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Los cuadernos del fin del mundo (ix)
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Cuando la cuarentena empezó pensamos que mirarla desde la literatura era un registro esencial. La escritora Vania Vargas imagina poéticamente en este libro por entregas, este nuevo fin del mundo que parece no llegar.


XXX

Ahora que contagiarse es una palabra en la que se repara a fuerza de números significativos, me dio por recordar a una chica colombiana que trabajaba como escort, y con la que coincidí, un par de veces, lavando ropa en las pilas de la terraza del hotel. A fuerza de preguntas guiadas por una curiosidad que hacía su mayor esfuerzo por avanzar lento, un poco intimidada, quizá, por su presencia, una de esas noches me contó la historia de lo más extraño que le había sucedido en su peculiar vida laboral. La historia de un muchacho, de esos que llegan una vez, y podrían pasar inadvertidos, de no ser porque vuelven mucho tiempo después, buscando a una chica específica que, a esas alturas, habría cambiado más de dos veces de nombre y, no digamos, de ciudad. No se había enamorado, no le había quedado debiendo dinero, no le había robado nada. Solo necesitaba hablarle otra vez. Hacerle una pregunta. Saber si, finalmente, había conseguido llorar. Llorar. Sí. Una capacidad que él creía haber empezado a perder, luego de haber estado con ella. Un contagio para el que necesitaba saber si en algún momento terminaba de pasar el efecto, si había algún tipo de cura. La colombiana que me contó la historia como algo a lo que no le había puesto mucha atención, a estas alturas habrá cambiado ya varias veces de nombre y de ciudad. Quizá ya no recuerde la historia, ni el hotel, ni la impertinencia de mi curiosidad. A la imagen ciega que me hice del muchacho, vuelvo de vez en cuando entre la angustia y la ternura. Una ternura un poco sucia, quizá, pero que todavía respira.

XXXI

Desde que todo esto empezó, el descanso se acaba los domingos por la noche con la transmisión del monólogo presidencial. Desde nuestra esquina: la rabia presta, la defensa arriba. En la otra esquina, frente a las cámaras, él sigue el consejo de verse firme, pero sereno, como el que sabe qué es lo que está haciendo. De leer la pantalla como quien platica, como quien domina cada paso firme hacia ningún lugar. De verse convencido de su propio enredo, porque bien le han dicho que cuando una autoridad tiene la palabra, es tonto el que no entiende, nunca la autoridad que lo dijo mal. Sonreír, no se lo olvidará sonreír, como si no hubiera ya nada por qué alarmarse, como si la muerte aquí fuera tan natural. Hablará de los números en diminutivo, sacará porcentajes, hará comparaciones, para verle a la bestia el hocico chiquito. Y bendecir, no se le olvidará bendecir, porque quien tiene a dios en la boca, sabe lo que hace, aunque no sepa. Sin embargo hay domingos en los que los noticieros anuncian que el Presidente no hablará, que el panorama de país, con todo y estrategia, sigue igual. Que la pandemia es guión ya conocido, y que sabemos bien lo que hay que hacer, que a estas alturas ya lo hemos aprendido. Un día llegará, de la nueva normalidad, en que saldrá un post similar, previo al noticiero de las noches, ese que siempre parece repetido, por la misma violencia de ayer, la carencia de la semana pasada, los problemas sin solución. Hoy no habrá noticiero, imagino que dirán, aquí todo sigue igual.

XXXII

Como el fin del mundo no se apresura, el gobierno decidió meter el acelerador a fondo, inaugurar la doble fila, pasarse por encima de sus propias disposiciones. Al frente lleva una pantallita con luz led, en la que titila fosforescente un “Dios bendiga a Guatemala”.

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*Vania Vargas es poeta y narradora guatemalteca, ha publicado varios libros de poesía y narrativa, además de publicar periódicamente ensayos en periódicos y revistas, y trabajar como editora literaria.


Las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan los criterios editoriales de Agencia Ocote. Las colaboraciones son a pedido del medio sin que su publicación implique una relación laboral con nosotros.

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