberíamos de cuidar también», añade, mientras se quita el traje. 

Según un informe del proyecto Somos Atitlán, elaborado en 2020, cada año, las comunidades de la cuenca del lago de Atitlán generan 41,664 toneladas de desechos sólidos. De ellas, 2,734 llegan al lago. 

La producción y la falta de control y de manejo de residuos representan una «amenaza que contribuye al deterioro del ambiente y contaminación de las aguas, del suelo y el aire, afectando también el paisaje», indica el informe.

El estudio estima una abundancia de microplásticos de 128,763 partículas/km² en el lago. Esto lo convierte en el segundo con mayor cantidad en el mundo. 

Además, según la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Atitlán y su Entorno (AMSCLAE), anualmente ingresan 28 mil metros cúbicos de aguas residuales al lago. 

En 2018, la AMSCLAE calculó que la contaminación generada en el lago por estas situaciones permanecería en él durante al menos 80 años más.

Al mediodía, las lanchas cargadas con costales de desechos comienzan a regresar a la playa de San Pedro. Los reciben voluntarios y trabajadores de la AMSCLAE. 

Dividen lo recogido según su tipo: llantas a un lado, desechos plásticos a otro, ropa en una esquina aparte y hasta jaulas que funcionan como trampas para cangrejos o patos, que se perdieron en las profundidades sin que nadie las recuperara. Luego la pesan. 

Esta mañana de julio, los buzos extrajeron 646 libras de residuos del fondo del lago. 

La actividad, según Débora González de Tz’unun Ya, «es un esfuerzo por crear consciencia de que no es solo tirar la basura en la calle. Cuando vienen las lluvias, desde las cuencas altas, traen todo esto, que se va para el lago y queda todo allá abajo».

En junio, el río San Francisco arrastró toneladas de desechos sólidos al lago de Atitlán. 

El colectivo Tz’unun Ya coordina estas jornadas de limpieza subacuática al menos una vez al año en San Pedro La Laguna.  Esperan hacerlo de nuevo en noviembre. 

El colectivo decidió realizarlas porque «impresiona y da la magnitud de todos los desechos sólidos que se concentran en el lago», según Débora González. 

Por este mismo motivo se realiza en el muelle principal: el lugar donde llegan los turistas, cerca de hoteles, bares y restaurantes. 

Las guardianas del lago, un compromiso de 14 años

Son las 14:30 horas y aunque el sol bajó, el clima permanece húmedo en San Pedro La Laguna. Hace dos horas que los buzos terminaron la limpieza, pero la jornada no termina.

A unos metros de distancia, en la playa Punto de Oro se encuentran 24 mujeres tz’utujil, que viven en el cantón Chuasanahi. Usan sombreros pesqueros que las cubren del sol y en sus bolsos, llevan suéteres delgados y mascarillas para protegerlas del viento de la tarde. 

Cada una carga un canasto, donde colocan desechos que van encontrando a lo largo de la playa. 

Aunque solo llevan aquí una hora, los canastos ya están llenos hasta la mitad. Las mujeres recogieron botellas de cervezas y licor vacías, pequeños envoltorios de shampoo, pajillas y tapitas de botellas plásticas. Estos suelen ser los residuos que más encuentran en la playa, dicen. 

Las 24 mujeres conforman uno de los 14 grupos de Guardianas del lago. Es una organización de vecinas que hace 14 años decidió que tenían que hacer algo por el lago. Desde entonces se organizan, cada 15 o 30 días para recorrer la playa, de arriba a abajo con sus grandes canastos que llevan bajo el brazo. 

Algunas también utilizan su delantal o toallas para colocar lo que encuentran. Es una tarea difícil y delicada. Entre los desechos hay pedazos de vidrio quebrado que lastiman sus manos.

Los grupos se organizan según la comunidad en la que viven. Cada uno cuenta con una coordinadora, que ellas mismas eligen. En total participan aproximadamente 180 mujeres, según Josué Chavajay, del colectivo Tz’unun Ya.

Se llaman las «Guardianas del lago» porque «tienen que venir, como un guardián, a ver cómo están sus cosas. Como un guardián, cuando el patrón se va, miran si todo está limpio», explica Ana González, una tejedora de 61 años, quien se unió a la iniciativa en 2015.

El trabajo de las mujeres es voluntario. Lo realizan con el apoyo técnico del colectivo Tz’unun Ya. Ellos les dan formaciones y les apoyan con la logística de las jornadas.  

Cuando mencionan el lago de Atitlán, lo llaman «madre» o «abuela». «Porque su agua nos baña, aquí venimos a lavar nuestra ropa. Esta agua nos hace limpiar», dice Olga Cuac, quien, a sus 50 años, ha sido guardiana del lago desde los 37. Empezó a venir  junto a su mamá, Petrona Hernández. La señora hoy tiene 71 años y sigue dedicada a limpiar las playas. 

Olga Cuac también llega con su hijo de siete años, el nieto de Petrona. 

Las jornadas suelen durar unas dos horas. 

Las guardianas del lago no vienen solas. «Ellas son las que organizan, invitan a las iglesias, a los centros y a más personas que a veces no somos consecutivos, pero cuando podemos, apoyamos porque es responsabilidad de del pueblo y de los visitantes»,  indica Sheily Tzunux, vecina de San Pedro La Laguna y familiar de Ana González. 

Tzunux, de 35 años, llega a todas las limpiezas. Lo hace con sus hijos de 14, 12 y 4 años y su esposo. «Los traemos porque es importante que sepan que el futuro son ellos», indica. 

La playa es un espacio vital para los vecinos de San Pedro La Laguna. Es un espacio de recreación, especialmente, para los niños. «La abuela lago sana emocionalmente. Es como el cuerpo humano cuando tiene enfermedades, no está bien o no se siente bien. La abuela también tiene vida y es importante», indica Tzunux. 

Al terminar el trabajo, ya entrada la tarde, las guardianas del lago se reúnen con el resto de la comunidad, cerca del muelle donde se amarran las lanchas que viajan a Santiago Atitlán. 

Ahí, a primera hora de la tarde, tres personas ordenaban 20 costales llenos de desechos que los pescadores del lugar también habían recogido. La jornada de limpieza es una tarea de «todo un equipo, todo el pueblo participa», dice un vecino. 

Las mujeres entregan sus canastos, para que otros voluntarios separen la los desechos y tomen su peso. Un camión de recolección de vertidos de la municipalidad espera para llevársela al vertedero. 

Ese día, las guardianas del lago y la comunidad recolectaron mil 969.5 libras de las playas de San Pedro La Laguna. 

«Las mayores siempre nos dan el ejemplo, sin recibir nada a cambio. Vienen sin interés personales, con un interés colectivo y comunal. Las guardianas del lago hacen un gran trabajo y lo reconocemos como pueblo», dice, con orgullo Tzunux.


  • Investigación y redacción: Kristhal Figueroa 
  • Edición: Carmen Quintela
  • Diseño: Óscar Donado 
  • Fotografías: Christian Gutiérrez
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Kristhal Figueroa

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