Mayeli Sánchez, directora de Técnicas Rudas, pasó de dedicarse a la biología, con un posgrado en Ciencias del Mar y Limnología, a trabajar con tecnologías desde la perspectiva de los …
Mayeli Sánchez, directora de Técnicas Rudas, pasó de dedicarse a la biología, con un posgrado en Ciencias del Mar y Limnología, a trabajar con tecnologías desde la perspectiva de los cuidados digitales.
Aún le es complicado explicar cómo su camino la llevó hasta ahí. Cómo dejó un laboratorio para recorrer México apoyando a organizaciones sociales en su relación con las tecnologías de la información.
Para entenderlo, hay que conocer los datos que respaldan su preocupación hacia los cuidados digitales.
El informe de Reporteros Sin Fronteras, «Periodismo en la era del #MeToo», revela que cerca del 60% de los encuestados conoce al menos un caso de periodista que cubre derechos de la mujer, cuestiones de género y/o violencias machistas y sexuales que ha sido víctima de ciberacoso.
En entrevista con Agencia Ocote, Mayeli Sánchez habla sobre la importancia de hablar de los cuidados digitales y de las lecciones aprendidas en esta etapa.
¿Cómo es vivir entre estas dos realidades: ser bióloga y ser experta en cuidados digitales?
Cuando estudié biología y estaba en la parte de la ciencia, para mí era muy importante pensar en la contribución que podría hacer a la sociedad. Tal vez de forma muy inocente pensé que estudiando una carrera científica podría contribuir a los grandes problemas del mundo.
En algún momento, cuando estaba estudiando el posgrado, había muchos programas y muchos eran privativos y costosos de usar. Comencé a preguntarme ¿qué alternativas podía tener como estudiante?
En nuestros países estudiantes usan programas gratuitos, pero al final no es la solución. Vi que existía el software libre y toda una comunidad latinoamericana ligada a esto. El software libre se caracteriza por tener la posibilidad de leer el código, de modificarlo y de ahí compartirlo con cualquier fin.
Me cuestioné la importancia de la ciencia para incidir en nuestra sociedad. En mi caso, estaba trabajando con ecología acuática, y en un congreso a nivel local le pregunté a uno de mis profesores sobre qué podíamos hacer sobre un problema grave de agua que teníamos.
La perspectiva de algunos profesores es que podíamos esperar. Pero cuando la gente se diera cuenta de que teníamos graves problemas (ambientales), nos iban a buscar y nosotros no íbamos a tener las soluciones. Entonces me preguntaba: «¿Cuántos años van a pasar antes de que esto ocurra?».
Y mientras tanto, había otros problemas sociales que me causaban angustia.
Muchas veces digo que soy una sin hogar de la ciencia, porque fui expulsada. No pude seguir ahí aunque sigo amando la ciencia. Pero no sentía que mi espíritu sobreviviera en ese espacio.
Encontré otros espacios dentro del software libre. Tal vez más preparada, sentía que había más posibilidad de cuestionarnos, y comencé a trabajar con seguridad digital.
En espacios de software libre, los hay menos políticos, como festivales en universidades para aprender a usarlo. Pero hay otros muy políticos como el evento Hackmeeting. Este es un evento que se hace en diferentes partes del mundo en donde hackers y hacktivistas se juntan para pensar en tecnología, pero también en problemas sociales.
Nos volcamos en el proceso de empezar a aprender a formarnos más en seguridad digital.
Fuimos a visitar movimientos sociales en México. Tuvimos la oportunidad de hacer talleres y ver pinceladas de sus realidades. Eso cambió mucho mi perspectiva.
Y el otro cambio fue cuestionarnos el tema de seguridad digital y el discurso mismo de seguridad. En América Latina surge esta perspectiva de los ciudadanos digitales, para que dejemos de hablar de seguridad y empecemos a hablar de cuidado.
