Desde hace un tiempo he querido escribir sobre los más recientes aprendizajes de mi vida adulta. Pienso en mi sobrina que atraviesa sus veintitantos, en la propia persona que fui, …
Desde hace un tiempo he querido escribir sobre los más recientes aprendizajes de mi vida adulta. Pienso en mi sobrina que atraviesa sus veintitantos, en la propia persona que fui, en mis alumnas y en todas las personas que atraviesan sus veintes, esa década memorable dedicada a la búsqueda. Se busca lugar en el mundo, una carrera, una pareja, un lugar donde vivir, una red de personas que acompañen, ser buenas, que la gente nos quiera o nos respete, se busca hacer todo aquello que dijeron traería la felicidad.
Y pasa que la felicidad no llega, al menos no todo el tiempo y definitivamente no como destino final. Porque nos cambiaron el cuento, pero siguieron prometiendo el final feliz. Antes eran los príncipes, caballos blancos y princesas, y ahora son las carreras exitosas, la auto exigencia y las casas de ensueño que invaden nuestros instagrams. Nos metemos a la vida adulta esperando el final feliz. No llega y en cada pequeño intento fallido crece un poco el descontento, y a veces, la amargura. La verdad es que la vida trae consigo muchas más cosas que felicidad. Es eso es lo normal, pregúntenle a cualquier terapeuta. Lo jodido es que no nos lo enseñan. No nos bombardean con imágenes de emociones variadas, no hay imágenes de dolor, malestar o pérdida en las vallas publicitarias ni en las redes sociales.
No nos cuenta que los personajes principales “vivieron para siempre con todo”, con la felicidad, con la tristeza, con el miedo, con la ira. Entiendo que no suena bien para final de un cuento, pero es más real.
Nuestras vidas son complejas y traen consigo emociones y sentimientos perturbadores y difíciles. Según me dicen las que saben, esos sentimientos sirven para poder experimentar la parte buena. La felicidad en mayúsculas, pero también las otras minúsculas: la alegría, la dicha, la emoción, la ilusión, la satisfacción, la ternura, la calma. Sepan entonces mis buscadoras queridas, que la vida viene con todo y no podemos escaparnos aunque intentemos.
No se puede escapar del dolor, hay que vivirlo, como dicen en mi pueblo, “no hay para dónde”. Hay que permanecer en la quietud y dejar que invada, sentirlo en cada fibra del ser, dejar que duela y que surja lo que tenga que surgir. Hay que darle al dolor el espacio que se merece, como se lo damos a la felicidad, y hay que saber que ambos van ir y venir con libertad. Si no le damos al dolor su espacio, lo tomará tarde o temprano.
A mí me hubiera gustado tener esa información a mano, es más, es probable que me lo dijeran y yo lo ignorase. Por eso, esta vez lo dejo por escrito para ustedes, para que vuelvan y lo lean de nuevo cuando lo necesiten, en los días malos, en los que no llegó en mensaje que esperaban, o les duela la panza, o se sientan solas, o estén enojadas porque las cosas no salieron como las planificaron. Algunas veces será dolor físico, otras veces dolor emocional. A veces el dolor lo inundará todo, otra veces pequeños dolores acompañarán constantemente. No sé muy bien cuál es el mensaje que les traerá el dolor, porque nunca es una experiencia estática, va cambiando conforme cambia la vida. Les toca a ustedes descubrirlo. Unas veces las llamará a la acción y otras a la calma. Pero estará presente en cada ciclo de la vida.
Quizá esa conciencia de ciclos o etapas, forma la segunda parte de esta carta, porque es una noción muy poderosa. Nos conecta con todo lo que está vivo y nos recuerda que no estamos solas en esto, somos parte de todo lo que nos rodea, lo experimentamos sin lugar a dudas en nuestro cuerpo. La naturaleza es cíclica, no hay más que observar el cielo durante un día, lo oscuro del amanecer se torna claro con las horas de la mañana, luego llega la luz explosiva del medio día, baja su intensidad con la tarde, y la obscuridad va llegando de nuevo con las horas de la noche. Tan simple como eso. Llegará la oscuridad y llegará la luz, vendrá el frío y el calor, lloverá y escampará. La vida tiene sus ciclos, y no duran para siempre. Los días, las estaciones, las cosechas, son cíclicas, cumplen procesos naturales, toman tiempo, comienzan y terminan.
Así que a tomar las cosas con más calma, a vivir los ciclos y a recordar que no estamos solas en esto y que muchas cosas salen de nuestro control porque le pertenecen a la vida misma.
Y, ya para ir cerrando esta carta de consejos no pedidos, les pido que mantengan en su mente y su corazón la certeza que la vida tal como la conocen puede cambiar radicalmente de un momento a otro, se los digo como una invitación al disfrute del presente, porque las cosas cambian y todo llega a su fin.
No se preocupen mucho del paso del tiempo, yo les puedo decir con toda honestidad que lo bueno a penas empieza. Ahora sí, para despedirme, una última pista, el amor comienza por la libertad de decidir qué queremos y necesitamos para estar bien y para eso sobran las tonterías, ansiedades y sufrimientos del amor romántico sobre qué debemos esperar o cómo deberíamos vivir nuestros amores. Toca pues desmontar los cuentos viejos para que las grandes historias de amor comiencen siempre por nosotras mismas. Hasta aquí la carta mis personas buscadoras, deseo que nada les falte y que la vida siempre de respuestas amorosas a sus búsquedas.
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Evelyn Recinos Contreras es abogada penalista, se dedica a los derechos humanos, género y justicia penal. Escribe poesía para sobrevivir y documentos legales para vivir.
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