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Los cuadernos del fin del mundo (xii)
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Cuarenta textos es otra forma de cuarentena. Así ha sido el cuaderno en el que la poeta Vania Vargas ha narrado este nuevo fin del mundo, desde las palabras de una mujer confinada en Quetzaltenango.


XXXVIII

El Presidente que, durante los meses que lleva en funciones, se ha resistido a darle audiencia a cualquiera que sea capaz de cuestionarlo, acaba de recibir en su despacho, sin previa cita, al fantasma de la pandemia. Lo había presentido ya varias veces, pero, al parecer, ahora no tuvo otra opción más que dejarlo pasar. Lleva seis meses en el país, y hasta hace unos días, el mismo mandatario le había conferido ya el título de “desafío” en tiempo pasado. El virus no se dio por ofendido, sabe que en los países de este lado del mundo, más allá de la mezquindad y el descaro, que son universales, se adolece de una fe ciega a la que le da por proclamarlo todo como alcanzado, tal vez para esconder detrás un irrenunciable espíritu empresarial, ese que reclama a todos afuera, produciendo y desembolsando sin que haya semáforo en rojo que valga. Aprovechando la visita, y que al Presidente no le tocará atenderla sentado en una banca mientras se desocupa una cama o un respirador, que podrá pasar unos días con ella sin dejar de recibir su salario, y con un médico siempre al lado en caso de que la interacción se ponga intensa, ojalá sea ella la que tenga la oportunidad de mostrarle todo lo que está en sus manos para negociar que el tránsito del virus por el país transcurra ya sin más pérdidas, plantearle la revisión de los protocolos disfuncionales que empezaron en centros comerciales, religiosos, en fronteras, la terminal aérea y ahora en el transporte interdepartamental. La necesidad de que los millones aprobados lleguen a los hospitales para que el flujo de insumos no se corte durante la emergencia, y que la gente tenga más posibilidad de salvarse con la masificación gratuita de las pruebas, no digamos que los salarios lleguen justos y puntuales para que los médicos no se vean en la necesidad de dividir sus fuerzas para tener que pelear, además, contra la desidia gubernamental. Habrá que confiar en que, como sucede con todos los fantasmas, su visita llega oportuna. Más ahora que, en la calle, ya muchos empezaban a dudar de su existencia.

XXXIX

Las lluvias de la feria de Independencia llegaron puntuales a Quetzaltenango. Intermitentes, torrenciales, y no encontraron marchando a los niños, de ida y de vuelta, ni insistieron en apagar las antorchas. No se encontraron a las bandas cumbio-marciales ni las decenas de unidades móviles hablando al mismo tiempo. Tampoco acompañaron a la momentánea migración interna en busca de alcohol. Solo las banderas ondearon y se mojaron afuera por inercia institucional, y la de algunos “buenos guatemaltecos” mal informados. Pasarán las semanas y las banderas de todos los tamaños empezarán a ser rasgadas por el viento, maculadas por el humo de las avenidas, y volverán a significar nada en un país que tiene poco de qué sentirse orgulloso. Volverán a ser el símbolo patrio del abandono. Este año tampoco hubo feria en Quetzaltenango, como aquel año en el que nos visitó el cólera. El salón de exposiciones de Cefemerq y sus alrededores tienen meses de estar ocupados, entre equipamientos a medias y tardíos, personal médico que llega y que renuncia por la falta de respaldo gubernamental, sobrepoblación de enfermos, y todo eso de lo que ya hablan poco los noticieros. Pero fue 15 de septiembre, y el reloj biológico de la gente, seguro hizo que sus pensamientos pasaran por Cefemerq, entraran mentalmente a sus instalaciones, y se toparan con la realidad nacional, aunque sea por rebote. Y, en medio de la crisis y el abandono, al que se insiste en voltearle la mirada, ojalá más de alguno se haya cuestionado la pobreza y sinsentido de la celebración de una patria ausente: Guatemala: esa que para los capitalinos se acaba en la zona 18, y en la Roosevelt; y para los quetzaltecos queda a 200 kilómetros de distancia.

 

XL

Habiendo asumido, ya, el aislamiento durante una noche de brujas que caerá en luna llena, un día de los Santos sin poder llevar flores a los cementerios, la espera de un nuevo encierro dentro del encierro, una Navidad, también sin los vivos, y un cambio de año al que se le tiene más fe, incluso, que a la pronta aparición de una vacuna, siempre habrá momentos en los que uno termine debatiéndose entre el pesimismo y las esperanzas que aún respiran. Y en medio de todo, empiece a imaginar el futuro, a llenarlo de nimiedades, de personas con las que esperamos encontrarnos del otro lado, de lugares hacia los que habría que enfilar, de hermosos planes postapocalípticos. Siempre habrá días en los que nos tocará echar mano de la resiliencia nacional, ese otro rasgo que nos ha heredado esta tierra, y para seguir caminando, cruzaremos el tiempo abrazando, como a un niño, algo parecido a la certeza de que, como todo lo malo, el fin del mundo también pasará.

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*Vania Vargas es poeta y narradora guatemalteca, ha publicado varios libros de poesía y narrativa, además de publicar periódicamente ensayos en periódicos y revistas, y trabajar como editora literaria.


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