Reseña
Rabinal Achí: Primero como transmedia, después como libro
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En general solemos tener clara la frontera entre un libro, una danza y una experiencia colectiva, estamos acostumbrados a encontrar estas piezas por separado. El Rabinal Achi es una obra que cuestiona estas fronteras y nos coloca en un diálogo intenso entre la memoria profunda de un pueblo y la naturaleza transmedia de la pieza, de eso habla este ejercicio de lectura de un texto tan antiguo como tremendamente contemporáneo.


Goza de muy mala reputación el concepto de transmedia, y no es injusto, se la ha ganado a pulso en ese saco de generalizaciones abstractas que se parece más a la bolsa mágica del Gato Félix, que a una manera de entender la forma en que nos comunicamos, nos relacionamos y nos imaginamos. Es una “categoría” relativamente reciente, con que el mundo occidental ha ido explicando qué onda con el internet y con la vida. Es bastante más complejo que eso, claro está, pero fue lo que provocó gran parte de su existencia en la vida común de este siglo XXI. Y empiezo con esa idea, de aquello que sobrepasa los formatos, que se nos escapa a la explicación básica de las cosas. Aquello que nos obliga a utilizar el “también”, antes que las conjunciones y/e, o/u.

Es un viaje realmente fabuloso el de imaginar los libros como tecnología, como dispositivos de almacenamiento y distribución de información. Es un placer extraño agarrar estos aparatos compuestos de materia vegetal, y acariciarlos como quien acaricia un disco duro, un ipad o un teléfono inteligente. A lo mejor suena un poco perverso, y seguro lo es, pero lo fabuloso no está en la velocidad de transmisión que puede tener un libro de casi 400 páginas que nos llevará más de un mes de lectura a buen paso de vida ocupada en-o-tras-co-sas-más-im-por-tan-tes. Lo fabuloso está en la comparación, siempre tecnológica, entre el dispositivo libro y la primer gran tecnología: el fuego. Esta es fácil de explicar para una sociedad lectora, simple: así como hay quienes consultan en los libros, hay quienes consultan al fuego, también con su propia capacidad de almacenamiento y transimisión de datos, uno letrado, y el otro, oral. Los libros y la palabra, el fuego y la palabra, los libros y el fuego y el conocimiento. Ahí en ese juego básico podemos sintetizar una vida completa -y compleja- entregada a lo transmedia: Mesoamérica, la región donde es imposible hablar de libros sin el plural -siempre me ha parecido tan poética la traducción del Popol Wuj como El libro del común-, donde para hablar de conocimiento tenemos que hablar del tiempo y del cuerpo, a lo mejor. Cosa extraña para quien se dedica al estudio minucioso de cualquier cosa, cosa extraña porque a lo mejor el principio acá es el estudio expansivo del todo, no como un opuesto, sino como otra manera de narrar la vida, de nuevo, a puro “también”.

Rabinal Achi
Fotografía: Juan Carlos Menéndez

A su manera esto que les cuento es mi forma de justificar por qué llegué al Rabinal Achi a través de Benedicto Lucas García, y de por qué hablar en primera persona, también a manera de testimonio, de algo que es más cercano a la lógica de experiencia del libro, que de lectura del mismo. Y pienso que el Rabinal Achi es el libro perfecto para hablar de esa expansión de los sentidos, de esa búsqueda cognitiva tremendamente generosa y la episteme de los que se encuentran, de quienes leen el fuego y, pues sí, escriben después.

La experiencia comienza para mí, con un tuit del 19 de abril de 2013, durante una estancia en Estados Unidos, escuchaba una transmisión por internet del Juicio por por genocidio contra Ríos Montt, el tuit que publiqué decía “hay que decir que #juiciogenocidio podría leerse desde el Rabinal Achí, sería un interesante ejercicio”. El tuit no tuvo mayor repercución, un like y un retuit. Y pues aunque el ejercicio se antojaba interesante, no lo hice.  Pasó de nuevo el tiempo y muchísimas cosas en mi vida, antes de volver al libro.

