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«No regresar al pasado», el libro

Maria Adelaide Menting es trabajadora social y vive en los Países Bajos. Ella escribió el libro «No regresar al pasado», que recopila los testimonios de 38 mujeres indígenas y nueve ladinas sobrevivientes al conflicto armado interno en Guatemala. Maria Adelaide convivió con las mujeres durante una década y entablaron una amistad. Las considera a ellas las verdaderas autoras del libro.

Sus voces están ahí, en el libro. Ellas querían que sus memorias quedaran como herencia para sus hijos y que sus historias no se olviden. Es jueves, 20 de abril …

Sus voces están ahí, en el libro. Ellas querían que sus memorias quedaran como herencia para sus hijos y que sus historias no se olviden.

Es jueves, 20 de abril de 2023. En el Museo del Holocausto se realizan los preparativos para la entrega y firma del libro «No regresar al pasado». Gregoria, Oralia, Graciela y Elena platican con su amiga Maria Adelaide.

Ellas son cuatro de las 47 mujeres que compartieron su testimonio. Son líderes indígenas, pertenecen a las etnias mam, chortí y k’iche’. Viajaron desde sus comunidades en Petén hasta la ciudad de Guatemala para asistir a las actividades de promoción del libro.

Entre risas, las cinco recuerdan los sonidos de los saraguates –o monos aulladores– en Petén, las galeras y hamacas donde dormía, los frijoles sin sal. Sus sonrisas se apagan cuando se acuerdan de la violencia, el dolor y el hambre.

«Nosotras representamos a todas las personas que murieron en el conflicto, sabemos que hubo sangre de niños inocentes y mujeres. Venimos con esa voz, porque nuestras compañeras ya están muertas. Venimos ahora a confirmar que somos representantes de todo este dolor», expone Gregoria.

No quieren regresar al pasado. El título del libro representa el sentir de las mujeres.

Maria Adelaide junto a mujeres en campamentos de México para población refugiada de la guerra en Guatemala. Fotografía: Jan de rooij

Ellas no querían vivir de nuevo la persecución y la guerra, pero tampoco querían regresar a su posición marginada y aislada, sin tener voz y voto en las decisiones familiares y comunitarias. Por eso se organizaron y lucharon para que se reconocieran sus derechos. «Ya no estamos ciegas», decían.

Ha pasado mucho tiempo desde que contaron sus historias, hasta hoy, que se presenta el libro. Las mujeres contaron sus historias a Maria Adelaide en 1999, tres años después de la firma de los Acuerdos de Paz.

«Lo que nos motivó a que se escribiera el libro era para que la historia no se perdiera, de lo que sufrieron las abuelas, las mujeres mayores del área rural donde hay hasta ahorita discriminación», manifiesta Oralia.

Maria Adelaide se llevó en su mochila los casetes con las voces de las mujeres al retornar a los Países Bajos. Tenía el compromiso de regresar con la historia de las mujeres escrita.

En su habitación escuchó por más de siete mil horas a las mujeres, el tiempo estimado que tardó en transcribir las entrevistas. La calidad del audio no era buena. Ella retrocedía y avanzaba las grabaciones para distinguir las voces entre los ladridos de los perros, los aullidos de los saraguates, las motosierras.

En 1999, se dedicó a la transcripción y codificación de las entrevistas. Lou Keune, sociólogo y economista en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Tilburg en Holanda, le enseñó el método de trabajo para hacer un libro con base en entrevistas, según la tradición oral. Ella utilizó de ejemplo el libro de Keune, «Sobrevivimos la guerra», sobre la resistencia popular en El Salvador.

Maria Adelaide pausó su labor de escritura para concentrarse en su trabajo en los Países Bajos y cuidar a sus padres. Hasta que se jubiló pudo dedicar tiempo para terminar el libro, que publicó en 2022.

Portada del libro «No regresar al pasado». Fotografía: Editorial Piedrasanta

Este año, regresó a Guatemala. Maria Adelaide se reencontró con sus amigas y les entregó sus memorias plasmadas en el libro.

Después de 24 años, pueden tomar en sus manos el libro que contiene sus memorias. «Hoy las tristezas se nos vuelven en sonrisas, estamos felices porque este libro se está dando a conocer. Guatemala y el mundo se van a dar cuenta qué pasó y ya no queremos que eso pase otra vez», manifiesta Graciela.

En el libro no son identificadas con sus verdaderos nombres por motivos de seguridad, por la misma razón que hoy deciden que se les identifique solamente con un nombre.

En los 10 capítulos del libro se leen las voces de las mujeres sin ser interrumpidas, interpretadas o analizadas. El lector se adentra en los testimonios, que hilan una historia y permite conocer cómo eran las vidas de las mujeres antes, durante y después de la guerra. La autora sólo interviene para dar contexto, ubicar los relatos en su tiempo y lugar.

«Yo no soy escritora de profesión, pero estoy interesada en la gente. El interés humano es para mí lo principal y la amistad también. Tuve el apoyo de universidades para elaborar este libro en la tradición de la historia oral. Se cumple con el derecho a tener voz de las mujeres», explica Maria Adelaide.

La antropóloga Irma Alicia Velásquez Nimatuj y Maria Adelaide durante la presentación del libro en el Museo del Holocausto. Fotografía: Editorial Piedrasanta

La lucha por su liberación

Entre 1989 y 1999, Maria Adelaide trabajó en la Cooperación Mesoamericana para el Desarrollo y la Paz (Comadep). Desde esta organización apoyaba a la población guatemalteca que huía de la guerra y se refugiaba en campamentos de México. En especial, a las mujeres para que conocieran sus derechos y participaran en la toma de decisiones de sus comunidades. Luego acompañó el retorno y asentamiento en Petén.

La Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) estima que alrededor de 500 mil a 1.5 millones personas fueron forzadas a huir por la persecución de la guerra en Guatemala.

Menting recuerda que les preguntó a las mujeres en los campamentos: ¿Qué trabajo tienen ustedes? Ellas respondieron que no trabajaban. Les pidió que describieran su rutina diaria. Su jornada empezaba a las 3 de la madrugada y terminaba a las 10 de la noche. Se encargaban de cocinar, tareas del cultivo de la tierra, recolección de agua, quehaceres del hogar y el cuidado de los hijos.

Hicieron una lista de las labores que realizaban. Otra vez les hizo la pregunta ¿qué trabajo tienen ustedes? Se dieron cuenta de todas las responsabilidades que desempeñan en sus comunidades. Así empezaron a reconocer su valor y sus derechos. 

Ellas se identificaron como las cuidadoras de fogones, las protectoras de la vida. Hablaron de la cantidad de casas que hicieron junto a sus familias. Sus fogones han calentado la vida en muchos lugares. La lucha por la sobrevivencia y el desarraigo las obligó a migrar en varias ocasiones. Estos desplazamientos forzados dejaron sus huellas en el mapa de Guatemala y de México.

Una mujer guatemalteca en los campamentos para refugiados en México. Fotografía: Jan de rooij

«Muchas compañeras como nosotras fuimos violentadas por nuestra liberación. Si queríamos liberarnos, morongueada nos dejaban ahí porque éramos mujer y no podíamos salir de la casa. No fue fácil nuestra lucha. México me sirvió como una escuela para aprender a expresarme y sentirme yo misma como mujer. Ahora conocemos que nosotras valemos demasiado», cuenta Gregoria.

En los campamentos de México, las mujeres empezaron a organizarse. En 1994, crearon la Asociación Guatemalteca de Mujeres Ixmucané. Un año después, ocurrió la masacre de Xamán. El Ejército asesinó a 11 miembros e hirió a 27 en una comunidad conformada por población retornada de México.

«La masacre de Xamán causaba temor, miedo a que otra vez volviéramos a lo mismo. Pero nos sentíamos con valor porque no estábamos solos. Había mucho acompañamiento internacional», relata Oralia.

A finales de 1998, cuando la población retornada había conformado sus nuevas comunidades en Petén, Maria Adelaide anunció que regresaría a su país. Las mujeres de la asociación le pidieron que escribiera sus historias.

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La historia no es propiedad privada

Las mujeres se enfrentaron al machismo en sus comunidades. Ellas recibieron comentarios negativos cuando los hombres se enteraron de que serían entrevistadas por Maria Adelaide con el apoyo de dos compañeras de trabajo: Seidy Sansores Luna e Ixquic Bastian Duarte.

Un líder comunitario dijo que las mujeres no podían contar la historia porque ellas no sabían las fechas. 

«Yo le respondí que la historia no puede ser propiedad privada. Tiene que ser una canasta llena de conceptos, historias, perspectivas y el conjunto de eso es la historia de Guatemala. Él entendió ese concepto de la propiedad privada que no puede regir la vida», relata Menting.

Al inicio hubo conflictos, pero decidieron buscar el diálogo. Las mujeres trabajaron en su formación y acompañaron a otras en sus procesos formativos. Empezaron a ocupar espacios de liderazgo.

Una familia guatemalteca trabaja en el cultivo de la tierra en los campamentos para refugiados en México. Fotografía: Jan de rooij

Las mujeres no pusieron atención a los comentarios negativos y decidieron contar su historia. Durante tres meses, entre diciembre de 1998 y febrero de 1999, la autora las entrevistó en sus comunidades en Petén.

Las dinámicas y relaciones de género cambiaban poco a poco.

«Las mujeres ahora ya tienen voz y voto. En mi comunidad hay comadronas, hay promotoras y hasta en los cargos nos metemos. Hemos servido a las comunidades. Por ejemplo, mi persona, he sido tesorera y alcalde», explica Elena.

Su identidad y la tradición oral

Gregoria, Oralia, Graciela y Elena no visten indumentaria maya. Ellas dicen que no llevan su traje porque perdieron su idioma maya, debido a que sus padres no les enseñaron para evitar que fueran discriminadas o porque en las fincas donde sus papás y ellas trabajaban cuando eran niñas les prohibían hablarlo. Elena es la única que habla mam, pero sus hijos ya no lo hablan.

«Se fue perdiendo nuestra identidad. A mí me gusta el traje, pero me da pena porque no hablo el idioma», cuenta Graciela. «Somos de sangre maya, descendientes, pero el idioma ya lo perdimos», aclara Oralia.

Las mujeres defienden su identidad y quieren que sus palabras no sean silenciadas.

Una mujer guatemalteca usa la máquina de coser en los campamentos para refugiados en México. Fotografía: Piet den Blanken

«No queríamos que esto quedara en silencio, tampoco queríamos que quedara en el aire. Nosotras tenemos experiencia de hablar y conocer el dolor, pero nos íbamos a quedar calladas siempre», recalca Gregoria.

Ellas esperan que el libro llegue a universidades y centros educativos para que los jóvenes conozcan la realidad que vivieron muchas mujeres sobrevivientes al conflicto armado interno. Se imprimieron mil copias para distribuir en bibliotecas públicas y escuelas de comunidades en Petén.

Sus historias no serán silenciadas y prevalecerán en el tiempo.

Angélica Medinilla

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