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Cantos de exaltación a la marimba

Vania Vargas escribió este texto como prólogo al libro “Cantos de exaltación a la marimba”, la poesía de Joaquín Orellana. Poeta ante poeta, Vania nos recuerda con su voz, la fuerza de un personaje esencial para la cultura mesoamericana, la clave de acercarnos a la poesía de un músico, de un inventor, al genio de Joaquín Orellana.

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Cantos de exaltación a la marimba,
poesía de Joaquín Orellana
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Los miércoles por la tarde hay marimba en el parque Centenario. Durante un par de horas la gente se reúne allí para escuchar, observar y bailar. A distancia es posible percibir la cadencia de sus melodías, sus escalas, sus repeticiones. Eso es Guatemala, dicen, cuando la escuchan. Pero Guatemala, en realidad suena de muchas otras maneras. Tome esa melodía, déjela caer, hacerse pedazos. Escuche cómo los pedazos rebotan, cómo se alejan, se difuminan. La marimba es un sonido que tiembla y que en ese temblor dice más de este país que lo que regularmente le han asignado. Encontrar ese lenguaje que habla del delirio de un territorio y de su historia ha sido uno de los grandes logros estéticos de un genio como Joaquín Orellana. Saber escuchar, hablar su mismo idioma, darle la vuelta, deconstruirla, reinventarla, darle la posibilidad de decir otras cosas, enseñarle otra voz, exaltarla, idealizarla y hacernos testigos de ese proceso que pareciera ser el de traer los sonidos desde esa dimensión en donde todo es caos, en donde la melodía es período de gestación de un país que quizá algún día será.

Entre todas las maneras en las que Orellana se ha acercado a la marimba, la poesía viene a ser, como dijo su amigo, el escritor David Vela, cuando leyó algunos de los textos que aparecen en este libro, solo una manera diferente de tocarla. Un ejercicio que pareciera venir de la reflexión, del tiempo compartido, de una contemplación llena de sonidos, de una comunicación total entre el artista y el instrumento, que lo lleva a elaborar el mito de creación de ese multiforme animal sonoro que él supo modelar entre sus manos, árbol que en interacción con los frutos empezaba a intuir su voz, árbol que veía en sueños su potencial transformación.

Las primeras visiones del hormigo, el presagio onírico de los hombres que llegan con las hachas, del traslado hacia otras tierras donde le darán otra lengua, otro canto… canto que aludirá a alegrías y tristezas a imagen y semejanza de sus creadores. Canto colectivo, creación colectiva.

Entonces, Orellana empieza a invocar los sonidos con la palabra escrita. Tradición lúdica que a él le viene del lado paterno, del niño exorcizado que fue, de su esencia de brujo y demiurgo para el ritual de todos los orígenes, del balbuceo con el que en todo principio se empieza a nombrar las cosas. El artista se convierte, así, en orfebre de la palabra, la toma entre sus manos, la transforma para que hable del idioma de los objetos que chocan, que rozan, que interactúan. Un idioma, no para que sea entendido por los hombres, sino para que sea sentido por todos.

A nadie le parece extraño que Orellana, además de ser compositor, sea narrador, escultor, inventor, dramaturgo, una leyenda viva o un poeta. Orellana siempre ha sido un poeta, un artista total. Crea con la palabra escrita la imagen, crea con la palabra escrita el sonido. Sonido que luego vuelve al aire que alguna vez fue el único testigo de ese primario tartamudeo del hormigo, que luego fue en el pueblo melodía colectiva y que en un ejercicio de intimidad y reinvención hace brotar de ella un temblor casi de agua, un crepitar casi de fuego, el canto de la naturaleza tiritando desde que perdió su relación mística con los hombres.

Y es en ese punto en el que atestiguamos cómo Orellana y sus mitos, su exaltación, su conocimiento de la palabra, de las formas, de los sonidos, su genio, empiezan a conversar con Miguel Ángel Asturias, ese otro brujo, que también conocía el lenguaje de las cosas, el sonido del habla de la gente, el demiurgo de la Clarivigilia primaveral, el mito de la creación de las artes y los artistas; pero también dialoga con Nicolás Guillén, el poeta cubano, el poeta de los sonidos, de la cultura mestiza y del son; y lo hace también, con la vanguardia, ese movimiento que vivió en Argentina en primera fila, cuando ganó la beca en el Instituto de Altos Estudios Musicales Torcuato di Tella de Buenos Aires, una vanguardia que en el sur no ha “pasado de moda” sino que constituye una especie de tradición de libertad entre las artes y que Orellana trajo musicalmente a este país al que en plena Ilustración le sembraron una Edad Media que aquí parece que no se acaba. Y, en este libro, Orellana también dialoga artística y literalmente con el poeta Humberto Ak’abal, que hoy es viento en donde habitan los sonidos del pueblo del que siempre dio testimonio.

Creo, firmemente, que los grandes artistas son, de alguna manera, una especie de sacerdotes o profetas. Joaquín Orellana lleva sin duda en sí mismo esa unción. Su arte ha sobrevivido el tiempo, la incomprensión, la censura. Su arte ha sobrevivido a Guatemala, su violencia, su indiferencia. Y así es como ha venido a conformar ese grupo de grandes obras que, sin decirle el nombre, la nombran, delirante y mestiza, como la del ya mencionado Asturias o como la arquitectura de Efraín Recinos. Si a mí me preguntaran a qué suena El tiempo principia en Xibalbá de Luis de Lión, no dudaría en nombrar a Orellana, el genio que, como Oliverio Girondo —el poeta argentino que caminó hacia atrás desde el lenguaje hacia el balbuceo En la másmedula—, recorrió el camino hacia atrás, desde la melodía hacia los sonidos cercanos al caos primario, al origen desde donde nos correspondería colectivamente construir y renacer.

El trabajo de arqueología hecho por Jonathan Van der Henst para que emergieran entre partituras y papeles estos Cantos de exaltación a la marimba, la gestión para su primera publicación y el que usted tenga esta edición en sus manos es una cadena de actos de justicia hacia Joaquín Orellana, nuestro genio vivo. Hay que leerlo, hay que aprovechar que sigue entre nosotros, que todavía tenemos el privilegio de escucharlo contar historias, de escucharlo gorjear como lo que es: un ave única en su especie.

*Vania Vargas, editora, narradora y poeta Guatemalteca. Ha publicado Relatos verticales (Editorial Del Pensativo, 2019), 40 noches (Sophos 2018) y Cuaderno del fin de mundo (Celsius 232, 2021)

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