Al norte de Nicaragua, en la casa de Tamara Zamora abundaban los mangos. El frondoso árbol proveía incluso para preparar yogur de mango, que luego vendía junto a sus vecinas. …
En resumen
- La socióloga Tamara Zamora se exilió de Nicaragua tras la criminalización de las protestas y la persecución a su familia.
- En Guatemala, apoyó a migrantes como voluntaria en casas de acogida, con cuidado y cocinando alimentos.
- Hoy se reconoce como mujer migrante y defiende la esperanza, la dignidad y la solidaridad entre mujeres.
Al norte de Nicaragua, en la casa de Tamara Zamora abundaban los mangos. El frondoso árbol proveía incluso para preparar yogur de mango, que luego vendía junto a sus vecinas.
Eso sirvió para financiar el adoquín de la primera calle del barrio. Entre todas, poco a poco, resolvieron otras necesidades básicas en salud, educación y recreación.
Pero la organización comunitaria, que se gesta con esfuerzo propio, ayuda mutua y defiende sus derechos, se vuelve peligrosa cuando se vive en una dictadura.
Tamara recuerda que, desde 2018, junto a otras personas nicaragüenses vivieron y participaron en masivas protestas contra el régimen del presidente Daniel Ortega.
«Este hecho histórico es la consecuencia del hartazgo ante las arbitrariedades del gobierno, de prácticas antidemocráticas y corruptas en todos los niveles de la sociedad».
Mientras diversos sectores sociales alzaban la voz, Ortega respondió con estrategias de persecución, asesinatos y encarcelamientos masivos.
«Hoy no existe familia que no haya sido afectada por esta situación de criminalización de la protesta social», añade Tamara.

Entre 2018 y 2020 su hija sufrió dos encarcelamientos y sus hijos de 27 y 16 años, fueron golpeados y llevados a una estación policial en la noche del 24 de diciembre.
Al graduarse como socióloga, Tamara empezó una maestría en 2017 en la jesuita Universidad Centroamericana (UCA), que se interrumpió en 2018 por el encarcelamiento de su hija.
Luego de esos sucesos, Tamara y su familia sufrieron vigilancia y acoso en su propia casa.
Por las noches, desde vehículos les tiraban piedras y gasolina a las ventanas y en las paredes les escribían «golpistas».
Ella describe que el ambiente de delación y paranoia se extendió en barrios y ciudades, lo que impidió seguir su vida normal o incluso encontrar trabajo.
«Fue así que de noche y con miedo, uno a uno de los miembros de la familia salimos de manera irregular hacia la frontera que nos llevaría a Guatemala».
Su hija fue la primera en exiliarse en Guatemala porque logró una beca para continuar sus estudios de medicina.
Comida para el alma y el cuerpo
Al poco tiempo de su llegada a Guatemala, en 2021, Tamara se involucró en el voluntariado de la Red Jesuita con Migrantes (RJM).
Esa red es la articulación de obras de la Compañía de Jesús que promueve el trabajo comprometido con personas migrantes, refugiadas, desplazadas y sus familias.
«Al año siguiente -en 2022- fui parte de un equipo de colaboración en la casa Myrna Mack, casi desde su fundación, como casa de acogida de migrantes en la capital de Guatemala».
En esa casa, Tamara era la encargada de cocinar y del mantenimiento de la propiedad, junto a otra persona.
«Fue un trabajo intenso en todos los sentidos, físico y emocional. Llegaban personas adultas, niños, jóvenes, personas de la diversidad sexual. Muchas mujeres jóvenes con niños y niñas».
Recuerda que varias personas estaban traumatizadas por las extorsiones o por la discriminación que sufrían en su travesía.
En esa casa de la red Jesuita, algunos días atendían a unas 10 personas, pero otros eran hasta 120.

«Garantizar la comida fue toda una estrategia de planificación, anticipación y creatividad, sobre todo porque los recursos escaseaban. Pero siempre había comida».
Tamara confiesa que hubo días tan cansados que deseaba que no llegaran más personas, ya que implicaba hacer comida, lavar trastes y volver a guardar todo.
Pero reitera que encontraba fuerzas y energía en poder celebrar el cumpleaños de algún migrante, niño o adulto, así como rezar una oración cuando seguían su viaje.
«Encomendarlos en oración para que todo les fuera bien, siempre fue un gesto que fortalecía nuestras energías y buenas vibras en la casa».
Para Tamara la migración tiene muchos matices. Cuenta que ha podido ver la fortaleza física y moral de mujeres que acompañan y cuidan a su familia.
«En el camino, todas aprendemos a sobrevivir y algunas a vivir con dignidad» reflexiona.
Añade que ha visto a abuelas que acompañan a sus nietos y nietas mientras las hijas van despejando el camino o se han quedado arreglando algunos trámites.
«Es un sinfín de una cadena de mujeres, una tras otra. Siempre hay una mujer que tiende la mano a otra. De las cenizas renacemos, no hay mundo sin mujeres» afirma.
Pese a la situación, Tamara se considera privilegiada.
Un buen libro, un buen vigorón
En su país trabajó como socióloga y educadora junto a comunidades educativas, autoridades locales, juventud y niñez.
En su contexto actual ya no se desempeña como cocinera y ha retomado algunas asesorías sobre su profesión.
Asegura que cada día es un reto, pero busca alternativas de trabajo que le permitan desarrollarse.
Desde que llegó a Guatemala asumió que sería una nueva oportunidad para aprender a vivir.
«Con esa idea consciente he logrado, junto con mi familia, hacerles frente a las dificultades y en ese camino he podido compartir con paisanos centroamericanos».
Esa visión le permite ver con más optimismo su propio desarrollo personal, profesional y lo que llama «nueva identidad como mujer migrante centroamericana».
Mientras una nueva oportunidad laboral llega, Tamara disfruta caminar al aire libre o ir en compañía de su perro Toby.
Le enternece la frondosidad de los árboles a los que abraza cuando puede. Le gusta sentir el viento y percibir los colores y aromas de las frutas y flores.

Añade que le encanta la comida guatemalteca por la versatilidad de platillos a base de maíz y disfruta comer en el mercado Central, en la zona 1 capitalina.
Pero también le encanta su comida nicaragüense y disfruta «un buen vigorón», platillo que tiene yuca cocida con chicharrones, ensalada de tomates y repollo.
Entre sus aficiones se destacan las caminatas y la lectura. Uno de los últimos libros fue Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre de Rodrigo Rey Rosa.
Su vena educadora destaca y afirma: «Ojalá los libros lleguen a ser un postre de cada día para la gente y no una práctica de lujo para quienes los puedan comprar».
Al finalizar la entrevista con Ocote, consultamos con Tamara cuál quiere que sea su legado. Ella indica que todo mundo deja una huella y espera que la suya sea positiva.
«Espero que mis hijos recuerden que uno es capaz de mantener sus propios criterios, aunque estos representen muchos sacrificios».
Puntualiza: «Siempre hay que alimentar la esperanza de que podemos vivir en un mundo más justo y menos indiferente ante las desgracias de los otros».
