Un nombre, una marca en el tiempo
El tejido
Por:

Ketzali Awalb’iitz Pérez Pérez, ese es el nombre con el que mis progenitores marcaron mi camino un 24 de octubre de 1997.

Nací en la ciudad de Antigua Guatemala, Sacatepéquez. Pero por alguna razón mi padre decidió registrar mi nacimiento en el pueblo que lo vio crecer: Cajolá, Quetzaltenango. Un municipio muy pequeño, con gente muy acogedora pero que también vive en situaciones de extrema pobreza y se enfrenta a temas de migración y de desnutrición crónica.

Mi padre era Eduardo Gustavo Pérez Vaíl, conocido más como B’ayiil (cazador de taltuza -mam), un nombre que utilizó en reivindicación de su mamá, mi abuela, pues son apellidos que sufrieron el proceso de castellanización. B’ayiil era un joven maya mam, estudiante de sociolingüística que tocaba la guitarra y escribía canciones en mam como una de sus formas para mantener vivo su idioma, como una de sus formas de comunicarse conmigo a través del vientre de mi madre.

Mi padre falleció más temprano de lo pensado, en un accidente automovilístico. Yo tenía 3 años de edad, mi segunda hermana 6 meses y mi madre 25 años.

 

Ketzali Pérez

Mi madre, María Magdalena Pérez Conguache o también conocida como Mataal (pooqmam). Es una mujer maya poqomam originaria de Palín, Escuintla. Palín es el único municipio originario con población maya del departamento de Escuintla, con una comunidad lingüística pequeña. Se le destaca por su corte de café, una actividad agrícola realizada por la población maya del municipio y también por su resistencia cultural y política desde la visión de los pueblos ante una población mayoritariamente mestiza.

Mi mamá también estudió sociolingüística, fue así como conoció a mi padre pues tuvieron la oportunidad de obtener una beca a través de un proyecto lingüístico para la construcción de los abecedarios de cada idioma maya.

La familia de mi mamá era una familia pobre económicamente. Mi abuelo solo llegó a tercero primaria, sus primeros zapatos fueron 4 tallas más grandes de su talla normal, mi abuela nunca pudo estudiar, aunque esto era algo que compartían ambas abuelas, la educación era un privilegio y no un derecho.

Mi mamá y mis tías trabajaron y estudiaron al mismo tiempo desde que eran niñas, fue así como pudieron costear sus estudios y simultáneamente ayudaban a mis abuelos.

Mis tías y mi mamá cuando decidieron entrar a la universidad se esforzaron por obtener becas y así ser lo que son ahora. Ellas cambiaron el rumbo de la familia al ser las primeras en alcanzar estudios universitarios y no solo en la familia, sino también a nivel comunitario fue importante la visibilización de mujeres mayas académicas, porque el racismo siempre ha sido un elemento que nos ha acompañado a lo largo de la historia.

Es por ello que tener a una generación de mujeres académicas era importante para el ejercicio de búsqueda al acceso a la educación primaria y la educación superior de las mujeres mayas en un país desigual y racista.

Mi vida está marcada por mujeres, por mi abuela materna, mis tías y mi mamá. Tengo la oportunidad de que en la familia de mi mamá prevalezcan las mujeres, pues el ejercicio de toma de decisiones es de ellas, la última palabra era la de mi abuela, y mi abuelo también ejercía el “consejo”, pero no se daba al mismo impacto a comparación de mi abuela.

Es así como parto para hablar de mí. Tengo la necesidad de hablar de mis ancestras, porque son ellas las que me brindaron toda su sabiduría y el camino, es gracias a ellas que tengo mi propio No’ooj, mi propio ch’imiil y es gracias a ellas que mis caminos son claros y fértiles.

Dicen que mi familia es de carácter fuerte, que somos enojadas. Eso se debe a que siempre que alguien intenta o dice algo que violenta a la comunidad o a nosotras, salimos a defenderlo todo. Sí, somos de carácter fuerte porque en este país no podemos demostrar que pueden vencernos, ser fuertes no es una opción, es nuestra resistencia.

Gracias a la fortaleza de mi mamá, así como de muchas madres solteras en este país, buscó la manera de tenernos con las condiciones básicas para brindarnos educación, salud y formación política a mí y mis dos hermanas.

Cuando mi padre falleció yo solo sabía hablar mi idioma materno poqomam. Así que cuando comenzaron los cambios en nuestras vidas, mi madre tuvo que ingresarme a kinder para que ella pudiera trabajar sin ninguna dificultad. Sin embargo, ella no previó que su niña aún no sabía “hablar español”. Cuando recién aprendía a realizar mis primeros sonidos vocales mis papás acordaron solo hablarme en sus idiomas mayas, por lo que el idioma “español” no era una prioridad. Este ejercicio ayudó también a mis tías a estudiar poqomam porque mis abuelos no les enseñaron por miedo a que sufrieran discriminación.

