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Los hilos que unen a la comunidad de tejedoras sobrevivientes de la guerra

La Asociación Trama Textiles nació hace 36 años durante el conflicto armado interno de Guatemala. Nació para apoyar a las mujeres viudas y huérfanas a causa de la guerra, a través del tejido de cintura. Hoy sigue con su propósito, al que han sumado otros: promover precios justos para las tejedoras, preservar el arte y la cultura del tejido y hacer una comunidad de mujeres en la que se ayudan unas a otras.

Amparo De León y Oralia Chopen tejen juntas desde hace casi 30 años.  Lo hacen una a la par de la otra. Se pueden comunicar sólo con un gesto o …

Amparo De León y Oralia Chopen tejen juntas desde hace casi 30 años. 

Lo hacen una a la par de la otra. Se pueden comunicar sólo con un gesto o con una mirada. Se dan consejos, se conocen la vida. 

La tarde del lunes 5 de agosto de 2024, mientras Chopen teje hincada, De León se encarga de preparar el material que usarán ambas. Devanan y urden el hilo. 

Fotografía: Verónica Di Maggio

Las dos, que ahora tienen 68 y 49 años respectivamente, empezaron a tejer cuando apenas eran unas niñas, con apenas ocho años. 

Ellas, igual que cientos de mujeres en Guatemala, no tuvieron otra opción.

Desde 1960 hasta 1996, durante el conflicto armado interno, en Guatemala hubo, al menos, 160 mil personas ejecutadas y 40 mil desaparecidas. En muchas comunidades, los hombres que murieron eran el sostén de las familias. Eran quienes trabajan fuera de casa y proveían económicamente a sus esposas, padres e hijos.

Las mujeres viudas y huérfanas se vieron en la necesidad de buscar formas de subsistencia. Varias encontraron una solución: el tejido en telar de cintura

Es un arte que forma parte de la cultura maya y que las mujeres indígenas suelen aprender desde la infancia para elaborar principalmente huipiles. Las blusas de la indumentaria maya. 

Fotografía: Verónica Di Maggio

Las mujeres no lo tuvieron fácil.

Trabajaban los productos, pero no siempre había clientes o no encontraban la forma de llegar a ellos. En otras ocasiones no había manera de trasladar su producto. Algunas tenían limitantes. Sólo sabían hacer huipiles y no todo el mundo quería comprar huipiles. A veces la demanda era de pasos de mesa, servilletas, cartucheras, vestidos, cobertores para almohadones.

Trama Textiles

En vista de estos retos, tejedoras de comunidades de Quiché, Huehuetenango, Sololá, Sacatepéquez y Quetzaltenango, se comenzaron a agrupar. En 1988 formaron una cooperativa que al inició se llamó Cenat. Con el tiempo evolucionó y hoy es Trama Textiles. Surgió, recuerdan, del apoyo de un hombre belga, que conoció su trabajo y quiso patrocinarlo. No recuerdan su nombre, aunque dicen que lo llamaban «Yakushen». 

Así se conocieron Amparo de León y Oralia Chopen. 

Amparo de León, 68 años y Oralia Chopen, 49. Fotografía: Verónica Di Maggio

Oralia Chopen llegó a Trama cuando tenía 16 años. Su padre era líder comunitario de Pujujil, en Sololá. Era 1991 y los estragos de la guerra eran evidentes. Su padre observó que el conflicto armado interno estaba dejando viudas que no tenían una oportunidad para obtener dinero y comprar alimentos para sus hijos. 

Organizó a 60 mujeres, se comunicó con el grupo que ya estaba siendo apoyado por el hombre belga y le encargó a su hija de 16 años que las liderara.

«Mi papá me dijo que hay que luchar, seguir adelante y no tener miedo. Me entregó un cuaderno con el listado de 60 mujeres», recuerda Chopen. 

«Yo era muy joven, quería seguir estudiando, pero no teníamos dinero para pagar mis estudios y en la aldea no había un instituto. Con lo que me dijo mi papá perdí el miedo y asumí el cargo», cuenta.   

Desde esa fecha han pasado más de tres décadas, Chopen sigue liderando a las mujeres. Primero fue a las de su comunidad y ahora a las de la asociación. Ella es la vicepresidenta de Trama. Amparo de León la presidenta.

Las tejedoras están organizadas por grupos de acuerdo con su aldea o municipio. Cada grupo tiene una representante, que es el enlace con la directiva, elegida por las demás mujeres. La presidenta y vicepresidenta también fueron nombradas por las otras socias.  

Amparo de León llegó a Trama junto a mujeres de San Martín Sacatepéquez en el departamento de Quetzaltenango. Habían formado una cooperativa y estaban listas para mejorar su arte y vender lo que crearan. Hace 34 años dirigió un grupo de 28 mujeres. Ahora lo hace con decenas. 