En noviembre de 2015, junto a mi colega y amiga Alejandra Gutiérrez Valdizán, entrevistamos a Benedicto Lucas en su casa durante 4 días. Una conversación larga y, por azares del destino -o del translibro-, fue la última entrevista en libertad del general retirado que diseñó la estrategia constrainsurgente que derrotó militarmente a la guerrilla y que sentó las bases para el genocidio en Guatemala. Una larga conversación de muchas cosas, pero sobre todo, de contradicciones, de contradicciones complejas que se salían de la hermenéutica a la que, finalmente, anhela este ejercicio de la escucha que es el periodismo y el cine documental, lenguajes que nos habían llevado a hacer esa entrevista. Luego de la primer sesión de entrevista con Benedicto, tuvimos una larga conversación entre el equipo que íbamos, el artista visual Oscar Farfán, el documentalista Alejandro España, Alejandra y yo; hablamos justo sobre eso, sobre lo contradictorio, sobre lo que se siente, sobre lo que se desconoce, lo que se intuye y lo que se sabe previamente. Un tejido lingüístico que jalaba para varios lados al mismo tiempo, tensión es la palabra exacta que describía esa sensación. Antes de ir a esta entrevista había comprado yo, en la librería Sophos, una edición reciente de El arte de la guerra de Tzun-Tzu, se la regalé a Benedicto Lucas. Y de nuevo se me vuelve necesario pensar en los libros como tecnología, como dispositivos. Qué sería aquel regalo sino un profundo reclamo a la vez que un justo reconocimiento, siguiendo la misma lógica de ese libro, y el principio esencial de las contradicciones.  Otra de las premisas de la lógica de los dispositivos-libros, es que escribir es reconocer, volver al conocimiento.

Regresé a mi casa luego de esa entrevista con la cabeza llena de preguntas y el corazón desbordado de sensaciones. Y volví a pensar en el Rabinal Achi, y ahí sí, hice la tarea,  y abrí la edición del Cemca del 99, y se me fue la cabeza a otro lado, me explotó. No exagero al decir que aquella fue una de las veces que he sentido miedo que las sensaciones vitales te sobrepasen, que el vértigo de lo que “sabemos” de lo que “imaginamos” te haga pensar, literalmente,  en la locura, la locura como el más radical grado de libertad al que puede llevarte el lenguaje, y que es algo que sobrepasa lo literario.

A la distancia de aquel momento de mi vida he de decir que es bastante reduccionista leer el Rabinal Achi como un mero tratado de Justicia y Derecho, que lo es, pero sí es clave reconocer que ante la pregunta de las víctimas de qué hacer con el victimario, el libro da muchas respuestas que explican, no solo otra forma de entender la justicia, sino de entender conflictividades vivas, al día de hoy, en la batalla simbólica que representa la justicia en este presente guatemalteco.

 

Así, ir por primera vez a Rabinal, en enero de 2016, era la pieza que faltaba a lo que, en aquel momento, era todavía un acercamiento “intelectual” al libro. Decidimos ir a documentar la fiesta de San Pablo para poder hacer una especie de paralelismo entre el relato periodístico-audiovisual de Benedicto, con el que, hasta entonces, era un texto para mí, un poema extraño y profundo que se planteaba ante mis ojos de lector y de poeta, como un reto y como un laberinto. Nos movimos por el pueblo siguiendo procesiones, buscando cofradías, caminando por las calles con marimbas y danzantes que se desplazaban, como una enorme serpiente que tenía un importante número de cascabeles por todo el cuerpo. Aquel fue mi primer encuentro con Alain Breton, y le dije algo como “siento que necesito vivir esto para poder terminar la historia que queremos contar de Benedicto Lucas” y él, generoso como es, me escuchó y me señaló varias luces como quien muestra sus páginas subrayadas, regresé a contarle a mis amigos que no le pareció tan descabellada mi idea, y eso ya era bastante.

Rabinal Achi
Fotografía: Juan Carlos Menéndez

Todo terminaba y empezaba en el patio de la casa de la cofradía que recibía a San Pablo, y ahí empezó a suceder ante nuestras miradas -y cámaras- el Rabinal Achí, rodeados de cientos de personas que, bajo el sol del atardecer, intercambiaban por igual risas, guaro, abrazos, comida, música y, de nuevo, bailes muy distintos que sucedían alrededor de algo parecido a un altar mayor, donde los personajes del Rabinal Achí, decían sus parlamentos bajo sus máscaras y bajo un idioma de raíz profunda que guardaba en sus memorias una montaña, muchas montañas, un río, muchos, ríos, bosques y caminos llenos de palabras y de cuerpos y de fuegos que se encendían por las noches para que ese día, 25 de enero de 2016,  un montón de personas viéramos esta danza, la mayoría con la mirada acostumbrada y natural de quien reconoce su rostro en miles de rostros, otras totalmente desorbitadas entre una suerte de delirio etílico y un carnaval prehispánico que me ha hecho traducir a mis amigos este día como un Mardi Gras maya. Burda comparación, pero eficaz.

