Especial ¿Y si lo hablamos ahora?
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La mayoría de las niñas que sufrieron abuso sexual en Guatemala, Costa Rica, Nicaragua y España no recibieron la atención necesaria. De hecho, la mayoría fueron abusadas en su entorno familiar o cercano, con la complicidad del silencio. Y sus gobiernos sólo atendieron a una pequeña parte, porque los casos que se registran son minoría. Se avanza en leyes y protocolos, pero las políticas de prevención, cuando existen, apenas tienen impacto. La problemática es común en estos primeros cuatro países que analizan los medios de la Alianza Otras Miradas con datos del registro y subregistro estimado en cada uno de ellos. Este es un primer y pequeño paso para un mapa de este trauma individual y social que afecta a nuestros países sin la atención social y política que merece.


Francisco Javier Sancho Mas/ Otras Miradas


Aumentan. Los registros de abusos a menores aumentan, en este período después de la pandemia. La mayoría de los abusadores son hombres del entorno familiar o cercano. La mayoría de las víctimas, niñas. Más de 20 000 casos de menores agredidos sexualmente se reportaron en Guatemala, durante el último gobierno; casi 8000 el último año en Costa Rica, mientras que, en España, unos 9 millones de personas habrían sido abusadas en la infancia, 1 de cada 5 personas, según estimaciones del Consejo de Europa. En el mundo, 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 hombres, según la OMS.

Estos son solo algunos datos de los cuatro países en los que hemos empezado a medir la magnitud del abuso sexual. Son la punta de un iceberg bajo el que se extiende un gran silencio.

Uno de los problemas es que el abuso sexual se trata como un delito con implicaciones individuales o familiares concretas. No como un problema social. Pero si el 20% de la población de un país, según estimaciones cautelosas, ha sido abusada en su infancia, estamos hablando de una sociedad quebrada, con traumas que no tenían que haberse producido.

La información de la que se dispone principalmente es la de los casos que llegan a ser denunciados o pasan a juicio. Sólo en Costa Rica, se reciben 10 denuncias al día. Algunas organizaciones se atreven a hacer estimaciones en que la cifra real resultaría multiplicando por 10 las reportadas. Un subregistro doloroso.  

La OMS facilitó un marco de sugerencias para mejorar la prevención a este problema. Y, por su parte, la OPS informó, en 2020, que, aunque más del 90% de los países de las Américas disponía de servicios de clínicas para menores víctimas de violencia sexual, tan sólo un 26% reconoció haberlas atendido, sin que el componente de salud mental estuviera incluido en los servicios prestados a muchos de los casos.  

En algunos Estados, el déficit de la respuesta no está vinculada a la legislación. Hay casos paradigmáticos que provocan que los legisladores se pongan las pilas. En Nicaragua, una sentencia muy contundente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en 2018, provocó que se desarrollase un protocolo legal de atención, aprobado en 2020. El caso se refería a una niña violada por su propio padre en el año 2000. La Corte señaló al propio Estado como responsable de no garantizar, en su día, el acceso a la justicia de la niña, así como de ejercer violencia institucional contra ella y su familia. Igualmente, en Guatemala, una niña de 12 años, llamada Angelina, que fue violada por el patrón de la finca en la que vivía y dio a luz a gemelos en 2019, supuso un shock en el país y dio paso a una ley con su nombre. Aún está estancada en el Congreso a la espera de que el nuevo gobierno la haga avanzar. Los violadores de sendas niñas quedaron libres en su momento. 

La pregunta es si los Estados tienen, quieren y disponen de los recursos necesarios para aplicar las leyes y protocolos que deberían proteger a las y los más pequeños. 

Si la primera obligación de un Estado es proteger a sus ciudadanos más frágiles y vulnerables, es llamativo que esta forma cruel de violencia no está presente en las portadas, o en grandes campañas de prevención. Pero ¿acaso está en nuestras conversaciones, en las reuniones del colegio, en las clases de educación sexual? Algunas estimaciones indican que cuando hay sensibilización, se denuncia más, y lo suelen hacer las mujeres, madres y profesoras, además de organizaciones de apoyo.      

Los medios que participan en este especial de Otras Miradas no solo ponen rostro y número al abuso sexual a los menores en algunos de nuestros países a un lado y otro del Atlántico. También preguntan a sus gobiernos cómo responden. 

Se trata de una problemática común en sociedades que compartimos culturas similares, aunque con sistemas políticos y desarrollos económicos distintos. A pesar de que los datos son débiles, puesto que la mayoría de los casos no se denuncian, la encuesta más efectiva la podemos hacer en nuestro propio círculo, haciéndonos la pregunta: «¿Conozco algún caso en mi familia, amistades o trabajo?» Es muy probable que sí. 

¿Qué supone para un país estar habitado por una buena parte de niñas y niños que arrastran este trauma? ¿Se puede hacer algo para mejorar la educación, el autocontrol y el comportamiento de los agresores, en su mayoría, hombres?

Este es un pequeño intento de hacer un mapa de icebergs, para señalar y romper los silencios que encubre un problema que es de todas y todos. Al menos, uno de cada cinco de nosotras y nosotros, lo ha sufrido. La mayoría no lo hablamos hasta muchos años después.


*Este especial es un primer paso para un mapa global en español del abuso sexual infantil de la Alianza Periodística Otras Miradas. Colaboran Agencia Ocote, de Guatemala; Divergentes, de Nicaragua; Semanario Universidad, de Costa Rica; y diario Público, de España. Más información en www.otrasmiradas.info 

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