De León es tejedora, pero también encontró otras formas de apoyar a su comunidad: alfabetizó a mujeres adultas y fue promotora de salud. Aprendió a poner inyecciones y ayudó a vacunar a niños en aldeas y fincas de su territorio. 

«Nuestra vida es tejer y vender para que las mujeres tengan trabajo. Lo que queremos son pedidos para que ellas vendan más», dice de León. 

Las maestras del tejido hablan español, pero su idioma materno es el mam, en el caso de León. Chopen habla k´iche´, kaqchikel y tz’utujil. 

Todas las que sobrevivieron de la guerra tienen en sus cabeza recuerdos del horror: el asesinato de sus familiares, soldados del Ejército que las amenazaron con armas de fuego mientras ellas cargaban a sus bebés, sus casas quemadas, sentirse en medio de la guerrilla y del Ejercito. 

Aún cargan la sombra del miedo. Algunas de ellas se encierran en sus casas a las siete de la noche, con temor de que suceda de nuevo lo que vivieron. Cuentan sus historias en voz baja y, si es posible, prefieren callar. 

Tejer les ayudaba y aún las ayuda a que se les vayan de la mente esas escenas que nunca debieron vivir.

El precio justo

Son las 10 de la mañana de un día nublado en Quetzaltenango. Hay frío y la lluvia amenaza con llegar pronto. Una mujer camina con una caja de cartón pequeña, una bolsa de nylon y un costal chico. Con la cabeza, con los brazos, con las manos, hace malabares para cargar todo. Lo logra, está acostumbrada. 

Fotografía: María Longo

Es Lidia Calí. Tiene 54 años y es kaqchikel. Hoy salió a las cinco de la mañana de su casa. Tomó tres buses y recorrió 131 kilómetros desde Comalapa hasta Quetzaltenango. Tiene un propósito: entregar en la tienda de Trama Textiles el producto que ella y sus compañeras tejieron. 

Hace lo mismo una o dos veces al mes desde hace 16 años. Sería más costoso, llevaría más tiempo si cada tejedora viajara para vender su producto. Lidia lo hace por todas.  

Lidia no pudo ir a la escuela, aprendió a leer y escribir a los 49 años. Su mamá murió cuando tenía un año y ocho meses. Murió por muerte materna días después de dar a luz a su hermana menor, la sexta.

De niña, Lidia lavaba ropa y hacía el oficio en casas ajenas para poder comer. Una de sus hermanas mayores le enseñó a tejer y así encontró otra forma de subsistir. 

Viajar no es fácil y por eso muchas compañeras prefieren no hacerlo, implica enfrentar dos riesgos: los accidentes y los asaltos. Pero Lidia dice que disfruta al ver los rostros de felicidad de las tejedoras cuando regresa a su pueblo para entregarles el dinero de la venta. 

La política de la asociación es que son las tejedoras quienes le ponen precio a lo que venden y no el cliente. Está prohibido regatear a las proveedoras. 

Para sostener la tienda, el precio final de cada artículo se plantea de la siguiente manera: un 80% cubre lo que cobró la creadora de la pieza y el 20% se utiliza para el sostenimiento de la asociación y de la tienda, que les pertenece a las 150 socias. 

Deben pagar el alquiler y los servicios del edificio donde funcionan, tener recursos para actividades en las que participan o eventos que organizan, fondos para los salarios del personal y otros gastos que puedan surgir en la organización. 

«Es alegre venir a dejar los productos a la tienda y recibir los pedidos porque de esto vivimos. Es el dinero para volver a trabajar, queda algo para los niños, un poquito para los hilos y un poquito para pasar la semana», dice Calí. 

Lo que ganan las tejedoras les ha permitido que sus hijos accedan a la educación primaria (el primer nivel en Guatemala), pero la mayoría de recursos no son suficientes para básico y diversificado (secundaria). Como respuesta, crearon un programa de becas. Actualmente tienen a 20 jóvenes becados en básico, hijos de las tejedoras de la asociación.  

Cuando en el local no hay demanda de sus productos o no hay pedidos, las socias venden personalmente, muchas veces a revendedores que les pagan menos de lo que ellas cobran por sus productos. Convencidas por la necesidad, ceden ante los descuentos que ellos piden.  

Tejer escuela 

Desde hace 36 años, la asociación se ha dedicado a dar cursos a las mujeres para perfeccionar su tejido, a vender productos en una tienda que está en el centro histórico de Quetzaltenango, a comercializar los productos en línea y a enseñar a tejer por medio de una escuela. 

Ahora buscan fondos para organizar concursos de tejidos con niños y niñas en comunidades rurales y aumentar la venta de los artículos para subir las ganancias de las 150 asociadas. 