¿Cómo se diferencia el cuidado digital de la seguridad digital para las mujeres?
La gran diferencia es que la seguridad digital está acotada a los mecanismos de protección. Lo que haces ante alguna amenaza.
Los cuidados digitales son una mirada más extensa de cómo usamos las tecnologías. Te permite una mirada más comunitaria, que integra aspectos que no son forzosamente digitales. Por ejemplo, decidir no usar tu celular.
La seguridad te lleva inmediatamente a sentir que estás bloqueando todo. El cuidado es también cómo ponerme a mí en el centro o a mi comunidad para empezar a hacer las cosas. Está más contextualizado, es más amoroso.
En el contexto en el que yo trabajo ha sido muy importante para las violencias de género mediadas por tecnología. Las defensoras, periodistas y personas en el ámbito de lo no binario, muchas veces viven violencias similares, porque están expuestas a discursos de odio.
Muchas de estas violencias vienen de las mismas personas con las que trabajas, tus compañeros. La mirada de los cuidados nos permite no pensar que el problema está solo afuera, sino visualizar que está dentro y generar soluciones creativas.
Desafortunadamente tenemos mucho en contra cuando pensamos en violencias de género mediadas por tecnología. Muchas de estas operan en aplicaciones y plataformas que están a cargo de grandes transnacionales.
Al analizar estas grandes empresas nos damos cuenta de que tienen características similares: son del norte global, están lideradas por hombres blancos que se perciben como cis, y hay evidencias en su pasado de una gran misoginia.
Ahora, ¿qué esperamos de esas plataformas en relación con el trato que nos dan? En el caso de la que tenía un pajarito (Twitter, ahora X), hicieron una investigación en países donde los políticos usan la plataforma para ver qué pasaba con su algoritmo.
En cinco países donde era muy usado, el algoritmo favorecía los discursos de derecha. Ellos decían que no tenían idea de por qué pasaba, (pero) los algoritmos no se crean solos, son creados por personas.
Me parece que existe un sesgo grande de estas personas de tal forma que se potencia el discurso de derecha. Y así podemos entender entonces por qué se alimenta de esto que es el odio, de la polarización.

México cuenta con la Ley Olimpia para tipificar y sancionar la violencia digital, ¿ha funcionado o qué experiencias puedes contarnos al respecto?
Hay un estudio de Luchadoras (colectiva feminista) de hace cuatro años que revela que no había una sola persona condenada por esa ley. Que no es una ley como tal, sino modificaciones a la legislación para tipificar las violencias mediadas por tecnología.
Su aplicación es muy difícil, porque no solo depende de que esté bien tipificado o de fiscalías especializadas; sino que entiendan la problemática. Como todo opera en plataformas en las que México tiene jurisdicción, pero que no tienen servidores en el país, depende de que las compañías respondan al sistema judicial mexicano.
En la práctica, los casos más comunes son las imágenes compartidas de forma no consentida. Muchas veces son desnudos, pero podrían otro tipo de imágenes. Cuando se intenta buscar al responsable, este puede decir que le robaron el celular y es difícil comprobar que salió de ese dispositivo.
Existen algunas herramientas y software (como Cellebrite de Israel) que, en principio, tendrían que ser vendidos con fines legítimos a poderes judiciales acreditados para ayudar a verificar los datos (de quien compartió las imágenes). Pero en la práctica no se utilizan con esos fines, sino para atacar a personas defensoras.
Además, las plataformas no entregan la información y a veces ni la misma policía cibernética quiere pedirla.
En la práctica resulta un desastre porque las personas son revictimizadas. Es frustrante cuando se intenta asumir la vía legal y darnos cuenta de que no deriva en nada. Se te pueden ir años y las fotos siguen siendo compartidas.
Al final el problema de fondo no se está atacando. El problema tiene que ver con la cultura, no solo de consumir las imágenes, sino de fomentar a que existan. No hay un trabajo con juventudes sobre esto.
