Alejandra Menjívar Guadrón –Aleja, como le dicen de cariño– siempre se ha descrito como resiliente y comprometida. No las eligió al azar. Son la síntesis de una vida que ha …
En resumen
- Alejandra Menjívar creció bajo el cuidado de su madre y abuela tras perder a su padre durante el conflicto armado. En ellas encontró el apoyo que necesitaba para vivir su identidad trans.
- Su candidatura al Parlacen marcó la historia electoral salvadoreña. Fue la primera mujer trans en una papeleta electoral en ese país, lo que rompió barreras en la política.
- Tras sufrir un atentado luego de diversas denuncias contra las políticas anti diversidad en El Salvador, huyó a Guatemala, México y luego a Canadá.
Alejandra Menjívar Guadrón –Aleja, como le dicen de cariño– siempre se ha descrito como resiliente y comprometida. No las eligió al azar. Son la síntesis de una vida que ha caminado entre la ternura y la furia. Entre el amor de una familia que nunca la rechazó y un sistema que le exigía explicarse cuando solo quería existir.
Nació en 1985 en Santa Ana, en el occidente de El Salvador, en una familia tradicional marcada por una ausencia que surgió de la violencia: su padre fue asesinado durante la guerra civil (1980-1992).
Creció bajo el cuidado de su madre y su abuela, arropada por el afecto, sin desapegos ni silencios incómodos por ser quien era.
Desde pequeña se preguntaba por qué le gustaban cosas distintas a las que –se suponía– debían gustarle. Esas dudas sobre su identidad aparecieron temprano, pero el lenguaje para nombrarlas llegó mucho después.
No fue hasta los 17 años cuando escuchó, por primera vez, la palabra trans. Para ella fue como encajar una pieza que siempre había estado ahí.

Menjívar recuerda que en los noventa e inicios de los dos mil en El Salvador y en Centroamérica era más complicado hablar sobre salud sexual y reproductiva o sobre la población LGBTIQ+.
Llegando a los 18 años empezó a buscar información sobre qué era, «cómo podía sobrevivir o cómo podía acceder a ser esta persona», relata.
Menciona que su generación fue de las que «tuvo que luchar contra el closet». A diferencia de las generaciones de hoy en día, a quienes percibe como más libres de expresarse.
Su incursión en el activismo y la política
Antes de ser política, Mejívar era activista. Estudió sociología en la Universidad de El Salvador.
Menciona que siempre le gustaron las acciones e incidencia. «Nada en este mundo va a cambiar si nosotros no buscamos la promoción de esos cambios», afirma.
Su trayectoria en el activismo inicia en 2003, junto con su mayoría de edad, exigiendo los derechos de las personas LGBTIQ+.
También promovía los derechos de las personas con VIH, los de las mujeres, los sexuales y reproductivos, los de las juventudes, el medioambiente y los derechos sindicales.
En medio de estas luchas fue que «una espinita» empezó a molestarle. «¿Cuándo las personas LGBTIQ+ van a acceder a los espacios de participación popular?».
Entre 2006 y 2008, alianzas entre movimientos del partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) con movimientos sociales la llevaron a involucrarse con el partido.
«Muchas de las personas que estábamos en los movimientos sociales no solo éramos de pensamiento progresista, nos considerábamos de militancia de izquierda. Algunas afiliadas (al partido), algunas no», menciona.
Consideró que una plataforma política era un espacio oportuno para visibilizar las necesidades de la población LGBTIQ+.
«Ya no solo era una defensora. También me involucraba en la vida política partidaria», afirma.
Ganar sin haber ganado
El 31 de julio de 2020 se realizaron las elecciones internas del FMLN, en donde Alejandra Menjívar alcanzó los votos para competir por la casilla 5 de las diputaciones al Parlacen.
Para ella, «solo el hecho de haber logrado la inscripción ya era un logro». Asegura que su candidatura al Parlacen fue un parteaguas.
No importaba que no obtuviera la curul: su nombre –sus apellidos, en realidad, porque el sistema no le permitió usar su nombre elegido– estaba en la papeleta.
«Ya había ganado», dijo en más de una ocasión.

Durante la campaña, para visibilizarse vivió una tarea intensa. Hacía hasta cinco entrevistas al día, se movía en transporte público y no contaba con los recursos que otros candidatos tenían.
A veces sentía miedo. A veces, cansancio. Pero también había alegría. «Mucha», nos asegura. Porque podía expresar frente a cámaras una agenda política diversa, «amplia, que fue construida desde el sentir colectivo».
Pero la visibilidad tiene un precio. Y Menjívar lo pagó. Tras las elecciones –y luego de expresar su oposición al régimen de Bukele y denunciar la eliminación de políticas para población diversa–, sufrió un atentado en mayo de 2021.
Tres hombres la interceptaron, le apuntaron a la cabeza y uno jaló del gatillo de su arma. Pero no se disparó. Ella lo cuenta con una claridad inquietante, como si cada palabra aún se le quedara prendida en la piel.
Irse para salvar la vida
Ese atentado fue el punto de quiebre. Menjívar sabía que si quería sobrevivir tenía que salir.
Gracias a las redes políticas y de amistad que había tejido –con figuras como el entonces diputado Aldo Dávila, Jose Carlos Hernández y otros activistas de Guatemala y México– escapó por tierra hacia Guatemala.
Llevaba una mochila con un par de libros, su agenda y algo de ropa. Se despidió de su madre con la urgencia de quien no sabe si podrá volver. «Mami, yo me voy. Las cosas no están bien y no te puedo explicar», fue la despedida.
Jose Carlos Hernández, ex diputado suplente al Parlamento Centroamericano, relata que tres personas manejaron la salida de Menjívar a México, pero con él fue el primero con el que tuvo contacto.
En Guatemala fue recibida en secreto, por seguridad, pero con solidaridad. Según Hernández, Menjívar estaba alterada, con miedo, con un delirio de persecución comprensible.
Sus compañeros activistas hicieron lo necesario para resguardarla y organizar su salida a México.
Ya en la Ciudad de México, a un mes de haberse marchado, fue víctima de secuestro. Estuvo desaparecida durante dos días.
Luego que las organizaciones mexicanas confirmaran su localización, el medio Infobae relató –sin dar detalles– que ella sufrió violencia estando retenida.

Otra migración por su vida
Decidió que no se quedaría ahí y migró hasta Canadá, donde reside actualmente.
Ahí también mantiene su lucha por los derechos de la diversidad y contra las políticas de Nayib Bukele.
Menjívar extraña. Extraña su tierra, las calles, las marchas, el activismo de base.
Ser migrante, dice, «es llevar una palabra pesada en la hoja de vida». Aun con documentos en regla, «hay barreras. Uno aprende a adaptarse».
Un liderazgo para la región
Jose Carlos Hernández, uno de sus compañeros en la política, lo dice claro: «Aleja no solo es irreemplazable en El Salvador, también lo es en la región».
«Su perfil es único, su intento de articular liderazgos diversos ha dejado una huella que aún no podemos medir», afirma Hernández.
Y aunque los partidos no siempre respaldan la diversidad, aunque las estructuras siguen siendo hostiles, su existencia política es ya una grieta en el muro.
Alejandra Menjívar no es solo política. Es comunidad. Es familia. Es una historia que se truncó en lo visible, pero que sigue latiendo desde lejos.
Su ausencia pesa. Pero su paso deja claro que la política no es solo disputa de poder. También es memoria, dignidad, y el acto radical de decir «yo también tengo derecho a estar aquí».