Al no “saber español” e ir vestida con mi ropa, era objeto de burlas o rechazo, sobre todo porque a la edad de 4 años se supone que todas y todos los niños ya deben hablar el idioma español porque es el idioma “oficial”. Pero yo no, así que tuve que aprenderlo y sentarme inmensas horas con mi maestra para entenderlo y entender como visualizaban las y los mestizos al mundo. Un idioma va más allá de un medio de comunicativo, es también el reflejo de cómo un grupo concibe al mundo, su cosmovisión.

En mi idioma maya al referirse a las partes de un árbol no lo podemos tratar ni concebir como un objeto. Ruq’ab’ Chee’ (poqomam) si hacemos la traducción literal en el idioma español significa el brazo del árbol, no es “rama” como se le enseña a la cultura mestiza. Ruk’ux chee’ (poqomam) en su traducción literal es el corazón, el centro del árbol, no el “tronco” como se le denomina en la cultura mestiza.
El idioma es nuestra poesía oculta, son los tambores de nuestra resistencia.

Sin duda esa fue mi primera experiencia en la cual mis derechos se vieron violentados al no contar con la educación en mi idioma materno: una educación bilingüe con pertinencia cultural. Nuestros idiomas mayas no son los “oficiales”, desde la Constitución de la República de Guatemala somos las y los no “oficiales”, somos los mencionados, pero nunca visibilizados, somos los objetos y no sujetos.

Ketzali estudiante

Por ello todas las decisiones de mi mamá son trascendentales para mí y mis hermanas, por ejemplo, nosotras, años más tarde, estudiamos en un centro educativo del municipio que, a través de la educación, utilizaban el idioma maya poqomam para enseñar. Ahí tuvimos más acercamiento a nuestra cosmovisión como pueblos indígenas y nunca tuvimos uniforme, todas las niñas nos presentábamos con nuestro corte, güipil blanco y faja roja del municipio. Los niños, un pantalón negro con una camisa que contiene diseños del güipil del municipio.

Esta manera de fortalecer nuestra identidad como pueblos originarios es los que agradezco a mi madre, sobre todo al ser mujer maya, por los estigmas, acciones y comentarios de racismo. Pareciera que al ser mujer maya la sociedad tiene toda la potestad de tratarte como “María” como la “chacha” de referirse a una con el “vos” aunque no te conozcan.

Mi madre siempre ha sido la culpable de mí formación. Mi primera formación política y feminista “formal” fue a los 11 años de edad en un diplomado de formación política feminista desarrollado por el Sector de Mujeres en mi municipio. Mi mamá era amiga de algunas de las compañeras que trabajaban en el Sector y fue así como se logró gestionar un diplomado.

Recuerdo claramente que uno de los primeros ejercicios a la hora de presentarse era mencionar que nosotras somos “mujeres”. Esta primera acción se ejecutaba como un ejercicio para nombrarnos, porque la historia nos ha invisibilizado y no nos ha permitido reconocernos como sujetas.

El diplomado lo compartí con mujeres mayores, en su mayoría trabajadoras domésticas, por lo que verlas empoderándose me hacía querer ser como ellas, en ese momento esas mujeres fueron mi espejo.

Otro de los espacios que mi madre me facilitó fue la música, el arte. A los 11 años también mi mamá me inscribió en el Conservatorio Nacional de Música “German Alcántara”. Mi mamá conservaba la guitarra de mi padre, pero yo no tuve ningún interés en ejecutarla por lo que opté por otro instrumento,el piano. Tuve a una maestra dedicada a enseñar, tanto así que fue quien influenció mi carrera musical.

Ketzali Música

Awalb’iitz (mam) el nombre que me heredó mi papá, su traducción en español es Awal=siembra y b’iitz=cantos, Awalb’iitz significa Sembradora de Cantos. En el inicio de este texto les conté como mis progenitores marcaron mi camino con mis nombres. Hacer la reflexión de la coincidencia de mis nombres y lo que hago actualmente me ha llevado varios soles y lunas.

La coincidencia es un término poco familiar para mí. Se recuerdan que mencioné que gracias a mis ancestras conozco mi ch’imiil. Ch’imiil es estrella en poqomam y es una forma de hacer referencia a nuestra luz y camino con el que nacemos. Todas y todos nacemos con una misión y mi madre fue mi guía sabiendo en dónde ponerme, en el momento indicado y el lugar indicado. Pareciera que todo estaba minuciosamente arreglado, lo cierto era que el cosmos ya lo sabía. Recuerdo que una abuela una vez me contó que nuestras vidas ya están escritas y el cosmos se encarga de ponerlo todo en su lugar.

