La historia es un tigre echando llamas por los ojos Dijo Martí: “El tigre espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los …
La historia es un tigre echando llamas por los ojos
Dijo Martí: “El tigre espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene el tigre encima”.[1]
Narra la historia que el espíritu emancipatorio de José Martí nació de sus viajes a través de América Latina, pero fue principalmente durante sus estancias en México, Venezuela y Guatemala que sus ideales por unificar a los países americanos se encendieron. La realidad colonial de estos nuevos países, dejaban ver un paisaje de injusticias y desigualdades que contrastaba con la infinidad de colores, sabores y olores que dan forma al escenario de una historia extrañamente trágica pero a la vez llena de ternura y profundidad filosófica. Así pues, en estos países Martí descubrió la historia común de América: territorio atravesado por despojos pero también por varias culturas que pese al proyecto perverso que buscaba su extinción definitiva, se mantenían vivas, sobreviviendo el ataque de ese tigre que hasta entonces y hasta ahora no ha muerto, sigue acechando entre las sombra de un pasado y de un presente que convive entre nosotras y nosotros. Martí encontró el corazón latiendo de una tierra con conciencia cósmica.
Dentro de las muchas características de la trascendental figura del poeta cubano, cabe destacar su muy sensible mirada que le llevó no solamente a entender sino a sentir una estructura social que colocó al nativo como un ser sin derechos y sin posibilidades de entrar en una dinámica que le garantizara el pleno ejercicio de sus derechos. Ese rasgo lo convirtió en una especie de profeta que, valiéndose del lenguaje y de la palabra, generó una serie de reflexiones como el ensayo Nuestra América, válido hasta este tiempo, con lo queda claro que la palabra trasciende el espacio y el tiempo pero también que a más de cien años, la historia Latinoamérica no ha tenido cambios significativos.
La vida americana no se desarrolla, brota
Martí sueña con una América unificada, la siente como una madre que cuida de sus hijas e hijos, y con coraje y valentía se reinventa para mantenerles con tranquilidad, así es América en los ojos del poeta, una mujer que resiste y se renueva.
Para aquella época, la reciente independencia de la corona española solamente significó una oportunidad para que ciertos grupos y ciertas nuevas potencias mantuvieran el control de los países que, como Guatemala, no tenían otra alternativa que seguir en condición de dependencia. Esto provocó que la dinámica colonial se extendiera sin esperanza de ningún cambio.
Al llegar el siglo XX, en pleno auge de la revolución industrial, los gobiernos liberales instauraron en la región una agenda que provocó la llegada de empresas extranjeras que se afincaron, aprovechándose de ese escenario de servilismo, dejando una estela de destrucción que, hasta hoy, sigue siendo una triste e irreversible realidad.
No obstante, Martí siendo testigo de aquellos hechos, deja como legado un conjunto de reacciones que conforman una suerte de antorcha, o farol, que conserva encendido el fuego en medio de una profunda y oscura noche. Oscuridad que ha atravesado a cada pueblo que en estos territorios ha afrontado la historia, el tiempo y la vida. Vale entonces pensar en aquella repetida imagen de la flor naciendo en medio de la rajadura del pavimento, a pesar de todo.
Por eso, cuando Martí insiste en que la vida en América no se desarrolla sino brota, no es más que la contundente afirmación de que, pese al sistema industrial y mercantil que fue impuesto, y que ha colocado sobre la propia vida otros intereses, y pese a la brutal necedad por borrar de raíz los conocimientos y saberes que han estado acá desde tiempos inmemoriales, el fenómeno luminoso del ser y estar ha resistido como raíz profunda entre las olas y las fieras.
Tuvo que ser la poesía la que logró traducir la necesidad de ver, sentir, hablar y denunciar. Tuvo que ser la poesía la que hizo de Martí un canal para recordarle a una sociedad, desconectada de su esencia primaria, que el camino para una verdadera unificación americana radica en vencer a toda costa el modelo colonial. La revolución llegará el día en que las conciencias puedan responder abierta y libremente las preguntas ¿qué son? y ¿de dónde vienen?
A muchos años los peligros continúan y la paz sigue siendo una deuda, América sigue sin ser del todo nuestra. Sea la palabra la que mantenga firme la intensión de dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor, si no, lo peor prevalecerá. A este poema, sin duda, le siguen faltando versos.
[1] Ensayo “Nuestra América” de José Martí, Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891.
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*Marvin García Citalán, Quetzaltenango, 1982, poeta, editor y gestor cultural, actualmente estudiante de Antropología social, director del Festival Internacional de poesía de Quetzaltenango, ha trabajado en proyectos relacionados a cultura en la región. K’iche’ mestizo.
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