Desde el 2000, abrieron una escuela para enseñar a tejer. Las socias quisieran que más personas de Guatemala fueran a sus clases, pero reconocen que la mayoría de sus estudiantes son extranjeros. 

Los ingresos de la escuela les permiten pagar la renta de la casa donde funciona la tienda y desde donde preparan envíos para otros departamentos o para ciudades fuera de Guatemala, según los pedidos que reciban. También reciben a voluntarios que colaboran en el funcionamiento de la asociación. 

El precio por dos horas de clase es de Q100. Las maestras son de León y Chopen. El costo incluye el material para elaborar un producto según las horas de clase. Algo sencillo: servilletas, bufandas…

Las maestras están acostumbradas a tejer hincadas, pero sus estudiantes lo hacen sentados. 

Nora Paul-Schutz, maestra de secundaria en Boston, viaja a Guatemala desde el 2010 cada uno o dos años para aprender a tejer. Solei Ponce de León es estudiante de políticas en Michigan, y hoy ayuda a la asociación a crear un nuevo catálogo. Y Maddie Paulow, viajó a Guatemala desde California, Los Angeles, como parte de un programa universitario. Mientras estuvo en Quetzaltenango, por las mañanas estudió k´iche´y por las tardes aprendió a tejer. Estuvo tres semanas en la escuela.

  

Nora Paul-Schutz alumna de la escuela de Trama Textiles. Fotografía: María Longo

«Tejer me hizo sentir muy tranquila. Lo que hace la organización es muy importante para preservar su cultura. TEn vez de que los turistas solo compren los productos de Guatemala, son una alternativa para que aprendan sobre su cultura y la historia», considera Paulow. 

Los hilos que se pierden en la migración

Sharad Wertheimer es hijo de un padre estadounidense y una madre guatemalteca.  Nació en Carolina del norte y está acostumbrado a pasar los veranos de su país  en Quetzaltenango, la tierra de su madre. Hace tres años mientras caminaba a la casa de su familia vio el rótulo de Trama Textiles. Entró en la tienda, compró unos cuantos regalos para sus amigos en Estados Unidos y se interesó por las clases. 

Para julio de 2024, vino de nuevo a Guatemala para festejar los 90 años de su abuela. Pensó en un regalo diferente: una bufanda tejida por él. Se acercó a la escuela de Trama y por tres días estuvo en clases por la mañana y por la tarde hasta terminar la bufanda. 

Lo hizo con curiosidad y deseos de aprender, rodeado de pláticas con otros voluntarios y con sus maestras. Cuando habla de ellas sonríe y dice que las admira. Se siente orgulloso de haber estado en la escuela porque son mujeres que ayudan a otras mujeres en la economía.  

«A veces el arte se puede imaginar como algo muy solitario. Alguien por su cuenta dibujando o pintando. Tejer es algo comunal, social. Normalmente las mujeres tejen en casa, quizá hay otros familiares, hay niños corriendo, se nota que es algo natural y es parte del proceso de tejer en comunidad. Se sentía algo muy bonito. Oralia y Amparo son muy inteligentes, astutas, con mucha paciencia y una gran capacidad técnica», asegura Wertheimer.  

Asombrado de que sus primos que viven en Guatemala no conocieran sobre la tienda y la escuela, les contó de su existencia.

 

A pesar del interés que despierta la organización, lo cierto es que el número de asociadas de Trama Textiles se redujo considerablemente estos últimos años.

De las 400 mujeres que llegaron a integrar el espacio en sus inicios, a finales de los noventa, con el fin de la guerra, las personas se fueron desligando del grupo. Hoy son 150.

Hay una causa: la migración. 

Los familiares de las mujeres de la asociación, y ellas mismas, decidieron irse a Estados Unidos. Cuando las remesas empezaron a llegar a las que se quedaron, la mayoría siguió tejiendo, pero sólo para ellas y sus familias. Ya no para vender.

«A veces los guatemaltecos no valoramos lo que tenemos. Tejer es nuestro arte, nuestra cultura, no queremos que se termine. Lo mejor de estar juntas es llegar a un acuerdo sobre lo que se hará, porque cuando estamos unidas hay fuerza», dice Chopen. 


¿Quieres apoyar esta iniciativa?

La tienda de Trama Textiles, está en la 3a. calle 10.56 zona 1 de Quetzaltenango, el número de teléfono 41382467 y el correo electrónico coordinator@tramatextiles.org

Puedes visitarlas y comprar sus productos, o contactarlas si te interesa apoyar el trabajo que hacen.


Créditos

Investigación y redacción: María José Longo Bautista

Edición: Carmen Quintela 

Diseño: Oscar Donado 

Fotografía de portada: Cortesía de Verónica Di Maggio 

Fotografías: Verónica Di Maggio 

María José Longo Bautista

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