Es así como después de terminar mi educación básica decido ingresar a la Escuela Normal para Maestros en Educación Musical de la jornada matutina, que se encuentra en la 4ta. Avenida y 2da. Calle de la zona 1 de la ciudad de Guatemala. Si bien ya había viajado a la ciudad, nunca lo había hecho sola hasta ese momento.

Mis primeros viajes fueron de mucho temor pues en el interior del país siempre se escucha que en la ciudad hay mucha delincuencia. Sin embargo, a mí me tocó algo más fuerte que la inseguridad.
A partir de mi formación en el centro educativo decidí no utilizar el uniforme de mi escuela, pues estaba muy consciente de que este cambio no iba afectar mi identidad, aun así, hubo algún momento en la cual dudé. Recuerdo que en repetidas ocasiones cuando me subía al bus y estaba lleno, siempre se referían hacia mi como “María” –cht ¡vos maría correte!- en un tono despectivo y notaba la diferencia cuando le hablaban a una señorita mestiza. O como en numerosas ocasiones las personas me miraban de forma extraña con mi bolsón y preguntaban si en mi bolsón cargaba ¿ropa? Y mi reacción siempre era -¿por qué? – y su respuesta siempre era -a lo mejor vas de salida de la casa donde trabajás, o ¿ya te dieron vacaciones?
Mi corazón no entendía porque no me podían ver como una de las niñas normales que va con su mochila a “estudiar”, y es que con el tiempo fui entendiendo que para esta ciudad las mujeres indígenas eran encasilladas dentro del trabajo doméstico, esclavas. No eran visualizadas como mujeres que pudieran optar a la educación, nuevamente, el acceso a la educación es un privilegio y no un derecho.

Mis compañeras y compañeros, aunque no lo admitían, sabía que tenían ciertas resistencias cuando me conocieron, siempre era la ultima que alguien escogía en su grupo de trabajo o algo por el estilo. Con mis pocas amistades fui feliz en esa escuela.

En 5to. bachillerato conocí a Festivales Solidarios, cuando fui al primer aniversario de la Resistencia de la Puya a tocar con un grupo musical, en ese momento ejecutaba el piano.Festivales Solidarios es un espacio abierto de expresión que nace en solidaridad con los presos políticos del 20 de octubre de 2012 que repudiaron la Masacre de Alaska en Totonicapán.Con ellas y ellos aprendí como el arte era resistencia, sanación, protesta, dialogo y alegrías. Es en ese espacio en donde genero un compromiso con mi gente a través de las artes.

Este proceso me hizo florecer, acepté al arte en mis entrañas y años más tarde comienzo a escribir canciones con la guitarra de mi papá, para mí algo irónico porque había jurado jamás utilizar esa guitarra. Pero ahora mírenme, es de mis grandes tesoros.

La música y el teatro han sido mis compañeras en los últimos 5 años, son quienes me permiten permear mi sensibilidad y materializarla. Son mi fuerza y mi llanto.

Mi decisión de optar las artes como carreras profesionales fue fuerte para mi mamá pues creyó que moriría de hambre. En este país también es pisado hacer arte. Pero decidí estudiar la Licenciatura en Música en una universidad privada, eso debido a que logré conseguir una beca estudiantil; y también se dio la oportunidad para estudiar la Licenciatura en Arte Dramático en la USAC y fue así como ¡me mudé a la ciudad!

La vida independiente no me daba miedo, pues ya sabía qué era tener responsabilidad en el hogar al ser la hija mayor y velar por mis hermanas. También no era la primera vez que estudiaba a través de becas, yo siempre busqué becas para ayudar a mí mamá y es así como pude estudiar mis estudios básicos y mis estudios de nivel medio.

En la ciudad ya sabía como era el asunto para nosotras las mujeres mayas, pero decidí darle más sabor a mi rutina. Reconocía que el transporte público no era lo que buscaba para trasladarme de un lugar a otro, así que decidí utilizar la bicicleta como mi medio de transporte alternativo, y para añadirle más sabor a la experiencia, decidí que no iba a dejar de usar mi ropa, excepto, agregar medias de colores porque los hombres siempre querían ver algo más, y realmente era muy incómodo para mí tener que lidiar con eso. Pero eso no iba a ser lo más fuerte que enfrentaría.

Sí, el acoso para las mujeres mayas es más pisado, ya lo explicaba anteriormente a nosotras no solo nos miran con inferioridad sino con autoridad. Mis primeros días en la bicicleta fueron de mucha indignación, rabia, enojo que poco a poco se fueron convirtiendo en dolor y lágrimas. Los insultos y comentarios que escuchaba a cada cuadra me permeaban y me hacían sentir vulnerable.