¿Cuál es el camino entonces?
En Técnicas Rudas en el último año tuvimos un proyecto para trabajar con jóvenes hombres en edades universitarias. Era un reto porque siempre trabajamos con mujeres o disidencias.
El pretexto es un trabajo que hizo una organización (Magentas), que abrió la convocatoria y que hizo un manual del buen sexteador.
La principal buena práctica tiene que ver con el consentimiento, que aunque parece obvio, en realidad al practicarlo no lo es.
Nos dimos cuenta de que muchas veces las juventudes consideran que una vez que compartes algo digitalmente ya pierde privacidad.
También había que dialogar la diferencia entre consentir, convencer y conquistar. Porque muchas veces se pensaba que el consentimiento era algo que tú ganabas después de convencer o conquistar a alguien. Cuando las analizas, son palabras duras.
Por otro lado, están siendo influenciadas por el patriarcado. En sus casas, contextos, en redes. Si no empezamos a atacar esto, va a seguir.
Dio mucha esperanza platicar con ellos, ellas y elles y ver que las relaciones podían ser distintas. Creemos que las juventudes están abiertas a reflexionar. Solo falta hacer la pregunta.
¿Cuáles son los mayores desafíos que tienen las defensoras y periodistas en la intersección entre tecnología y activismo?
Pensamos en las periodistas que están en grandes ciudades, en espacios con más movimiento, pero en realidad mucho del periodismo en nuestros países se hace en las localidades.
Las personas de las localidades tienen menos recursos, no tienen acceso a mucha formación como el periodismo de datos donde te ves beneficiada de la tecnología. No tienen acceso a conocer otras plataformas y van haciendo lo que pueden.
Esto también viene diferenciado por cuestiones de género. El acceso que pueda tener una periodista mujer o una disidencia, es totalmente distinto al que comúnmente tiene un compañero. Las cosas no son blanco y negro, pero sí hay interseccionalidades que nos marcan los accesos.
Cuando eres mujer o una disidencia y entras a las plataformas estás jugando en un terreno que de entrada está trucado para que la tengas difícil. Entenderlo y manejarlo cuesta.
Además, existe una exigencia sobre quienes ejercen periodismo por parte de los medios, sobre todo los que están buscando ser más parecidos a estos medios mainstream para que utilicen plataformas y que todo sea más rápido. Eso también crea un estrés sobre la persona.
La mayor parte de las periodistas necesita utilizar plataformas de redes sociodigitales para ganar visibilidad, conseguir más trabajo y posicionar sus puntos de vista.
Las plataformas han sido creadas para generar adicción. Hemos tenido casos de periodistas donde lo más recomendable es que no viajen con sus teléfonos, pero eso les implica una carga emocional fuerte.
Hay una serie de procesos de negociación de la persona para dejar las redes y comenzar otros procesos de cuidado. Los retos son muchos, y van desde los recursos hasta el uso de los gobiernos o el crimen organizado de la tecnología en contra de los periodistas.
Ya para finalizar, ¿qué es algo mínimo que todos deberíamos hacer al movernos en espacios digitales, pero que pasamos por alto?
Contraseñas. Muchas veces usamos teléfonos con una contraseña débil o incluso sin contraseñas. El teléfono lo roban y ahí se va la vida.
Tenemos que familiarizarnos con las tecnologías que usamos. A nosotros nos llega la tecnología como por obligación muchas veces y no tenemos tiempo de entenderlas.
Mientras no las entendamos vamos a sentirnos inseguras usándolas y no vamos a saber cómo protegernos. Cuando entendemos cómo funcionan, es más sencillo, incluso sin usar grandes herramientas, que trabajemos con mejor intuición de cómo cuidarnos.
Yo creo que los periodistas en América Latina tienen una intuición enorme. Me he topado con todo tipo de estrategias funcionales que no forzosamente pasan por lo digital.





