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La espera y la esperanza
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Esperar era algo que hacíamos cada vez menos, entre la vida agitada y el “tiempo real”. La pandemia nos obligó, de golpe, a retomar ese hábito esencial de la humanidad y conectarnos con otra extraña conocida: la esperanza.


Nuestras vidas se habían llenado de premura e impaciencia, y poco a poco abandonábamos los pequeños rituales de la espera.

En tiempos pasados esperábamos la llegada de la tarde para ir por el pan y los jueves para comer paches; soñábamos por meses con la temporada de los mangos y jocotes, y aguardábamos con ansias la llegada de noviembre y sus platillos o la de diciembre para el ponche. Aguantábamos hasta encontrarnos con nuestros amigas y amigos frente a un café, un atol o una cerveza para contar y escuchar los sinsabores, fracasos o nuevos amores, y saboreamos a cuentagotas los detalles y las sutilezas esas historias. Los acontecimientos sociales y políticos pasaban por las manos de periodistas, salas de redacción e imprentas, y nos llegaban en periódicos que hablaban de lo que había sucedido horas o días atrás.

Después, el mundo globalizado con sus supermercados llenos de frutas atemporales, sus restaurantes hipsters con platillos tradicionales a demanda, y las redes sociales y su inmediatez de transmisión, nos habían robado la espera y con ella, nuestro ejercicio de paciencia y esperanza en los ritmos sabios de la naturaleza y de la vida.

Hasta que se nos vino encima una pandemia que puso el mundo y nuestra vida en pausa obligándonos a esperar.

Cada persona comenzó a esperar cosas distintas, pero todas esperábamos, irrefutablemente. Algunas esperaban que la pandemia acabara a tiempo para celebrar sus cumpleaños venideros, retomar sus salidas de fines de semana, el momento en que instituciones educativas reanudaran las clases, que los aeropuertos abrieran para volver, o escapar. Otras personas esperaban que volviera la cotidianidad y con ella la posibilidad de ganarse la vida. Esperábamos que las autoridades cumplieran su función y que los recursos fueran destinados a quienes más lo necesitaban. Esperábamos que el personal de salud fuera respaldado y acompañado en su titánica labor. Esperábamos que la comunidad científica encontrara respuestas. Esperábamos volver al mundo que conocíamos.

A medida que los meses pasaron fuimos asumiendo con paciencia, y aveces con dolor, el cambio de nuestras rutinas. Nuestras esperas y esperanzas se fueron volviendo más sutiles y más importantes. Esperábamos poder abrazar a nuestra madre, ver reír a nuestro mejor amigo, darle rienda suelta a nuestro deseo de recorrer a pie las calles, ir al mar, conversar con alguien de frente sin sentir miedo, conservar nuestra salud, mantener nuestra cordura.

A estas alturas de pandemia hemos tomado distintos caminos frente a esta extraña realidad. Algunas personas privilegiadas hemos podido migrar al ámbito digital nuestro trabajo y nuestras relaciones. Otras personas han aprendido a asumir el miedo y el riesgo, y han vuelto a sus rutinas fuera de casa adoptando nuevas costumbres como usar un cubreboca, interponer distancia, pantallas de vidrio o plástico a los encuentros y mantener la mejor higiene que le permitan sus posibilidades.

Lo que nos sigue uniendo, incluso a pesar nuestro, es que nos hemos reconciliado con la vieja condición humana de esperar.

Y aunque hay días en que caemos en cuenta que lo esperado difícilmente llegará, ya sin certezas y asumiéndonos impotentes, nuestra espera se va transformando en esperanza, y decidimos seguir a pesar de todo.

Tal vez Julio Cortazar tenía razón cuando decía que “probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

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Evelyn Recinos Contreras es abogada penalista, se dedica a los derechos humanos, género y justicia penal. Escribe poesía para sobrevivir y documentos legales para vivir.


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

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