Tuve distintos mecanismos de defensa como insultar, alegar, cambiar de rutas, pero entendía que eso no me estaba haciendo bien. Llegó el día en el que llegué a mi casa y lloré amargamente reconociendo que esto no podía seguir así porque realmente me estaba lastimando.

Acudí con una amiga para trabajarme espiritualmente, psicológicamente y físicamente. Mis demás días en la bicicleta fueron una sensación de volar como un colibrí, aunque me insultaran había algo que no permití que me volvieran a rebatar, la sensación de la libertad. Sí, yo era libre yendo con mi bicicleta de un lugar hacia otro, felizmente escuchaba música en mi camino y aunque más de algún macho se acercaba ya me eran indiferente. Mi proceso de empoderamiento sin duda fue doloroso, no imagino a otras mujeres cuando deben pasar por estos procesos.

Seguí con mi rutina de estudiante, artista y educadora. Es así también como arte me lleva a política estudiantil. Cuando conozcoFestivales Solidarios comienzo a relacionarme con estudiantes universitarios de otras unidades académicas, yo soy de la Escuela Superior de Arte y mi sede está en el Centro Cultural Universitario ubicado en zona 1, por lo que nunca tenía relación con estudiantes del campus central.

 

Ketzali AEU

En el 2017 comienza el proceso de recuperación de la AEU, la máxima representación estudiantil de la Universidad de San Carlos, y que está a punto de cumplir 100 años desde su fundación. La AEU por 17 años estuvo cooptada por grupos espurios que solo sacan beneficio individual del movimiento, hasta que verdaderos estudiantes deciden recuperarlas y es así como se organizan para darle desarrollo a las elecciones de AEU, la primera AEU luego de 17 años.

Frente Estudiantil, una de las planillas que estaban en el proceso para postularse en las elecciones, estaba en busca estudiantes que quisieran ser parte de la planilla. Es así como a las y los estudiantes que conocí a través de Festivales Solidarios me refirieron hacía ellos y poder llegar a la planilla con el puesto de Secretaria de Arte.

Durante este proceso tuve algunas críticas pues compañeros y compañeras mayas sentían que era un puesto inferior que me estaban delegando, un puesto con poca importancia, pero yo nunca lo visualicé así, por mi experiencia en el ámbito artístico sabía que podía aportar mucho en el área y que sobre todo podía darles a entender a las y los estudiantes que el arte es más que entretenimiento, también es un proceso político, investigativo y sanador. Además, era importante para mí reivindicar a los pueblos indígenas desde el movimiento estudiantil, pues nuestra historia como mujeres mayas en la universidad pública también está llena de desigualdades.

El 21 de agosto del 2017, ganamos las elecciones de AEU como Frente Estudiantil, con más de 16,000 mil votos, liderada por una joven estudiante de EFPEM. Frente era una planilla llena de caras jóvenes, llena de diversidad y mujeres.

El 7 de septiembre de 2017 tomamos posesión de nuestro secretariado, ese día también permito que se comience a escribir sobre las mujeres indígenas dentro del movimiento estudiantil y comienzo a generar un trabajo en la gestión cultural para abrir puertas a discutir temas como las masculinidades, la memoria histórica, las desigualdades y los pueblos a través de las artes. Y claro, este trabajo tampoco pudo realizarse sin compañeras y compañeros que aportaron grandemente al proyecto.

Después de 2 años de gestión, admito que el cansancio es fuerte pero también el orgullo lo es, y la satisfacción por lo logrado y lo que se logrará es inmensa. Estos dos años también me han servido para que me reten como mujer y mujer maya que soy.

Ahora antes de dejar el cargo me encuentro en el Consejo Electoral Estudiantil Universitario como Vocera Oficial, será de mis últimos aportes de manera oficial dentro del movimiento estudiantil en donde se ha asumido el compromiso de llevar a cabo la primera transición democrática de la AEU después de 19 años.

Pero el camino continua y nuestras luchas desde el ser mujer, joven y maya continúa. Todas resistimos desde los espacios en los que nos encontramos. Resistir es una condición humana que busca la reivindicación de nuestra historia como mujeres y pueblos indígenas ¿Por qué resistir? Simple, nosotras también tenemos una historia que tejer y el estar borradas de la historia oficial nos atiende un compromiso de hacernos visibles.

Seguiremos tejiendo nuestra historia, yo seguiré haciéndolo desde mis espacios, con mi guitarra y el arte, con mis amigas, mi mamá, mis hermanas y mis ancestras.

 

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