Explora aquí el especial completo «El trabajo invisible» La jornada de Siomara Ramírez empieza cuando la ciudad apenas despierta. Son las seis de la mañana y Siomara, de 40 años, …
Explora aquí el especial completo «El trabajo invisible»
La jornada de Siomara Ramírez empieza cuando la ciudad apenas despierta. Son las seis de la mañana y Siomara, de 40 años, ya está de pie, preparando el desayuno y el uniforme diminuto de Liam, su hijo de cinco años.

Afuera, el calor de Ocotepeque, al occidente de Honduras, casi en la frontera de El Salvador, empieza a sentirse.
Adentro, la casa de esta madre soltera vibra con la rutina que parece una coreografía que se repite sin errores: alistar a Liam, cocinar, revisar la mochila, salir rumbo a la escuela. Luego, regresar a casa, limpiar lo necesario, volver por Liam, cocinar el almuerzo y más tarde, ambos van a la guardería.

Ahí, Siomara se convierte en cuidadora de otros niños.
Este no es el trabajo para el que ella se formó. Siomara estudió y trabajó en administración de empresas. Pero hace más de medio año perdió su empleo. Busca otra oportunidad, aunque le ha costado encontrarla No por falta de experiencia, porque la tiene, ni por desinterés, porque ha enviado su currículum a varios sitios. Sospecha que su edad es la barrera invisible que le impide volver al mercado laboral.

«No me llaman. Y, cuando lo hacen, ofrecen sueldos tan bajos que no me alcanzaría para pagar la guardería y los gastos», dice con una mezcla de resignación y sensatez.
Cuidar como salida laboral
El lugar que era refugio para Liam se convirtió también en el suyo. La guardería privada donde lo empezó a dejar desde que tenía un año y medio ahora es su sitio de trabajo. No gana lo que antes, pero cubre lo básico: comida y gastos del hogar.
La directora le propuso cuidar a otros niños a cambio de un ingreso modesto. Hoy, gana para sostenerse mientras Liam permanece cerca, bajo su cuidado.

Para Siomara trabajar ahí no fue una elección; fue la única opción. El Observatorio de Igualdad de Género (OIG) de CEPAL advierte que las barreras económicas y culturales limitan a las mujeres en el mercado laboral, empujándolas hacia tareas de cuidado y trabajo no remunerado.
El informe sobre la Caracterización de los Cuidados en la región del Trifinio —al que pertenece Ocotepeque— destaca que cuando las mujeres acceden a empleos, suelen ser precarios, informales o de baja remuneración. El estudio muestra que la falta de empleo digno y accesible para las mujeres refuerza que ellas queden atrapadas en el rol de cuidadoras, sin reconocimiento ni remuneración.
Siomara es la prueba de que cuando el empleo formal excluye a las mujeres, el cuidado se convierte casi en la única alternativa posible para generar ingresos.

La labor silenciosa del cuidado
Cuidar no es nuevo para ella.
Lo empezó a hacer de adolescente, cuando una vecina le ofreció pagarle para poder terminar sus estudios a cambio de que cuidara a sus hijos.
Así, logró terminar la escuela y su carrera. Después trabajó en una oficina y se alejó un tiempo de las tareas de cuidado. No pensaba tener hijos, pero a los 34 llegó Liam. Luego vino la separación. Desde entonces es madre, responsable de hogar, trabajadora informal y cuidadora por necesidad.

Ella forma parte de una mayoría silenciosa que sostiene la vida desde los márgenes. Es una de las mujeres que cuidan, organizan y educan. Que lo hacen en casa, en las guarderías y en la sombra de las estadísticas que no las registran.
Todos los días, todo el día
La jornada que comienza temprano suele alargarse hasta la noche. Después de las tareas de casa de la mañana, inicia con la segunda parte del día en la guardería.

Ahí barre, trapea, lava trastes, pachas, baña a los niños, los duerme, los limpia y los deja listos para cuando sus padres regresan por ellos.

Al volver a casa, arranca la tercera jornada: lavar platos, lavar ropa, tenderla, preparar la cena y bañar a Liam. «Una descansa no porque ya terminó, sino porque ya no puede más», dice. «Si gano algo, no se siente el cansancio. Pero si no hay ingreso, pesa más», confiesa.
Los fines de semana también limpia, pero rompe la rutina con salidas al parque, a la iglesia, o a comer algo fuera.

«El trabajo de ama de casa y madre no termina nunca, pero no te lo pagan. En la guardería, al menos, me pagan por cuidar niños. No es suficiente, pero es algo», comenta.

Siomara distingue con claridad lo que siente por los pequeños que cuida y por su hijo.
«Con los niños de la guardería es afecto. Con mi niño es amor. A los otros los cuido porque es mi responsabilidad. A Liam lo tengo en la cabeza desde que me despierto hasta que me duermo», cuenta.

Invisibles pero imprescindibles
Siomara sabe que su paciencia, compromiso y experiencia son vitales para las madres que, como ella alguna vez, confían en ese espacio para dejar a sus hijos mientras van a trabajar.
Espera encontrar un empleo que le permita ganar más, aunque eso implique no estar todo el tiempo con Liam. Mientras tanto, seguirá cuidando. «Porque cuidar es resistir», dice, y porque sin su labor, la vida de otros tampoco funcionaría.
Por el trabajo que ella hace, otras mujeres pueden salir a trabajar. Otros niños están cuidados. Y Liam, su hijo, crece acompañado.






