Con esto que descubrí en la primera parte de la columna, algo que cambiaría la manera en que veía las finanzas personales, también encontré que se aplicaba a la vida. …
Con esto que descubrí en la primera parte de la columna, algo que cambiaría la manera en que veía las finanzas personales, también encontré que se aplicaba a la vida. Si yo hago algo positivo para mí una y otra vez, el efecto se maximiza.
Un ejemplo es en el excelente documental de HBO de Muhammad Alí. Narraban cómo Alí no quiso ir a la guerra y por 3 años no peleó. Luego regresa y tiene un par de peleas interesantes hasta que se enfrenta a Joe Frazier. La fotografía a continuación pondrá en contexto la historia.

Primero, Alí siempre se jactaba que no le podían pegar en la cara porque era muy bonito, y ese día se encontró con un duro golpe en la cara. Segundo, él y la lona eran lo más extraño que había en el box, puesto que los dos no se conocían. Ese día, Frazier le ayudó a Alí a conocer la lona de cerca. Finalmente, Alí perdería la pelea por decisión unánime.
En sus entrevistas posteriores, Alí hablaba de cómo Frazier era esto y lo otro; hablaba de un juez que le había dado 11 rounds a Frazier y sólo 4 a él; hablaba de cómo lo habían discriminado. Sin embargo, él sorprende a todos en una de sus entrevistas porque decide hablar con la verdad: durante 3 años, Alí no había logrado pelear, y su entrenamiento se había vuelto suave; él subestimó a Frazier creyendo que era mejor. No entrenó lo suficiente y en conclusión, la derrota fue gracias a sus habilidades. Ahí, Alí entendió el efecto compuesto.
Hasta el mejor boxeador del mundo (a mi criterio) necesita entrenar constantemente. No todo puede ser talento. Por supuesto que el talento ayuda, pero la disciplina ayuda aún más; es ahí donde radica la diferencia, que la vida no es lineal. Que porque entrené hoy seré exitoso mañana; que porque estudié hoy ganaré el examen dentro de dos semanas; que porque me presenté todos los días a trabajar seré un gran trabajador; que porque soy un gran trabajador no puedo ser despedido; que porque no puedo ser despedido no tengo que crear algo fuera de la empresa dónde trabajo. ¿Suena conocido?
Así que mi knock-out, mi cercanía con la lona, me cambió esta visión. Necesitaría un par de knock-outs más en mi vida, que incluirían: un mal liderazgo, un clima laboral complejo, una profunda relación con la ansiedad, un despido, un fracaso literario, y tantos otros fracasos que hoy, para mí, son los títulos más grandes en mi pared. Si bien, es cierto que he tenido mis éxitos, estos han sido pésimos maestros; he aprendido más de los errores. He aprendido más de las lágrimas, de las pérdidas, y del sabor de la lona luego de caer. Financieramente, espiritualmente y laboralmente.
Por eso, cuando hablo con algunas personas en sesiones de coaching o filosofía, les digo que tengo una política de reciclaje de mis errores: nada se desperdicia. Tú tampoco deberías de desperdiciar los errores; estos errores te costaron caro. Te dolieron. Pagaste con lágrimas. Pagaste con soledad. Pagaste con lejanía. Si ya te han cobrado la factura, no dejes los errores de lado, sino que abrazalos y hazlos parte de tu vida. Que no sean condenas, sino correcciones. Como diría una gran maestra (gracias Ceci) luego de un error: “¿Cuál es el aprendizaje?”. Esto es una invitación a aprender y a avanzar; a crear un efecto compuesto con las correcciones. Todo en la vida tiene correcciones: los mercados, los estudios, el trabajo, la muerte, en sí todo. Así que pregúntate: ¿cómo puedo utilizar el efecto compuesto en mi vida?
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