AHORA EL MIEDO ES UN TITÁN SIN PRISA POR MARCHARSE

La distancia permite el contraste, las migraciones devuelven el país de origen de otra forma. Un escritor lee a la distancia geográfica la fragilidad social y el miedo de su país que, a su manera, vive muy de cerca.

Por decisión propia decidí que España se convirtiera en mi segundo hogar desde hace quince años. Antes de tomar esa decisión, recuerdo que fantaseé muchísimas veces y, en mi imaginación, …

Por decisión propia decidí que España se convirtiera en mi segundo hogar desde hace quince años. Antes de tomar esa decisión, recuerdo que fantaseé muchísimas veces y, en mi imaginación, me vi lejos de mi país pero a la vez también me vi intentando volver luego de un tiempo no muy extenso. Sin embargo, me paralizaba el miedo a encontrarme con un panorama distinto al que había dejado. Ese miedo podía con mi ilusión de retornar y la malograba. Sabía que abandonaba la casa materna, nada iba a ser como hasta entonces en cuanto me dispusiera a volver. «Si te vas», me decía a mí mismo, «tu camino se alejará no solo en el espacio sino también en el tiempo con el de tu familia y tus amigos. Tu casa ya no será la misma, tu pueblo tampoco». Aun así, lo hice. Jugué al tipo valiente y deseé que la descisión no fuese tan brusca y que la distancia no supusiera un doloroso cisma, un desgarro. No ha sido fácil, porque la nostalgia se ha convertido en una enfermedad cada vez más frecuente, pero confieso que sigo de pie, valiéndome de fintas, escapismos y autoengaños.

En estos últimos años la idea de volver se ha vuelto recurrente aunque no por ello realizable. Sé que no voy a volver, pero me permito sopesarla y constatar que el miedo aquel se ha convertido en un miedo más robusto, con sus aristas y sus extremidades. En realidad, mi infancia, adolescencia y parte de mi juventud las viví en una burbuja. Eso lo descubrí aquí, siendo ya un adulto. En mi Jocotenango natal parecía que todo lo relacionado con violencia, descomposición social, contaminación ambiental y coyuntura política estaba centralizado en la ciudad capital, un lugar casi mitológico al que de niño no visitaba más de una o dos veces al año. Mis privilegios se resumían en sentirme lejos y hasta inmune de una realidad que no me llamaba la atención. No me interesaba mi país. Desde mi perspectiva de niño y adolescente, Guatemala era la ciudad capital; Jocotenango, una especie de oasis, un territorio ignoto. Antigua no era tan desconocida, pero tenía una vitalidad tan atractiva que podría decirse que amamantó mi juventud. Entornos, ambos, modestos y transitables.

Ahora, luego de mucho tiempo invertido tratando de entender mi país en su totalidad, su historia, su situación y sus problemáticas, hay días en los que solo puedo experimentar estupor o rabia. ¿Cómo es posible tanto caos y cómo ese caos se ha instalado y prácticamente es parte de la vida de una gran parte de sus habitantes? ¿Para qué volver a un lugar caótico y desestructurado? Y no, no hablo solo de la ciudad capital, hablo del país. En pleno estallido de la COVID19, contemplo la enorme ineptitud de un Gobierno que, mientras guarda silencio sobre el dinero que debería invertir para atender la pandemia, va dando palos al aire buscando una piñata inexistente, tanteando, improvisando, presionado por el sector empresarial y por los caciques oscuros del poder que son quienes imponen las reglas del juego. Ante esa suerte de genocidio silencioso, la vida pierde, todavía más, si cabe, su valor, dejando al ciudadano a merced de su suerte. «O les da o se salvan», sentenció con una mezcla de espontaneidad y descaro el insigne señor presidente.

En estos muchos días de silencio y encierro pienso en mis padres, en mis hermanos, en mi familia en general y en mis amistades. El miedo se ha acentuado y ha triplicado su tamaño. Mi interior se resiente, se abstiene de invocar los acasos. Pero sucede que hay un ejecutor invisible que se está empezando a llevar a muchas personas en Guatemala. Es real. Su omnipresencia es la de las auténticas deidades. El simple hecho de pensar que algo trágico pueda llegar a ocurrirles estando lejos, hace que mi pequeña guarida de porcelana china empiece a resquebrajarse.

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Rafael Romero es escritor, originario de Jocotenango y residente en Madrid. Ha publicado varias novelas y libros de poesía.  


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