Me marcó la vida aquello, sentir el sol atardeciendo mientras miraba a uno de los danzantes que llevaba una estructura de serpiente que nos sacaba varias cabezas de altura, danzando por ahí en medio del patio o de la calle, mientras don José Manuel Coloch y el resto de danzantes representaban ante nosotros este rito, este poema, esta danza, esta obra, ese encuentro de cuerpos y corazones en un espacio muy particular de la memoria. Sí, del tiempo también se trata todo esto, de cómo se siente la inmensidad en esas 4 horas que puede durar la representación del Rabinal Achi,  que sí que se hacen largas, por todo lo que nos dicen, de siglos y siglos, de oscuridades y luces.

 

Entonces dejó de ser un libro para mí.

Y luego me volvió a pasar de otra forma, a lo mejor que no tiene nada que ver con esta historia. Pero sí con este tiempo y esta tecnología. Me volvió a pasar en un tiempo paralelo eso de la expansión del libro. El maestro Roberto Cabrera dedicó 20 años de su vida a escribir un libro sobre el Rilaj Mam en Santiago Atitlán, y también, por azares del translibro, pasé yo el último viernes santo de Cabrera con él en la plaza de Santiago, y no sabíamos ninguno de los dos que sería la última, y fue “sin querer”, como salen casi siempre las palabras en una línea que ya se empezó a escribir, y a su muerte sus alumnos y amigos más cercanos buscaron ese libro que escribió durante largos años, y no estaba ni en la computadora, ni en la biblioteca, ni en el archivo de impresiones, no estaba por ningún lado aquel trabajo, hasta que empezó a manifestarse en la relación que creamos quienes lo buscábamos, algunos de nosotros sin saberlo, y de nuevo, el libro expandido, transmedia, comunitario y telúrico. Es decir, bien anecdótico lo que les cuento, pero a la luz de lo vivido, puedo señalar con respeto, admiración y algo de temor “ahí hay un libro”, y lo digo señalando el Rabinal Achí, y lo digo pensando en su fuerza histórica, en fuerza poética, y todo lo que querramos, pero sobre todo en su fuerza vital. Estamos ante un dispositivo que aún no hemos encontrado las palabras justas para describirlo porque, en esta región, son muy pocas personas quienes hablan a profundidad ese lenguaje, pero poco a poco también son más las personas que lo taducen, que lo publican. Es un mero asunto de universalidad, tal cual lo amerita.

En enero de 2019 fuimos a Rabinal con Angie, mi pareja, y llegamos a la cofradía de San Sebastián -otro santo importante del pueblo que antecede la celebración de San Pablo-, y estaba ahí el venerado lleno de flechas, marcado y marcando de nuevo ese latir del translibro, de nuevo los cofrades fueron generosos y nos sentaron, y se sentaron con nosotros. Al día siguiente, nos encontramos con un gran amigo que ha documentado el Rabinal Achi como un chico que recolecta piedras redondas de los ríos, Pepe Orozco, esa tarde subimos juntos a Kajyub, el cerro sagrado, el trono de Job Toj, el altar donde se fundó el nuevo amanecer del Rabinal Achi, subimos a dejar una ofrenda para otro amante de este libro, el documentalista Eduardo Spiegeler, allá, en una de las ceremonias más bellas que he vivido, el ajqij nos dijo, “el tiempo está agitado pero el fuego prefiere que no hablemos de esto hoy”, y recuerdo que el libro trata esencialmente sobre el poder.

Rabinal Achi
Fotografía: Juan Carlos Menéndez

Entonces vuelvo a leer la introducción que Alain Breton escribió para contarnos la historia del libro, del pueblo, de las palabras, y el dispositivo libro se hace valer plenamente, un ensayo, una traducción, una drama dinástico maya del siglo XV, y entendí otro elemento fundamental de esta tecnología compleja del Rabinal Achi, su manera tan poética de volver en el tiempo, o tan ritual, o tan literaria, o tan cuerpolibresca. Y no es el lugar común de “estamos escribiendo una página del libro”, bien lo dijo Breton, es un texto fijado en la palabra escrita, ahora bien, de cómo suenen estas palabras en voz alta, en el pecho, en la voz de cada lectora, de cada cuerpo que participe de la celebración, de esa experiencia vital, tendremos aún siglos para contar.

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